2° Macabeos 71-2. 9-14; Salmo 16; 2ª Tesalonicenses 216-35;
Lucas 2027-38
Las enseñanzas que hoy nos brinda la liturgia son centrales para
la vida del cristiano, del seguidor de Jesús. Veamos.
Desde la oración colecta se nos invita a cumplir “lo
que es del agrado” de Dios. Y esto es algo muy serio; pues fácilmente
presumimos que ya sabemos lo que Dios quiere y está esperando que hagamos para
vivir el Evangelio. ¡Cuántas veces hacemos lo que nos viene “a nuestro agrado”
y no al de Dios! Es el gran peligro de haber construido una religión “a nuestra
medida”: acomodamos el evangelio a nuestras vidas, y no nuestras vidas al
evangelio. En este sutil movimiento está la esencia del verdadero cristianismo.
Pero el problema es que no se trata de “buena voluntad”. “No el que me dice <Señor, Señor>
entrará en el Reino de los cielos, sino el que haga la voluntad de mi Padre que
está en los Cielos”. Por eso la petición de este domingo es clave. Lo
primero que pide es gracia para apartarnos de “todos los males”. El que está
lleno de autosuficiencia, el que hace las cosas dejándose llevar por el Ego; el
que sólo ver por sí mismo y por los suyos; el que conduce sus negocios sin ética
y sin referencia al Evangelio, etc., etc., ese ya tiene algo antepuesto al
deseo de hacer la voluntad de Dios; es de los que dicen “Señor, Señor”, pero no
hacen lo que Dios quiere. Primero son sus intereses y deseos, y luego el ver cómo
hace que la religión se adapte a él, simplemente para lavar su conciencia.
Por eso, si apartamos los males, aparecerá entonces “la libertad de espíritu”; es decir, podremos
ser libres frente a esos males a fin de que no condicionen nuestras vidas al
momento de actuar. Si eso hacemos, entonces podremos descubrir “lo que es del
agrado de Dios”, y “cumplirlo”. En estos cuantos renglones se nos indican los
pasos del discernimiento ignaciano, como condición para seguir realmente a Jesús.
La 2ª enseñanza es la que nos brindan los Macabeos: estar dispuestos a morir, “antes
que quebrantar la ley…”. La coherencia con los principios y valores en los que
creemos es algo con lo que no podemos transigir; y que, desgraciadamente, podemos
señalar que no es fácil encontrar en el mundo. Corrupción e impunidad es lo que
campea en nuestra sociedad. Pero hay algo más: si se está dispuesto a morir, es
porque se tiene la certeza de “la vida eterna”, de la otra vida. “Vale la pena
morir a manos de los hombres, cuando se tiene la firme esperanza de que Dios
nos resucitará”.
Y aquí hay una seria llamada de atención a la forma como vivimos. Parece
como si esta vida fuera la única. Y nos aferramos entonces por conseguirlo
todo, para vivir satisfechos, sabiendo que ese “todo” que buscamos, muchas
veces se reduce a lo material, a lo consumible, al placer, a lo que me
satisface, a lo aparente, “al tener” más que “al ser”. ¿De verdad estamos
convencidos de la otra vida, como lo estuvieron estos jóvenes Macabeos? ¿Estamos
dispuestos a dar la vida por defender el Evangelio, por ser coherentes con
nuestros principios?
La 3ª enseñanza la encontramos en San Pablo. Él pide para que nuestro Padre que
nos ha amado y dado la gracia, conforte nuestros corazones –y aquí viene la
fuerza de su petición- a fin de que nos dispongamos “a toda clase de obras
buenas”. Nosotros pedimos la consolación, la gracia, la ayuda de Dios; pero el
sentido profundo de esta petición –según San Pablo- es que vayamos al actuar, a
realizar “obras buenas”. Si Dios nos consuela, no es para quedarnos muy
contentos, autosatisfechos; sino para salir a anunciar el Reino y a realizarlo.
Somos instrumentos de Dios para extender su evangelio; y para eso nos consuela;
para eso nos envía su gracia.
La última enseñanza nos viene de San Lucas y cierra el círculo de este domingo: se
trata de la certeza de la otra vida, “pues Dios no es Dios de muertos, sino de
vivos, pues para él todos viven”. Esta vida en la que estamos es sólo el inicio
y lo que nos permite llegar a la otra en toda su plenitud. Y así hemos de vivir
con esa certeza profunda. La muerte ha sido derrotada en la Cruz mediante la
Resurrección de Jesucristo. Vivamos profundamente la vida que hoy tenemos, llevando
este mensaje de esperanza y construyendo un mundo a la manera del Evangelio,
pero sin perder la certeza de que estamos hechos para más; que la vida que nos
espera superará cualquier expectativa de felicidad que nos hayamos forjado en
este mundo terreno. El “seremos como ángeles”
es una expresión para decirnos que la gracia que cada uno viviremos en la
propia resurrección nos transformará radicalmente, para llegar –siguiendo las
palabras de San Pablo- “a lo que ni el oído oyó ni el ojo vio”.
Que el Dios de la vida, el Dios de los vivos, nos conceda
descubrir la profundidad de este amor al que hemos sido llamados.