domingo, 27 de mayo de 2018

La Santísima Trinidad; EL MEJOR AMIGO; Mayo 27 '18; J. A. Pagola

En el núcleo de la fe cristiana en un Dios trinitario hay una afirmación esencial. Dios no es un ser tenebroso e impenetrable, encerrado egoístamente en sí mismo. Dios es Amor y solo Amor. Los cristianos creemos que en el Misterio último de la realidad, dando sentido y consistencia a todo, no hay sino Amor. Jesús no ha escrito ningún tratado acerca de Dios. En ningún momento lo encontramos exponiendo a los campesinos de Galilea doctrina sobre él. Para Jesús, Dios no es un concepto, una bella teoría, una definición sublime. Dios es el mejor Amigo del ser humano.
Los investigadores no dudan de un dato que recogen los evangelios. La gente que escuchaba a Jesús hablar de Dios y le veía actuar en su nombre, experimentaba a Dios como una Buena Noticia. Lo que Jesús dice de Dios les resulta algo nuevo y bueno. La experiencia que comunica y contagia les parece la mejor noticia que pueden escuchar de Dios. ¿Por qué?
Tal vez lo primero que captan es que Dios es de todos, no solo de los que se sienten dignos para presentarse ante él en el Templo. Dios no está atado a un lugar sagrado. No pertenece a una religión. No es propiedad de los piadosos que peregrinan a Jerusalén. Según Jesús, "hace salir su sol sobre buenos y malos". Dios no excluye ni discrimina a nadie. Jesús invita a todos a confiar en él: "Cuando oréis decid: ¡Padre!".
Con Jesús van descubriendo que Dios no es solo de los que se acercan a él cargados de méritos. Antes que a ellos, escucha a quienes le piden compasión porque se sienten pecadores sin remedio. Según Jesús, Dios anda siempre buscando a los que viven perdidos. Por eso se siente tan amigo de pecadores. Por eso les dice que él "ha venido a buscar y salvar lo que estaba perdido".
También se dan cuenta de que Dios no es solo de los sabios y entendidos. Jesús le da gracias al Padre porque le gusta revelar a los pequeños cosas que les quedan ocultas a los ilustrados. Dios tiene menos problemas para entenderse con el pueblo sencillo que con los doctos que creen saberlo todo.
Pero fue, sin duda, la vida de Jesús, dedicado en nombre de Dios a aliviar el sufrimiento de los enfermos, liberar a  poseídos por espíritus malignos, rescatar a leprosos de la marginación, ofrecer el perdón a pecadores y prostitutas..., lo que les convenció que Jesús experimentaba a Dios como el mejor Amigo del ser humano, que solo busca nuestro bien y solo se opone a lo que nos hace daño. Los seguidores de Jesús nunca pusieron en duda que el Dios encarnado y revelado en Jesús es Amor y solo Amor hacia todos.

La Santísima Trinidad; Mayo 27, '18; FFF

Deuteronomio 432-34. 39-40; Salmo 32; Romanos 814-17; Mateo 2816-20

El tiempo pascual ha terminado. Con la fiesta de este domingo se abre el ciclo ordinario de la liturgia a través del cual se va desplegando la vida del Señor Jesús; y este ciclo se abre con la gran fiesta de la Santísima Trinidad. Un misterio incomprensible para la mente humana, pero quizá no para el corazón.
Lo que la revelación nos dice a través de los textos bíblicos es que para el creyente sólo existe un solo Dios: no hay dos ni muchos, ni distintos, ni en galaxias diferentes, como sí podría haber otros mundos como el nuestro en otro lugar del universo infinito en el que nos encontramos. Toda la lucha, podemos decir del Espíritu de Dios en el Antiguo Testamento, fue para conducir al pueblo judío a la creencia en un solo Dios y así sacarlos de la idolatría de tantos otros pueblos y sus culturas en las cuales adoraban a un sinnúmero de ídolos, de dioses con minúscula. La Biblia dirá que el pueblo de Israel era “de cabeza dura; de dura cerviz”, que en cuanto entraban en crisis en su marcha de liberación por el desierto, no sólo quería volver a la esclavitud de los ajos y cebollas, sino volvían a construir sus propios dioses, como el becerro de oro, y a adorarlos olvidándose de Yahvé.
Fue una marcha de siglos en los que la paciencia infinita de Dios los perdonaba una y mil veces, conduciéndolos a través de su Espíritu, hacia el conocimiento y aceptación de Yahvé, como el único Dios y Señor. Un Dios, cierto, en ratos justiciero y vengador, parcial hacia un solo pueblo; pero también un Dios tierno y amoroso hasta el extremo de concebirse como una madre para quien le es imposible olvidarse de sus hijos.
Y ahí, ya los libros sagrados daban testimonio de que en Dios había un Espíritu que se comunicaba con los profetas o con los sacerdotes; también se hablaba del “ángel del Señor”; en otras ocasiones a Dios se le miraba como trinidad, como en el caso de Abraham que pasan tres varones delante de su tienda y le pronostican que Sara, su mujer, a pesar de la edad de ambos, concebirá un hijo, Isaac.
De ahí que la primera gran certeza para el pueblo de Israel, después de muchos siglos, era que sólo había un Dios verdadero que intervenía en la historia a través de su Espíritu, siempre buscando el bien del pueblo, su liberación, la justicia, la igualdad, el amor.
Sin embargo, sólo es hasta la encarnación con el nacimiento de Jesucristo y su presencia en la historia, que el pueblo de Israel comienza a perfilar su concepción de Dios como “comunidad”, como “trinidad”, a través de las revelaciones que Jesús iría haciendo durante su vida mortal. Cómo entender o explicar teológicamente esto es algo imposible de realizar para la mente humana. San Agustín lo expresa en sus “Confesiones”, cuando tiene una revelación que compara poder contar las arenas del mar, con la comprensión del misterio de la Trinidad: imposible. Es en este sentido que interviene la fe, pero también en base a la experiencia y al testimonio de la primera comunidad cristiana.
El primer paso fue comprender, aceptar, que Jesús era “hijo de Dios”, era “el Hijo”; tuvo que pasar la crucifixión para que también los mismos paganos reconocerían que “ese hombre era el hijo de Dios” y comenzara, a partir de la Resurrección, la experiencia fundamental, la primigenia de los discípulos, que les confirmaría la fe, que creerían absolutamente en todo lo que Jesús había hecho y les había dicho. Con absoluta certeza, para ellos ese Jesús de Nazaret era el Cristo, el Mesías esperado, el enviado por Dios. Ya había lugar para las dudas. Jesús era el “hijo amado”, como lo había manifestado Dios tanto en el Jordán como en el Tabor.
El último paso fue vivir la venida del Espíritu Santo. Jesús se va; regresa al cielo con su Padre, pero les envía al Espíritu; no los dejará solos ni lo que habían visto y oído de Jesús de Nazaret sería la última revelación. Ahora, con la llegada del Espíritu Santo, se abría el tiempo de la comunidad cristiana, de la expansión sobre toda la tierra, y de la progresiva comprensión de ese misterio de Dios que ellos habían podido tocar y palpar en Jesucristo.
De ahí en adelante, el Dios creyente de los cristianos revelado en Jesús y por Él, tendría una comprensión novedosa, distinta incluso de la del mismo Yahvé del Antiguo Testamento, aunque sin suplantarlo. Podemos decir, que gracias a Jesús, la experiencia del Dios del Antiguo Testamento se completó, se enriqueció y que eso fue lo que ellos asimilaron en su corazón, sin pelearse por dar una explicación teológica aceptable y “demostrable” para los demás.
Lo primero que cambio para ellos fue la experiencia de Dios: para nada volvería a ser un “Dios temible, vengador y justiciero”, sino “el Padre de nuestro Señor Jesucristo”. Dios es “padre y madre”; nuestro Dios es ternura, bondad, comprensión, cariño, cercanía; es un Padre que sólo busca el bien de sus hijos; que ha construido moradas en el Cielo para recibirnos. Eso fue la experiencia de los discípulos.
En segundo término, que verdaderamente Jesús era “el Hijo”: el Padre y el Hijo son la misma realidad. Jesús le diría a Felipe: “quien me ve a mí, ve al Padre”. Dos personas distintas, pero en absoluta identificación.
Lo tercero, que el vínculo entre el Padre y el Hijo era el “Espíritu de amor”, el Espíritu Santo, verdadera persona que, no sólo sostuvo a Jesús y lo guió para hacer la voluntad del Padre, sino que ahora guiaría a la comunidad, les enseñaría –como dijo Jesús- todo lo que aún faltaba que conocieran y, sobre todo, sería ese Espíritu, el Espíritu de Jesús, quien los sostendría con un nuevo vigor hasta dar la vida por anunciar la buena noticia del Reino, hasta la muerte.
De ahí, entonces, la formulación de la primitiva comunidad cristiana de tres personas distintas –el Padre, el Hijo y el Espíritu- en un solo Dios verdadero. ¿Cómo poder explicar esto? ¡Imposible! Pero para ellos, eso no fue lo realmente importante; pues esa “trinidad” ellos la habían experimentado como una comunidad de amor. “Dios es amor”, repetirá San Juan en sus cartas, infinitas veces. El amor del Padre generó al Hijo por medio del Espíritu Santo. De ahí que el Dios cristiano fue una verdadera experiencia para los discípulos en la que vivieron relaciones distintas con el Padre, con el Hijo y con el Espíritu, pero como unidad indisoluble y única; la unidad que da el amor al fundirse en el otro.
La cabeza, la razón no pueden explicar el misterio de Dios, el de la Trinidad, la Encarnación, la muerte de Dios en Jesucristo y su Resurrección, la guía y sostén del Espíritu presente en la comunidad de creyentes, hasta nuestros días.
Lo único que nos transmitieron los discípulos no fueron tratados de teología, sino una sola experiencia: la del amor hasta el extremo que ellos experimentaron con Jesús desde el Padre, sostenido por el Espíritu. Así que la comprensión del misterio de la Trinidad, no es cuestión de la cabeza, sino del corazón; y de un corazón enamorado, que se ha dejado seducir por el Padre de Nuestro Señor Jesucristo provocado por el Espíritu; de un corazón que se abrió a este misterio, que se dejó seducir, que se lanzó a experimentarlo. En una palabra, que se abrió al amor infinito y trascendente de Dios.














domingo, 13 de mayo de 2018

La Ascensión del Señor; ABRIR EL HORIZONTE; Mayo 13 '18; J. A. Pagola

Ocupados solo en el logro inmediato de un mayor bienestar y atraídos por pequeñas aspiraciones y esperanzas, corremos el riesgo de empobrecer el horizonte de nuestra existencia perdiendo el anhelo de eternidad. ¿Es un progreso? ¿Es un error?
Hay dos hechos que no es difícil comprobar en este nuevo milenio en el que vivimos desde hace unos años. Por una parte, está creciendo en la sociedad humana la expectativa y el deseo de un mundo mejor. No nos contentamos con cualquier cosa: necesitamos progresar hacia un mundo más digno, más humano y dichoso.
Por otra parte, está creciendo el desencanto, el escepticismo y la incertidumbre ante el futuro. Hay tanto sufrimiento absurdo en la vida de las personas y de los pueblos, tantos conflictos envenenados, tales abusos contra el Planeta, que no es fácil mantener la fe en el ser humano.
Sin embargo, el desarrollo de la ciencia y la tecnología esta logrando resolver muchos males y sufrimientos. En el futuro se lograrán, sin duda, éxitos todavía más espectaculares. Aún no somos capaces de intuir la capacidad que se encierra en el ser humano para desarrollar un bienestar físico, psíquico y social.
Pero no sería honesto olvidar que este desarrollo prodigioso nos va “salvando” solo de algunos males y de manera limitada. Ahora precisamente que disfrutamos cada vez más del progreso humano, empezamos a percibir mejor que el ser humano no puede darse a sí mismo todo lo que anhela y busca.
¿Quién nos salvará del envejecimiento, de la muerte inevitable o del poder extraño del mal? No nos ha de sorprender que muchos comiencen a sentir la necesidad de algo que no es ni técnica ni ciencia ni doctrina ideológica. El ser humano se resiste a vivir encerrado para siempre en esta condición caduca y mortal.
Sin embargo, no pocos cristianos viven hoy mirando exclusivamente a la tierra, Al parecer, no nos atrevemos a levantar la mirada más allá de lo inmediato de cada día. En esta fiesta cristiana de la Ascensión del Señor quiero recordar unas palabras del aquél gran científico y místico que fue Theilhard de Chardin: “Cristianos, a solo veinte siglos de la Ascensión, ¿qué habéis hecho de la esperanza cristiana?”.

En medio de interrogantes e incertidumbres, los seguidores de Jesús seguimos caminando por la vida, trabajados por una confianza y una convicción. Cuando parece que la vida se cierra o se extingue, Dios permanece. El misterio último de la realidad es un misterio de Bondad y de Amor. Dios es una Puerta abierta a la vida que nadie puede cerrar.

La Ascensión del Señor;13 de mayo del 2018; FFF


Hechos de los Apóstoles 11-11; Salmo 46; Efesios 41-13; Marcos 1615-20

Muchas enseñanzas nos deja este día en el que celebramos la Ascensión del Señor.
Lo primero es el hecho. Las lecturas afirman que después de estar 40 días con los discípulos, de manifestarse a los distintos seguidores que iban creyendo en la Palabra y estando reunidos los 11 con Jesús, se fue elevando hasta desaparecer delante de sus ojos.
            Jesús ha realizado su Misión: durante su vida mortal cumplió lo que el Padre le había encargado, potenciado por la fuerza que el Espíritu le había comunicado al momento de ser bautizado por Juan el Bautista. Desde el inicio, los Evangelistas nos transmiten la esencia del mensaje de Jesús, lo que ellos captaron y luego se lanzaría a hacer: “El Reino de los Cielos está cerca; conviértanse y crean en la Buena Noticia”, lo cual fue respaldado por la acción real, física, de Jesús en favor de los pobres y excluidos. Ellos fueron testigos de que “Jesús pasó haciendo bien y curando toda enfermedad y toda dolencia”. Y “de eso –como dice la Escritura- serán mis testigos”.
            La salvación de Dios, el anuncio del Reino, nos trasluce con toda nitidez que la voluntad del Padre, actuada por Jesús, fue disminuir el sufrimiento de sus hijos e hijas en la tierra; y mediante esos “signos” (milagros), que todos llegaran a creer que ese hombre de Nazaret era el Hijo de Dios, y que ese mismo Dios era un Padre preocupado por sus hijos, particularmente por los más desvalidos: los pobres, los excluidos, los marginados, los enfermos, los pecadores, los rechazados.
            Ellos captaron con toda lucidez que el mensaje de Dios en Jesucristo no había consistido en largas doctrinas, mandamientos o normas que tenían que aprender y practicar; por el contrario, el mensaje del Padre era que había que hacer el bien, que no se podía pasar con indiferencia delante de los leprosos, pecadores o prostitutas; que Jesús era el Hijo de Dios, a la vez que Dios era un Padre-Madre deseoso de suprimir el dolor y el sufrimiento del mundo. Esto fue en esencia, tan sencillo y tan comprometedor, el mensaje de Jesús.
La Ascensión. Sin embargo, misteriosamente como fruto de la libertad de Dios y de la lógica divina (quizá nosotros hubiéramos hecho la salvación de otro modo), con eso, el encargo que el Padre le había hecho a Jesús, terminaba. Por así decirlo, la encomienda de Dios para con su Hijo era abrirles los ojos y el corazón a los seres humanos para que también ellos, sostenidos por su mismo Espíritu, curaran toda enfermedad y dolencia. Nada de clases, de aprendizajes teóricos, de normas o de teorías sobre Dios; simplemente, hacer el bien; cambiar la imagen de Dios por la de un Padre; entender que el máximo amor que pudo haber en la tierra es que ese Dios había enviado a su Hijo para dar su vida por nosotros, a fin de que nosotros pudiéramos hacer lo mismo.
El Espíritu de Jesús. Con eso terminaba la acción de Jesús en la historia y comenzaba la era del Espíritu. Él no se quedaría a consolidar su proyecto; había formado un grupo; había logrado que lo quisieran entrañablemente a pesar de sus debilidades y traiciones, había actuado delante de sus ojos…, e incomprensiblemente, ahora confiaba absolutamente en ellos;  y eso era todo.
Y esto es lo más sorprendente: ¿cómo Jesús fue capaz de confiar en ese puñado de hombres rudos, ignorantes, débiles, que hasta el final de su vida seguían sin entender su enseñanza? El confiar su obra a esos hombres y mujeres fue un acto impresionante de Jesús. Él creyó en la humanidad; Él pudo volver con su Padre porque se sabía amado por ellos, y eso bastaba para su certeza de que no se acabaría todo, fruto de la debilidad y limitaciones de esa humanidad tan llena de miserias. Ahora serán ellos los encargados y responsables de que el Proyecto de Jesús, no muera.
Sin embargo, no los abandona totalmente. Jesús confío en ellos, pero también les dejó su Espíritu. Como dice la Escritura, Él les enseñaría todo lo referente al Reino de los Cielos y los sostendría en medio de la adversidad para ser sus testigos en cualquier circunstancia.
            El puente entonces, entre la vida de Jesús y la vida de esa primitiva comunidad de seguidores, y la condición para que su obra no quedara en el olvido, fue el anuncio que Jesús les hizo: “Uds. será bautizados con el Espíritu Santo…; los llenará de fortaleza y serán mis testigos…, hasta en los últimos rincones de la tierra”.
            Entonces, si el cristianismo siguió adelante, fue gracias a dos condiciones: la certeza de que Jesús se sabía amado hasta el extremo por sus seguidores y por la real fuerza del Espíritu. Sólo así se puede entender que todo no haya acabado ahí, como les pasó a los discípulos después de la Crucifixión.
Nosotros, también seguidores. No hay de otra; ahora somos nosotros los que tenemos que seguir con la estafeta. Jesucristo confía en cada uno; sabe que el Espíritu nos acompaña; pero que no seguirá adelante su obra, si no estamos profundamente enamorados del Maestro, como lo fueron sus seguidores, y comprometidos con su obra a la manera de los discípulos, creyendo y viviendo desde la fuerza del Espíritu.


domingo, 6 de mayo de 2018

Una Historia de Gratitud Y compromiso, 450 años de la Llegada de los sj a Perú.


En Perú estamos celebrando los 450 años de la llegada de los jesuitas a estas tierras. El 28 de marzo de 1568, llegaban al puerto del Callao los seis primeros jesuitas liderados por el P. Jerónimo Ruiz del Portillo. El 1 de abril llegaron a Lima, siendo acogidos por los Padres Dominicos; al poco tiempo tomaron posesión de una propiedad donada por el gobierno de Lima y un grupo de ilustres personajes de la época, en el actual terreno ocupado por la Iglesia San Pedro, el Banco Central de Reserva y la Biblioteca Nacional, en el centro de la Ciudad de Lima.
En la actualidad, la Compañía en el Perú sigue impulsando el servicio de la fe y la promoción de la justicia, a favor de la reconciliación, desarrollando nuevas iniciativas apostólicas en fidelidad creativa a una larga y rica tradición.
La misión evangelizadora de los pueblos Awajún y Wampis, en la Amazonía del Alto Marañón, y de las comunidades andinas quechuas, en la Provincia de Quispicanchi, Cusco, son una muestra de ese esfuerzo. En dichos lugares, la Compañía sigue promoviendo el conocimiento de las lenguas originarias y su enseñanza en las escuelas públicas. Al mismo tiempo, se cultiva el respeto y reconocimiento de la sabiduría ancestral, en medio de los enormes desafíos que significa la penetración de la modernidad y de los grandes capitales que buscan explotar los recursos naturales. Para hacer frente a estas amenazas, seguimos apostando por la educación intercultural y bilingüe, haciendo de ella un medio importante para fortalecer la propia identidad cultural, en diálogo con la diversidad. Como decía el Papa Francisco a los pueblos amazónicos en Puerto Maldonado: “la única manera de que las culturas no se pierdan es que se mantengan en dinamismo, en constante movimiento”.
El apostolado educativo también sigue renovándose y actualizándose. La red de colegios e instituciones educativas de Fe y Alegría, así como los Centros Sociales o de Educación Popular, destinados a servir a la población campesina y urbano-emergente, son un ejemplo de ello. A través de estas instituciones, la Compañía sigue enfatizando su compromiso con los más necesitados y promoviendo una mayor conciencia de su dignidad y de sus derechos como personas y como ciudadanos. Por su parte, los colegios tradicionales de la Compañía se han abierto a la realidad de injusticia y desigualdad que aún persiste en el país. Para ello, desarrollan programas y experiencias que permiten a los estudiantes tomar conciencia de esta realidad y reflexionar sobre sus causas y posibles caminos de transformación.
En este año de aniversario, enfrentamos en el país el enorme desafío de la lucha contra la corrupción. El escándalo de Odebrecht ha salpicado sobre la mayor parte de la clase política y un buen sector de los empresarios. Todos los ex presidentes, desde el año 2001, están siendo investigados, algunos están detenidos o con orden de detención. También hay gobernadores regionales y alcaldes municipales encarcelados o investigados por diversos delitos de corrupción.
Ante este desafío, la Compañía sigue apostando por una educación ética y ciudadana, así como por el fortalecimiento de la participación ciudadana en diversas instancias del estado. La Universidad Antonio Ruiz de Montoya viene participando en mesas de lucha contra la corrupción y promoviendo iniciativas de incidencia política. Asimismo, desarrolla cursos y programas de ética pública con funcionarios y profesionales de diversas instituciones, en Lima y en otras ciudades del país. A través del área de formación continua, ofrece diversos cursos y conferencias sobre temas éticos, ambientales y de interculturalidad con el objeto de fortalecer la conciencia ciudadana y de generar una opinión pública mejor informada.
Finalmente, en el último año ha crecido tremendamente la inmigración venezolana. Según datos de ACNUR, en el Perú hay 240 mil venezolanos distribuidos en muchas ciudades del país, y el número sigue creciendo. El gobierno ha dado algunas facilidades de residencia y trabajo, pero el país no tiene mucha capacidad para absorber una masa grande de inmigrantes. En medio de esa urgencia, la Compañía en el Perú viene trabajando en alianza con ACNUR para ofrecer asistencia legal a través de tres oficinas ubicadas en las fronteras de Tacna y Tumbes, y en Lima. También la Conferencia de Religiosas y religiosos del Perú está coordinando esfuerzos para ayudar a los inmigrantes venezolanos. La Universidad Ruiz de Montoya, por su parte, está ofreciendo investigaciones relevantes sobre la inmigración, sus alcances y necesidades.
De este modo, la Compañía de Jesús en el Perú, a través de sus diversos ministerios y obras apostólicas, sigue intentado llevar adelante su misión apostólica en fidelidad creativa a su propia historia y carisma.

Juan Carlos Morante, SJ – Provincial de Perú

6° Domingo de Pascua; 6 de mayo del 2018; J. E. Pagola

AL ESTILO DE JESÚS
Jesús se está despidiendo de sus discípulos. Los ha querido apasionadamente. Los ha amado con el mismo amor con que lo ha amado el Padre. Ahora los tiene que dejar. Conoce su egoísmo. No saben quererse. Los ve discutiendo entre sí por obtener los primeros puestos. ¿Qué será de ellos?
Las palabras de Jesús adquieren un tono solemne. Han de quedar bien grabadas en todos: "Éste es mi mandato: que os améis unos a otros como yo os he amado". Jesús no quiere que su estilo de amar se pierda entre los suyos. Si un día lo olvidan, nadie los podrá reconocer como discípulos suyos.
De Jesús quedó un recuerdo imborrable. Las primeras generaciones resumían así su vida: "Pasó por todas partes haciendo el bien". Era bueno encontrarse con él. Buscaba siempre el bien de las personas. Ayudaba a vivir. Su vida fue una Buena Noticia. Se podía descubrir en él la cercanía buena de Dios.
Jesús tiene un estilo de amar inconfundible. Es muy sensible al sufrimiento de la gente. No puede pasar de largo ante quien está sufriendo. Al entrar un día en la pequeña aldea de Naín, se encuentra con un entierro: una viuda se dirige a dar tierra a su hijo único. A Jesús le sale desde dentro su amor hacia aquella desconocida: "Mujer, no llores". Quien ama como Jesús, vive aliviando el sufrimiento y secando lágrimas.
Los evangelios recuerdan en diversas ocasiones cómo Jesús captaba con su mirada el sufrimiento de la gente. Los miraba y se conmovía: los veía sufriendo, o abatidos o como ovejas sin pastor. Rápidamente, se ponía a curar a los más enfermos o a alimentarlos con sus palabras. Quien ama como Jesús, aprende a mirar los rostros de las personas con compasión.
Es admirable la disponibilidad de Jesús para hacer el bien. No piensa en sí mismo. Está atento a cualquier llamada, dispuesto siempre a hacer lo que pueda. A un mendigo ciego que le pide compasión mientras va de camino, lo acoge con estas palabras: "¿Qué quieres que haga por ti?". Con esta actitud anda por la vida quien ama como Jesús.
Jesús sabe estar junto a los más desvalidos. No hace falta que se lo pidan. Hace lo que puede por curar sus dolencias, liberar sus conciencias o contagiar confianza en Dios. Pero no puede resolver todos los problemas de aquellas gentes.
Entonces se dedica a hacer gestos de bondad: abraza a los niños de la calle: no quiere que nadie se sienta huérfano; bendice a los enfermos: no quiere que se sientan olvidados por Dios; acaricia la piel de los leprosos: no quiere que se vean excluidos. Así son los gestos de quien ama como Jesús.


6° Domingo de Pascua; 6 de mayo del 2018; FFF.


Hechos de los Apóstoles 1025-26. 34-35. 44-48; Salmo 97; 1 Juan 77-10; Juan 159-17
Hoy celebramos el último domingo de Pascua; el siguiente será la Ascensión y, finalmente, Pentecostés, con lo que se cierra el ciclo pascual. Así que este domingo seguirá buscando dejar claro para los cristianos la herencia creativa y el compromiso activo que resulta como corolario lógico de todo este tiempo. Podemos señalar 4 elementos fundamentales que se convertirán en el a b c de los seguidores del Señor Jesús, muerto y resucitado.
1°: La Resurrección de Jesús y el poder que ha comunicado a los apóstoles de incluso hacer los mismos “signos” (milagros) que el Señor hacía, no es motivo ni para que ellos se sintieran diferentes, privilegiados, superiores; ni para que los demás los adoraran como si fueran dioses o para que ellos permitieran ese tipo de veneración. Cuando Cornelio sale al encuentro de Pedro y se postra ante él “en señal de adoración”, Pedro le contesta con toda claridad sabiendo quién es, sin ningún atisbo de superioridad; sabiendo que no es otra cosa sino “un hombre como tú”, como le dice al Oficial Romano.
            El realizar las obras que Jesús hacía o incluso más, no es absolutamente ningún motivo para sentirse superiores o para recibir un trato especial. Pensemos en todos los representantes de las iglesias cristianas: ¡cuánto boato, soberbia, auto-reconocimiento, etc., etc., hay en su ministerio, fruto de su “Ego”, por sentir que el encargo que han recibido del Señor Jesús, es motivo para colocarse “un peldaño” por encima de los demás, de los mismos creyentes! El auténtico seguir de Jesús, va por otro sendero.
2°: La acción del Espíritu Santo en la construcción y dirección de esa primitiva comunidad cristiana. El Señor Jesús ya ha subido a los Cielos; estuvo con ellos casi 3 años y los Apóstoles aprendieron de Él los rasgos fundamentales del mensaje de salvación que vino a comunicarles de parte del Padre; pero eso no bastó para que pudieran continuar su obra. Es lo que captan los discípulos. No podían anunciar la palabra y construir el Reino sólo con el “recuerdo de Jesús”. Ellos experimentaron, palparon, vivieron que había comenzado el “tiempo del Espíritu”; y lo vivieron con absoluta fidelidad. Ahora tenían un nuevo preceptor que continuaría la obra de su Maestro. “Todavía estaba hablando Pedro, cuando el Espíritu Santo descendió sobre todos los que estaban escuchando el mensaje”. Ya no importaba que fueran judíos; ahora captaban, por la acción dirigida del Espíritu, que todos estaban llamados a la Salvación. Y por eso “los mandó bautizar en el nombre de Jesucristo”.
            Ese Espíritu que el mismo Jesús recibió en su bautismo y que simbólicamente apareció en forma de paloma, es el que se posa también sobre ellos y los dirige en la construcción esa naciente comunidad de seguidores; es el que va manifestando si la salvación traída por Jesucristo tenía o no límites, el que les transmite su fuerza para hacer milagros, el que va marcando la ruta por donde ellos tendrán que caminar.
3°: La convicción de que la revelación más profunda que Jesús les hizo por medio del Espíritu es que “Dios es amor. Supera al Dios del Antiguo Testamento; pero con mayor razón, supera a los dioses de todo el resto del mundo. El Dios de Jesús, en primer lugar, es Padre-Madre; es bondad, misericordia, preocupación por los desvalidos, por los que no están en la mesa del Señor, por los pobres, etc., etc. Y eso es lo que se entiende porque  Dios “sea amor”.
            Pero junto con ello, lo más maravilloso de este Dios es que nos permite conocerlo si amamos como Él nos enseñó en Jesucristo. No es nada difícil acceder al Padre; sólo tenemos que amar como Jesús. Por eso dice san Juan: “el que ama ha nacido de Dios y conoce a Dios”.
            Y para que no nos quedemos con una idea vaga, abstracta o románticamente cursi de lo que quiere decir, lo concreta diciendo: el amor de Dios se manifiesta en que Él “envió al mundo a su hijo unigénito, para que vivamos por Él”. El amor es darse al otro hasta la muerte, como lo hizo Jesús. “Nadie tiene amor más grande a sus amigos que el que da la vida por ellos”.
            Afirma que incluso el amor no consiste en que “nosotros hayamos amado a Dios, sino en que Él nos amó primero y nos envió a su hijo” para expiar nuestros pecados. El Evangelio subrayará la misma idea: “No son ustedes los que me han elegido, soy yo quien los ha elegido y… destinado para que vayan y den fruto y su fruto permanezca”.
4°, Finalmente, ya por último, también San Juan en el Evangelio, termina de perfilar su propia experiencia de amor que tuvo: hay que amar como el Padre nos amó y que lo experimentamos en el mismo Jesús. La condición es que permanezcamos en el mismo amor en el que Él nos ha amado.
Si queremos, entonces, ser seguidores de Jesús, sólo hay que cumplir un solo mandato: amarnos unos a los otros, como el mismo Jesús y su Padre nos han amado; sólo hay que “permanecer en su amor”.