Palabras del P.
Lombardi, en
nombre de
toda la
Congregación General
Querido Padre Adolfo:
Se
me ha encargado que le dirija, en nombre de la Congregación y en cierto sentido de toda la Compañía de Jesús, unas palabras
de agradecimiento, con ocasión de la conclusión de su servicio como Prepósito
General, una vez aceptada su renuncia.
Es
una tarea que la Compañía
le había confiado
hace ocho años, el 19 de enero de 2008,
en esta misma Aula, con una elección
por amplísima mayoría,
de la que todos los participantes en la Congregación General 35 nos sentíamos felices,
confiando plenamente en que poniendo
en sus manos la dirección de nuestra Compañía
hacíamos la elección
justa.
Hoy, poniendo la mirada en estos años en los que ha sido nuestro Padre General,
damos gracias al Señor por todos los bienes que se han seguido de ello, para nosotros, para la Compañía de Jesús extendida por el mundo,
para la Iglesia y para todas las personas a las que se dirige
nuestro servicio.
Gracias por su estilo personal. Todos los que le han conocido y encontrado hablan de su cordialidad, espontaneidad y simplicidad de trato; de su accesibilidad, de su relación
amable con todos, sean personas
simples o de alto rango. Quienes han convivido con usted en la Curia durante años han quedado impresionados por su mirada
siempre sonriente, su buen humor; no recuerdan haberle
visto nunca con una expresión
sombría, adusta, tiesa, y mucho menos airada.
Su
participación cordial en los encuentros que ha tenido con las comunidades le han granjeado el afecto y confianza, apertura
y seguridad de nuestros hermanos
del mundo entero,
que se han sentido animados
en su tarea apostólica. Se le ha visto como un Superior
lleno de simpatía y se le ha sentido
cercano y fraterno.
Diría que se le ha querido.
Gracias por su capacidad
para inspirar nuestra vida religiosa
y nuestro compromiso
en
la misión.
Nos ha recordado continuamente la perspectiva universal
de nuestra misión,
más allá de los confines restringidos de las regiones, naciones o Provincias; y nos ha invitado a la hondura espiritual, a evitar los riesgos
de la mediocridad y de la superficialidad. “Universalidad” y “hondura” son dos palabras
que hemos oído pronunciar de sus mismos
labios y que no olvidaremos. Nos ha exhortado a no ser jesuitas “distraídos”, sino más bien a “sentir
y gustar las cosas internamente” y a dirigirnos al núcleo de los problemas, de los desafíos
apostólicos de nuestro
tiempo, usando la inteligencia, el estudio y el corazón
para mirar el mundo con los ojos de Dios, para saber compartir
las alegrías y tristezas, los interrogantes de nuestros hermanos y hermanas,
para acompañarlos a la hora de buscar y encontrar los signos de la presencia y de la voluntad de Dios, y las mociones
del Espíritu bajo la corteza
superficial, de la figura exterior de este mundo globalizado y frenético, caracterizado por la nueva cultura digital.
Nos ha dado ejemplo
de una sabiduría serena, que se expresaba en homilías ricas en imágenes y reflexiones profundas, en invitaciones a la coherencia de nuestra vida religiosa, a la concreción de una conversión cotidiana. Homilías que nacían de su rica experiencia espiritual y de su vida apostólica, en la que sentíamos no pocas veces el eco de la misión en los amplios horizontes de Asia.
Estas dotes de su persona y de su modo de ser no pretenden, sin embargo, dejar en segundo plano el hecho de que ha puesto mucho empeño en la acción de gobierno para responder a las expectativas que había manifestado la Compañía en la
Congregación
General
35.
En
estos años, bajo su dirección
e impulso, se ha producido
un gran trabajo de reestructuración de Provincias en diversas partes del mundo;
los Superiores Mayores
también han sido invitados a mirar hacia el futuro y a discernir sobre el número
puede que demasiado grande de obras y ministerios presentes en las zonas de su competencia; las Conferencias de Provinciales y sus Presidentes se han visto animados a la tarea d responder
a los desafíos que iban más allá de los confines
provinciales o regionales.
La
Curia general ha sido una cantera de experimentación muy dinámica y creativa de nuevos modos de servir a la Compañía universal.
Usted no
ha
tenido
un
estilo
de
gobierno individualista y centralista, sino que ha sido capaz de dejarse
ayudar, de implicar
a sus colaboradores más directos en un trabajo
común y corresponsable, de equipo. Ha hecho uso frecuente y eficaz
de grupos de trabajo y comisiones para afrontar problemas
complejos, para la constitución, reorganización o promoción de los Secretariados, como los de ecumenismo y diálogo interreligioso, educación secundaria y superior…
También se han reorganizado el Archivo y el Instituto
Histórico. Se han reestructurado
los lugares de trabajo, dejándolos más acogedores y funcionales. Los edificios de la Curia
y de la Via dei Penitenzieri se han renovado
completamente y, en fin, también
el Aula en la que nos encontramos corona
dignamente todo este trabajo realizado
gracias a su equipo de gobierno.
Nos ha recordado que el apostolado intelectual debe seguir siendo una de las características del servicio
de la Compañía a la Iglesia y al mundo,
y ha animado eficazmente el compromiso de toda nuestra Orden para sostener
las instituciones y misiones que la Santa Sede
le
ha confiado en Roma para el bien de la Iglesia
universal.
Ha
promovido entre nosotros
lo que podría definirse
como
una
“cultura
de
la responsabilidad”. En la lengua
inglesa gusta mucho la palabra
“accountability”: rendir cuentas, responder de las tareas confiadas
y la confianza depositada. Lo que vale para todas
nuestras responsabilidades, tanto apostólicas como de gobierno.
En
particular, ha logrado
que la Compañía haya alcanzado
una buena capacidad
de afrontar los casos graves en los que haya sido o vaya a ser necesario intervenir, por ejemplo, en el campo de los abusos
a menores, en el que también nosotros, como toda la comunidad de la Iglesia, hemos tenido que emprender un camino doloroso
de respuesta por los crímenes
cometidos, de conversión y de purificación. Todavía queda trecho por recorrer
hasta llegar a ser verdaderos protagonistas de la prevención y de la protección de los menores,
aunque se ha hecho mucho.
Igualmente hay otros aspectos
importantes de su dirección de la Compañía
que no queremos
olvidar.
Se
ha esforzado mucho y ha viajado mucho, en primer
lugar, para conocer
la Compañía universal, particularmente las zonas que había conocido
menos antes de su elección;
para acercarse y hacerse presente,
animar, participar, conocer
más hondamente. Ha escrito muchas cartas, pronunciado muchos
discursos y mantenido
muchas conversaciones, ha participado en innumerables coloquios con escucha disponible y atenta. En las numerosísimas Provincias visitadas acasi todasa y en los encuentros en los que ha participado siempre se le ha acogido con alegría y gratitud, como fuente de inspiración y orientación, ora por los jesuitas, ora por nuestros colaboradores y amigos. No ha ahorrado
esfuerzos en el servicio a la Compañía universal, sino que se ha entregado con generosidad y alegría. No se pertenecía a sí mismo, sino al Señor y a su Compañía:
en concreto aen los últimos ocho añosa a nosotros.
Todos le estamos agradecidos.
Con ocasión de la Congregación de Procuradores, por primera vez
en África, en Nairobi, en 2012, se ha esforzado mucho, con su amplia relación sobre el estado de la Compañía,
en ofrecernos una lectura objetiva
y honda de los aspectos
positivos, así como de los negativos, de nuestra
situación, para hacer nuestro debido
examen de conciencia. No hemos olvidado
su aguda descripción de los tres tipos de jesuita: los que están plenamente disponibles para la misión, los que, aun trabajando bien, no son libres como requiere el magis ignaciano, y los que, lamentablemente, sufren “graves carencias de
libertad”. Aquella relación es todavía un documento precioso y nos ha ayudado a prepararnos para esta Congregación General que alcanza ahora su fase decisiva.
No
queremos olvidar la inteligencia con la que ha sabido
aprovechar la ocasión
del segundo centenario de la restauración de la Compañía,
en 2014, para reavivar en nosotros el sentido de nuestra extraordinaria historia
y la responsabilidad que de ella deriva,
la conciencia y la autoa comprensión común de nuestra identidad y misión.
Pero también se ha apreciado su guía alentadora e inspiradora más allá de la Compañía
de Jesús. Durante algún
tiempo ha sido Vicepresidente y luego Presidente de la Unión
de Superiores Generales. La vida religiosa masculina e incluso
la femenina han apreciado y disfrutado su servicio. Como nos han recordado muchas
veces los Papas,
no podemos darnos cuenta cumplida de que la Compañía siempre ha desempeñado un papel y ha tenido una responsabilidad para la vida religiosa apostólica en la Iglesia.
Usted ha representado y encarnado dicha responsabilidad. Y no es casualidad que los Superiores Generales le hayan elegido para representarles con ocasión de los Sínodos
de estos años. En dichas
ocasiones, sus intervenciones se señalaron por la libertad
de espíritu, originalidad, coraje y amplitud
de miras, manifestando su vasta experiencia, conocimiento de diversas
culturas y situaciones en la vida de la Iglesia,
la necesidad de una renovación de la teología
de la misión. Teníamos razones para pensar que usted incluso
había desempeñado algún papel a la hora de animar
al Papa Francisco a renovar el método del Sínodo, y no por nada, en los dos Sínodos dedicados
a la familia, le llamó a tomar parte activa en la Comisión que trabajó para llegar, con gran esfuerzo de síntesis, a la redacción
de la relación final.
El
General nos guía,
pero también nos representa en las relaciones con las otras
instancias de la Iglesia
y de su gobierno universal. Se ha esforzado mucho, en primera
persona, para garantizar relaciones buenas y constructivas con los diversos
Dicasterios de la Curia Romana, visitando regularmente a sus más altos responsables. Y los jesuitas
se han sentido en buenas manos cuando usted se ha hecho cargo de sus problemas, así como sabemos
que ha sabido asumir con claridad y decisión su posición y defensa cuando era
justo
y
necesario.
Se
han sentido guiados
con tranquila seguridad en un servicio
nada servil, con el espíritu
de un leal y adulto sentire cum Ecclesia, según el deseo de San Ignacio y las características de nuestra Compañía.
Por fin, usted ha sido el primer General
en encontrarse en el caso apara casi todos nosotros verdaderamente inesperado y difícilmente imaginable de asistir a la elección de un Papa jesuita; un jesuita que antes de ser Obispo y Cardenal había sido Provincial
y había participado, en esta Aula, en dos Congregaciones Generales, y que ahora vemos asomarse
al balcón de San Pedro vestido
de blanco. Una situación históricamente inédita sobre cuyas implicaciones tendremos ocasión de reflexionar en el curso de esta Congregación. Pero ahora
le
estamos dando las gracias a usted. Y le damos muchísimas gracias porque ha sabido, por su parte, establecer desde el inicio, con el Papa Francisco, una relación de comunicación directa y cordial, de la que pronto la Compañía ha experimentado los beneficios. Lo ha hecho con la simplicidad y discreción que le caracterizan, y que han evitado a la Compañía y a todos nosotros cualquier posible
situación embarazosa por la novedad
de la situación. La Compañía de Jesús ha seguido poniéndose, como siempre, a la plena disposición del Papa para las misiones, y a la vez ha sentido apor muchos
aspectosa con él aquella
sintonía espiritual que desciende naturalmente de la común identidad
y espiritualidad religiosa,
y que a su vez ha favorecido ulteriormente en nosotros el afecto y el deseo de servir
al Vicario de Cristo en su servicio a la Iglesia y a la humanidad.
Vivir la misión en una Iglesia
y con una Iglesia “en salida”, llamada
a anunciar a Jesús y a servir en las fronteras y periferias, sintiéndose en camino con el pueblo
de Dios, en solidaridad con los pobres y con todos los que sufren, buscando
y reconociendo a Dios presente
y operante en todas las cosas hasta los confines del mundo y en la profundidad de la historia. Evangelii gaudium, la alegría de anunciar
el Evangelio, que es la misión de la Iglesia, y de la Compañía
en la Iglesia y en el mundo.
Querido Padre Adolfo: usted ha experimentado en su vida esta alegría a
la
que
nos
invita nuestro hermano Vicario de Cristo. De ello da testimonio su sabiduría serena. Gracias por habernos guiado y acompañado hasta este día y en este espíritu
como Cuerpo de la Compañía de Jesús.
Gracias y buen camino.
Que el Señor siga acompañándole siempre. También le acompañará nuestra oración.