domingo, 25 de noviembre de 2018

Festividad de Cristo Rey: LO DECISIVO; Nov. 25 del 2018; J. A. Pagola

El juicio contra Jesús tuvo lugar probablemente en el palacio en el que residía Pilato cuando acudía a Jerusalén. Allí se encuentran una mañana de abril del año 30 un reo indefenso llamado Jesús y el representante del poderoso sistema imperial de Roma.
El evangelio de Juan relata el dialogo entre ambos. En realidad, más que un interrogatorio, parece un discurso de Jesús para esclarecer algunos temas que interesan mucho al evangelista. En un determinado momento Jesús hace esta solemne proclamación: "Yo para esto nací y para esto he venido al mundo: para ser testigo de la verdad. Todo el que pertenece a la verdad, escucha mi voz".
Esta afirmación recoge un rasgo básico que define la trayectoria profética de Jesús: su voluntad de vivir en la verdad de Dios. Jesús no solo dice la verdad, sino que busca la verdad y solo la verdad de un Dios que quiere un mundo más humano para todos sus hijos.
Por eso, Jesús habla con autoridad, pero sin falsos autoritarismos. Habla con sinceridad, pero sin dogmatismos. No habla como los fanáticos, que tratan de imponer su verdad. Tampoco como los funcionarios, que la defienden por obligación, aunque no crean en ella. No se siente nunca guardián de la verdad, sino testigo.
Jesús no convierte la verdad de Dios en propaganda. No la utiliza en provecho propio sino en defensa de los pobres. No tolera la mentira o el encubrimiento de las injusticias. No soporta las manipulaciones. Jesús se convierte así en "voz de los sin voz, y voz contra los que tienen demasiada voz" (Jon Sobrino).
Esta voz es más necesaria que nunca en esta sociedad atrapada en una grave crisis económica. La ocultación de la verdad es uno de los más firmes presupuestos de la actuación de los poderes financieros y de la gestación política sometida a sus exigencias. Se nos quiere hacer vivir la crisis en la mentira.
Se hace todo lo posible para ocultar la responsabilidad de los principales causantes de la crisis y se ignora de manera perversa el sufrimiento de las víctimas más débiles e indefensas. Es urgente humanizar la crisis poniendo en el centro de atención la verdad de los que sufren y la atención prioritaria a su situación cada vez más grave.

Es la primera verdad exigible a todos si no queremos ser inhumanos. El primer dato previo a todo. No podemos acostumbrarnos a la exclusión social y la desesperanza en que están cayendo los más débiles. Quienes seguimos a Jesús hemos de escuchar su voz y salir instintivamente en defensa de los últimos. Quien es de la verdad escucha su voz.

Festividad de Cristo Rey; Nov. 25 del 2018; FFF


Daniel 713-14; Salmo 92; Apocalipsis 15-8; Juan 1833-37

La Iglesia celebra hoy una de las fiestas más importantes de su tradición: la culminación de la vida de Jesús como Rey del Universo, como Cristo Rey. El Mesías enviado por Dios, su Padre, no sólo fue un hombre de carne y hueso como cualquiera de nosotros; sino también era Hijo de Dios, que en su entrega radical hasta la muerte rompió el poder de las tinieblas dominado por los reyes –los reyezuelos- de este mundo, e instauró un nuevo reinado, una nueva forma de establecer las relaciones entre los seres humanos dominada por el amor y el reconocimiento de Dios, a quien ese Reino pertenece.
¿Qué claridades nos deja esta celebración para nuestra vida de seguidores de Jesús?
Primera, que “ese Jesús a quien crucificaron”, ahora es el Rey del Universo; ese a quien los judíos mataron, ahora ha sido resucitado por el Padre y ha instaurado una nueva forma de vida para toda la humanidad: la del Resucitado. Jesucristo, Rey del Universo, no ha podido ser retenido por los poderes de este mundo; ni siquiera por la muerte. Él ha vencido; es el gran vencedor sobre todos los reyes y reinados de este mundo que hasta ahora tenían aprisionada a toda la humanidad. Jesucristo ha destruido al peor enemigo que teníamos, que era la muerte. Como dirá San Pablo, “¿dónde está muerte, tu victoria; dónde tu aguijón?”.
Segunda, que el Reino de Jesús “no es de este mundo”. Sin embargo, esta afirmación –desde mi punto de vista- se ha malinterpretado, justamente basándose en las “Bienaventuranzas”. Se dice que como el Reino de Dios es del otro mundo, entonces no nos queda más que resignarnos a la suerte que a cada uno le haya tocado y esperar la muerte para llegar a disfrutar del verdadero reino de Dios, en la otra vida: “Bienaventurados los que sufren –se afirma en el Evangelio-, porque ellos serán consolados”.
Pero, mientras tanto, ¿qué? ¿No les queda a los pobres y desdichados de este mundo aguantarse mientras vivan, para esperar algo después de la muerte? Nada más lejos del mensaje de Jesús y del sentido del Reinado que hoy celebramos. Al afirmar que el Reino de Jesús no es de este mundo, es obvio que su propuesta rompe con los esquemas que hasta aquel entonces regían el mundo (y que desgraciadamente aún lo siguen haciendo). El poder y el reinado de Jesús no podía ser como el de Pilatos, los Césares o la casta sacerdotal que regía la religión del pueblo judío. San Juan ya había condenado en su evangelio a este mundo.
  Por ello, la propuesta de Jesús es establecer un nuevo mundo, con otro tipo de relaciones entre los seres humanos, en donde sean la verdad, la justicia, la igualdad, las formas como se ejerza ese reinado. Jesús busca crear un nuevo mundo –también lo dice San Juan en el Apocalipsis: “vi un cielo nuevo y una tierra nueva”-, mediante una forma diferente de ejercer el poder; una forma diferente de ejecutar el acto de reinar. “No vine a ser servido, sino a servir”, afirma Jesús. “Vine –nos dice el evangelio de este domingo- para ser testigo de la verdad”; no de la mentira con la que se rigen los poderes contrarios al Evangelio.
            Así, entonces, las bienaventuranzas son la propuesta del nuevo reino que buscó Jesús y por el que dio la vida: un reino y un reinado donde no haya desigualdades sociales, mentiras, poderes de unos cuantos para oprimir a las mayorías; donde no haya dolor ni sufrimiento; donde haya misericordia, búsqueda de la justicia, aunque todo este lleve a la persecución y a la muerte, como también lo testimoniaron los primeros discípulos; pues instaurar el reinado de Dios no puede ser una acción que quede impune. Los poderes de este mundo, los reyezuelos que hoy dominan con sus afanes de lucro, de poseer, de oprimir, etc., no están dispuestos justamente a ceder lo que hasta ahora han conquistado sobre la injusticia y la mentira.
El Reinado de Dios que tiene a Cristo como Rey del Universo implica una invitación para secundar su proyecto en la búsqueda de una vía alternativa a los actuales poderes de este mundo; implica un reinado donde, ya desde ahora y no hasta la otra vida, los pobres y oprimidos sean bienaventurados; donde todos podamos gozar de los dones del Padre que dio a la humanidad al crear el mundo.
Obvio, que la afirmación de Jesús sigue manteniendo la trascendencia de su propuesta; pero entendida ahora de otra forma. Jesús vino para establecer un “reinado” donde otras sean las reglas del juego; no la de los poderes fácticos que sólo oprimen y buscan sus propios beneficios; en este mundo iniciamos ya el Reino de Dios, pero su culminación será hasta en la otra vida; ahí se plenificará todo lo que en esta vida hayamos comenzado.
Hoy tenemos que hacer real la invitación de Jesús en el “Padre Nuestro”: que todos nos reconozcamos como hijos del mismo Padre y hermanos entre nosotros; que haya pan cada día para todos; que sepamos perdonarnos como el mismo Dios nos perdona; sin embargo, esto es sólo el inicio de una plenitud que se colmará en la otra vida. El Reino de Dios comienza acá, pero termina “allá”, como lo testimonió la Resurrección del mismo Jesús.
Esta es la fiesta que hoy celebramos, pero que también implica un gran compromiso de nuestra parte. Tenemos que ser solidarios con el Reino que Jesús inauguró. Él marcó los derroteros; ahora somos nosotros quienes tenemos que seguirlos, incluso hasta la muerte, como el P. Pro quien murió gritando “¡Viva Cristo Rey!”, por luchar contra un gobierno injusto y opresor.
Que, en esta festividad el Señor nos conceda la gracia de trabajar apasionadamente por este nuevo reinado que Jesús inauguró.


domingo, 4 de noviembre de 2018

31 Dom. Ordinario; Nov. 4 '18: LO DECISIVO, J. A. Pagola.

Amarás...
A Jesús le hicieron muchas preguntas. La gente lo veía como un maestro que enseñaba a vivir de manera sabia. Pero la pregunta que esta vez le hace un «letrado» no es una más. Lo que le plantea aquel hombre preocupaba a muchos: ¿qué mandamiento es el primero de todos?, ¿qué es lo primero que hay que hacer en la vida para acertar?
Jesús le responde con unas palabras que, tanto el letrado como él mismo, han pronunciado esa misma mañana al recitar la oración «Shemá»: «Dios es el único Señor: amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente, con todo tu ser». A Jesús le ayudaban a vivir a lo largo del día amando a Dios con todo su corazón y todas sus fuerzas. Esto es lo primero y decisivo.
A continuación, Jesús añade algo que nadie le ha preguntado: «El segundo mandamiento es semejante: Amarás a tu prójimo como a ti mismo». Ésta es la síntesis de la vida. De estos dos mandatos depende todo: la religión, la moral, el acierto en la existencia.
El amor no está en el mismo plano que otros deberes. No es una «norma» más, perdida entre otras normas más o menos importantes. «Amar» es la única forma sana de vivir ante Dios y ante las personas. Si en la política o en la religión, en la vida social o en el comportamiento individual, hay algo que no se deduce del amor o va contra él, no sirve para construir una vida humana. Sin amor no hay progreso.
Se puede vaciar de «Dios» la política y decir que basta pensar en el «prójimo». Se puede vaciar del «prójimo» la religión y decir que lo decisivo es servir a «Dios». Para Jesús «Dios» y «prójimo» son inseparables. No es posible amar a Dios y desentenderse del hermano.

El riesgo de distorsionar la vida desde una religión «egoísta» es siempre grande. Por eso es tan necesario recordar este mensaje esencial de Jesús. No hay un ámbito sagrado en el que nos podamos ver a solas con Dios, ignorando a los demás. No es posible adorar a Dios en el fondo del alma y vivir olvidado de los que sufren. El amor a Dios, Padre de todos, que excluye al prójimo se reduce a mentira. Lo que va contra el amor, va contra Dios.

31° Dom. Tiempo Ordinario; Nov. 4 '18; Homilía FFF.


Deuteronomio 62-6; Salmo 17; Hebreos 723-28; Marcos 1228-34

El tema principal de este domingo se centra en “la ley”. En la tradición judaica, la ley era la columna vertebral de su experiencia religiosa; y eso se entendía, porque en su proceso de vertebración fue la presencia Dios quien los había constituido como pueblo. La vivencia real de Yahvé, los conformó como un pueblo fuerte: Él los había liberado de la esclavitud de Egipto “con mano fuerte y brazo poderoso”, los había guiado por el desierto y, finalmente, con su intervención poderosa los había llevado a la conquista de la “tierra prometida”. De ahí entonces, que la forma de corresponder a su Dios, era guardar la estructura legal, la “Torah”, que implicaba la conexión con Yahvé, que les daba sentido, normas de comportamiento, principios éticos y morales. Guardarla, entonces, no era una cosa menor; ahí se jugaba su existencia y la garantía de tener siempre la intervención divina a su favor.
Sin embargo, las cosas en el pueblo judío no siempre sucedieron como debería de ser. Dejar el politeísmo para reconocer a Yahvé como su “único Señor” y guardar realmente lo fundamental de la ley, no fue lo propio de los judíos. Fácilmente cambiaron a su Dios por ídolos construidos con sus propias manos y no siempre respondieron al sentido último de la ley. De ahí la constante crítica de Jesús, en el Evangelio, a la forma como ellos se habían comportado frente a la ley.
Ellos no entendieron que la ley por la ley no valía nada; que si la ley tenía una función era justamente el asegurar las condiciones para que el ser humano pudiera gozar de la felicidad a la que había sido llamado desde la creación. Cumplir los mandatos por cumplirlos, sólo llevaba al fariseísmo, a la egolatría exacerbada, a la comparación con los demás: “Yo sí cumplo; yo sí soy observante; no como los demás”; y ahí se perdió su sentido profundo. Antes que la ley y su cumplimiento, está la persona, el ser humano, lo que verdaderamente ayude a ser cada vez más hijo de Dios, más plenos como personas.
De ahí que –como dice la introducción del misal a las lecturas de este domingo- la validez de la ley no comienza por su cumplimiento, sino “por la escucha y la capacidad de acogerla en el corazón”. Al acoger la ley como un regalo de Dios y no como una obligación extrínseca al ser humano, entonces nos ponemos en la ruta correcta de comprender que la ley está hecha para el hombre y no –como señaló Jesús- “el hombre para la ley”. El cumplir la ley por la ley, no lleva a ningún lado; no realiza el designio de Dios sobre la humanidad. Por eso la invitación de Yahvé a su pueblo era que grabaran la ley en su corazón: hacer nuestro el deseo de Dios es el primer paso, el más fundamental, para posteriormente responder al sentido profundo de la ley; a su espíritu; no a su materialidad. Cumplir la ley por la ley, ha llevado a muchos a destruir al hermano.
Entonces, grabar la ley en el corazón implica a todo el ser humano, con todo lo que somos: corazón, mente, fuerzas, deseos, espíritu. Sólo así podremos realizar el deseo de Dios y encontrar la base fundamental de la ley, que no es otra cosa sino el amor. El pueblo de Israel se perdió en la multitud de normas y preceptos, de tal forma que –como nos relata Marcos en el evangelio de este domingo- los judíos ya no pudieron distinguir entre lo esencial de la ley y sus aspectos secundarios. Así fue como un escriba –autoridad en la ley judía- le pide a Jesús que le diga cuál es el primero de todos los mandamientos. Y la respuesta de Jesús fue contundente. Toda la ley se resume en una sola cuestión: amar, amar apasionadamente, amar a Dios sobre todas las cosas, amarse a uno mismo con el mismo amor con el que Dios nos ama y, finalmente, amar al prójimo. No hay más. Con esta respuesta Jesús rescata la centralidad de la ley y la clave que permitirá realizar el deseo de Dios; que el ser humano pueda vivir feliz, que la creación sea un anticipo del banquete del Reino, que vayamos adelantando la realidad indescriptible –como dice Pablo- del amor de Dios que sobrepasa cualquier medida y comprensión.
La primera lectura en el libro del Deuteronomio termina resaltando cómo cumplir la ley no es algo gravoso, pesado; no es un capricho de Dios para mantenernos sujetos a Él; sino la posibilidad de “prolongar la vida, de ser felices y de multiplicarse”.
Pensemos en la forma como hoy vivimos la ley y en si somos capaces de rescatar lo esencial de ella o seguimos apegados a la letra. La forma como Jesús realizó la misión que el Padre le confió es el paradigma que hemos de seguir en nuestro deseo de cumplir la ley: “El hombre no es para el sábado, sino el sábado para el hombre”.