domingo, 25 de septiembre de 2016

Dom. XXVI; 25 de septiembre del 2016; Homilía José Antonio Pagola.

ROMPER LA INDIFERENCIA
Según Lucas, cuando Jesús gritó “no podéis servir a Dios y al dinero”, algunos fariseos que le estaban oyendo y eran amigos del dinero “se reían de él”. Jesús no se echa atrás. Al poco tiempo, narra una parábola desgarradora para que los que viven esclavos de la riqueza abran los ojos.
Jesús describe en pocas palabras una situación sangrante. Un hombre rico y un mendigo pobre que viven próximos el uno del otro, están separados por el abismo que hay entre la vida de opulencia insultante del rico y la miseria extrema del pobre.
El relato describe a los dos personajes destacando fuertemente el contraste entre ambos. El rico va vestido de púrpura y de lino finísimo, el cuerpo del pobre está cubierto de llagas. El rico banquetea espléndidamente no solo los días de fiesta sino a diario, el pobre está tirado en su portal, sin poder llevarse a la boca lo que cae de la mesa del rico. Sólo se acercan a lamer sus llagas los perros que vienen a buscar algo en la basura.
No se habla en ningún momento de que el rico ha explotado al pobre o que lo ha maltratado o despreciado. Se diría que no ha hecho nada malo. Sin embargo, su vida entera es inhumana, pues solo vive para su propio bienestar. Su corazón es de piedra. Ignora totalmente al pobre. Lo tiene delante pero no lo ve. Está ahí mismo, enfermo, hambriento y abandonado, pero no es capaz de cruzar la puerta para hacerse cargo de él.
No nos engañemos. Jesús no está denunciando solo la situación de la Galilea de los años treinta. Está tratando de sacudir la conciencia de quienes nos hemos acostumbrado a vivir en la abundancia teniendo junto a nuestro portal, a unas horas de vuelo, a pueblos enteros viviendo y muriendo en la miseria más absoluta.
Es inhumano encerrarnos en nuestra “sociedad del bienestar” ignorando totalmente esa otra “sociedad del malestar”. Es cruel seguir alimentando esa “secreta ilusión de inocencia” que nos permite vivir con la conciencia tranquila pensando que la culpa es de todos y es de nadie.
Nuestra primera tarea es romper la indiferencia. Resistirnos a seguir disfrutando de un bienestar vacío de compasión. No continuar aislándonos mentalmente para desplazar la miseria y el hambre que hay en el mundo hacia una lejanía abstracta, para poder así vivir sin oír ningún clamor, gemido o llanto.
El Evangelio nos puede ayudar a vivir vigilantes, sin volvernos cada vez más insensibles a los sufrimientos de los abandonados, sin perder el sentido de la responsabilidad fraterna y sin permanecer pasivos cuando podemos actuar.

Matrimonio igualitario y Estado laico; Octavio Rodríguez Araujo; La Jornada, 15 de septiembre del 2016.

¿Por qué tanto brinco si el suelo está parejo? Nadie, que yo sepa, ha propuesto que las distintas iglesias existentes en México casen a personas del mismo sexo. La posibilidad de que contraigan matrimonio está en manos de las autoridades civiles dependientes de gobiernos que, constitucionalmente, son laicos. En México, debe recordarse, no hay religión de Estado; éste es laico y todas las religiones pueden coexistir sin que intervenga, salvo para regular algunas de sus actividades, muy pocas.
Si las iglesias no quieren el matrimonio entre personas del mismo sexo, lo único que tienen que hacer es negarse a realizarlo en sus templos. Están en su derecho, pero no pueden obligar a un juez civil a que no lo haga si la ley dice que puede hacerlo. Lo mismo sobre el aborto: nadie está obligado a practicarlo en contra de sus convicciones, pero si tanto la mujer embarazada como un médico están de acuerdo, y la ley lo permite, ¿cuál es el problema? ¿O acaso los representantes de creencias religiosas piensan que tanto las mujeres como los médicos que aceptan el aborto deben someterse a dichas creencias? No todo mundo es creyente ni necesariamente se inscribe como practicante de una religión, y aun entre muchas mujeres con una determinada religión (como el grupo Católicas por el Derecho a Decidir) las hay que anteponen su conveniencia y su libertad de interrumpir el embarazo a sus creencias religiosas o a lo que les dice un sacerdote.
Cada quien tiene derecho a creer lo que le da la gana o no, pero es signo de civilización respetar a quienes no piensan igual que uno. Con la fe y el dogma no se discute, se aceptan o no, y en esto consiste el libre albedrío. Yo no trato de convencer a nadie de que Dios no existe, pero tengo derecho a decirlo. Los que se aferran a la idea de Dios, como creador y otros atributos, también están en su derecho, pero que no traten de convencerme porque me niego a escucharlos. Este también es otro de mis derechos, como cambiar de canal en la televisión si no me gusta lo que estoy viendo. Malo que sólo hubiera un canal de televisión, como igual de malo, o peor, sería que el Estado y los gobernantes me impusieran una creencia y el pensamiento único de cualquiera que fuera su especie.
Qué bueno que los que están por la familia que ellos llaman natural se manifiesten en las calles, es mejor que provocar otra guerra cristera como en el pasado, que fue muy sangrienta. Están ejerciendo un derecho, pero por lo menos en un ejemplo, el estado de Morelos, el obispo y los religiosos católicos y de otras iglesias que consideren que el matrimonio sólo es válido y legal entre un hombre y una mujer, estarían oponiéndose a la Constitución Política de la entidad, que en su artículo 120 señala: el matrimonio es la unión voluntaria de dos personas, con igualdad de derechos y obligaciones, con el propósito de desarrollar una comunidad de vida y ayudarse mutuamente. La celebración, registro y certificación de los hechos y actos constitutivos, modificativos o extintivos del estado civil de las personas son de exclusiva competencia del Registro Civil en los términos que establezcan las leyes de la materia, y tendrán la fuerza y validez que las mismas les atribuyan. Antes de la reforma de este artículo se decía que el matrimonio era la unión voluntaria de un hombre y una mujer, con igualdad de derechos y obligaciones, con la posibilidad de procreación de hijos y de ayudarse mutuamente. Es así que en Morelos algunos ministros de culto religioso se oponen a su Constitución Política, lo cual merece sanción por parte del gobierno, tanto estatal como federal, en relación con las asociaciones religiosas y sus límites de acción en política (consignados en la ley respectiva). El matrimonio religioso, dicho sea de paso, no tiene validez jurídica alguna en México.
Que no digan los ministros de diversas iglesias (sobre todo de la católica) que ellos no tuvieron nada que ver con las marchas organizadas por el Frente Nacional por la Familia (10 de septiembre), porque desde las parroquias e incluso en la Conferencia del Episcopado Mexicano, máxima autoridad de la congregación católica en el país, se afirmó que se respaldaban las protestas y en varias entidades hubo sacerdotes católicos entre los manifestantes, e incluso obispos.
Los ministros religiosos de Morelos, para seguir con el ejemplo citado, violaron la Constitución al oponerse activamente a una ley vigente, pero en otras entidades están presionando para que la iniciativa en favor de los matrimonios igualitarios no sea aprobada. Si de ellos dependiera, los homosexuales (hombres y mujeres) no deberían tener los mismos derechos que los heterosexuales para una vida en común. Pensaron que iban a ser muchos los defensores de las familias llamadas tradicionales (¿tradicionales desde cuándo y a partir de la imposición de qué religión?), pero aun con las cuentas más alegres del frente convocante (que exageró sus cifras) no lograron llegar siquiera a uno por ciento de la población del país ni involucrar a todas las entidades federativas (con trabajos a la mitad).
Está en manos del Poder Legislativo que México dé un paso adelante en el tema de derechos humanos relacionados con la discriminación y la intolerancia que no deberían existir, o que nos quedemos estancados en el pasado y en peligro de perder una de las grandes conquistas de los estados modernos: su laicidad.


rodriguezaraujo.unam.mx

Traición a la patria; Gilberto López y Rivas; La Jornada, 15 de septiembre del 2016.

En la Ciudad de México, siendo el día 15 del mes de septiembre de 2016, el suscrito comparece nuevamente ante las autoridades que correspondan y ante el pueblo de México, para exponer e interponer, con fundamento en lo establecido en los artículos 8 y 39 de la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos; 2º. fracción I, 113, 116, 118 y demás relativos y aplicables del Código Federal de Procedimientos Penales, una ratificación y ampliación de denuncia de hechos por la posible comisión del delito de traición a la patria, tipificado en el artículo 123 del Código Penal Federal, contra Enrique Peña Nieto, sus funcionarios y quienes resulten responsables de anteriores gobiernos, por acción u omisión en el ejercicio de sus funciones en los actos que a continuación se describen:
1.- Alentar, permitir y coadyuvar para que un porcentaje considerable del territorio nacional sea entregado a corporaciones extranjeras mineras, en 70 por ciento canadienses, que contaminan aguas, flora y fauna y atentan gravemente contra la salud de los habitantes de su entorno, despojando en los hechos a los legítimos dueños de las tierras de propiedad ejidal, comunal y privada, mediante concesiones otorgadas a esas empresas, sin tomar en consideración que las mismas se encuentran protegidas por el artículo 27 de la Constitución. Otras corporaciones, como la Coca-Cola y cerveceras, al igual que las mineras, se han adueñado de numerosas fuentes de agua, privatizando este líquido vital en perjuicio de millones de mexicanos. Igualmente, enormes extensiones de litorales y playas, han sido adjudicados a corporaciones extranjeras. Estas acciones violentan gravemente la independencia, soberanía e integridad de la nación mexicana, al enajenar y gravar territorio nacional y sus recursos, y contribuir con ello a su desmembración.
2.- Ratificar y continuar cumpliendo lo estipulado en el Tratado de Libre Comercio (TLC), la Alianza para la Seguridad y la Prosperidad de América del Norte (Aspan), y la Iniciativa Mérida, que dañan gravemente la soberanía económica y política de la nación, en beneficio del gobierno y las corporaciones de Estados Unidos, particularmente, sin que estos tratados y mecanismos injerencistas hayan sido sancionados por el Congreso de la Unión ni hayan sido consultados a la ciudadanía. Por medio de Aspan y la Iniciativa Mérida, impuestas por los gobiernos anteriores, y aceptados por el titular del Poder Ejecutivo federal en funciones, agentes de corporaciones militares, policiacas y de inteligencia extranjeros actúan en territorio nacional, algunos de ellos presuntamente armados; estos agentes realizan tareas de seguridad e inteligencia e interfieren y monitorean nuestras comunicaciones desde la Oficina Binacional de Inteligencia, con sede en la Ciudad de México, donde actúan la Agencia de Inteligencia Militar (DIA), la Oficina Nacional de Reconocimiento (NRO) y la Agencia Nacional de Seguridad Nacional, dependientes del Departamento de la Defensa de Estados Unidos. Asimismo, están presentes agentes de la Agencia Federal Antinarcóticos (DEA), la Oficina Federal de Investigación (FBI) y la Oficina de Alcohol, Tabaco, Armas de Fuego y Explosivos (ATF), que responden al Departamento de Justicia de ese país, y, claro, la Agencia Central de Inteligencia (CIA). Estos organismos mantienen enlaces que consiguen información requerida por los extranjeros en todas las dependencias militares, de seguridad e inteligencia mexicanas, en una clara violación a la soberanía y a la seguridad nacionales.
Ya en 2007 emplazamos al entonces procurador general de la República, Eduardo Medina Mora, a responder sobre el hecho de que el gobierno de Estados Unidos contrató a la empresa Verint Technology Inc para intervenir todos los sistemas de comunicación de nuestro país, según el contrato 5-INLEC-07-M-0002, por un monto de 2 millones 963 mil 438 dólares. El anuncio del contrato que ganó la licitación fue publicado el 23 de febrero de 2007, en el sitio web de la administración pública estadunidense. De lo que se desprende que dicha empresa, u otra similar, continúa trabajando en el escrutinio de las comunicaciones de los ciudadanos, afectando las garantías individuales y, nuevamente, la soberanía nacional, sin que el gobierno actual haya dado cuenta de esta denuncia pública. En ese entonces planteamos estas interrogantes, hoy vigentes: ¿Quiénes deciden qué particulares, organizaciones u organismos deben ser vigilados? ¿Qué marco legal permite o no estas interferencias? ¿Quién clasifica la información y bajo qué criterios? ¿Qué organismo local o extranjero interpreta los datos obtenidos? ¿Es legal que un gobierno extranjero contrate una compañía también foránea para intervenir comunicaciones nacionales? ¿Qué opinan al respecto la CNDH, los integrantes del Congreso de la Unión, los ministros de la Suprema Corte de Justicia de la Nación, quienes sin duda también serán intervenidos en sus comunicaciones, en razón de la seguridad nacional y lucha contra el terrorismo?
3.- Otro hecho que configura el delito de traición a la patria es la reforma energética que modificó los artículos 27 y 28 constitucionales, que ha profundizado la privatización de Pemex en beneficio de corporaciones extranjeras y firmas privadas de los allegados de Peña Nieto. Esta reforma constituye en los hechos un acto de desnacionalización del petróleo y su entrega a las grandes corporaciones estadunidenses, como Exxon, Mobil y Chevron, acorde con los documentados artículos de mi colega y experto en el tema John Saxe-Fernández (La Jornada, 25 de julio y 22 de agosto de 2013). Con la entrega de Pemex se complementó el ciclo de la ocupación integral del país que ha venido denunciando el grupo Paz con Democracia (La Jornada, 16/11/ 07).

4.- Recibir al candidato republicano Donald Trump en la residencia oficial de Los Pinos, quien es un abierto y autodeclarado enemigo de México y los mexicanos, suceso también censurable de traición nacional. Por lo anteriormente expuesto, respetuosamente pido se sirvan: Único.- Tener por interpuesta la presente denuncia, solicitando a las autoridades competentes de los poderes Judicial y Legislativo, en virtud de su interposición, procedan a efectuar todas las diligencias pertinentes para que se acredite de manera fehaciente la responsabilidad de los acusados en el delito que se les imputa.

Ante el derrumbe, ¿qué México?; Jorge Carrillo Olea; La Jornada, 9 sept.2016.

Mi respeto a Carmen Aristegui.

Este escrito parte de una premisa: nuestro México, el de las actuales generaciones, no da para más. Se agotaron sus magnificencias y se preservaron vicios. Eje de un deseable remedio es aceptar que nuestros grandes propósitos de patria, democracia y justicia fallaron en su conjunto. Se agotó el sistema en todo lo deseable. Su derrumbe incluyó a un sepulturero. Hay que crear un nuevo orden, no con los antiguos modelos, sino con otros visionarios, promotores del mejor futuro posible y rigurosamente realistas.

Los viejos propósitos siguen siendo los mismos, son principios inmutables, imperativos. Las que produjeron este desfase fueron las prácticas aplicadas. Resultaron claramente contrahechas, fallidas y costosísimas. Fueron décadas de simular, de protagonismos triunfalistas, nefastos. En tanto, el mundo ha sido arrebatado en un torbellino de cambios en lo geopolítico y en la vida interna de los países. ¿Las causas?, muchas. Muchas, algunas que México comparte; lo que no compartió fue el sentido visionario y la capacidad de ejecución de ciertos líderes de aquellos rumbos. En un examen corto, para nuestro terruño han sido más de 15 años de quehacer errante.

En 1980 se formuló una alerta, un libro que se llamó Última llamada. Sus argumentos eran totalmente válidos. La crítica oficialista lo trivializó burlona. El gobierno lo despreció y llevó a su autor a exiliarse en Falfurrias, Texas, lo que llevaba todo un mensaje de desprecio del exiliado a quien lo expulsó. Alertas como aquella se han multiplicado inútilmente. Las críticas que hoy se producen ya no operarían para el presente, es muy tarde. Hay que empezar a dibujar el mañana. No es sugerir futurismo político. Es pensar en lo que debemos dejar como legado. Es un acto de responsabilidad.

A dos años, ante el derrumbe, ¿qué México? es la gran cuestión. Debemos empezar por ahí, definir el México deseable. Deseable con prudencia, con serenidad e inteligencia. ¿Qué México? es la gran cuestión. Es una tarea antes que todo de patriotas, de ilustrados en la brega o en el aula, de experimentados y sobre todo es tarea de honestos. El México deseable, viable, no es de difícil definición, el problema es aceptar y enfrentar los graves problemas que hemos postergado. El país por todos anhelado es aquel donde haya justicia, probidad, salud, educación, empleo, cohesión social, compromiso con el ambiente y prestigio internacional. No son eufemismos, si no todos, a los más los hemos tenido ya en términos discretos.

El inmediatismo nos vuelve a empujar a analizar a los supuestos candidatos, inercia engañosa. No es ningún mérito señalar que primero habría que dilucidar qué México deseamos, compatible con lo posible, y sólo entonces deducir el quién ofrecería el mejor programa. Actuar al revés es sencillamente inconducente al fin deseado.

Se necesitan seres humanos que en el conjunto de sus decisiones y acciones ratifiquen poseer una idea de Estado. Que sus solitarias meditaciones los lleven a grandes conclusiones, que posean gran habilidad para leer las estrellas. Que sus actos no sean diseñados para salvar el momento, sino que acaben por inscribirlos en la historia de la grandeza. Que sepan pensar largo y actuar corto. Sí, pero el hombre vendrá después. Hoy urge dar respuesta a la interrogante que definirá el futuro: ¿Qué México?

Estamos ante la gran incógnita para el sistema político, que es si sabremos hacia dónde debemos ir. La tradicional pregunta: ¿quién será el bueno? no debe ser lo primero. Hoy, antes de personalismos, el reto histórico de anticipar el futuro nacional es enorme y demanda gran serenidad y perspicacia. Debemos ofrecer a la nación ideas, compromisos, firmeza, sobriedad y ser capaces de contestar a ¿qué México estamos buscando?

Como inspiración inicial sería bueno releer una suma de talentosos ensayos coordinados por Jesús Ramírez Cuevas en 2011, que es Nuevo proyecto de nación. En aquel tiempo no sufrió descalificación alguna y hoy, seis años después, lamentablemente sigue siendo actual, pues poco ha mejorado para la apreciación popular.

Es lamentable que en estos días sea subversivo alentar la revolución de las conciencias y el pensamiento crítico; hoy es subversivo promover la vuelta a una ética republicana y al combate a la corrupción. Para un cierto establishment es atentatorio plantear un retorno al estado de bienestar corrigiendo desviaciones, como inaceptable les resulta pensar que el derecho a la felicidad es la aspiración esencial del hombre. Por eso, con preocupación se plantea: a dos años, ¿qué México?
carrillooleajorge@gmail.com   


26 domingo ordinario; 25 de septiembre del 2016; Homilía FFF.

Amós 61. 4-7; Salmo 145; 1ª a Timoteo 611-16; Lucas 1619-31

En continuidad con el domingo anterior, la liturgia insiste en radicalizar la postura del Evangelio a fin de comprender un poco más esa difícil conexión entre el deseo de Dios y el bien de la humanidad. Aparentemente, la cuestión religiosa es algo que atañe exclusivamente a lo “espiritual”, a la relación “íntima” entre Dios y el hombre, y nada más. Si yo rezo, si “me siento bien en mi interior”, si cumplo con los sacramentos, si no cometo “pecados realmente graves” como robar, asesinar, secuestrar, entonces podré decir que tengo una “buena espiritualidad”, una sana relación con Dios; es decir, que estoy bien con Dios, y que Él está bien conmigo.
Sin embargo, el mensaje de Jesús va mucho más allá. No que lo anterior esté mal; pero, por un lado, no basta; y por el otro, puede justificar y ocultar acciones que abiertamente pervierten el “deseo de Dios”. Y, entonces, nuestra experiencia religiosa se convierte en una ideología que oculta la auténtica relación que debe existir entre Dios y el ser humano.
Y la cuestión no es complicada, al menos de entender, cuando hay voluntad de hacerlo. Se trata de aterrizar, concretar, vivir la “síntesis de la ley y los profetas” que se resume en el “amar a Dios y amar al prójimo”. La verdadera relación con Dios es la que no omite la relación con el prójimo, por un lado; y, por el otro, la que cuida de su vida hasta las últimas consecuencias, poniendo como base fundamental la posibilidad de que todos disfrutemos de los mínimos bienes de la naturaleza, especialmente los que son imprescindibles para una vida digna.
En este sentido, jamás se puede concebir una auténtica vivencia del Evangelio de Jesús cuando se omite uno de los 3 polos que la constituyen: El Dios del Reino manifestado por Jesús en su evangelio, el prójimo que cuando menos hemos de procurar –en lo que está de nuestra parte- que tenga las condiciones mínimas para disfrutar de los bienes de la creación, y mi propia persona. Sin este triángulo, podremos tener mil experiencias religiosas, pero no serán las del Jesús del Evangelio. Y lo peor que nos puede pasar, es justo confundirnos; creer que porque tengo relación con Dios a través de una oración intimista, ya “estoy cumpliendo con la ley y los profetas”.
Las lecturas de este domingo son un duro golpe a nuestra hipocresía o a esa experiencia religiosa que hemos hecho “al tamaño de nuestras conveniencias”. Tratan de dejarnos ver con toda claridad cuál es el seguimiento auténtico de Jesús; cuál es la experiencia religiosa “que le agrada a Dios”, porque en el fondo es la única que puede ayudar a construir el Reino, esa sociedad de hombres y mujeres libres, que comparten como hermanos la riqueza de la creación.
El Profeta Amós, que escribió 8 siglos antes de Cristo, contrasta la vida de los opulentos contra la de los pobres, y cómo eso no agrada a Dios: por eso irán al destierro: “¡Ay de Uds. que se sienten seguros!”, comienza por advertirles. Y luego describe con unos cuantos verbos la causa de su condena: “Se recuestan sobre almohadones para comer los corderos del rebaño y las terneras en engorda. Canturrean…, creyendo cantar como David. Se atiborran de vino, se ponen los perfumes más costosos, pero no se preocupan por las desgracias de sus hermanos. Por eso irán al destierro a la cabeza de los cautivos y se acabará la orgía de los disolutos”.
En sentido estricto, no es que estén cometiendo crímenes terribles; simplemente han acumulado riquezas y disfrutan de ellas, sin preocuparse por las desgracias de sus hermanos. Punto. El triángulo se rompe: podríamos decir que permanecen dos ángulos, pero eso no basta: están los opulentos y, supuestamente, Dios; pero no los pobres ni una preocupación efectiva por ellos. Así, al quitar uno de los ángulos, se destruye el triángulo: si no están los pobres presentes en nuestra experiencia religiosa y si no está el compromiso eficaz por disminuir su pobreza, entonces Dios no está en nuestra vida. Por eso iremos al destierro: es decir, caminaremos solos en el desierto de nuestra soledad, porque ya Dios no irá con nosotros. Dejar a los pobres, es dejar a Dios.
Lucas en la parábola de Lázaro y el Rico Epulón, radicaliza el tema. El Rico Epulón, por no atender eficazmente al pobre Lázaro, está irremediablemente perdido. Lo tenía todo y lo perdió todo. Ese es el símbolo del infierno: el sitio donde nos ahoga la soledad de la separación de Dios y de los hermanos; es el infierno de nuestro propio interior. Lo tenemos todo, pero realmente no tenemos nada. Esa profunda soledad, ese destierro en el que estamos, nos asfixia; se convierte en el peor tormento; y lo más triste es que no puede ser llenado por la riqueza.
De nuevo, Epulón no era una “mala persona”; la parábola no dice que se fue al lugar de castigo por haberse portado mal. Simplemente, porque fue indiferente ante la pobreza de Lázaro tirado en el portal de su Mansión.
Retomemos la recomendación de Pablo a Timoteo: cumplir fiel e irreprochablemente todo lo mandado en el Evangelio; no lo que nos conviene; no lo que se adapta a nuestros criterios, valores y forma de vivir. ¡No! Vivamos la totalidad de lo que Jesús nos mandó, empapándonos de su vida y sus opciones.


viernes, 16 de septiembre de 2016

La Jornada; Miércoles 7 de sept. '16; "El acecho del fundamentalismo católico en México".

Bernardo Barranco V.

Un grave error han cometido los obispos mexicanos al legitimar, política y religiosamente, al Frente Nacional por la Familia. Están refrendado el rostro más oscuro y conspirativo de la ultraderecha católica mexicana. Si bien siempre ha existido una estrecha relación entre muchos obispos y los ríos subterráneos del fundamentalismo católico, pocas veces habían recibido el respaldo episcopal de manera pública. El terror de Dios puede hacerse presente en suelo mexicano con la aparición pública del Yunque. El fanatismo delirante puede reaparecer en la esfera pública y apoderarse de las buenas conciencias, convirtiéndose en nuevos soldados de Cristo. El Yunque, con toda su turbia historia, está de vuelta en las marchas del 10 y 24 de septiembre. Ese fundamentalismo católico encontró en las debilidades de Enrique Peña Nieto y sus erráticas decisiones el campo fértil para expandir su revanchismo. El Estado laico vive ahora la presión del fundamentalismo. El pretexto es la defensa de los valores fundantes de la familia y la patria. Hay una clara disputa por la identidad desde la resistencia. Pablo González Casanova, en su libro clásico La democracia en México, alertaba con preocupación sobre la reactivación de estos grupos en 1961, que además de exaltar campañas anticomunistas, bajo la consigna: cristianismo sí, comunismo no, manifestaban tajante rechazo y movilización conservadora a lo que entonces llamó la profanación de las costumbres.
Ese fundamentalismo católico, de herencia cristera, es portador de una cultura de violencia física, verbal y sicológica. Basta ver la deslealtad con que el frente fundamenta sus convocatorias a las marchas, sus panfletos tramposos; todo esto impregnado de un discurso de odio y desquite histórico. Nada abona al momento delicado que vivimos como país. En suma, en los métodos y argumentos esgrimidos en publicaciones como el semanario Desde la Fe los obispos han marcado diferencias con el papa Francisco, cuya actitud, por el contrario, es de apertura, comprensión y misericordia hacia la condición homosexual. Insisto, en la circunstancia actual que guarda la nación, los obispos están jugando con fuego.
Fruto de los grandes cambios de la cultura contemporánea, está irrumpiendo una nueva civilización. No son sólo ideas, sino nuevas prácticas que inciden en nuestra vida cotidiana. Lo contemporáneo aporta un conjunto, a veces desordenado, de lo que llamamos sentido común y códigos alternos, como formas distintas de trabajar, informarse, convivir, nuevos tipos de familia, de amar, de organizar la economía, de practicar la política y de convivir con una pluralidad social más explícita, que denominamos tolerancia. Sin embargo, al mismo tiempo surgen reacciones y movimientos contraculturales que rechazan radicalmente los cambios y se aferran al pasado. Describen lo actual como una desviación perniciosa de la historia e invitan a regresar a los orígenes. Hay diversos grados de resistencias, que van desde las generacionales, nostálgicas, hasta las radicales, que generan militancias intransigentes. A los movimientos religiosos intransigentes que combaten furibundamente la modernidad y lo contemporáneo se les llama fundamentalistas. Frente a las nuevas maneras de entenderse a sí mismo, surgen los fundamentalistas que reivindican la lectura literal de los textos religiosos fundantes, como el Corán, la Biblia, la Torah. Dichos textos, tal cual están escritos, son el fundamento de la conducta de las personas. En Estados Unidos, después de la Primera Guerra Mundial, se expandió el literalismo bíblico, el regreso a una supuesta rectitud de conducta, es decir, la exigencia intransigente de sometimiento a una doctrina o práctica establecida en las escrituras sagradas. A fines de los años setenta, el fundamentalismo se aplicó también en las corrientes integristas del islam, presentes en la revolución del ayatola Jomeini en Irán, que no sólo pretendía constituirse en un movimiento religioso y político de masas para restaurar la pureza islámica mediante la aplicación estricta de la ley coránica a la vida social, sino incitaba la violencia.
En el entorno internacional se registra un preocupante ascenso de los fundamentalismos. No sólo el islamismo, foco de la atención mediática, sino el fundamentalismo cristiano también. Donald Trump es fruto del fundamentalismo sajón, que despliega un discurso xenófobo, racista y homófobo. En México la ultraderecha católica se caracteriza por pretender instaurar un orden social cristiano desde una delirante militancia cuyo epicentro más reciente se sitúa en la guerra cristera 1926-1929. El propósito es construir un orden social teocrático protomedieval. De ahí que los valores, la ética social y la política son su campo de luchas preferidas. Dicha derecha es heredera de lo que el sociólogo francés Émile Poulat denominó catolicismo social intransigente, es decir, su apuesta histórica no está a debate; las raíces históricas se remontan al tajante rechazo de los valores y sistemas sociales construidos por la modernidad, que se sustentan en la racionalidad y el liberalismo. En la actualidad, el papa Francisco en reiteradas oportunidades ha condenado el fundamentalismo y ha pedido impugnarlo. El 29 de noviembre de 2015 sentenció: “El fundamentalismo es una enfermedad que se da en todas las religiones… Nosotros los católicos tenemos algunos –muchos– que creen tener la verdad absoluta y continúan manchando a otros con la calumnia, la difamación, y hacen daño. Esto lo digo porque es mi Iglesia. El fundamentalismo religioso se debe combatir”.

La querella por los matrimonios igualitarios es un pretexto para exaltar el delirio persecutorio. En realidad es una disputa cultural de México consigo mismo. Hace presencia ese México conservador que creemos que ya no existe. La novedad es el advenimiento de algunas iglesias pentecostales a las movilizaciones anunciadas. También, de manera oportunista el Partido Encuentro Social, el partido de la familia, cuyo dirigente, Hugo Eric Flores Cervantes, ha reiterado que su partido no es religioso. Los hechos y expresiones públicas demuestran lo contrario. Sus candidatos destilan homofobia, como fue el caso de su aspirante a la gubernatura de San Luis, Arturo Arriaga, quien comparó la homosexualidad con el narcotráfico y afirmó que los gays y madres solteras dañan la familia (Excélsior, 31/3/15). Muchas preguntas quedan tras las marchas anunciadas. La principal: ¿qué capacidad de convocatoria y fuerza tiene hoy la ultraderecha católica en México? Lo veremos pronto.

domingo, 4 de septiembre de 2016

Trump, sí; maestros, no; La Jornada, 3 de septiembre del 2016; Hugo Aboites *

 Los maestros anuncian cierres de carreteras exigiendo la reanudación del diálogo y, en respuesta, el gobierno prepara la represión. Trump insulta y amenaza con cerrar la frontera de manera permanente con un muro que pagarán los mexicanos; el sector empresarial guarda respetuoso silencio y el presidente lo invita a dialogar en Los Pinos. Aun cambiando todo lo que haya que cambiar, con esa decisión el gobierno deja sin sustento político y ético la postura que adopta con los de casa, los maestros, la de no dialogar y no llegar a acuerdos. Dar un trato digno al indigno y negarlo a quienes han asumido la tarea de ser los mentores de la nación es infligir un golpe aún más profundo a la vapuleada dignidad del país. Son los maestros de escuelas públicas quienes han creado las condiciones para que millones de mexicanos, incluyendo a aquellos que en alguna apartada y polvorienta escuela del norte pudimos aprender a leer y escribir y conocer algo de este nuestro país. Una tarea difícil y siempre mal pagada, pero digna como pocas.

Afortunadamente, apenas hace dos semanas el Instituto Nacional para la Evaluación de la Educación (INEE) abrió una ruta de diálogo al decidir la suspensión por un año de las evaluaciones a los maestros. Una decisión importante que, en primer lugar, debió contar con la anuencia de la Secretaría de Educación Pública (SEP). Porque en un clima político muy galvanizado se sabía que establecer una moratoria, así fuera parcial, a la aplicación de la reforma, necesariamente tendría una lectura política. Y así se manejó en varios medios, como un guiño a la CNTE. En segundo lugar, con esta decisión el INEE confirma lo que en entrega anterior planteábamos ( La Jornada, 20/08/2016), que era perfectamente válido y no vulneraba el marco legal de la reforma educativa optar por no aplicar un tipo de evaluación y dar preferencia a otro, más humano. Ahora, el INEE va más lejos y considera perfectamente legal suspender completamente, así sea por un tiempo, todo tipo de evaluación. Esta capacidad de dejar sin efecto temporal o incluso indefinidamente (como ha venido ocurriendo con la evaluación descrita en los artículos 15-20 de la ley) muestra, con toda la contundencia de los hechos, que la SEP-INEE tiene un espacio enorme de flexibilidad en la aplicación de la ley y, por tanto, un horizonte amplio de negociación. En tercer lugar, es alentador observar que esta decisión suspensiva del INEE no ha generado absolutamente ninguna crítica, comentario cauteloso o rechazo.

Ni siquiera Mexicanos Primero, organización empresarial siempre pronta a señalar con dedo flamígero cualquier desviación de la ley, alguna concesión a la CNTE, o la politiquería en lo oscurito, como se denunciaba respecto de las mesas en la Secretaría de Gobernación. Hay que recordar que ya en el pasado, en junio de 2014, la SEP de Chuayffet suspendió por unas semanas la aplicación de una evaluación, y entonces Mexicanos Primero, junto con el propio INEE, se fueron literalmente a la yugular al secretario acusándolo de violentar la legalidad. Todo esto significa que ahora es perfectamente posible para el gobierno encontrar una salida al conflicto que no sea la de exigir la rendición incondicional y humillante (como Trump exige al gobierno), mediante la no aplicación o suspensión de una parte de la Ley General del Servicio Profesional Docente.

Lo que sigue es que el gobierno federal reconozca lo que está ocurriendo: que sus propias acciones muestran que es posible respetar el marco legal y responder a la demanda de que no se vulneren los derechos de los maestros. Si con la suspensión en los hechos ha abierto una puerta a la negociación, actuando de buena fe, ahora le corresponde explorarla con la otra parte. Si no lo hace, incurrirá en la profunda contradicción ética y política que significa haber abierto una puerta y luego, sin probarla, cerrarla violentamente. Frente al país, los padres de familia, los estudiantes y los propios empresarios que claman por el fin del conflicto, deberá entonces explicar por qué no le apuesta al diálogo, por qué prefiere reprimir al otro. En otras palabras, entrar en la dinámica de desaparecer al otro, políticamente.

El presidente Rafael Correa, de Ecuador, recientemente tomó esa ruta y ahora se dirige al absurdo: ha decretado la desaparición administrativa de la Unión de Trabajadores de la Educación, el sindicato nacional de maestros de ese país. Pero ni los movimientos magisteriales como el actual ni los sindicatos que han sido fundacionales en la historia moderna de América Latina pueden ser eliminados por decreto. Su sustento histórico no es una ley o norma administrativa, han nacido de inconformidades históricas tan profundas (y todavía más válidas hoy) que no pueden dejar de hacerse sentir y reconocerse. Además, en la hora de peligro que se avecina para la soberanía, son ellos, los más despreciados y pobres, los que habrán de proporcionar un sustento de dignidad y resistencia del que en este momento ya no puede prescindirse.


*Rector de la UACM

Cuando la Iglesia católica controlaba los matrimonios; La Jornada, Miércoles 31 de agosto; Carlos Martínez García

Un acto de autoridad terminó con el dominio que tenía la Iglesia católica sobre los matrimonios. Hasta entonces, la institución religiosa monopolizaba el derecho a decidir quiénes podían ser declarados unidos en matrimonio. En su óptica excluyente, solamente recibían el visto bueno las parejas formadas por hombre y mujer que declaradamente fueran católicos.
El presidente Benito Juárez promulgó en Veracruz la Ley del Matrimonio Civil el 23 de julio de 1859. Daba fin así a siglos en que durante la Colonia fue dominio de la Iglesia católica reconocer quiénes podían ser unidos, o no, en matrimonio. Ya como nación independiente, en México de 1821 a 1859 jurídicamente el matrimonio era un acto sujeto al derecho canónico y a la potestad de la Iglesia (citado por Adriana Y. Flores Castillo, Ley de Matrimonio Civil (23 de julio de 1859), en Patricia Galeana, coordinadora, Secularización del Estado y la sociedad. 150 aniversario de las Leyes de Reforma, Siglo XXI Editores, México, 2010, p. 214).
Quienes por distintas razones no se casaban en la Iglesia católica, fuera por propia decisión o porque la institución religiosa les negaba el acto que para ella es un sacramento, eran etiquetados por la organización eclesiástica como amancebados, arrejuntados, concubinos y a sus descendientes se les estigmatizaba con el epíteto de ilegítimos o bastardos.
Antes de la Ley del Matrimonio Civil juarista quienes tenían una confesión religiosa distinta de la católica romana y deseaban unirse de acuerdo con sus creencias, si tenían medios cruzaban la frontera del país y celebraban la ceremonia donde no la monopolizara la Iglesia católica. Por ejemplo, fue el caso del médico estadunidense Julio Mallet Prevost, residente en Fresnillo, Zacatecas, y su prometida Mariana Cosío, hija del liberal Severo Cosío. La pareja debió viajar en 1850 a Brownsville, Texas, para contraer matrimonio bajo la liturgia presbiteriana.
En su querella contra Juárez y los liberales que junto con él dieron la lid por quebrar el dominio conservador católico de la sociedad mexicana, la jerarquía romana hizo un uso faccioso de la declaratoria de matrimonios válidos. Decidió negarle la ceremonia matrimonial, además de excomulgarlos, a quienes hubieran jurado la Constitución de 1857 y apoyaran la gesta juarista. Fue por esto que Manuel Ruiz, ministro de Justicia e Instrucción Pública, justificó el nuevo instrumento jurídico que arrebató del control eclesiástico las bodas: Tiempo era de que se regularizara y ordenara el matrimonio civil, sin el cual el clero continuaría ejerciendo su perniciosa y disolvente influencia sobre las costumbres de los ciudadanos; y el más robusto fundamento de la sociedad, la familia legítima, quedaría servilmente subyugada y caprichosamente oprimida por los constantes abusos que de su autoridad espiritual hace el clero mexicano, pretendiendo extenderla a límites que deben ser ya prohibidos, y cuya transgresión debe ser severamente castigada. Así ha procurado hacerlo el excelentísimo señor presidente con la ley que sobre el matrimonio civil se ha servido expedir (Silvestre Villegas Revueltas, Antología de textos: La Reforma y el Segundo Imperio, 1853-1867, UNAM, México, 2008, p. 173).
La Iglesia católica fue prolífica en su oposición al matrimonio civil, contra el que lanzó anatemas y amenazas a los feligreses que se atrevieran a formalizar su relación de pareja frente a la institución dispuesta por los gobiernos. Lo hizo en México y por todas partes donde vio perdido su exclusivo privilegio de proclamar la legitimidad de los matrimonios. Bien ha recordado esto Eduardo Huchín en su blog, al proporcionar la liga a una joya del pensamiento retrógrado, el libro del jesuita Juan Perrone, compendiado por alguien que firma D.N., Del matrimonio civil, Barcelona, Librería Religiosa, Barcelona, 1859. Perrone fue bien conocido entre los católicos integristas mexicanos, su Catecismo acerca del protestantismo para uso del pueblo, de 1856, tuvo varias ediciones aquí, como la de 1874, de la Imprenta J. M. Lara. En la obra condenaba al protestantismo por ser hijo de una aberración: el libre examen, la libertad de conciencia.
Prácticamente al otro día de ser abiertas oficinas del Registro Civil en la capital del país, acudieron a ellas matrimonios de facto que deseaban legalizar su vínculo, que antes les estaba vedado por el control clerical católico. Mónica Savage (El laicismo en los primeros matrimonios civiles de la ciudad de México: el inicio de una fe anónima, Históricas, núm. 86, septiembre-diciembre, 2009, Instituto de Investigaciones Históricas, UNAM) da cuenta de parejas, entre ellas varias protestantes, que tenían tiempo de vivir juntas y en 1861 formalizaron legalmente su relación matrimonial, ya sin el temor de tener que vérselas con la institución religiosa tradicional que administraba según su cerrada óptica los casamientos.

La Iglesia católica, y de otras denominaciones que concuerden con ella sobre quiénes pueden ser reconocidos como matrimonio, tienen sus propios espacios para oficiar las ceremonias correspondientes. Nadie les está negando ese derecho, ni obligándoles a casar a hombres y mujeres que no llenan los requisitos que les piden solventar. El problema es que buscan confesionalizar la vida pública, negando derechos civiles a quienes no comparten sus creencias en cómo debe estar formada una familia. Juárez marcó la pauta sobre lo que era necesario hacer en una sociedad incipientemente diversa. Hoy que la diversidad se ha ampliado, es necesario profundizar el legado juarista y la laicidad del Estado.

Matrimonios igualitarios y salud mental; El Universal, a 29 de agosto del 2016; Juan Ramón de la Fuente

En una sociedad abierta, en una democracia, se puede y se debe disentir. Pero eso no significa necesariamente que sepamos disentir. El caso de la polémica desatada en torno a los matrimonios igualitarios —que es un asunto fundamentalmente de derechos— es un claro ejemplo de ello. Los  embates, las diatribas, los insultos y las amenazas que han surgido son, en verdad, preocupantes. Hace unos días (EL UNIVERSAL, 22/08/2016), un compañero columnista nos compartió en estas páginas el mensaje que recibió de un Frente Nacional, que aparentemente es real, y que a la letra decía: “Vamos todos unidos a subordinar al lobby homosexual… Y de ser necesario nos levantaremos en armas como alguna vez ya lo hicimos…” ¿En serio? De ser cierto, el asunto es muy grave.
Un día le comenté al filósofo Fernando Savater, a propósito de algún otro tema polémico, que todas las opiniones eran respetables. Me atajó de inmediato. Eso no es cierto, las personas son respetables, pero no necesariamente todas sus opciones. Tiene toda la razón. Mucho de lo que hemos escuchado en los últimos días, al respecto del tema que nos ocupa, lo confirma.
Es increíble que, entre los argumentos de quienes insisten en discriminar ante la ley a personas con orientaciones sexuales diversas y en segregarlas socialmente, se esgriman supuestas razones de salud física o psicológica. Para empezar, toda forma de discriminación está explícitamente prohibida en la Constitución, y pretender que por razones de salud esto pudiera justificarse en algún caso, es no sólo improcedente sino, además, inadmisible. ¿Sobre qué bases? Sólo desde el oscurantismo se podría sostener semejante postura. La Suprema Corte de Justicia de la Nación también ha sido explícita: el derecho a contraer matrimonio es parejo para todos, más allá de las preferencias sexuales.
Desde 1973, gracias en buena medida a los trabajos del Dr. Robert Spitzer, quien fue profesor de psiquiatría en la Universidad de Columbia, en Nueva York, y con quien tuve oportunidad de colaborar años después en un proyecto de clasificación de enfermedades mentales, la homosexualidad dejó de ser considerada una enfermedad. No había, no hay, ningún sustento científico que acredite que lo sea. Era un prejuicio al que la ciencia puso en evidencia, como a tantas otras cosas. En buena hora: el conocimiento a favor de los derechos humanos y de la dignidad de las personas.
La etiqueta de enfermos, por fortuna, desapareció formalmente, pero no así el hostigamiento, el rechazo, la presión social y la violencia de los que son objeto los no heterosexuales. Lo estamos constatando en estos días. Ese es el verdadero origen de su angustia: el estrés al que los someten, empezando a veces por la propia familia, la escuela, el médico inepto, la iglesia, la comunidad. La responsable es, en el fondo, la ignorancia. Quizá por eso se pretenda ahora, además, justificar tales embates por razones de salud, esgrimiendo diagnósticos inexistentes, en aras de proteger a los niños de supuestas agresiones. Otra barbaridad.
Como es de suponerse, el impacto en la salud mental de los niños adoptados por parejas del mismo sexo (y de las comunidades no heterosexuales en general), ha sido motivo de numerosos estudios en muy diversos países. No hay evidencia científica que haya podido demostrar diferencias significativas en la autoestima, el neurodesarrollo, la capacidad de adaptación, el rendimiento escolar o alguna forma de patología mental entre estos niños y aquellos que han sido criados por parejas heterosexuales. Las investigaciones rigurosas son las que permiten comparar a unos con otros, para poder llegar a conclusiones sólidas y no meramente especulativas.
En 2013, la Academia Americana de Pediatría expresó su respaldo a los matrimonios civiles del mismo sexo y al derecho que les asiste de adoptar hijos si así lo desean. La mejor forma de proveer seguridad y estabilidad, dice el documento técnico, es a través del matrimonio de los padres independientemente de su orientación sexual. Unos meses después, fue la Academia Americana de Psiquiatría Infantil y de la Adolescencia la que reconoció que no hay diferencias en la salud mental entre los hijos de padres heterosexuales y aquellos criados por padres pertenecientes a la comunidad LGBT (en referencia a la población lésbico, gay, bisexual y transexual). Si bien estos afrontan retos mayores por el ambiente hostil y la discriminación con el que se enfrentan con frecuencia, no difieren en su identidad sexual, ni en su comportamiento adaptativo, ni tienen mayor riesgo de ser víctimas de abuso sexual. En suma, no hay diferencia entre unos y otros. Es la calidad de la relación entre padres e hijos la que afecta su desarrollo.
La evidencia acumulada, analizada y publicada por diversas instituciones académicas cuyos expertos han estudiado el tema a profundidad, es cada vez mayor. En 2014 el prestigiado Colegio Real de Psiquiatría de Londres, publicó otro importante documento de consenso. Ahí se reitera que la homosexualidad no es una enfermedad y que no hay razón alguna para que estos no tengan exactamente los mismos derechos y responsabilidades que el resto de los ciudadanos: el acceso a los servicios de salud, el derecho al matrimonio, a la procreación, a la adopción y a la tutela de los niños. Por cierto, también se señala, con base en una abrumadora cantidad de información generada por décadas de investigación, que la orientación sexual es resultado de una combinación de factores biológicos y ambientales y que su diversidad es compatible con la salud mental.
Por su parte, el Colegio de Psiquiatras de Australia y Nueva Zelanda ha documentado explícitamente, que lo que más afecta la salud mental de la comunidad no heterosexual (en la que se incluye también con frecuencia a la población travesti, transgénero e intersexual) es la inequidad legislativa, la marginación y la discriminación interpersonal. Su recomendación no deja dudas: apoyar el matrimonio igualitario por razones de salud mental. Reconoce asimismo, la conclusión a la que ha llegado el grupo de expertos convocado por la Organización Mundial de la Salud con miras a la nueva Clasificación Internacional de Enfermedades y que es también contundente: ni la perspectiva clínica, ni la de la salud pública o de la investigación, justifican una clasificación diagnóstica basada en la orientación sexual de las personas.
El matrimonio igualitario, por el contrario, ha mostrado ser un factor de estabilidad emocional entre los miembros de una comunidad que ha sido históricamente segregada. Confiere, no sólo protección legal, es decir, derechos, sino también aprobación social y, al ser tratados por igual ante la ley, se incide positivamente en la salud mental tanto individual como colectiva. Es decir, no sólo la de los directamente afectados, sino también de la comunidad a la que pertenecen y del entorno en el que viven. La negación de este derecho, que constituye un injusto rechazo social, es capaz de generar temores y ansiedad, y es eso lo que genera algunas formas de patología más severa como la depresión y la angustia, entre otras. Quienes se empeñan, pues, en excluir a la comunidad no heterosexual de sus derechos, del acceso a una vida social respetada y respetable, se convierten así en una suerte de vectores de trastornos mentales.
Hay que aprovechar mejor los espacios que ofrece nuestra democracia para disentir, para debatir, para defender ideas y para esgrimir razones pero sin amenazas, sin tanta especulación, sin agraviar al otro. Y ahí donde haya ciencia que nutra el debate y ahuyente los dogmas, pues hay que aprender a usarla, para despejar dudas y erradicar prejuicios. La orientación sexual de las personas es diversa, como diversa es nuestra forma de pensar y de entender la vida. Esa es parte de la esencia de nuestra naturaleza.

Profesor de Psiquiatría, Facultad de

Medicina, UNAM

NO DE CUALQUIER MANERA; 8 de septiembre; José Antonio Pagola

Jesús va camino de Jerusalén. El evangelista nos dice que le “acompañaba mucha gente”. Sin embargo, Jesús no se hace ilusiones. No se deja engañar por entusiasmos fáciles de las gentes. A algunos les preocupa hoy cómo va descendiendo el número de los cristianos. A Jesús le interesaba más la calidad de sus seguidores que su número.

De pronto “se vuelve” y comienza a hablar a aquella muchedumbre de las exigencias concretas que encierra el acompañarlo de manera lúcida y responsable. No quiere que la gente lo siga de cualquier manera. Ser discípulo de Jesús es una decisión que ha de marcar la vida entera de la persona.

Jesús les habla, en primer lugar de la familia. Aquellas gentes tienen su propia familia: padres y madres, mujer e hijos, hermanos y hermanas. Son sus seres más queridos y entrañables. Pero, si no dejan a un lado los intereses familiares para colaborar con él en promover una familia humana, no basada en lazos de sangre sino construida desde la justicia y la solidaridad fraterna, no podrán ser sus discípulos.

Jesús no está pensando en deshacer los hogares eliminando el cariño y la convivencia familiar. Pero, si alguien pone por encima de todo el honor de su familia, el patrimonio, la herencia o el bienestar familiar, no podrá ser su discípulo ni trabajar con él en el proyecto de un mundo más humano.

Más aún. Si alguien solo piensa en sí mismo y en sus cosas, si vive solo para disfrutar de su bienestar, si se preocupa únicamente de sus intereses, que no se engañe, no puede ser discípulo de Jesús. Le falta libertad interior, coherencia y responsabilidad para tomarlo en serio.
Jesús sigue hablando con crudeza: “Quien no lleve su cruz detrás de mí, no puede ser mi discípulo”. Si uno vive evitando problemas y conflictos, si no sabe asumir riesgos y penalidades, si no está dispuesto a soportar sufrimientos por el reino de Dios y su justicia, no puede ser discípulo de Jesús.

No se puede ser cristiano de cualquier manera. No hemos de confundir la vida cristiana con formas de vivir que desfiguran y vacían de contenido el seguimiento humilde, pero responsable a Jesús.

Sorprende la libertad del Papa Francisco para denunciar estilos de cristianos que poco tienen que ver con los discípulos de Jesús: “cristianos de buenos modales, pero malas costumbres”, “creyentes de museo”, “hipócritas de la casuística”, “cristianos incapaces de vivir contra corriente”, cristianos “corruptos” que solo piensan en sí mismos, “cristianos educados” que no anuncian el evangelio...


23er domingo ordinario; 4 de septiembre del 2016, Homilía FFF

Sabiduría 913-19; Salmo 89; Filemón 910. 12-17; Lucas 1425-33

Sin duda una de las páginas más radicales del evangelio se encuentra en esta perícopa que nos ofrece el Evangelio de Lucas. Jesús sube a Jerusalén, sabiendo lo que este hecho implica de confrontación con los detentadores de poder, tanto religioso como civil. Ahí dará la batalla final hasta la muerte; por eso tiene absoluta conciencia que si su grupo de seguidores no está –también como Él- dispuesto a darlo todo hasta la muerte, entonces su proyecto de Reino no tendrá futuro.
Por eso, de camino, seguido por una multitud y, obvio, por sus discípulos, se vuelve hacia ellos y les hace la invitación más radical que jamás les había hecho. El tiempo se acaba; las agresiones y amenazas de muerte cada vez están más a la vuelta de la esquina; y desgraciadamente, los discípulos no terminan de entender el Proyecto del Reino ni de mostrar claro compromiso hacia él.
“Si alguno quiere seguirme –increpa Jesús- y no me prefiere…, no puede ser mi discípulo”. Ya lo había dicho: “no se puede servir a Dios y a las riquezas”. Pero ahora también va con las personas: seguir a Jesús implica no sólo dejar los bienes, sino preferirlo por encima de todos: padre, madre, esposa, hijos, hermanos; incluso por encima de uno mismo. Nada se puede interponer entre el seguimiento de Jesús y la vida de cada uno. El que juega a dos aguas, terminará por traicionar a Jesús y al Reino; por hacer un dios “a su medida”; por acomodar el Reino a sus intereses y, así, por claudicar al proyecto.
No podemos caminar por esta vida, sino “puestos los ojos en Jesús”. Ese ha de ser nuestro único horizonte. Por eso San Ignacio en sus Ejercicios Espirituales comienza poniendo a Dios y al Evangelio como “el Principio y Fundamento” de la vida del cristiano. “Venimos de Dios y hacia Él vamos”, como afirmó San Agustín. Y hay que usar las cosas; pero sólo como “medios” para llegar “al fin” para el que fuimos creados. No significa que no amemos a los que nos rodean o que no necesitemos los bienes de la naturaleza justamente para vivir y poder realizar el sentido de la creación humana: “alabar, hacer reverencia y servir a Dios nuestro Señor”, siguiendo también a San Ignacio. Pero lo que no podemos es equipararlos con Dios.
Lo radical, entonces, está en no engañarnos; en no confundir los medios con el fin. Es tan fácil hacer caricaturas de Dios o convertirlo en ídolos que nos permiten hacer lo que deseamos y así sentir que estamos justificados mediante el autoengaño, que tenemos que hacer un esfuerzo muy serio por analizar con toda franqueza la invitación que también a nosotros nos hace Jesús. ¿Estamos dispuestos a hacer frente a la lucha radical por el Reino, a no claudicar; a no dejarnos llevar por la comodidad, por lo fácil, por lo que nos permite creer que sí seguimos a Jesús, cuando en realidad lo estamos traicionando y ante la prueba nos echamos para atrás?
Nada ni nadie en esta vida puede estar por encima de Dios, de Jesús, del Proyecto del Reino. Esa es la radicalidad del Evangelio. Por eso las dos pequeñas parábolas que continúan el texto: Si alguien quiere construir una torre, tiene primero que calcular el “costo”. Es decir, ¿tenemos la clara voluntad y un amor total hacia Jesús, como para no quedarnos a mitad de camino? O dicho de otra forma, ¿estamos dispuestos a pagar el “precio” que implica decir que creemos en Jesús y en su proyecto? Varias veces conminó a jóvenes que decían querer seguirlo, pero el pretexto –decían- era que antes tenían que enterrar a sus padres o probar un arado, o asistir a una boda o lo que fuera. Claramente les dijo: “no son dignos de mí”. Podemos decir que sí queremos responder a la invitación; pero muchas veces no estamos dispuestos a pagar el precio.
La segunda parábola habla de una guerra, como la que sufre el Reino. Recordemos: “El Reino de los cielos sufre violencia, y sólo los violentos la conquistan”. Pero, ¿tenemos los “soldados”, las condiciones necesarias, los recursos imprescindibles, para seguir a Jesús? ¿Estamos dispuestos a “negarnos a nosotros mismos”, a “tomar la cruz” del Señor y a empeñarnos sin condiciones en la lucha por el Reino, contra la actual sociedad de corrupción, mentira, consumo, con un largo etcétera de injusticias y sufrimientos? ¿Cuál es el acervo espiritual que tenemos en el corazón como para seguir a Jesús?
Por eso la conclusión: “Cualquier de ustedes que no renuncie a todos sus bienes, no puede ser mi discípulo”. Renunciar, entonces, es ordenar “todo”, como medio, en función del fin para el que fuimos creados. Y esto implica un costo y una guerra sin tregua.
La primera lectura del libro de la Sabiduría nos anima. Lo que parece imposible para los hombres, es posible para Dios. Él nos envía a su “santo espíritu” para que podamos conocer sus designios. “Sólo con esa sabiduría lograron los hombres enderezar sus caminos y conocer lo que te agrada”.
Sólo quien vive apasionadamente, podremos decir que habrá vivido la vida.