domingo, 6 de marzo de 2016

"Ayer me mataron", la carta viral en memoria de las dos viajeras argentinas asesinadas en Ecuador, Feb 3 '16

Está escrito en primera persona, aunque no habla por ella. Ayer me mataron es una carta que ha viralizado en Facebook, escrita en memoria de las turistas argentinas Marina Menegazzo y María José Coni, asesinadas en Montañita (Ecuador) a finales de febrero. La estudiante de Ciencias de la Comunicación Guadalupe Acosta, de Paraguay, invita con esta carta abierta, compartida más de medio millón de veces en menos desde el martes, a colocarse en el lugar de las viajeras y a levantar la voz contra el machismo y la violencia a las mujeres.
Carta:
Ayer me mataron.
Me negué a que me tocaran y con un palo me reventaron el cráneo. Me metieron una cuchillada y dejaron que muera desangrada.
Cual desperdicio me metieron a una bolsa de polietileno negro, enrollada con cinta de embalar y fui arrojada a una playa, donde horas más tarde me encontraron.
Pero peor que la muerte, fue la humillación que vino después.
Desde el momento que tuvieron mi cuerpo inerte nadie se preguntó dónde estaba el hijo de puta que acabo con mis sueños, mis esperanzas, mi vida.
No, más bien empezaron a hacerme preguntas inútiles. A mí, ¿Se imaginan? una muerta, que no puede hablar, que no puede defenderse.
¿Qué ropa tenías?
¿Por qué andabas sola?
¿Cómo una mujer va a viajar sin compañía?
Te metiste en un barrio peligroso, ¿Qué esperabas?
Cuestionaron a mis padres, por darme alas, por dejar que sea independiente, como cualquier ser humano. Les dijeron que seguro andábamos drogadas y lo buscamos, que algo hicimos, que ellos deberían habernos tenido vigiladas.
Y solo muerta entendí que no, que para el mundo yo no soy igual a un hombre. Que morir fue mi culpa, que siempre va a ser. Mientras que si el titular rezaba fueron muertos dos jóvenes viajeros la gente estaría comentando sus condolencias y con su falso e hipócrita discurso de doble moral pedirían pena mayor para los asesinos.
Pero al ser mujer, se minimiza. Se vuelve menos grave, porque claro, yo me lo busqué. Haciendo lo que yo quería encontré mi merecido por no ser sumisa, por no querer quedarme en mi casa, por invertir mi propio dinero en mis sueños. Por eso y mucho más, me condenaron.
Y me apené, porque yo ya no estoy acá. Pero vos si estas. Y sos mujer. Y tenes que bancarte que te sigan restregando el mismo discurso de "hacerte respetar", de que es tu culpa que te griten que te quieran tocar/lamer/ chupar alguno de tus genitales en la calle por llevar un short con 40 grados de calor, de que vos si viajas sola sos una "loca" y muy seguramente si te paso algo, si pisotearon tus derechos, vos te lo buscaste.
Te pido que por mí y por todas las mujeres a quienes nos callaron, nos silenciaron, nos cagaron la vida y los sueños, levantes la voz. Vamos a pelear, yo a tu lado, en espíritu, y te prometo que un día vamos a ser tantas, que no existirán la cantidad de bolsas suficientes para callarnos a todas.


Papa Francisco, "La resignación como mala palabra", Editorial del diario el País, Feb 17 '16.

Bergoglio quiere agitar el activismo de las bases del clero para impulsar las nuevas cruzadas
Jorge Bergoglio es más hábil de lo que parece y su visita a México lo demuestra. No sucedió lo que muchos habríamos deseado; no hizo de su gira una cruzada incendiaria en contra de los poderosos, ni buscó poner fin a los vicios enquistados de la Iglesia en nuestro país. No se reunió con víctimas de curas pederastas ni denunció a sus victimarios; tampoco accedió a verse con los padres de los 43 estudiantes desaparecidos.
Quiero pensar que el Pontífice sabe que para dejar huella su papado debe ser longevo; algo que no sucederá si se pone a sacudir el árbol del alto clero para tumbar a las manzanas podridas. El último que intentó sacar a los fariseos y a los falsos sacerdotes del templo fue crucificado aún joven, como bien se sabe.
No, el Papa cumplió con los requisitos diplomáticos que se esperaban del jefe del Vaticano y cabeza de esa institución llamada Iglesia Católica. Se tomó la foto con el presidente Peña Nieto y su esposa, se reunió con cardenales y obispos, departió con jesuitas y monjas, mostró su devoción por la virgen de Guadalupe.
Pero también es cierto que hizo lo que ningún Pontífice en las seis visitas anteriores. Reconvino a los políticos y a los pudientes por su corrupción, pidió perdón a los indígenas por la exclusión, la miseria y la explotación; hizo un homenaje a Samuel Ruiz, el obispo de los pobres quien en vida fue marginado por sus superiores; exigió a los curas a no resignarse ante el crimen y la violencia; cuestionó el feminicidio tan ignorado por el clero. En suma, si bien no rehuyó la alfombra roja con que lo recibieron las autoridades políticas y eclesiásticas, acudió a las zonas candentes de la geografía para poner el dedo en las llagas purulentas de los grandes males nacionales.
Un vaso medio vacío o medio lleno, según se mire. Pero no está mal para una primera visita. Quizá no sea un comportamiento transgresor, propio de un líder revolucionario; es más bien el de un estratega cauto que desea poner en movimiento procesos transformadores de largo aliento. Cuestionó a los gerentes a cargo del changarro, pero no los puso contra la pared. Es consciente de que tras su partida son ellos, los obispos y cardenales mexicanos, quienes seguirán en control del catolicismo local. Intentó, más bien, amonestarlos con cuidado para hacerles ver lo que será la Iglesia de los próximos años: una institución más comprometida con los agudos problemas sociales de su feligresía.
Fue clara su intención de agitar el activismo de las bases del clero, para que sean ellas las que pongan en movimiento nuevas cruzadas. Es significativo el espaldarazo a Samuel Ruiz en Chiapas, o su apasionado exhorto a los curas de Michoacán para no quedarse cruzados de brazos ante la violencia salvaje que sacude sus parroquias. Con estas estrategias legitima los cambios que puedan surgir desde el bajo clero y las parroquias.
Francisco sabe que para provocar cambios de fondo en la Iglesia mexicana requiere más de una visita y, sobre todo, un liderazgo más personal y carismático con el pueblo. Juan Pablo II visitó al país en cinco ocasiones, y como resultado terminó generando un verdadero idilio con los creyentes. Eso se tradujo en una gran influencia personal sobre el clero mexicano, incluyendo a sus obispos.
Bergoglio aún está lejos de despertar una devoción de esa naturaleza. Pero conseguirá hacerlo si persiste en el camino iniciado. Por lo pronto, ha dejado en claro las directrices de lo que espera de la Iglesia en México, sin violentar a los afectados. Difícilmente podía hacer algo más en su primera visita.
Por lo demás, su exhorto a no resignarse ante las infamias es, de por sí, un extraordinario mensaje para la sociedad mexicana en su conjunto y una apuesta revolucionaria para una Iglesia que ha predicado la resignación entre los pobres. Bien mirada, la no resignación es el siguiente paso de la indignación. Bien por Don Jorge.



4° domingo de cuaresma; LA TRAGEDIA DE UN PADRE BUENO; J. A. Pagola, Mzo 6 '16

Ha muerto tu hermano.

Exégetas contemporáneos han abierto una nueva vía de lectura de la parábola llamada tradicionalmente del «hijo pródigo», para descubrir en ella la tragedia de un padre que, a pesar de su amor «increíble» a sus hijos, no logra construir una familia unida. Esa sería, según Jesús, la tragedia de Dios.

La actuación del hijo menor es «imperdonable». Da por muerto a su padre y pide la parte de su herencia. De esta manera, rompe la solidaridad del hogar, echa por tierra el honor de la familia y pone en peligro su futuro al forzar la repartición de las tierras. Los oyentes debieron quedar escandalizados al ver que el padre, respetando la sinrazón de su hijo, ponía en riesgo su propio honor y autoridad. ¿Qué clase de padre era éste?

Cuando el joven, destruido por el hambre y la humillación, regresa a casa, el padre vuelve a sorprender a todos. «Conmovido» corre a su encuentro y lo besa efusivamente delante de todos. Se olvida de su propia dignidad, le ofrece el perdón antes de que se declare culpable, lo restablece en su honor de hijo, lo protege de la desaprobación de los vecinos y organiza una fiesta para todos. Por fin, podrán vivir en familia de manera digna y dichosa.

Desgraciadamente, falta el hijo mayor, un hombre de vida correcta y ordenada, pero de corazón duro y resentido. Al llegar a casa, humilla públicamente a su padre, intenta destruir a su hermano y se excluye de la fiesta. En todo caso, festejaría algo «con sus amigos», no con su padre y su hermano.

El padre sale también a su encuentro y le revela el deseo más hondo de su corazón de padre: ver a sus hijos, sentados a la misma mesa, compartiendo amistosamente un banquete festivo, por encima de enfrentamientos, odios y condenas.

Pueblos enfrentados por la guerra, terrorismos ciegos, políticas insolidarias, religiones de corazón endurecido, países hundidos en el hambre... Nunca compartiremos la tierra de manera digna y dichosa si no nos miramos con el amor compasivo de Dios. Esta mirada nueva es lo más importante que podemos introducir hoy en el mundo.

José Antonio Pagola

4° Domingo de Cuaresma; 6 de marzo del 2016; Fdo Fdz Font, sj

Josué 59. 10-12; Salmo 33; 2ª Corintios 517-21; Lucas 151-3. 11-32

El evangelio de este 4° domingo de cuaresma es una de las piezas más hermosas de toda la Biblia: se trata de la narración del “Hijo Pródigo”; de la página que nos devela el corazón de nuestro Dios, la ventana hacia la infinita misericordia de un Dios que se ha manifestado como “padre-madre” para toda la humanidad. En el Dios cristiano no cabe ni el rencor ni el odio; ni la venganza ni la condenación. En su corazón sólo hay amor, misericordia, comprensión y, finalmente, perdón.
Y esa es la gran “Pascua” que se nos invita a celebrar, pre-anunciada en el pueblo de Israel tras la liberación de Egipto: lo que ellos celebraron fue a un Dios que se comprometió con su pueblo, lo liberó de la esclavitud, le perdonó todas sus rebeldías y desesperaciones, y lo llevó hasta la tierra que “manaba leche y miel”. Y eso es lo que Josué deja grabado en su libro para que jamás el pueblo olvide a ese Dios maravilloso que los construyó sobre un hecho: la Pascua, es decir, el “paso” de la esclavitud a la liberación, del pecado a la gracia, de la muerte a la vida, del hambre y el desierto a la plenitud y abundancia. Y eso no se puede ni se debe olvidar, porque es justo su propia identidad, lo que les permite tener una concepción correcta de Yahvé y distanciarlos de los demás dioses de los otros pueblos. “Nuestro Dios es un Dios de vida; es un Dios que perdona, que ama hasta el extremo, que acompaña, cuya misericordia e infinita bondad no tienen fin”.
Pero esa “Pascua” de Israel, ha quedado superada –por así decirlo- en la “Pascua del Hijo del Hombre”. En su entrega hasta el final, Jesús no sólo nos rescató de la esclavitud para darnos una tierra propia; sino nos rescató de la muerte misma para darnos la vida. Con su muerte, destruyó la muerte misma, y nos abrió a la plenitud de la vida en su Resurrección. La “Pascua” de Jesús, su paso de la muerte a la vida a través de su entrega en la cruz, como muestra de su amor que no se detuvo ni siquiera ante el temor al sufrimiento y a la misma muerte, rompió las cadenas que nos tenían esclavizados al pecado por nuestro mismo temor a la muerte, según la Carta a los Hebreos.
Como señala la segunda lectura, en Jesús no sólo se liberó un pueblo, sino la humanidad entera. En Él hemos sido salvados. El pueblo que caminaba en tinieblas, vio una gran luz. Así, lo que ahora significa esta nueva “Pascua” para los que viven según Cristo consiste en ser “una creatura nueva; todo lo viejo ha pasado. Ya todo es nuevo”, como afirma San Pablo en esta Segunda carta a los Corintios. La humanidad entera, en Jesús, ha realizado su propia Pascua; pero no sólo un “paso” hacia algo temporal y pasajero como puede ser una tierra, unas cosechas, un pueblo libre; sino el paso definitivo de la muerte a la vida: en Jesús ya estamos resucitados; ya no hay temor a la muerte, porque ella ya no tiene poder sobre nosotros. Nuestro peor enemigo, la muerte, ha sido derrotado.
En Cristo “Dios reconcilió al mundo consigo y renunció a tomar en cuenta los pecados de los hombres”. Esta es la Pascua maravillosa que ha sido realizada gracias a Jesús y que se nos narra en la parábola del “Hijo Pródigo”, que contrasta de tal forma el comportamiento del ser humano y el de Dios, nuestro Padre-Madre, que confirma esa “Pascua” definitiva que la humanidad ha realizado en el Hijo de Dios.
Conocemos la parábola casi hasta de memoria: por un lado, un hijo que peca radicalmente contra su Padre y deja el paraíso por el infierno. Decide hacer su vida “sin Dios” y termina en lo más profundo de la desesperación y de la muerte. Toda esa imaginación de libertad, goce, satisfacción, se transforma en frustración, hambre, dolor, abandono. Su sueño de ser libre, de finalmente no tener a quién rendir cuentas, de gastar su herencia como bien le pareciera, de entregarse plenamente al placer como si fuera la fuente de la eterna felicidad, se convierte en una quimera que lo deja en el más profundo vacío y frustración, y termina por destruirlo como ser humano.
Por otro lado, la realidad del Padre: en Él no hay venganza, odio, deseo de condena, de llamarlo a cuentas, de castigarlo; sólo un dolor profundo “porque ese hijo mío estaba muerto”. El Padre rompe todos nuestros esquemas de relación y comportamiento con los demás. Sin duda, nosotros esperaríamos un verdadero arrepentimiento, lo probaríamos y le daríamos un castigo ejemplar; de alguna manera tendríamos que vengarnos por lo que nos hizo. Nada de facilitarle las cosas; tiene que aprender con dureza, pues su pecado y su ofensa superaron cualquier límite.
Sin embargo, al Padre no le interesa si se ha o no arrepentido; no piensa en el castigo que le impondrá y, mucho menos, en la venganza; no se preocupa de si su regreso y arrepentimiento son sinceros o si más pronto que tarde volverá a las andadas y hará de nuevo lo mismo.
En un gesto que los humanos no podemos comprender fácilmente, el Padre sólo quiere abrazarlo, celebrar que ha vuelto a la vida, que de nuevo está con Él, que ha sido encontrado. Le devuelve la dignidad perdida, y eso lo celebra con una gran fiesta.
Éste es el Dios que se nos revela en Jesús. Por eso, con ese Padre-Madre, si creemos en Él, habremos realizado la Pascua definitiva: con ese Dios ya no habrá muerte; hemos sido perdonados. Su único interés es que tengamos vida, y vida en abundancia, que es justo la que nos trajo Jesús en el Evangelio.
Agradezcamos esa maravilla de Dios en quien hemos tenido la gracia de creer.