Jonás 31-5.10; Salmo 24; 1ª Cor 729-31;
Marcos 114-20
Al inicio del año, la liturgia sigue reafirmando la importancia
del “Llamado” que Jesús hace a sus primeros seguidores para colaborar con Él en
la construcción del Reino. Definitivamente, Jesús
no podrá permanecer para siempre con la humanidad, por lo que tendrá que dejar
su Misión en manos de seres humanos de carne y hueso; personas limitadas, también
pecadoras, pero con el firme deseo de seguirlo.
El
Evangelio vuelve a colocar con toda precisión histórica la escena del
llamamiento de los primeros discípulos. Como lo testimonió San Juan al inicio
de su Evangelio, ya se había dado un primer encuentro de los discípulos de Juan
Bautista con Jesús; pero no un llamado explícito como el que hoy nos pone San
Marcos. Jesús va por la orilla del lago, clava su mirada en esos 2 pescadores
que laboraban en sus barcas y, simplemente, sin mediar mayor conversación, les
lanza la invitación: “Síganme”. La respuesta de ellos impresiona profundamente:
“Inmediatamente, dejando las redes, lo siguieron”. Y, posteriormente, Santiago
y Juan también son llamados; tienen la misma respuesta, con el agravante de que
su Padre está de por medio; pero tampoco es obstáculo para dejarlo todo al
momento.
El
llamado es claro: Jesús los invita a
seguirlo, a predicar la buena nueva del Reino y a convertirse en pescadores de
hombres. Esto implica que Jesús tiene un proyecto, una misión que surge de
un diagnóstico de la situación que por lo pronto vive el pueblo de Israel. El
pueblo ha perdido el rumbo; los jefes de los judíos se han apoderado de Dios;
interpretan el mensaje a su conveniencia; usan la religión para decir quién se
salva y quién se condena; quiénes son los buenos y quiénes los malos. Según las circunstancias de enfermedad,
pobreza o marginación, ellos condenarán o salvarán a su pueblo. La injusticia,
la desigualdad, los atropellos, las arbitrariedades, las hipocresías, y un
largo etcétera es lo que hay que transformar. Dios, el Padre de Jesús, no
quiere eso para su pueblo. Definitivamente se han desviado del camino y se han
apartado de su amor, su justicia y su bondad.
Es
lo mismo que ha pasado con Jonás y su pueblo, Nínive. Se han apartado de Dios,
se han corrompido y se han olvidado de la ley del Señor. Uno puede imaginarse
el caos que vivían los ninivitas, el desorden de sus vidas sin ninguna ley.
Ante ese panorama, con ese diagnóstico delante de los ojos, es que Yahvé le da
la misión a Jonás. Pero a diferencia de los apóstoles, él huye. La misión lo
desborda; se siente impotente para corregir los desórdenes de ese pueblo, además
de que –según la tradición profética- sin duda perdería la vida. Sólo tras un
proceso de conversión del mismo Jonás simbolizado en los 3 días que permanece
dentro del vientre de la ballena, es que se anima a realizar la misión que ha
recibido, acepta la misión y emprende el regreso hacia Nínive.
Sin
duda que a los primeros seguidores de Jesús les habrá pasado algo parecido.
Ante una gran misión, es obvio que uno se siente desbordado y que tienda a
huir; a decir, “yo no puedo”, “no estoy capacitado”. Sin duda que esos 4
conocerían perfectamente las arbitrariedades de los jefes religiosos, pero
también las de los políticos. De ahí que predicar el Reino, anunciar la
conversión, cambiar de estilo de vida, dejar los privilegios que habían conducido
a la injusticia, para nada sería una tarea fácil. La promesa del Reino, de una
tierra que manaba leche y miel, de un pueblo fiel a Yahvé en el que la justicia
y la paz se besaran, como las promesas del Antiguo Testamento, estaba muy lejos
de realizarse; y luchar contra eso para transformarlo y abrir nuevos espacios
para la justicia e igualdad, era simplemente una tarea titánica. A parte de que
en su época, el pueblo de Israel nuevamente estaba bajo la opresión de otro dominador,
los romanos.
Entonces,
¿por qué aceptan seguir a Jesús? ¿Qué hacen para vencer su miedo, aceptar sus límites
y entregarse a la Misión? El evangelio nos da dos pistas fundamentales: la
primera invitación es a “seguir a Jesús”. Es decir, estar con Él, simplemente.
Sin duda que la personalidad de Jesús deslumbraba; era como un imán poderosísimo
que atraía de tal forma, que eso era razón suficiente para dejarlo todo,
incluso el miedo de no ser capaces de realizar la Misión para la que eran
llamados. El amor a Jesús se convertirá para ellos en el motor de su vida y la
fuerza que vencería cualquier obstáculo.
Pero
hay otro dato fundamental. Jesús les dice que Él “los hará pescadores de
hombres”. Es decir, se compromete a formarlos, a ser su maestro. Ellos aprenderán,
de los “dichos y hechos” de Jesús, qué significará anunciar y construir el
Reino. Enamorados de Jesús, serán los mejores “discípulos”, para luego
convertirse en los “apóstoles” más comprometidos. Igual que Jonás, los discípulos
responden con la entrega total de sus vidas.
Hoy
en día, sigue estando sobre la mesa la llamada del Señor: a estar con Él, a
seguirlo, a anunciar el Reino y a comprometernos a que ese Reino de justicia y
de paz se establezca en nuestra historia. El diagnóstico de nuestra sociedad no
parece ser mejor que el de Nínive o de la sociedad del pueblo judío. ¿Qué
respondemos? ¿Qué queremos hacer con nuestras vidas?