viernes, 23 de marzo de 2018

Domingo de Ramos; Mzo. 26 '18; Mirar al Crucificado. J. A. Pagola.


El evangelista Juan nos habla de un extraño encuentro de Jesús con un importante fariseo, llamado Nicodemo. Según el relato, es Nicodemo quien toma la iniciativa y va a donde Jesús «de noche». Intuye que Jesús es «un hombre venido de Dios», pero se mueve entre tinieblas. Jesús lo irá conduciendo hacia la luz.

Nicodemo representa en el relato a todo aquel que busca sinceramente encontrarse con Jesús. Por eso, en cierto momento, Nicodemo desaparece de escena y Jesús prosigue su discurso para terminar con una invitación general a no vivir en tinieblas, sino a buscar la luz.

Según Jesús, la luz que lo puede iluminar todo está en el Crucificado. La afirmación es atrevida: «Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único para que no perezca ninguno de los que creen en él, sino que tengan vida eterna». ¿Podemos ver y sentir el amor de Dios en ese hombre torturado en la cruz?

Acostumbrados desde niños a ver la cruz por todas partes, no hemos aprendido a mirar el rostro del Crucificado con fe y con amor. Nuestra mirada distraída no es capaz de descubrir en ese rostro la luz que podría iluminar nuestra vida en los momentos más duros y difíciles.

Sin embargo, Jesús nos está mandando desde la cruz señales de vida y de amor. En esos brazos extendidos que no pueden ya abrazar a los niños, y en esa manos clavadas que no pueden acariciar a los leprosos ni bendecir a los enfermos, está Dios con sus brazos abiertos para acoger, abrazar y sostener nuestras pobres vidas, rotas por tantos sufrimientos.

Desde ese rostro apagado por la muerte, desde esos ojos que ya no pueden mirar con ternura a pecadores y prostitutas, desde esa boca que no puede gritar su indignación por las víctimas de tantos abusos e injusticias, Dios nos está revelando su "amor loco" a la Humanidad.

«Dios no mandó su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él». Podemos acoger a ese Dios y lo podemos rechazar. Nadie nos fuerza. Somos nosotros los que hemos de decidir. Pero «la Luz ya ha venido al mundo». ¿Por qué tantas veces rechazamos la luz que nos viene del Crucificado?

Él podría poner luz en la vida más desgraciada y fracasada, pero «el que obra mal... no se acerca a la luz para no verse acusado por sus obras». Cuando vivimos de manera poco digna, evitamos la luz porque nos sentimos mal ante Dios. No queremos mirar al Crucificado. Por el contrario, «el que realiza la verdad, se acerca a la luz». No huye a la oscuridad. No tiene nada que ocultar. Busca con su mirada al Crucificado. Él lo hace vivir en la luz.

José Antonio Pagola

2011-2012 -
18 de marzo de 2012

MIRAR AL CRUCIFICADO

El evangelista Juan nos habla de un extraño encuentro de Jesús con un importante fariseo, llamado Nicodemo. Según el relato, es Nicodemo quien toma la iniciativa y va a donde Jesús «de noche». Intuye que Jesús es «un hombre venido de Dios», pero se mueve entre tinieblas. Jesús lo irá conduciendo hacia la luz.

Nicodemo representa en el relato a todo aquel que busca sinceramente encontrarse con Jesús. Por eso, en cierto momento, Nicodemo desaparece de escena y Jesús prosigue su discurso para terminar con una invitación general a no vivir en tinieblas, sino a buscar la luz.

Según Jesús, la luz que lo puede iluminar todo está en el Crucificado. La afirmación es atrevida: «Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único para que no perezca ninguno de los que creen en él, sino que tengan vida eterna». ¿Podemos ver y sentir el amor de Dios en ese hombre torturado en la cruz?

Acostumbrados desde niños a ver la cruz por todas partes, no hemos aprendido a mirar el rostro del Crucificado con fe y con amor. Nuestra mirada distraída no es capaz de descubrir en ese rostro la luz que podría iluminar nuestra vida en los momentos más duros y difíciles.

Sin embargo, Jesús nos está mandando desde la cruz señales de vida y de amor. En esos brazos extendidos que no pueden ya abrazar a los niños, y en esa manos clavadas que no pueden acariciar a los leprosos ni bendecir a los enfermos, está Dios con sus brazos abiertos para acoger, abrazar y sostener nuestras pobres vidas, rotas por tantos sufrimientos.

Desde ese rostro apagado por la muerte, desde esos ojos que ya no pueden mirar con ternura a pecadores y prostitutas, desde esa boca que no puede gritar su indignación por las víctimas de tantos abusos e injusticias, Dios nos está revelando su "amor loco" a la Humanidad.

«Dios no mandó su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él». Podemos acoger a ese Dios y lo podemos rechazar. Nadie nos fuerza. Somos nosotros los que hemos de decidir. Pero «la Luz ya ha venido al mundo». ¿Por qué tantas veces rechazamos la luz que nos viene del Crucificado?

Él podría poner luz en la vida más desgraciada y fracasada, pero «el que obra mal... no se acerca a la luz para no verse acusado por sus obras». Cuando vivimos de manera poco digna, evitamos la luz porque nos sentimos mal ante Dios. No queremos mirar al Crucificado. Por el contrario, «el que realiza la verdad, se acerca a la luz». No huye a la oscuridad. No tiene nada que ocultar. Busca con su mirada al Crucificado. Él lo hace vivir en la luz.




domingo, 11 de marzo de 2018

4° Dom. de Cuaresma; Mzo. 11 '18; QUEDARSE CIEGO, J.A. Pagola

El que realiza la verdad se acerca a la luz.
Hay muchas maneras de quedarse ciego en la vida, sin verdad interior que ilumine nuestros pasos. Hay muchas formas de caminar en tinieblas sin saber exactamente qué queremos o hacia dónde vamos. No es superfluo señalar algunas.
Es muy fácil pasarse la vida entera ocupado sólo por las cuestiones más inmediatas y, aparentemente, más urgentes y prácticas, sin preguntarme nunca «qué voy a hacer de mí» (X. Zubiri). Nos instalamos en la vida y vamos viviendo aunque no sepamos ni por qué ni para qué.
Es también corriente vivir programado desde fuera. La sociedad de consumo, la publicidad y las modas van a ir decidiendo qué me ha de interesar, hacia dónde he de dirigir mis gustos, cómo tengo que pensar o cómo voy a vivir. Son otros los que deciden y fabrican mi vida. Yo me dejo llevar ciegamente.
Hay otra manera muy posmoderna de caminar en tinieblas: vivir haciendo «lo que me apetece», sin adentrarme nunca en la propia conciencia. Al contrario, eludiendo siempre esa voz interior que me recuerda mi dignidad de persona responsable.
Probablemente el mejor modo de vivir ciegos es mentimos a nosotros mismos. Construimos una «mentira-raíz», fabricamos una personalidad falsa, instalamos en ella y vivir el resto de nuestra vida al margen de la verdad.
Es también tentador ignorar aquello que nos obligaría a cambiar. Cerrar los ojos y «autocegarnos» para no ver lo que nos interpelaría. Ver sólo lo que queremos ver, utilizar una medida diferente para juzgar a otros y para juzgamos a nosotros mismos, no enfrentarnos a la luz.

Todos deberíamos escuchar desde dentro las palabras de Jesús que nos invitan a salir de nuestra ceguera: «Todo el que obra perversamente detesta la luz, y no se acerca a la luz, para verse acusado por sus obras. En cambio, el que realiza la verdad, se acerca a la luz».









4° Dom. de Cuaresma; Mzo 11 del 2018; FFF


2° Crónicas 3614-16- 19-23; Salmo 136; Efesios 24-10; Juan 314-21

Este 4° domingo de Cuaresma mantiene la invitación a preguntarnos hondamente por nuestras propias vidas, desde la opción cristiana que cada uno ha hecho personal y comunitariamente. Si existe algún momento denso en la historia de Jesús de Nazaret es éste para el que la liturgia nos ha ido preparando. Es el fuego que prueba la seriedad de nuestro compromiso frente a la “causa” de Jesús y de sus seguidores. ¿Nuestro seguimiento tiene la calidad que se requiere para los tiempos que estamos viviendo?
El tiempo de Cuaresma nos cuestiona a fondo; quiere que conozcamos las verdades más profundas de nuestro cristianismo, lo que implica seguir en serio a Jesús, lo que significa vivir hasta la cruz nuestra opción cristiana. Se nos ha ido preparando para que, con toda libertad, ante su entrega total hasta la muerte, digamos si queremos o no seguirlo; si queremos ser “sus discípulos”; si estamos decididos a seguir adelante hasta “el partir del pan”, o sólo nos quedamos en la comodidad de una religión burguesa que esta sociedad neoliberal ha hecho a su medida. Serrat, el cantautor lo decía: ¿Por quién optamos: por el “Jesús que andaba en la mar o por el Cristo del Madero”? Este tiempo “Pascual”, de la muerte y resurrección del Señor, nos lanza la pregunta que el mismo Jesús les hacía a sus discípulos: “¿De verdad quieren seguirme?” Y en este contexto se nos ofrecen las lecturas de este domingo.
El Libro de las Crónicas nos despliega la realidad que una y mil veces se ha dado en la vida de los creyentes: la historia del pueblo que se aparta de Yahvé y la de Él mismo que siempre está dispuesto a perdonar y a devolver a la vida. Frente a la infidelidad tanto del pueblo como de los Sacerdotes de Israel, la respuesta de Dios es siempre una invitación a la Conversión, a final de cuentas porque siempre tiene “compasión de su pueblo”. Envía a sus mensajeros; ofrece mil oportunidades de arrepentimiento; explícitamente afirma que no quiere la “muerte del pecador sino que se convierta”; pero la respuesta de la humanidad se repite: “ellos se burlaron de los mensajeros de Dios, despreciaron sus advertencias y se mofaron de sus profetas”. Entonces llegó el destierro, la esclavitud y la muerte para el pueblo, por haberse apartado de Dios. El autor del Libro de las Crónicas interpreta las consecuencias de esta traición a la Alianza, como castigo de Dios; aunque al final siempre llegue la misericordia, al mover el corazón de Ciro, Rey de los Persas, para que les permitiera regresar a Israel.
Sin embargo, ahora no podemos decir que la situación de violencia, crímenes, narcotráfico y muerte, sea “castigo de Dios”; simplemente son consecuencias de haber perdido el rumbo, de querer vivir sin Dios, sin ley, sin orden, sin respeto, sin valores. Vivimos en situaciones provocadas por nosotros mismos, que alimentan las estructuras de injusticia y corrupción, la violencia y el crimen; el desprecio por el hermano y el atropello de su dignidad y de su vida; el culto al poder, al bienestar sin medida y al consumo desequilibrado. Como pueblo de México estamos al borde del abismo, a pesar que Dios nos ofrece su ayuda, su perdón, su misericordia, que en este tiempo se repite mil veces: no quiere sacrificios ni oblaciones, sino amor y conocimiento de Dios; quiere que actuemos con misericordia, con amor, como el mismo Yahvé lo ha hecho.
Pero si esto nos parece un ideal inalcanzable, este tiempo Pascual que también nos abre a la esperanza en el triunfo de Jesús sobre la muerte, nos recuerda con San Pablo en su carta a los Efesios, que “la misericordia y el amor de Dios son muy grandes, porque nosotros estábamos muertos por nuestros pecados, y él nos dio la vida con Cristo y en Cristo. Por pura generosidad suya hemos sido salvados”. La gracia de Dios es la fuerza que nos hace vencer cualquier mal que haya en el mundo, incluso hasta la muerte; que nos ayuda a no perder la esperanza en nuestra lucha contra el pecado y el mal que en nuestro mundo está asesinando a los hijos e hijas de Dios. “Somos hechura de Dios, creados por medio de Cristo Jesús, para hacer el bien que Dios ha dispuesto que hagamos”.
En Cristo somos una nueva creatura concebidos “para hacer el bien”; pero esto sucede si nuestras raíces están hundidas en el Jesús del Evangelio. Los retos para la transformación son enormes; pero contamos con un Dios que no quiere sacrificios y oblaciones, sino compasión y misericordia; con un Dios que quiere que lo conozcamos para hacer las obras que Él mismo hace e hizo en Cristo Jesús; un Dios que se apiada de su pueblo, que no le cobra sus traiciones, que siempre está a la espera, como el Padre del Hijo Pródigo: desde la misericordia, la compasión, el amor, la bondad…
Convertirnos, entonces, en este tiempo de Cuaresma es cambiar el corazón, es conocer a nuestro Dios, es actuar como Él, desde la gracia y el amor a los más excluidos, a los pequeños, a los que han sido separados de los bienes de la creación. No lo olvidemos: Dios quiere la felicidad y la plenitud de vida para todos sus hijos.
San Juan, en el Evangelio, nos pone ante la disyuntiva siguiente: ¿queremos vivir en la luz o en las tinieblas? “El que hace el mal, aborrece la luz y no se acerca a ella, para que sus obras no se descubran. En cambio, el que obra el bien conforme a la verdad, se acerca a la luz, para que se vea que sus obras están hechas según Dios”.
Seamos hijos de la luz, convirtamos nuestro corazón desde la misericordia del Padre de Nuestro Señor Jesucristo que dio su vida para el bien de todos sus hijos.


domingo, 4 de marzo de 2018

Protesta de Religiosos en USA contra el Gobierno de TRUMP, por los Dreamers


Updated Feb. 28, 18
By Rhina Guidos
WASHINGTON (CNS) — Dozens of Catholics, including men and women religious, were arrested near the U.S. Capitol Feb. 27 in the rotunda of a Senate building in Washington as they called on lawmakers to help young undocumented adults brought to the U.S. as minors obtain some sort of permanent legal status.
Some of them sang and prayed, and many of them — such as Dominican Sister Elise Garcia and Mercy Sister JoAnn Persch — said they had no option but to participate in the act of civil disobedience to speak out against the failure of Congress and the Trump administration to help the young adults.
“I have never been arrested in my life, but with the blessing of my community, I am joining with two dozen other Catholic sisters and Catholic allies to risk arrest today as an act of solidarity with our nation’s wonderful, beautiful Dreamers,” said Sister Garcia. “To our leaders in Congress and in the White House, I say ‘arrest a nun, not a Dreamer.'”
She said she was there to support those like Daniel Neri, a Catholic from Indiana who was present at the event and would benefit from any legislation to help the 1.8 million estimated young adults in the country facing an uncertain future.
“What are we doing to the body of Christ when are hurting families? When we are hurting people?” he asked.
He also said, he wanted people to know that “we are not criminals, we are not rapists, we are good people.”
Young adults called “Dreamers” — a reference to the DREAM Act, one of the proposed pieces of legislation that could help them stay in the country legally — have to go through extensive background checks, he said, and they wouldn’t pass those checks if they were troublemakers.
Jesuit Father Thomas Reese said he was representing Jesuits from the West Coast and other Jesuits, who know exactly who “Dreamers” are.
“They are our students, sitting in our classrooms, they are our parishioners, kneeling in our churches,” he said. “They are our friends, they are our colleagues who have invited us into their homes.”
Pointing to the U.S. Capitol building, where lawmakers gather, he said, “it is time for the people who work in that building to realize that this is a moral issue. It is a justice issue, and the political gamesmanship must stop.”
Sister Persch said she was there, too, to support Dreamers. She took part in what was billed a “Catholic Day of Action With Dreamers,” organized by the PICO National Network, a faith-based community organization based in California, largely out of frustration, she said.
“My prayer, my work for comprehensive immigration reform has had no impact on this administration,” she said. “I stand with Dreamers now at this moment of truth, which to me is a moral issue. When these traditional strategies we have used have no impact, we have to move to action that could involve taking a risk to disrupt this unjust system in some way.”
And if that meant being arrested, she was willing to do so, she said.
“As a woman of faith, I am called to be wise … courageous, a prophetic voice,” she said. “That is a challenge to every person who says they are a Catholic, a Christian, a person of faith. And this applies to Paul Ryan as well as all those in Congress.”
House Speaker Ryan, R-Wisconsin, is Catholic and many said they took issue with what they see as his lack of action on several issues involving immigrants. At various moments, including one near the U.S. Capitol, the crowd chanted, “Paul, Paul, why do you persecute me?” referring to the speaker.
In the rotunda, many of those who risked arrest, began by joining hands, singing hymns and praying “Hail Mary.” They included Father Reese, along with Sisters Garcia and Persch. U.S. Capitol Police began warning them repeatedly to stop or be arrested. Of the 30 or 40 arrests, eight were Mercy Sisters.
Bishop John Stowe of Lexington, Kentucky, extended his hands in the air and said: “We stand with the Dreamers, we are one with the Dreamers. And now I ask God’s blessing upon those who are acting in civil disobedience, part of a long-standing tradition of not supporting unjust laws.” The bishop was not among those arrested. He and the others who did not engage in civil disobedience fell back from the center of the rotunda as the arrests began.
Those being arrested were asked to put their hands behind their backs. Police placed plastic handcuffs around their wrists and the protesters were led away, some in prayer, some singing. They were charged with disorderly conduct, crowding, incommoding and obstruction. The 40 or so who were arrested paid a $50 fine, and all were released by late afternoon.
Just as those who were arrested at the Capitol were stepping out of out their comfort zones, so, too, the young adults they were advocating for are facing an even greater discomfort, the bishop said, as they face their greatest moment of uncertainty.
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La promesa incumplida: Educación y movilidad social; 1 de enero del 2016


Camila Gómez • Agustina Gallego • Carlos Sánchez
El rezago educativo en América Latina no permite que los ciudadanos tengan acceso a mejores condiciones de vida: la región está estancada en términos de movilidad social. Y sin embargo los gobiernos no han establecido un proyecto económico que vaya más allá del desarrollo maquilador.
Al ingresar a la universidad Manuel logró, ese otoño de 1981, algo que hasta entonces nadie en su familia había conseguido: llegar a una Facultad.
Y no se detuvo ahí. Cinco años después finalizó su maestría en la Flacso de México. Al término de la ceremonia de graduación su padre, un hombre que nunca culminó la primaria y trabajaba para una cervecera, se acercó orgulloso a Manuel, ya todo un maestro en Ciencias Sociales.
—Manolo, tú has estudiado primaria, secundaria, bachillerato, universidad y ahora esta cosa que se llama maestría. Hablas muy bonito; no dices haiga, como yo, y estoy muy orgulloso… Pero tengo una duda: ¿por qué carajos soy yo, casi un analfabeto, quien te presta dinero para la cuota inicial de tu auto?
Una de las grandes promesas de la sociedad moderna ha sido la movilidad social. Persiste la idea de que a través de la educación una persona podrá superar su situación de origen y llevar condiciones de vida mejores que las de sus padres. Es por eso que la pregunta del papá de Manuel se la siguen haciendo, año tras año, cientos de miles de personas.
De hecho, señala Manuel Gil Antón, hoy profesor investigador de El Colegio de México y uno de los académicos más importantes en materia educativa en su país, “esa promesa de individuo se trasladó también a nivel social, y se dijo: en la medida en que una sociedad tenga más gente educada, será más próspera”.
Pero hay una dificultad, explica: “Se ha hecho una correlación entre educación y progreso —social y personal— que solamente ocurre cuando hay una economía creciente. Y si el proyecto económico de una nación no tiene como uno de sus pilares el conocimiento avanzado, no resultará extraño que un físico, por ejemplo, se quede sin empleo si está en un país que sólo tiene un desarrollo maquilador”.
La amplitud de esta promesa incumplida recorre a casi toda Hispanoamérica. Julián de Zubiría, investigador destacado en materia educativa en Colombia y director del Instituto Alberto Merani, opina que, en efecto, hasta ahora la educación no ha sido un factor de movilidad social en la región.
Más hacia el sur, Mariano Narodowski, ex ministro de Educación de la ciudad de Buenos Aires, Argentina, y también investigador de políticas educativas, sostiene que hoy día la movilidad social ascendente sólo ha correlacionado fuertemente cuanto menor es el nivel educativo de los padres.
El sociólogo francés Jean-Claude Passerón lo explicó claramente hace más de 40 años: la escuela, si trabaja bien, puede hacer que el hijo de un obrero sea un gerente; lo que la escuela no puede hacer es el puesto de gerente.
“Para que la educación sirva como un instrumento de mejoría en la calidad de vida tiene que haber, primero, calidad en la educación; y después, crecimiento económico que redistribuya el ingreso mediante la generación de empleos o de espacios de desarrollo económico. Eso implica reducir la inequidad”, subraya Manuel Gil.
Narodowski destaca un gran problema que, a su juicio, enfrenta esta promesa: supone un mercado del trabajo perfecto, cuando en realidad no es. “No es un mercado completamente libre, muchas veces los mejores empleos no los obtienen los que saben más porque hay otros tipos de redes vinculares, actividades corporativas u oligopólicas que hacen que sean contratadas otra clase de personas”.
Es por ello que se calcula que en 1970 por cada profesionista en México había entre cuatro y cinco puestos de trabajo; en la academia hoy por cada vacante que se abre hay hasta 92 aspirantes.
El modelo de desarrollo económico argentino ejemplifica bien esta situación regional, opina Narodowski, pues está centrado en la renta agropecuaria: “Cuánto dinero le puedes sacar a ese rubro y luego redistribuirlo. En esa redistribución se solucionan algunos problemas de pobreza. Esto da un poco de margen para subsidiar sólo algunas industrias. Y bajo ese sistema opera el modelo educativo argentino. La economía tiende al estancamiento y a la lógica rentista, lo que genera una sociedad jerárquica, autoritaria”.
Por esa razón, se puede ser el mejor ingeniero ferroviario del mundo, pero si en su país los trenes dependen del gobierno y éste no invierte en ellos, solamente hay dos opciones: irse del país o dedicarse a otra cosa.
Una situación similar vivió Benigno Gutiérrez, un ingeniero químico por la Universidad Nacional Autónoma de México que ahora fabrica y vende mobiliario metálico para la industria. “De mis compañeros de carrera, a quienes les va mejor es a quienes se fueron del país. Si te quedas en México te va a ir mal. Te mueres de hambre. A ellos les va bien porque trabajan en Bélgica, por ejemplo”.
Incluso, desde el mismo Observatorio Laboral de la Secretaría del Trabajo mexicana se incentiva a los lectores a aplicar a empleos en el extranjero. Uno de los vínculos más leídos de la página web es: “¿Quieres trabajar en Canadá?”.
Un segundo problema que se suma a las complicaciones del sistema económico es que el nivel educativo en Hispanoamérica, en general, aún dista de ser ideal, destaca Julián de Zubiría. Y los datos le dan la razón. El último ranking educativo de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE) evaluó a 76 naciones y pocos fueron los países hispanoamericanos bien librados.
Los tres Estados de habla hispana más poblados en América ocupan posiciones bajas en el estudio de la OCDE. México se ubica en el puesto 54 de 76, Argentina en el 62 y Colombia el 67.
“El mundo contemporáneo le está haciendo exigencias a la universidad y ésta no ha respondido. Necesitamos individuos más creativos, con más ingenio para plantear soluciones a problemas. Eso no se está trabajando a nivel universitario”, sentencia De Zubiría.
Para avanzar en ese sentido hacen falta medidas de Estado que trasciendan a una administración, coinciden los expertos. La mayoría de los programas de gobierno no tienen repercusiones a largo plazo.
La calidad en la educación no es un tema central para los gobiernos; dentro de su proyecto económico no es considerado un engranaje fundamental. “En el modelo colombiano, por ejemplo —apunta De Zubiría—, es más importante la minería que la educación”.
En México, aunque el porcentaje de aporte a la educación se asemeja a los realizados en Alemania o Japón, los resultados en la materia no se comparan con los de esas naciones.
Este fenómeno muestra que destinar cuantiosos recursos no es suficiente para mejorar el panorama educativo de un país.
Tufik Zambrano, de Colombia, se tituló como licenciado en Ciencias de la Educación especializado en Física y Matemáticas a principios de los noventa. Durante su último año de estudios trabajó como profesor para un colegio pequeño en un sector popular de Bogotá; ahí se dio cuenta de que ése era el trabajo que quería hacer.
Cuando obtuvo su título logró un gran salto: un colegio de elite le ofreció una plaza como docente. Al mismo tiempo comenzó a trabajar como profesor universitario. Durante 15 años Tufik enseñó en varias de las escuelas más importantes de la capital colombiana hasta que un día “la experiencia comenzó a jugarme en contra. Los colegios empezaron a contratar estudiantes de último semestre. Con lo que me pagaban a mí podían sostener a cuatro chicos que por la experiencia aceptarían casi cualquier salario”.
Esa situación hizo que Zambrano, quien se encontraba en la campana alta de su carrera, se preguntara cómo iba a ser el asunto cuando entrara en un declive profesional: “¿Esta profesión puede sostener a mi hija, mi esposa y los pagos de la casa que acabo de adquirir? No, imposible”.
Fue entonces cuando Tufik empezó a asesorar a empresas importadoras de material radioactivo para medicina nuclear. Sus conocimientos de física y matemáticas le permitieron capacitar al personal sobre cómo transportar y guardar esos productos. Incluso se encargó de diseñar bunkers para el almacenamiento de insumos radioactivos en hospitales.
“En ese momento me di cuenta de que el dinero que podía obtener con esas asesorías era muchísimo mayor que con la docencia, que me gustaba mucho más, sí, pero económicamente yo necesitaba sostenerme”, explica.
Un par de años después lo reducido del mercado hizo que para Tufik y sus socios fuera prácticamente imposible competir con las dos empresas más fuertes en el sector de la medicina nuclear en Colombia. Incluso a pesar de que él y su equipo habían capacitado a gran parte del personal de estas compañías.
Lo que había sido una exitosa “desviación” de su profesión comenzó a tornarse difícil. Con el sector educativo ofertando pocas plazas mal pagadas, y el rubro nuclear fuera del alcance de consultoras pequeñas, Tufik vive ahora de asesorar como freelance a industrias en materia de logística. Su conocimiento como físico matemático es desaprovechado.
No es un caso aislado. Una encuesta realizada en 2015 por Adecco, compañía especializada en recursos humanos, arrojó que sólo 33% de los colombianos considera que su trabajo guarda una alta relación con sus estudios profesionales.
El fenómeno se replica en México, donde una investigación de la empresa de fuerza laboral Manpower reflejó que en 2015 sólo 30% de los egresados universitarios trabajaba en su rubro de profesionalidad. Las cifras oficiales, por su parte, esgrimen que el volumen de quienes tienen un trabajo afín a sus estudios es de 80% de los egresados.
En Argentina una de las últimas investigaciones al respecto surgió de la Universidad Autónoma de Buenos Aires, la cual en 2007 registró que alrededor de 40% de sus egresados se desempeñaba en actividades que guardan “baja o nula” relación con sus estudios.1
Este desbalance en el mercado laboral se destaca en un informe realizado en 2013 por la Asociación Nacional de Universidades e Instituciones de Educación Superior de México (ANUIES), el cual es aprovechado por las empresas que contratan al personal más calificado ofreciéndole un menor salario. El resto de los profesionistas tiene que elegir entre ganar prácticamente nada o dedicarse a otra cosa.
En esa situación se encuentra Magali Lagomarsino, quien estudió publicidad en la Universidad Argentina de la Empresa pero actualmente trabaja atendiendo a los clientes de un banco gubernamental en la provincia de Buenos Aires.
“Mientras cursaba la carrera participé en algunos concursos y me fue bien. Pensaba terminar trabajando en alguna empresa grande en el sector de publicidad o para una agencia. Pero al salir de la universidad me di cuenta de que si no tienes contactos o disponibilidad para trabajar prácticamente gratis, no hay empleo”, cuenta.
Como se ve, el fenómeno de personas que optan por dedicarse a algo distinto a su especialidad debido a cuestiones económicas no es excepcional. Al respecto, Lagomarsino reflexiona: “Terminas consiguiendo un empleo en otra cosa que te deja vivir mejor que tu propia carrera. Si trabajara en publicidad seguro sería de lunes a lunes y ganaría menos plata”.
Algo similar le ocurrió a Pamela Mejía Blancas, quien estudió Ciencias de la Educación en Michoacán, México. “Pensé que con el título universitario se me facilitaría conseguir trabajo. Acá dicen ‘papelito habla’; se supone que se te abren más puertas, pero creo que no es verdad”, dice con desgano.
Al término de su carrera Pamela contaba con un año de experiencia como maestra de primaria, pero en todas las entrevistas a las que acudió le pedían un mínimo de cuatro años. Eso quiere decir que habría tenido que trabajar como profesora casi desde el inicio de su carrera. Y se cuestiona: “Si no te dan la oportunidad de ejercer, ¿de dónde rayos vas a sacar la experiencia?”
De acuerdo con encuestas a empresarios, una de las principales deficiencias que perciben los empleadores es, precisamente, que los jóvenes carecen de experiencia.
El estudio Logrando compromiso en el trabajo, realizado este año por la agencia Manpower en México, aborda esa misma inquietud, pero muestra otro ángulo: “Las empresas perciben que existen algunas desventajas al contratar personas jóvenes: falta de madurez, falta de experiencia y de compromiso, lo cual es paradójico, considerando que un joven podrá generar experiencia trabajando y se comprometerá con la empresa al ser parte de ella”.
Para María Fernanda Rodríguez, una politóloga bogotana que hoy es asesora educativa, esa debilidad afecta gravemente a todos los egresados. “Es muy importante tener una buena pasantía, que uno no sea la asistente de alguien a quien le resulta más barato tener un pasante que contratar una secretaria”. Esto se traduciría en egresados con más dominio de la práctica.
Sin embargo, apunta De Zubiría, “entre los hombres de negocios no sólo hay descontento por la falta de trayectoria. Me llama la atención que no hay quejas de que los chicos tuvieran errores en las ecuaciones de segundo grado; todos coinciden en que los egresados no saben escribir, hablar bien ni trabajar en equipo”.
La educación está muy descuidada, apunta el investigador colombiano. “Yo estudié en la Facultad de Economía de la Universidad Nacional de Colombia: nunca tuvimos trabajo en torno a cómo manejar el dinero, no hicimos ejercicios de cómo invertir en la bolsa y después analizarlo en una materia. El egresado de Economía no sale de la carrera manejando el dinero. ¿No es eso absurdo?”.
“En Argentina a nadie le importa la educación. Es impensable, por ejemplo, que un candidato gane una elección porque promete algo en materia educativa. Existe el dirigente, el candidato al que le interesa individualmente el tema, pero como clase política… Lo vemos en la campaña electoral en curso: nadie habla al respecto, y si lo hacen es con vaguedades”, sentencia Narodowski.
También resulta paradójico que en la mayoría de estos países el sector empresarial se queje mucho del nivel de los egresados profesionales pero no emprenda acciones de impacto para revertir la situación.
Sólo en dos países de la región el empresariado ha tomado manos en el asunto: República Dominicana y Brasil, indica De Zubiría: “Los hombres de negocios pensaron que podían mantener su crecimiento económico sin tocar el sistema educativo, pero han comenzado a darse cuenta de que este rezago en la formación de jóvenes comienza a volverse un obstáculo”.
Pero si bien la participación del sector empresarial en el sistema educativo de un país puede tener beneficios invaluables. Los gobiernos no pueden ceder todo a los hombres de negocios. “No vinimos al mundo sólo a generar dinero. Vinimos a jugar futbol, a enamorarnos, a escribir y leer poesía… Y si los empresarios se adueñan de la educación, se preocuparán sólo por el rendimiento económico; y no, la educación tiene que desarrollar al ser humano de manera integral”, añade De Zubiría.
Ahí radica la importancia de la educación más allá del sistema económico. Probablemente es por eso que, en una entrevista para el Observatorio Laboral del Ministerio de Educación colombiano, Harold Schomburg —investigador alemán en educación y trabajo— apuntó que sería completamente erróneo asesorar a los estudiantes de acuerdo con lo que sucede en el mercado laboral. Ellos deben desarrollar sus habilidades.
La educación, si se hace bien —subraya Gil Antón—, produce lectores, personas que piensan. Contribuye a consolidar ciudadanía, capacidad crítica. Por eso, a pesar de que en los momentos en que no hay crecimiento económico tengamos un excedente de egresados cuyo talento efectivamente se desperdicia, tenemos también un ejército de personas preparadas que pueden ser un motor de cambio social.
Esta idea la comparte Benigno Gutiérrez: “Si bien no ejerzo en el rubro de mi profesión, pienso que tendría muchas deficiencias si no hubiera ido a la universidad. Cursar una carrera abrió mi perspectiva de la vida, de otra forma habría estado más limitado en mi visión del mundo”.
Coincide también Elkin Morris, un publicista bogotano convertido en chef: “En cualquier medio que te desempeñes te exigen una cultura que, me parece a mí, solamente puedes obtener mediante la universidad”.
Pero no todos lo consideran así. La mexicana Pamela Mejía es menos optimista. “Con lo que estoy viviendo no creo que sea tan necesario estudiar la universidad. Al final de cuentas lo que importa es que tengas contactos. Eso es lo primordial. Mi trabajo actual, como asistente de una congresista local, lo tengo justamente porque soy familiar”, lamenta.
No es extraño que en muchas ocasiones los profesionales dependan más del nivel y la calidad de relaciones y contactos que de su conocimiento.
“Nunca se ha probado que un egresado del Tecnológico de Monterrey —una de las universidades privadas más costosas de México— sea mejor ingeniero que un chico del Instituto Politécnico, que es público. Sin embargo, el primero tiene más relaciones, tiene otro color de piel, tiene un capital cultural distinto en casa, ha viajado desde que tiene cinco años, quizá habla inglés con fluidez tiene muchas ventajas, pero son de origen: hemos vuelto al viejo régimen en que origen es destino”, afirma Manuel Gil.
Tal vez es por ello que Tufik Zambrano se muestra escéptico respecto a la necesidad de cursar la universidad. “Antes las familias se sentían muy orgullosas de que sus hijos fueran profesionales; hoy es un requerimiento serlo, pero pienso que económicamente no es una muy buena decisión para la familia. La inversión es muy alta y la tasa de retorno casi nula, si es que la hay”.
La frustración y el descontento social que genera esta promesa incumplida de educación y movilidad social es un problema serio, pues conlleva un gran riesgo para toda la sociedad.
“Esta frustración genera un desapego a la aventura del conocimiento. Los chicos empiezan a preguntarse para qué estudiar si se gana mucho más como vendedor informal, y no se diga como delincuente. Cuando un país pierde la relevancia educativa pierde muchísimo más que el empleo o el desarrollo económico. Pierde el sentido de la cultura, el sentido del valor del saber”, dice Gil Antón.


Discurso del Papa en la Univeridad Católica de Chile, 17 de enero de 2018


La historia de esta Universidad está entrelazada, en cierto modo, con la historia de Chile. Son miles los hombres y mujeres que, formándose aquí, han cumplido tareas relevantes para el desarrollo de la patria. Quisiera recordar especialmente la figura de san Alberto Hurtado, en este año que se cumplen 100 años desde que comenzó aquí sus estudios. Su vida se vuelve un claro testimonio de cómo la inteligencia, la excelencia académica y la profesionalidad en el quehacer, armonizadas con la fe, la justicia y la caridad, lejos de disminuirse, alcanzan una fuerza que es profecía capaz de abrir horizontes e iluminar el sendero, especialmente para los descartados de la sociedad, sobre todo hoy en que priva esta cultura del descarte.

En este sentido, quiero retomar sus palabras, señor Rector, cuando afirmaba: «Tenemos importantes desafíos para nuestra patria, que dicen relación con la convivencia nacional y con la capacidad de avanzar en comunidad».

1. Convivencia nacional
Hablar de desafíos es asumir que hay situaciones que han llegado a un punto que exigen ser repensadas. Lo que hasta ayer podía ser un factor de unidad y cohesión, hoy está reclamando nuevas respuestas. El ritmo acelerado y la implantación casi vertiginosa de algunos procesos y cambios que se imponen en nuestras sociedades nos invitan de manera serena, pero sin demora, a una reflexión que no sea ingenua, utópica y menos aún voluntarista. Lo cual no significa frenar el desarrollo del conocimiento, sino hacer de la Universidad un espacio privilegiado «para practicar la gramática del diálogo que forma encuentro»[1]. Ya que «la verdadera sabiduría, [es] producto de la reflexión, del diálogo y del encuentro generoso entre las personas»[2].

La convivencia nacional es posible —entre otras cosas— en la medida en que generemos procesos educativos también transformadores, inclusivos y de convivencia. Educar para la convivencia no es solamente adjuntar valores a la labor educativa, sino generar una dinámica de convivencia dentro del propio sistema educativo. No es tanto una cuestión de contenidos sino de enseñar a pensar y a razonar de manera integradora. Lo que los clásicos solían llamar con el nombre de forma mentis.
Y para lograr esto es necesario desarrollar una alfabetización integradora que sepa acompasar los procesos de transformación que se están produciendo en el seno de nuestras sociedades.

Tal proceso de alfabetización exige trabajar de manera simultánea la integración de los diversos lenguajes que nos constituyen como personas. Es decir, una educación —alfabetización— que integre y armonice el intelecto, los afectos y las manos— es decir, la cabeza, el corazón y la acción. Esto brindará y posibilitará a los estudiantes crecer no sólo armonioso a nivel personal sino, simultáneamente, a nivel social. Urge generar espacios donde la fragmentación no sea el esquema dominante, incluso del pensamiento; para ello es necesario enseñar a pensar lo que se siente y se hace; a sentir lo que se piensa y se hace; a hacer lo que se piensa y se siente. Un dinamismo de capacidades al servicio de la persona y de la sociedad.

La alfabetización, basada en la integración de los distintos lenguajes que nos conforman, irá implicando a los estudiantes en su propio proceso educativo; proceso de cara a los desafíos que el mundo próximo les va a presentar. El «divorcio» de los saberes y de los lenguajes, el analfabetismo sobre cómo integrar las distintas dimensiones de la vida, lo único que consigue es fragmentación y ruptura social.

En esta sociedad líquida[3] o ligera[4], como la han querido denominar algunos pensadores, van desapareciendo los puntos de referencia desde donde las personas pueden construirse individual y socialmente. Pareciera que hoy en día la «nube» es el nuevo punto de encuentro, que está marcado por la falta de estabilidad ya que todo se volatiliza y por lo tanto pierde consistencia.
Y tal falta de consistencia podría ser una de las razones de la pérdida de conciencia del espacio público. Un espacio que exige un mínimo de trascendencia sobre los intereses privados —vivir más y mejor— para construir sobre cimientos que revelen esa dimensión tan importante de nuestra vida como es el «nosotros». Sin esa conciencia, pero especialmente sin ese sentimiento y, por lo tanto, sin esa experiencia, es y será muy difícil construir la nación, y entonces parecería que lo único importante y válido es aquello que pertenece al individuo, y todo lo que queda fuera de esa jurisdicción se vuelve obsoleto. Una cultura así ha perdido la memoria, ha perdido los ligamentos que sostienen y posibilitan la vida. Sin el «nosotros» de un pueblo, de una familia, de una nación y, al mismo tiempo, sin el nosotros del futuro, de los hijos y del mañana; sin el nosotros de una ciudad que «me» trascienda y sea más rica que los intereses individuales, la vida será no sólo cada vez más fracturada sino más conflictiva y violenta.

La Universidad, en este sentido, tiene el desafío de generar nuevas dinámicas al interno de su propio claustro, que superen toda fragmentación del saber y estimulen a una verdadera universitas.

2. Avanzar en comunidad
De ahí, el segundo elemento tan importante para esta casa de estudios: la capacidad de avanzar en comunidad.

He sabido con alegría del esfuerzo evangelizador y de la vitalidad alegre de su Pastoral Universitaria, signo de una Iglesia joven, viva y «en salida». Las misiones que realizan todos los años en diversos puntos del País son un punto fuerte y muy enriquecedor. En estas instancias, ustedes logran alargar el horizonte de sus miradas y entran en contacto con diversas situaciones que, más allá del acontecimiento puntual, los dejan movilizados. El «misionero», en el sentido etimológico de la palabra, nunca vuelve igual de la misión; experimenta el paso de Dios en el encuentro con tantos rostros o que no conocían o que no le eran cotidianos, o que le eran lejanos.

Esas experiencias no pueden quedar aisladas del acontecer universitario. Los métodos clásicos de investigación experimentan ciertos límites, más cuando se trata de una cultura como la nuestra que estimula la participación directa e instantánea de los sujetos. La cultura actual exige nuevas formas capaces de incluir a todos los actores que conforman el hecho social y, por lo tanto, educativo. De ahí la importancia de ampliar el concepto de comunidad educativa.

La comunidad está desafiada a no quedarse aislada de los modos de conocer; así como tampoco a construir conocimiento al margen de los destinatarios de los mismos. Es necesario que la adquisición de conocimiento sepa generar una interacción entre el aula y la sabiduría de los pueblos que conforman esta bendecida tierra. Una sabiduría cargada de intuiciones, de «olfato», que no se puede obviar a la hora de pensar Chile. Así se producirá esa sinergia tan enriquecedora entre rigor científico e intuición popular. La estrecha interacción entre ambos impide el divorcio entre la razón y la acción, entre el pensar y el sentir, entre el conocer y el vivir, entre la profesión y el servicio. El conocimiento siempre debe sentirse al servicio de la vida y confrontarse con ella para poder seguir progresando. De ahí que la comunidad educativa no puede reducirse a aulas y bibliotecas, sino que debe avanzar continuamente a la participación. Tal diálogo sólo se puede realizar desde una episteme capaz de asumir una lógica plural, es decir, que asuma la interdisciplinariedad e interdependencia del saber. «En este sentido, es indispensable prestar atención a los pueblos originarios con sus tradiciones culturales. No son una simple minoría entre otras, sino que deben convertirse en los principales interlocutores, sobre todo a la hora de avanzar en grandes proyectos que afecten a sus espacios»[5].

La comunidad educativa guarda en sí un sinfín de posibilidades y potencialidades cuando se deja enriquecer e interpelar por todos los actores que configuran el hecho educativo. Esto exige un mayor esfuerzo en la calidad y en la integración, pues el servicio universitario ha de apuntar siempre a ser de calidad y de excelencia, puestas al servicio de la convivencia nacional. Podríamos decir que la Universidad se vuelve un laboratorio para el futuro del país, ya que logra incorporar en su seno la vida y el caminar del pueblo superando toda lógica antagónica y elitista del saber.

Cuenta una antigua tradición cabalística que el origen del mal se encuentra en la escisión producida por el ser humano al comer del árbol de la ciencia del bien y del mal. De esta forma, el conocimiento adquirió un primado sobre la creación, sometiéndola a sus esquemas y deseos[6]. La tentación latente en todo ámbito académico será la de reducir la Creación a unos esquemas interpretativos, privándola del Misterio propio que ha movido a generaciones enteras a buscar lo justo, bueno, bello y verdadero. Y cuando el profesor, por su sapiencialidad, se convierte en «maestro», entonces sí es capaz de despertar la capacidad de asombro en nuestros estudiantes. ¡Asombro ante un mundo y un universo a descubrir!

Hoy resulta profética la misión que tienen entre manos. Ustedes son interpelados para generar procesos que iluminen la cultura actual, proponiendo un renovado humanismo que evite caer en reduccionismos de cualquier tipo. Esta profecía que se nos pide, impulsa a buscar espacios recurrentes de diálogo más que de confrontación; espacios de encuentro más que de división; caminos de amistosa discrepancia, porque se difiere con respeto entre personas que caminan en la búsqueda honesta de avanzar en comunidad hacia una renovada convivencia nacional.

3er Domingo de Cuaresma; Mzo 3 '18; Homilia Pagola

LA INDIGNACIÓN DE JESÚS
Acompañado de sus discípulos, Jesús sube por primera vez a Jerusalén para celebrar las fiestas de Pascua. Al asomarse al recinto que rodea el Templo, se encuentra con un espectáculo inesperado. Vendedores de bueyes, ovejas y palomas ofreciendo a los peregrinos los animales que necesitan para sacrificarlos en honor a Dios. Cambistas instalados en sus mesas traficando con el cambio de monedas paganas por la única moneda oficial aceptada por los sacerdotes.
Jesús se llena de indignación. El narrador describe su reacción de manera muy gráfica: con un látigo saca del recinto sagrado a los animales, vuelca las mesas de los cambistas echando por tierra sus monedas, grita: «No convirtáis en un mercado la casa de mi Padre».
Jesús se siente como un extraño en aquel lugar. Lo que ven sus ojos nada tiene que ver con el verdadero culto a su Padre. La religión del Templo se ha convertido en un negocio donde los sacerdotes buscan buenos ingresos, y donde los peregrinos tratan de "comprar" a Dios con sus ofrendas. Jesús recuerda seguramente unas palabras del profeta Oseas que repetirá más de una vez a lo largo de su vida: «Así dice Dios: Yo quiero amor y no sacrificios».
Aquel Templo no es la casa de un Dios Padre en la que todos se acogen mutuamente como hermanos y hermanas. Jesús no puede ver allí esa "familia de Dios" que quiere ir formando con sus seguidores. Aquello no es sino un mercado donde cada uno busca su negocio.
No pensemos que Jesús está condenando una religión primitiva, poco evolucionada. Su crítica es más profunda. Dios no puede ser el protector y encubridor de una religión tejida de intereses y egoísmos. Dios es un Padre al que solo se puede dar culto trabajando por una comunidad humana más solidaria y fraterna.
Casi sin darnos cuenta, todos nos podemos convertir hoy en "vendedores y cambistas" que no saben vivir sino buscando solo su propio interés. Estamos convirtiendo el mundo en un gran mercado donde todo se compra y se vende, y corremos el riesgo de vivir incluso la relación con el Misterio de Dios de manera mercantil.

Hemos de hacer de nuestras comunidades cristianas un espacio donde todos nos podamos sentir en la «casa del Padre». Una casa acogedora y cálida donde a nadie se le cierran las puertas, donde a nadie se excluye ni discrimina. Una casa donde aprendemos a escuchar el sufrimiento de los hijos más desvalidos de Dios y no solo nuestro propio interés. Una casa donde podemos invocar a Dios como Padre porque nos sentimos sus hijos y buscamos vivir como hermanos.