domingo, 14 de diciembre de 2014

3er Domingo de Adviento; Diciembre 14 del 2014

Lecturas: Isaías 611-2. 10-11; Tesalonicenses 516-24; Juan 16-8
Tiempo de Adviento; tiempo de esperanza. “Consuelen; consuelen a mi pueblo”, dice el Señor.
Al igual que en el tiempo de exilio del pueblo de Israel, nuestro pueblo, la nación entera, pasa por una de sus peores crisis del México moderno. Quizá por eso son tiempos de esperanza, pues hemos agotado nuestras fuerzas por lograr un cambio, y cada vez se ve más lejos. Tenemos muy pocas realizaciones que verifiquen que las cosas van mejorando; más bien las evidencias son las contrarias. Por eso es tiempo de esperanza, porque todo lo que queremos está por venir, tenemos que esperarlo; ya no podemos confiar ni siquiera en nuestras propias posibilidades, pues vemos que pocos frutos hemos logrado.
Y aquí es donde se inserta el adviento. Cuando hemos agotado las fuerzas, aparece el Señor para “no apagar la mecha que aún humea”; para no “quebrar la caña” que aún se mantiene; para sostener las piernas vacilantes y ayudarnos a seguir caminando hacia la misma promesa de Dios. Es cierto que no podemos perder de vista el dolor y sufrimiento del pueblo; pero no podemos ahogarnos en él; no podemos quedarnos paralizados en él y centrar toda nuestra vida en la impotencia.
Por eso, este tiempo viene a levantar la esperanza que no surge de lo que vemos. Al mirar a nuestro alrededor, ahí no encontramos motivos de esperanza: las estructuras de nuestra sociedad están vencidas, dobladas, carcomidas. La corrupción, la injusticia, el crimen organizado, la muerte lo van dominando todo. Nuestra historia no nos ofrece motivos para esperar, al igual que tampoco los ofreció en los tiempos del pueblo de Israel.
Pero no estamos solos, igual que los israelitas tampoco lo estuvieron: “Hay una voz que clama en el desierto” de nuestra vida, que anuncia ya al Salvador, como lo hizo Juan el Bautista. O como experimentó el mismo Isaías cuando el Espíritu del Señor se posó sobre él, lo ungió y lo envió a anunciar un año de gracia, una buena noticia para los pobres: que serían liberados de toda opresión y dominio, pues la justicia y salvación de Dios estaban ya germinando la tierra.
La salvación definitivamente viene de nuestro Dios; aunque esto no significa que la acción humana pase a segundo término o, simplemente, se anule. Isaías actúa con la fuerza de Dios; pero debe actuar; debe de ir con su pueblo y hacer que respondan, que enderecen los caminos, que quiten lo tortuoso de las sendas; porque entonces, “como la tierra echa sus brotes y el jardín hace germinar lo sembrado en él, así el Señor hará brotar la justicia y la alabanza ante todas las naciones”. Por eso, sin Isaías, la voz de Dios no llegaría al pueblo.
Lo mismo pasó con Juan el Bautista. Con una gran honestidad él reconoce que no es el Mesías. Más aún, que ese que viene detrás de él es tan grande, que él no es digno ni siquiera de desatar sus sandalias. Y, sin embargo, la acción del Bautista fue fundamental para preparar la llegada del Señor. Sabiendo que no es el Mesías, no deja de “gritar en el desierto”; de exigir –como lo mismo hizo el Profeta Isaías- que el pueblo tiene que “enderezar el camino del Señor”; porque nosotros mismos lo hemos torcido.
Hoy no podemos quedarnos sólo con las frustraciones de nuestra sociedad; pero tampoco podemos dejar de  mirarlas; pues son ellas las que tenemos que iluminar con la esperanza que nos trae el Adviento. No estamos solos; el Señor viene a salvarnos; a sostener nuestras manos cansadas y nuestros corazones agotados; viene a darnos nuevos ánimos; a invitarnos a seguir luchando por el Reino; a luchar porque los pobres puedan vivir la buena noticia del Evangelio que no es otra que la paz y la justicia para todo el pueblo de Dios.
San Pablo nos invita a lo mismo: “vivan siempre alegres, orden sin cesar, den gracias en toda ocasión, pues esto es lo que Dios quiere de ustedes en Cristo Jesús”; pero también nos exhorta a secundar la acción de Dios. Enfáticamente nos exige que no impidamos “la acción del Espíritu Santo”. Cada uno tendrá que revisar su actuación.

Tiempo de esperanza, pues todo lo hemos de esperar; pero tiempo también de compromiso, pues tenemos que secundar la acción de Dios para que en el pueblo brote el amor y la justicia. Éste es el gran regalo que nos trae el Adviento.