domingo, 26 de agosto de 2018

21 Dom. Ord.; Ag. 26, '18; PREGUNTA DECISIVA; J. A. Pagola

El evangelio de Juan ha conservado el recuerdo de una fuerte crisis entre los seguidores de Jesús. No tenemos apenas datos. Solo se nos dice que a los discípulos les resulta duro su modo de hablar. Probablemente les parece excesiva la adhesión que reclama de ellos. En un determinado momento, "muchos discípulos se retiraron y ya no iban con él”.
Por primera vez experimenta Jesús que sus palabras no tienen la fuerza deseada. Sin embargo, no las retira sino que se reafirma más: "Las palabras que os he dicho son espíritu y son vida, pero algunos de vosotros no creen". Sus palabras parecen duras, pero transmiten vida, hacen vivir, pues contienen Espíritu de Dios.
Jesús no pierde la paz. No le inquieta el fracaso. Dirigiéndose a los Doce les hace la pregunta decisiva: "¿También vosotros queréis marcharos?". No los quiere retener por la fuerza. Les deja la libertad de decidir. Sus discípulos no han de ser siervos sino amigos. Si quieren puede volver a sus casas.
Una vez más Pedro responde en nombre de todos. Su respuesta es ejemplar. Sincera, humilde, sensata, propia de un discípulo que conoce a Jesús lo suficiente como para no abandonarlo. Su actitud puede todavía hoy ayudar a quienes con fe vacilante se plantean prescindir de toda fe.
"Señor, ¿a quién iríamos?". No tiene sentido abandonar a Jesús de cualquier manera, sin haber encontrado un maestro mejor y más convincente: Si no siguen a Jesús se quedarán sin saber a quién seguir. No se han de precipitar. No es bueno quedarse sin luz ni guía en la vida.
Pedro es realista. ¿Es bueno abandonar a Jesús sin haber encontrado una esperanza más convincente y atractiva? ¿Basta sustituirlo por un estilo de vida rebajada, sin apenas metas ni horizonte? ¿Es mejor vivir sin preguntas, planteamientos ni búsqueda de ninguna clase?
Hay algo que Pedro no olvida: "Tús palabras dan vida eterna". Siente que las palabras de Jesús no son palabras vacías ni engañosas. Junto a él han descubierto la vida de otra manera. Su mensaje les ha abierto a la vida eterna. ¿Dónde podrían encontrar una noticia mejor de Dios?

Pedro recuerda, por último, la experiencia fundamental. Al convivir con Jesús han descubierto que viene del misterio de Dios. Desde lejos, a distancia, desde la indiferencia o el desinterés no se puede reconocer el misterio que se encierra en Jesús. Los Doce lo han tratado de cerca. Por eso pueden decir: "Nosotros creemos y sabemos que tú eres el Santo de Dios". Seguirán junto a Jesús.

21° dom. Ordinario; Ag 26 '18; FFF


Josué 241-2. 15-17. 18; Salmo 33; Efesios 521-32; Juan 655. 60-69

La lucha por la liberación y el seguimiento del Señor Jesús son temas que implican una gran constancia y ánimo a lo largo de la vida. La tentación del desaliento, la “comodidad” de una esclavitud “confortable” (como la de los judíos en Egipto) o la atracción de una religión cuya esencia es cumplir la ley y realizar los ritos sagrados (los judíos en Jerusalén), siempre están a la vuelta de la esquina. Situación que sin duda alude a la cuestión de la honestidad y coherencia de nosotros los humanos, con los principios y bases que nos van llevando día tras día a una mayor realización personal, a sostener las convicciones más profundas, a luchar siempre por ser personas auténticas, libres, sensibles ante el dolor del prójimo, comprometidas con la sociedad en la que vivimos. El tema de la constancia, la lucha por el ideal, la fe en que sí se puede lograr lo que pretendemos, son cuestiones inherentes al ser humano en su proceso de realización a lo largo de toda la vida, ante las que siempre hemos de definirnos.
En la primera lectura, Josué interpela al pueblo hebreo, pues cada día son más las traiciones que van cometiendo contra el proyecto que Dios ha destinado para ellos. De una manera contundente, los cuestiona diciéndoles: “Si no les agrada servir al Señor, digan aquí y ahora a quién quieren servir: ¿a los dioses a los que sirvieron sus antepasados…, o a los dioses de los amorreos? Josué, al igual que Moisés y al igual que el mismo Yahvé a quien representan, están ya cansados de tanta inconstancia y traición. Es increíble que a pesar de tantos signos maravillosos que Dios ha realizado a lo largo de su lucha por la liberación, sigan dudando y realizando traiciones, como las de adorar a los dioses de los pueblos vecinos.
Yahvé pide una fe inquebrantable en Él como el único Señor; pide una confianza absoluta de que el camino que llevan es el único que lleva a la verdadera liberación; pero el pueblo no termina de creer; duda con demasiada frecuencia; y no sólo eso; también actúan en contra de los mandamientos que han recibido: adoran a otros dioses, construyen altares, les ofrecen sacrificios.
Sin embargo, una vez más, el pueblo reacciona y responde positivamente diciendo que no abandonarán al Señor “para servir a otros dioses, porque el Señor es nuestro Dios”. Y esa respuesta que, de alguna manera esperaba Josué, surge cuando recuerdan el hecho fundamental con el que Yahvé se manifestó como tal: “él fue quien nos sacó de la esclavitud de Egipto, el que hizo ante nosotros grandes prodigios, nos protegió por todo el camino… Así también nosotros serviremos al Señor, porque Él es nuestro Dios”.
La fe vuelve al Pueblo cuando trae a la memoria lo que Dios ha hecho por ellos. El problema de la fe y de la perseverancia en la lucha por la liberación, en el poner a Dios como el único Señor, es no olvidar lo que a lo largo de la vida Él ha ido haciendo por nosotros. Es la memoria, la recuperación de la acción de Dios en nuestras vidas, el tener delante de los ojos todos esos hechos con los que Dios se ha manifestado como tal en favor de nosotros, lo que nos permite sostener el paso y afincar más nuestra confianza y fe en su proyecto. Las circunstancias del camino son desalentadoras, la lucha por conseguir lo que el mismo Dios quiere para nosotros, es un largo camino que implica no perder la fe y nunca dejar de luchar; sin embargo, si nos olvidamos del pasado, podríamos decir, de la historia de amor de Dios para con nosotros, entonces no tendremos fuerzas para seguir hasta el fin.
Juan, en el evangelio de este domingo, nos relata algo parecido. Jesús, cada día está siendo más exigente con sus seguidores, hasta llegar a afirmar abiertamente que su lucha será hasta el final, hasta dar su cuerpo y su sangre como prueba de que su amor llegaría hasta el fin, sin claudicar ante las amenazas de muerte que ya había recibido. La lucha por la liberación, el seguimiento de Jesús, lo piden todo; pero entonces, los judíos vuelven a lo mismo. Es más fácil quedarse en una religión ritualista centrada en el templo, que comprometerse con una experiencia de fe que implica la lucha por liberar a todos los hermanos de la pobreza y la exclusión, y que puede llevar y que a Jesús lo llevó hasta la muerte.
Por eso, al escuchar que el cuerpo de Jesús será verdadera comida y su sangre verdadera bebida, los judíos no quieren trascender el simbolismo, no quieren aceptar una propuesta de fe que los lleva más allá de la comodidad en la que se encuentran con una religión a su medida, para comprometerse en la lucha por el Reino; y lo abandonan.
Ante eso, Jesús les hace a sus discípulos la siguiente pregunta que es prácticamente la misma que hizo Josué a su pueblo: “¿También Uds. quieren dejarme?”. No es para nada fácil seguirlo, acompañarlo en su proyecto del Reino, que implica una defensa de la vida de los hijos de Dios hasta la muerte, como Jesús lo estaba viviendo. De nuevo, es Pedro quien sale al frente con toda claridad a partir de la memoria de lo que su Maestro había ido haciendo por ellos y con ellos, y así responde: “Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna; y nosotros creemos y sabemos que tú eres el Santo de Dios”.
Seguir al Señor Jesús y realizar su proyecto implica una radicalidad absoluta; no se puede, como el pueblo de Israel, caminar y dejar de caminar, creer y dejar de hacerlo, reconocer a Yahvé como el Dios verdadero y luego cambiarlo por los dioses, por los ídolos de los pueblos vecinos. Sin embargo, es la memoria de lo que Dios ha hecho en el camino de nuestras vidas, es el reconocimiento de que de verdad Dios ha estado con nosotros y nos ha dado “palabras de vida eterna”, lo que nos hace permanecer en el camino.
De la misma forma, hoy el Señor Jesus nos hace la misma pregunta: “¿También Uds. quieren dejarme?”. Pidamos la ayudar del Señor, para que, a partir de la historia de amor que Dios ha tenido con cada uno de nosotros, podamos –como Jesús- entregar nuestra vida hasta el final comprometidos con la causa por la que Él mismo dio la vida.




domingo, 12 de agosto de 2018

Oswaldo Zavala: Los cárteles no existen, Ag. 2018


Usa camisas Versace, botas de piel de cocodrilo, pantalones vaqueros y sombrero; esa es la figura preponderante dentro del imaginario colectivo con que se identifica a un narcotraficante. El perfil también incluye armas de fuego con chapa de oro e incrustaciones de diamantes, sin olvidar las iniciales del capo grabadas. Se suele identificar a estas personas como vulgares, indisciplinadas, ignorantes, violentas y con mal gusto, todo dentro del empaque de una exuberante virilidad.
Por si fuera poco, escuchamos las hazañas de estos personajes en corridos que fortalecen esta imagen, en las crónicas de algunos periodistas, en las obras de arte contemporáneo, en las series de televisión y en los estereotipos de una sociedad sometida a esa visión maniquea.
Durante cinco años, Oswaldo Zavala emprendió una investigación basada en su experiencia periodística en El Diario de Juárez, uno de los principales periódicos del norte de México, su propio trabajo como académico del College of Staten Island y The Graduate Center, CUNY; además del trabajo del sociólogo mexicano Luis Astorga.
El resultado fue el esclarecedor trabajo Los cárteles no existen. Narcotráfico y cultura en México, un libro identificable como ensayo político y crítica cultural que escudriña dentro del lenguaje oficial creado por el sistema político mexicano para hablar del narcotráfico. Este discurso ha insistido en una particular imagen que creó un arquetipo que terminó por mitificar al crimen organizado.
El interés central de este libro, dice su autor, es invitar a un cambio de conversación en el que como ciudadanos, como clase intelectual, como creadores, como periodistas, repensemos el rol que ocupa el lenguaje al momento de hablar de estos fenómenos.
—Hay un gran análisis sobre literatura en tu libro, el cual es una de las muchas expresiones que rodean a la problemática de los cárteles. Me gustaría que me contaras un poco del proceso de esta investigación.
—Estaba tratado de dilucidar cómo se construía esta narrativa que cada vez tiene más visibilidad dentro y fuera de México, y que se ha convertido en una de las formas de considerar el horror que estamos viviendo. Empecé a estudiar las novelas más famosas sobre el narcotráfico; La reina de sur de Arturo Pérez-Reverte, por ejemplo. Estas novelas que empezaron a sumar mucho en la discusión sobre el narcotráfico. Gracias a eso pude notar un par de cosas importantes, como por ejemplo que estas novelas reproducían esta narrativa del narcotráfico que vemos inscrita por todas partes. No sólo en la literatura, sino en el arte conceptual, la música y las series de televisión que nos muestran esta realidad donde los cárteles controlan parte del territorio, con una enorme capacidad de violencia y de inteligencia.
Todo esto me produjo un primer supuesto׃ tratar de entender cómo era posible que escritores tan distintos como Pérez-Reverte y Yuri Herrera, entre otros, pensaban o imaginaban el narcotráfico del mismo modo. Entonces a partir de ahí lo que necesité pensar era de dónde venía esa narrativa, cómo era posible que estuviera condicionando el modo en que se imagina el narco desde la literatura.
El segundo paso fue determinar el origen de esa narrativa, y ahí fue donde empecé a conciliar con mis lecciones sobre periodismo, que me decían que en realidad el narcotráfico no es lo que pensamos que es, y si seguimos hablando de cárteles, sicarios y todas estas cosas es porque hay un discurso oficial que disemina esas ideas y termina por convertirse en nuestra experiencia de lo real, pero finalmente es un discurso y por eso embona de manera tan natural con la literatura.
—Es indudable que existe el mercado de drogas ilegales, ¿pero en dónde encontramos la contradicción de llamar “cárteles” a las organizaciones dedicadas al comercio de drogas?
—La palabra “cártel” es una noción que se piensa para describir ciertos mercados y productores de ciertos objetos de consumo. La palabra cártel ha aparecido más prominentemente para designar a los países petroleros de la OPEP. Entonces un cártel, en el sentido económico en que se utiliza esa palabra, es un horizonte de grupos, de asociaciones de productores de petróleo que se juntan en consenso para manipular el precio del barril de petróleo. La idea de cártel supone una idea horizontal en que los distintos productores colaboran juntos en el control del mercado. Lo que extraño es que la usemos ahora para designar a grupos, más bien pequeños, que lejos de estar colaborando entre sí para controlar el precio de la cocaína, están peleando entre ellos. Se están aniquilando entre sí. Los cárteles, como los cuenta el Estado, son grupos súper violentos que no solo no quieren cooperar, sino que están dispuestos a matar a todos y hacer un reino del caos por el control del mercado, estas rutas famosas por el control de las plazas.
La contradicción, de partida, es que resulta una palabra completamente inapropiada para pensar en estos grupos. En todo caso, mejor sería concebirlas como pandillas o rivales que se atacan entre sí, pero un cártel supondría una sola asociación de productores de cocaína, de mariguana, o lo que sea, para manipular juntos el precio de la droga, y no muchos cárteles peleando entre sí. Si hubiera un cártel de la droga sería uno solo y no sería violento, habría cooperación y calma para manipular el precio de la droga. La idea del cártel, en términos económicos, sería una estrategia para hacer que tu producto maximice sus ventas y su éxito. Entonces no tiene ningún sentido, es ahí donde empieza la contradicción a la que me refiero.
—Y es ahí donde se empieza a crear un lenguaje exclusivo que designa este fenómeno.
—El Estado habla de estos cárteles violentos casi como primitivos, asesinos, además súper sexualizados, masculinos a muerte, rancheros, que por cualquier cosa te matan. Luego cuando los detienen te muestran a estos asesinos y lo que tienen más bien es a gente humilde de clase baja. El perfil de ellos más bien pertenece a la clase social más desprotegida. Hay un estudio que se hizo para promediar el perfil de las víctimas y de los victimarios del narco y casi siempre tienen entre 25 y 29 años, son jóvenes sin educación que viven en las zonas más desprotegidas; no son de Sinaloa ni de El Triángulo Dorado, como El Chapo, sino más bien son estos pobres muchachos que, independientemente de que sean culpables o no de tráfico de drogas, son sacrificados y violentamente asesinados por lo que sea.
La contradicción es pensar que estos sujetos son poderosísimos y que rebasan el poder del Estado; sin embargo, cuando los ves, incluso personas como El Chapo, son gente sin muchos recursos, gente asediada por el poder. No los exculpo, lo que quiero decir es que no corresponde su persona con ese mito del narcotraficante todopoderoso que está ocupando partes del territorio nacional.
—Entonces tenemos más bien pequeños grupos de narcotraficantes. ¿Ahí se engendra la violencia que no hemos terminado de entender de dónde sale?
—Es una magnifica pregunta y hay que pensarla con detenimiento. Tienes, finalmente, el relato del Estado construido en dos׃ los cárteles, a quienes finalmente se les culpa de la violencia en que vivimos, eso es lo que mencionaba, por ejemplo, Felipe Calderón. Él decía que toda la violencia que estábamos viviendo era porque el Estado los atacaba y estos grupos se atacaban entre sí, entonces por eso es que repuntaba la acción violenta.
Si tú tomas el mapa de la violencia y registras estadísticamente cuándo empezó a repuntar la violencia en México, aparece algo muy significativo: antes de que empiece la guerra de Calderón, antes de que inicie la pesadilla en que estamos viviendo, tuvimos una década donde el índice nacional de homicidios, de 1997 a 2007, se había estabilizado, de hecho estaba descendiendo. No había en ningún momento emergencia nacional porque estos grupos de pandilleros produjeran violencia. No hay una alarma de desapariciones forzadas en torno a los supuestos cárteles, porque finalmente son las cifras oficiales que tú puedes ver; por ejemplo, en un estudio muy importante que hizo Fernando Escalante Gonzalbo, donde encontró que incluso en Ciudad Juárez, la ciudad más violenta por muchos años en esta guerra, ese índice de homicidios iba a la baja. En Juárez, 2007 fue el año menos violento de toda esa década. En 1997 hubo más homicidios incluso que en 2007. De pronto algo ocurre y en 2008 hay un repunte a mil 600 asesinatos. ¿Qué ocurrió?, pues según Calderón una guerra de cárteles, pero esa guerra sólo comenzó en el momento en que llegó el Ejército y la Policía Federal a militarizar la ciudad.
El alza de la violencia y las desapariciones forzadas en México coinciden puntualmente con la militarización del país, y es algo que se nos olvida porque pareciera que estamos en una constante violencia, pero no es así, eso sólo ha sido reciente, antes de la militarización la violencia era mínima. No creo que estos supuestos cárteles tengan tal poder de destrucción, porque nunca lo ejercieron antes como para que de pronto en los próximos 12 años nos dieran un saldo de más de 200 mil asesinados y más de 40 mil desapariciones forzadas.
Para hablarte del inconmensurable ridículo que significa eso, que de repente estos grupos ejerzan tan tremenda violencia que antes no ejercían, recordemos que la dictadura militar argentina, que duró muchos años y ejerció un sitio militar en la sociedad -a tal grado que tú no podías andar en la calle después de las seis de la tarde- produjo un saldo de 30 mil asesinatos en un país totalmente militarizado por una dictadura. Es decir, una nación violentamente asediada dejó ese número.
Ahora, en seis años o menos, en cinco años de la presidencia de Calderón, cuadruplicamos esa cifra nada más en el índice de asesinatos. Entonces es absurdo que estos grupos de cárteles de pronto tienen capacidad delictiva para asesinar a 120 mil personas, desaparecer a otras 20 mil, desafiar al Estado, desafiar a la Marina, desafiar a las policía federal y estatal, desafiar a la inteligencia militar, en un país donde, además, se nos olvida que se ha incrementado el gasto público en Ejército y Policía Federal. Entre la presidencia de Fox y la de Calderón se duplicó el número de agentes federales en gasto público. En un país increíblemente armado, con una capacidad de letalidad extraordinaria, pasa esto. Si tú te confrontas con un pelotón del Ejército o fuerzas especiales de la Marina, estas confrontaciones tienen un índice de letalidad casi perfecto, es decir, casi no salen heridos sus soldados.
—Podríamos pensar en una violencia que viene básicamente del Estado.
—Absolutamente. Estos años de horror, de asesinatos y desaparecidos son resultado de una violencia de Estado, de una estrategia deliberada del propio Estado, en que se ha usado de modo irresponsable a nuestras Fuerzas Armadas con diferentes propósitos. Te voy a dar el caso que ilustra esto: en Tamaulipas se supone que los Zetas libraban una guerra constante por una supuesta plaza, pero al mismo tiempo ahí donde había más caos era donde no entraban los periodistas, los observadores de derechos humanos, activistas; donde la policía supuestamente está bajo asedio hay conglomerados, empresas que están lucrando con los recursos del país.
Lo que no te explicas es cómo en el reino de terror de los Zetas hay una empresa extranjera que ha obtenido licitaciones para poder operar sin ningún problema. Es decir, lo que señalo con esto es que este mapa de la violencia coincide con la rapiña de los recursos naturales, que estamos viviendo. Y aquí es donde se pone aún más interesante, en el hecho de que la guerra contra las drogas fue propulsada con apoyo de Estados Unidos mediante el Plan Mérida y con el apoyo irrestricto tanto de Bush como de Obama, presidentes tan disímiles pero ambos apoyaron a Calderón.
Mientras apoyaban la militarización del país, estaban aprobando la reforma energética. Entonces lo que tenemos que entender, y parte de la consigna que ya se está haciendo, pero falta mucho más trabajo sobre eso, es que mucha de esa violencia se explica a partir de la apertura de territorios ricos en recursos naturales que de otro modo resultaría problemático. Si tú abrieras la licitación de esos territorios, habría mucha resistencia y oposición.
No se habla de eso porque estamos aterrorizados por los supuestos cárteles y nos preocupa el siguiente descabezado, quién va a reemplazar a El Chapo. Y como respuesta a eso estaba continuar con la militarización del país, como puedes ver en las actuales candidaturas presidenciales, por ejemplo. Tanto el gobierno de Estados Unidos como el gobierno mexicano -por no decirte gobiernos de centro derecha- son gobiernos militaristas, que expresan mejor su poder en zonas de guerra, estos Estados requieren de guerra para avanzar en su hegemonía política, militar y económica.
—Cuando llega Vicente Fox al poder se pierde un poco el control que se tenía sobre esos grupos delictivos. Posteriormente, cuando gobierna Calderón, él quiere recuperar un poco este control perdido. ¿Es verdad que se estaba perdiendo soberanía sobre el país?
—Lo que se pierde es la soberanía del gobierno federal, por lo menos como la había ejercido el autoritarismo presidencial del PRI. En los años 70 y 80 se fue poco a poco retrayendo y desmontando, en parte porque ese Estado soberano era por momentos un Estado de bienestar, donde la policía controlaba los territorios, y los índices de criminalidad no eran altos, precisamente por eso. Cuando llega Calderón, ese Estado ya no existe. El Estado ya no tiene interés de hacer eso. ¿Por qué? Porque ha ocurrido un enorme proceso de neoliberalización del país, donde en vez de ser este un Estado de bienestar que controla su territorio, se volvió un Estado facilitador de los grandes capitales; en vez de ser esta cultura nacionalista que unifique el territorio, se convirtió en un Estado de élite empresarial, política, cuyo principal interés es el dinero y facilitar la circulación del capital global. Para eso el Estado ya no requiere de una policía como la federal de seguridad, requiere del Ejército, requiere de una función de un poder policial y militar que proteja los intereses de esa gente. Es una transformación de Estado que vino con el proceso de neoliberación del país. Calderón estaba reaccionando a esta transformación. En ese vacío usó al Ejército para construir una nueva hegemonía federal.
Por momentos eso puede explicar la guerra contra el narco, pero por momentos también lo que la explica es que a Calderón le vendieron la idea desde Estados Unidos de que en esa soberanía, los cárteles estaban en control. En vez de pensar políticamente: ″¿por qué me están diciendo los gringos que tengo que militarizar al país?″, se comió el discurso completamente. Y entonces dijo: ″tenemos que recobrar esa soberanía y sacar del control a grupos de narcotraficantes por medio del Ejército y deshacer estas lógicas corruptas de estados comprados por los cárteles″, esa fantasía que siempre se nos dice de que los cárteles quitan y ponen candidatos y financian campañas.
No es que hubiera un vacío de poder sino que en esa transformación el Estado ya no requiere controlar el territorio si lo que se pretende es facilitar el avance del capital en ciertas regiones. Para eso se ocupa al Ejército, para que pueda entrar un conglomerado a Tamaulipas y explotar el gas, se usa para garantizar la minería en Guerrero, para que funcione la instalación de los oleoductos a Baja California; para eso funciona el Estado y para eso funciona el Ejército, para garantizar, y en ese avance está toda esa violencia.
—Aunque nos hagan pensar lo contrario, ¿estos grupos siempre han estado bajo el control del Estado?
—Te diría que la mayoría de los traficantes, si no viven con la disciplina liberal con la que vivieron en los años 70 bajo la Policía Federal de Seguridad, por lo menos sí encuentran que su límite sigue trazado por el Ejército y la Policía Federal. Te doy el ejemplo de El Chapo, el más obvio. En el momento en que el sistema político requirió la detención de El Chapo, se le detuvo y no se recuerda con claridad, pero cuando lo detuvieron, la segunda ocasión, fue tres días después de que Obama visitara a Peña Nieto, que aplaudiera sus medidas de seguridad y su éxito en el combate al crimen organizado. Días antes había salido Peña Nieto con la infame portada de Saving México. En ese contexto aprovechó la oportunidad para dar el golpe, para agarrar al capo de todos los tiempos y con eso muestra a la opinión pública nacional e internacional que ″lo estoy encontrando″.
Cuando lo detienen, un corresponsal de New York Times dice que él no estaba rodeado del ejército que supuestamente lo acompañaba. Se decía que El Chapo siempre andaba con 300 guaruras y se movía por túneles y tenía muchas casas de seguridad. Al final lo encontraron en un departamento al lado de su esposa; ella tuvo que pedir casi de rodillas que no lo mataran. Es el punto donde, por ejemplo, hay una contradicción entre cómo imaginamos el narco, según las fuentes oficiales, y cómo es un verdadero traficante cuando lo detienen.
—Al terminar de leer tu libro uno siente que ha descubierto el montaje de una ilusión, pero sigue habiendo muchas preguntas sobre la violencia que todos los días vemos allá afuera. ¿Qué sí existe entonces?
—Los cárteles no existen, en verdad no existen: existe el tráfico de drogas pedestre, si quieres violento por momentos, pero no son ellos el principal problema del país, porque no existen como dice el Estado que existen.
Los que sí existen viven en una precariedad policial y militar constante y la violencia que está surgiendo en el país tiene como condición de posibilidad al Ejército y a la Policía Federal, entonces tenemos que dejar de hablar de cárteles y enfocarnos en el poder criminal de nuestra clase política. Ahí es donde está la clave para entender la violencia del país. No sólo porque militarizan las zonas más terribles de México para saquear los recursos naturales, sino porque ha habido… Para salir de esta violencia debe de haber una reforma de Estado, para dejar al Estado neoliberal, para pasar al de bienestar y esa es la verdadera discusión que nos debería ocupar.
Este libro pretende ayudar a reorientar el debate, para examinar con mayor calma crítica la función de nuestro Estado criminal y dejar de lado esta discusión que insiste en seguir pensando en la fantasía de los cárteles porque finalmente esa discusión es la que justifica al Estado para avanzar en su militarización y violencia. Con este libro me gustaría pedirle al lector que sospeche del discurso oficial, que sigue hablándonos de un país tomado por criminales y en vez de eso pensar en la violencia de Estado.


19 Dom. Ord.; Ag. 12, '18; ATRACCIÓN POR JESÚS; J. A. Pagola.

Yo soy el pan bajado del cielo.
El evangelista Juan repite una y otra vez expresiones e imágenes de gran fuerza para grabar bien en las comunidades cristianas que han de acercarse a Jesús para descubrir en él una fuente de vida nueva. Un principio vital que no es comparable con nada que hayan podido conocer con anterioridad.
Jesús es «pan  bajado del cielo ». No ha de ser confundido con cualquier fuente de vida. En Jesucristo podemos alimentarnos de una fuerza, una luz, una esperanza, un aliento vital... que vienen del misterio mismo de Dios, el Creador de la vida. Jesús es «el pan de la vida ».
Por eso, precisamente, no es posible encontrarse con él de cualquier manera. Hemos de ir a lo más hondo de nosotros mismos, abrirnos a Dios y «escuchar lo que nos dice el Padre ». Nadie puede sentir verdadera atracción por Jesús, «si no lo atrae el Padre que lo ha enviado».
Lo más atractivo de Jesús es su capacidad de dar vida. El que cree en Jesucristo y sabe entrar en contacto con él, conoce una vida diferente, de calidad nueva, una vida que, de alguna manera, pertenece ya al mundo de Dios. Juan se atreve a decir que «el que coma de este pan, vivirá para siempre».
Si, en nuestras comunidades cristianas, no nos alimentamos del contacto con Jesús, seguiremos ignorando lo más esencial y decisivo del cristianismo. Por eso, nada hay pastoralmente más urgente que cuidar bien nuestra relación con Jesús el Cristo.
Si, en la Iglesia, no nos sentimos atraídos por ese Dios encarnado en un hombre tan humano, cercano y cordial, nadie nos sacará del estado de mediocridad en que vivimos sumidos de ordinario. Nadie nos estimulará para ir más lejos que lo establecido por nuestras instituciones. Nadie nos alentará para ir más adelante que lo que nos marca nuestras tradiciones.
Si Jesús no nos alimenta con su Espíritu de creatividad, seguiremos atrapados en el pasado,  viviendo nuestra religión desde formas, concepciones y sensibilidades nacidas y desarrolladas en otras épocas y para otros tiempos que no son los nuestros. Pero, entonces, Jesús no podrá contar con nuestra cooperación para engendrar y alimentar la fe en el corazón de los hombres y mujeres de hoy.

19° dom. Ord; Ag. 12 '18; homilía FFF


Libro de los Reyes 194-8; Salmo 33; Efesios 430-52; Juan 641-51

El trasfondo de las lecturas de este domingo resalta claramente la necesidad de abrirnos a la nueva vida que Dios nos ofrece en Jesús, por medio de su Espíritu. La gran tentación a la que estamos expuestos cada día es a vivir “como si no hubiera mañana”. Nos envuelven las necesidades de cada día; las experiencias tanto negativas como positivas; las angustias y tristezas que se nos presentan, aunque también los gozos y las alegrías. Pero todo eso nos hace, de alguna manera, vivir sólo para el presente, para lo que vemos y tocamos, para lo que necesitamos básicamente en esta vida.
Pero de pronto, las lecturas del domingo nos detienen en seco y nos invitan a repensar nuestra vida; a preguntarnos a dónde vamos, qué buscamos realmente. Como si saliera una mano que se nos pone en el pecho y nos dice: “Detente. ¿A dónde vas?” Y ahí surge la invitación a preguntarnos, en última instancia, por el sentido de nuestra vida, a hacernos todas las preguntas necesarias que nos permitan descubrir lo esencial de nuestra existencia; el para qué definitivo. Tanto la historia de la teología como de la filosofía, al igual que la historia del arte y la literatura, retoman el tema de la contraposición entre lo verdadero y lo aparente; lo verdaderamente esencial y lo superficial; entre lo eterno que ya comienza en nuestra vida y lo caduco, limitado y finito, que sólo es el vehículo para abordar el verdadero viaje. La vida es como un pequeño bote que nos sirve para llegar a la otra orilla; es sólo el vehículo, el instrumento, el medio; pero no el fin, como diría San Ignacio. Quedarnos sólo en lo material, en lo que vemos y tocamos, en lo que palpamos y disfrutamos, nos impide realizar el verdadero fin al que estamos llamados. El gran fracaso de nuestra vida sería quedarnos con el bote y no llegar a la otra orilla. Eso diría San Ignacio, es la seducción de esta vida.
Pero, como con Elías en la Primera Lectura, el camino es largo y, en ratos, sumamente difícil y austero. La misión que Yahvé le había encomendado, como profeta auténtico de su pueblo, no era nada fácil; pues tarde o temprano la desobediencia del pueblo ganaba y la mayoría de los profetas terminaban asesinados por aquellos a quienes intentaban servir transmitiendo los deseos de Dios, su exhortación a no cambiarlo por otros dioses; a vivir los mandamientos actuando rectamente, sin realizar las prácticas abominables de los pueblos vecinos.
Elías se siente fracasado; el pueblo no responde y él ya no tiene fuerzas para seguir con la misión que Yahvé le había encomendado. Por eso huye al desierto y no desea otra cosa que morir; ha fracasado; ya no puede seguir adelante, como tantas veces nos pasa. Pero lo maravilloso, es que el Ángel del Señor no lo abandona. Se le acerca, lo llama y lo alimenta, para que siga adelante. La fuerza de Dios aparece en los momentos de mayor debilidad; quizá para que más claramente caigamos en la cuenta de su presencia, de la necesidad que tenemos de Él. Quizá Elías se lanza hacia la muerte, porque confió sólo en sus fuerzas; porque perdió la visión de futuro; porque quedó atrapado en una misión que creía era sólo de él. Dios no lo abandona y lo sostiene para que siga adelante.
En el evangelio, Juan nos transmite la lucha de Jesús con los judíos para que justamente pudieran entender que hay otro tipo de pan, otro tipo de alimento, otra forma de vida, la verdadera, que se entrecruza con la vida ordinaria; pero que fácilmente perdemos, que puede pasar desapercibida, a pesar de los mil signos que Dios nos pone delante de los ojos. Los judíos no pueden aceptar ni que Jesús haya bajado del cielo –como lo afirma- ni que sea “el pan de la vida”. Jesús juega con el alimento que es la fuente de la vida orgánica; pero Él va más allá. No sólo alimenta lo que fortalece el cuerpo; también alimenta lo que fortalece al espíritu; y lo más importante, lo verdaderamente trascendental, es que el alimento material sólo es el vehículo para acceder al alimento espiritual. Si no tuviéramos vida biológica, no podríamos llegar a la verdadera vida que Jesús nos ofrece y que es Él mismo, como enviado del Padre. La tentación es quedarnos sólo con el primer alimento.
De nosotros, pues, dependerá cómo queramos vivir y hasta dónde con la vida que vamos viviendo. Jesús se ofrece como verdadero alimento; la cuestión es si así lo percibimos; si aceptamos la invitación que nos hace y si queremos radicalizar nuestra vida hasta llegar a la vida verdadera.
Finalmente, Pablo, en una invitación sumamente humana, integrada a nuestra vida, nos exhorta a no causarle “tristeza al Espíritu Santo”. Es tal la sintonía que Pablo tiene con Dios, que pone al Espíritu como a Alguien que está en interacción con nosotros, al que nuestras acciones pueden modificar sus sentimientos. Pero, ¿qué entristece al Espíritu? Simplemente, la maldad entre los seres humanos: lo que daña al otro, daña al Espíritu. No hay más. ¿Qué alegra al Espíritu? El ser buenos y comprensivos como Dios. Punto.
Imiten, pues, a Dios –nos dice Pablo- como hijos queridos. Vivan amando como Cristo, que nos amó y se entregó por nosotros”.











domingo, 5 de agosto de 2018

Artículos del Periódico sobre la Situación Actual, 4


¿Camino al pupitre?

Manuel Gil Antón en Opinión 30 julio, 2018

Que haya más lugares para que muchos más, o todos sin excepción, tengan oportunidad de asistir a una institución de educación superior, es una propuesta tan importante que debe ser considerada sin eludir la complejidad que implica. En primer lugar, es preciso delimitar lo que hay que entender por educación superior y, en su caso, innovar en lo que esta aspiración conlleva.
No es lo mismo asegurar un sitio en instituciones cuyo único n es la obtención de un certificado profesional, a ensanchar el acceso a espacios donde el contacto con la cultura, el conocimiento y el diálogo con otros que conduce al ejercicio de la crítica y la creatividad sea lo prioritario, dejando para después, o relacionando en paralelo, la formación especializada en una zona específica del saber humano.
En el primer caso, estamos frente a una educación superior que se agota en adiestrar y emite un diploma para concurrir al mercado laboral; en el segundo, ante un proyecto formativo amplio que sin dejar de considerar el valor de cambio de los grados académicos en el trabajo, lleva consigo, como base, una experiencia intelectual que, dada la desigualdad en el país, es ajena para la mayoría de los jóvenes que tocarán a la puerta: el sistema educativo en su conjunto, sobre todo las universidades, son para ellos la opción de apropiarse no solo, ni quizá principalmente, de un conocimiento especializado, sino del enriquecimiento que otorgan la lectura compartida, el cine, la redacción de un cuento, el diálogo con otros sobre la historia, el silencio con el que se aprecia una orquesta o se viaja, sin movernos, ante la danza o el teatro.
Lo decía con mucha precisión Roberto Varela, maestro de tantos: la función más importante de la universidad es contribuir “a la generación de personas cultas de y en su tiempo”.
El gobierno que se prepara para asumir la conducción del país el próximo diciembre, se ha propuesto que —en el plazo más corto posible— no haya ninguna joven o muchacho rechazado si quiere ingresar a la educación superior. Si se trata de multiplicar instalaciones, salones y pupitres de tal manera que el acceso sea a un mesabanco, la lista de asistencia y las estadísticas oficiales, esto es, sin poder asegurar una experiencia cultural e intelectual que haga posible el crecimiento de cada estudiante, es relativamente trivial lograrlo. Se requiere, fundamentalmente, dinero.
Y ya nos sabemos ese cuento, pues las autoridades educativas, actuales y previas, han sido generosas en este tipo de simulación, a la que no le viene nunca mal el manejo sin escrúpulos de las cifras con el n de conseguir metas aparentes, y por medio de la publicidad (también comprable con pesos y centavos: millones) hacer pasar, en los medios y por todos los medios, esta maniobra como la realidad. Si, por el contrario, de lo que se trata es ampliar las opciones de formación con cimientos fuertes, y en espacios ricos en alternativas de desarrollo humano y profesional, no basta el acceso a las sillas y corredores de decenas de nuevas escuelas.
Será preciso, con menor prisa pero más hondura, construir esos ambientes que requieren recursos, sin duda, pero que en un proyecto educativo sólido, resultan ser, si se vale decir, lo más “barato”, en comparación con el costo y la paciencia para engarzar los diversos elementos que, al relacionarse, crean la maravilla de hacer posible un lugar donde la formación sea el eje y el horizonte que conduzca al mercado, sí, pero sobre todo al enriquecimiento de la vida de cada uno de sus habitantes. Como dice la canción cubana, en este como en otros temas, “no dejes camino por coger la vereda”. Cuesta más, lleva tiempo, no rinde políticamente tan pronto. Es cierto. Ir más allá del pupitre es lo que se necesita, y hay que empezar a organizarlo pronto. Urge.


Artículos del Periódico sobre la Situación Actual, 3


REFORMA
29 de julio del 2018

Luis Rubio

El nuevo PRI

El gobierno saliente nunca entendió el México al que se aprestaba a gobernar. No le importó que hubiera un México que ansiaba incorporarse al mundo moderno y que avanzaba con celeridad a esa meta, y otro México rezagado que no lograba romper las amarras del viejo sistema político y los feudos, intereses y mafias que lo mantienen firmemente anclado en un estadio insoportable. Sus reformas eran necesarias, pero no suficientes: también hacía falta gobernar. Sus carencias crearon el entorno que hizo posible a Andrés Manuel López Obrador.
La noción de un "nuevo" PRI que promulgaba a diestra y siniestra no era otra cosa que el PRI más viejo y rezagado, ese que se había negado a modernizarse, que se había opuesto a la primera ola de reformas y que había vivido del statu quo, ese que ahora AMLO tiene en la mira. El verdadero nuevo PRI es el que seguramente comenzaremos a ver en los próximos tiempos: el que enarbola Morena, ahora ya sin tecnócratas o confusiones -ni limitantes- ideológicas o pragmáticas. Un nuevo monopolio político, una nueva hegemonía ideológica.
El proyecto de AMLO es fundacional: hacer tabula rasa de lo existente para construir una plataforma que guíe el futuro del país. El modelo se asemeja a lo planteado por Plutarco Elías Calles pero con una diferencia medular: para aquel se trataba de un proyecto institucional, para AMLO el objetivo es personal, construir un movimiento que abarque a todas las fuerzas políticas, controle a la población y dé sustento político-ideológico a su gobierno. Lo que AMLO llamó la "cuarta transformación" no es algo etéreo: se trata de una reorganización política integral, mucho más grande y ambiciosa que los tres próceres que él invoca como autores de las tres previas.
La pregunta es qué tan viable es un proyecto hegemónico de esta naturaleza en el siglo XXI. Cuando Elías Calles plantea la creación de un "país de instituciones", México se encontraba hundido en una ola de violencia política, el gobierno contaba con poderes extraordinarios producto de las circunstancias del momento y de la era específica: la información con que contaba la población era filtrada por el gobierno, no existía ni siquiera la televisión, para no hablar de Internet y el movimiento revolucionario había acabado con todas las instancias públicas y privadas de alguna relevancia. En una palabra, era un mundo que en absolutamente nada se parece al del día de hoy.
Elías Calles convocó a los liderazgos relevantes de la época y los sumó en una organización que serviría para darle forma al proyecto de desarrollo que enarbolaban los ganadores de la gesta revolucionaria. AMLO llega al gobierno de un país profundamente dividido y polarizado, sumamente informado, inserto en un mundo de comunicaciones instantáneas y en el contexto de poderes políticos, empresariales, financieros e internacionales que pesan y que tienen capacidad de acción. El contexto es absolutamente distinto, pero también las personas.
En contraste con Elías Calles, el proyecto de AMLO es esencialmente personal. No afirmo esto en sentido negativo: su visión es la de corregir o desmantelar lo que, desde su perspectiva, constituye el proyecto modernizador de las últimas cuatro décadas. En lugar de construcción de nuevas instituciones, el objetivo es sustentar una visión personal para darle viabilidad política. Su proyecto no entraña la construcción de un nuevo marco institucional, sino la reorientación de las políticas púbicas. La insistencia de las últimas semanas de la campaña de ampliar el voto hacia sus candidatos para el Congreso y las gubernaturas revela el verdadero proyecto: ir ocupando todos los puestos e instancias políticas para, desde ahí, lanzar el asalto al proyecto modernizador.
El modelo no es el de Alonso Quijano, el Quijote, pero tiene mucho de ello: ir contra las instancias de poder -político, económico, sindical, civil- no para destruirlas sino para someterlas. En lugar de Sancho, está Morena, cuyo objetivo será absorber al menos al PRI y regresar al proyecto hegemónico "original" que emergió de la Revolución. Para eso es imperativo llenar todos los espacios y controlar todos los resquicios de poder.
¿Qué tan lejos llevará su cruzada? A lo largo de la contienda, se le acusó de ser chavista y querer instaurar un régimen permanente. Pero AMLO no es Chávez: es un priista de los años sesenta que quiere regresar a México a la era en que, desde su perspectiva, todo funcionaba bien: había crecimiento, menos desigualdad y orden. El momento de quiebre llegará cuando su visión choque con la compleja realidad de hoy y sea evidente que el costo de implantarlo en el siglo XXI podría ser tan alto que produciría justamente lo opuesto de lo que él pretende: crisis financiera, empobrecimiento y más desigualdad.
AMLO no tiene un proyecto destructivo en mente, pero su proyecto sí es incompatible con el mundo de hoy. Cuando ese choque resulte evidente sabremos qué está dispuesto a hacer porque lo obligará a definirse: hay mucho que podría lograr si se dedica a corregir los excesos y los vicios del presente -y que planteó con absoluta claridad en su campaña, como desigualdad, crecimiento patético e inseguridad- en lugar de tratar de echar el reloj hacia atrás.

Artículos del Periódico sobre la Situación Actual, 2


REFORMA
DOMINGO 29 DEL 2018.
Juan E. Pardinas


La respuesta a esta pregunta definirá la historia del gobierno de Andrés Manuel López Obrador y el futuro de nuestra democracia. Gustavo de Hoyos, presidente de Coparmex, escribió un blog donde entreteje las etapas en la biografía de AMLO, con la metáfora de la cuarta transformación (4T) de México. Durante la campaña, el entonces candidato de Morena hablaba de su triunfo en las urnas como el inicio de un cambio tan profundo, que se podría poner al mismo nivel de las tres gestas históricas que se escriben con mayúscula: Independencia, Reforma y Revolución.

De Hoyos menciona que la trayectoria profesional de AMLO ha pasado por varias estaciones: líder político en Tabasco, dirigente nacional del PRD, jefe de Gobierno de la CDMX y tres veces candidato presidencial. Con más de 30 millones de votos, el pasado 1o. de julio empezó una nueva etapa donde se definirá la pregunta que intitula este texto.

Dice un proverbio que el estadista tiene su mirada puesta en las próximas generaciones, mientras que el líder partidista agota su horizonte en las siguientes elecciones. El Jefe de Estado busca forjar instituciones. El dirigente partidista se enfoca en concentrar y preservar el poder. Uno mira el todo de la nación, el otro, como lo anticipa la raíz semántica, sólo mira por el bienestar de una fracción, que llamamos partido.

A los pocos días de su triunfo, entre un alud de anuncios y acciones precipitadas, se perdió una declaración de AMLO: "Quiero destacar que para nosotros el gobernador electo en Puebla es Miguel Barbosa". En esa entidad de la República, las elecciones locales estuvieron manchadas por chanchullos y violencia. El ex gobernador panista Rafael Moreno Valle ha buscado forjar una monarquía provinciana al heredar el poder a su esposa. Todos estos hechos son despreciables y criticables, pero al inminente Presidente electo no le toca calificar elecciones en un estado, ni decretar las victorias o derrotas de un candidat@. Ese tipo de consignas son propias de un líder partidista, no de un hombre de Estado.

El INE publicó un dictamen multando a Morena por el manejo opaco y discrecional del fideicomiso de apoyo a los damnificados del 19S y AMLO volvió a su trinchera de líder partidista. En un malogrado tweet calificó la decisión del órgano electoral como una "vil venganza". Para justificar una venganza tiene que ocurrir un agravio previo. ¿Qué podría justificar ese afán por desquitarse?

Sobre este desafortunado hecho, una persona cercana a Morena me dio una explicación preocupante: "que no se te olvide el 2006". Ante sus ojos, la controversial elección de hace 12 años justificaba el exabrupto twittero de la semana pasada.

La cuarta transformación política de AMLO, de líder de un movimiento social a Jefe de Estado, pasa por dejar atrás los agravios del pasado. Ante medios de comunicación, López Obrador dio una declaración que se podría interpretar como una amenaza: "Yo perdono, pero no olvido". Ojalá que el éxito histórico del 1o. de julio pudiera funcionar como un bálsamo para cerrar cicatrices abiertas en los avatares de su carrera política.

Abrir una etapa implica cerrar otra. Al volver de un viaje hay que guardar el equipaje y desempacar las maletas. Los exabruptos verbales de AMLO no le ayudan a él y no le ayudan a su futuro gobierno. Dejar el pasado atrás no es un refrendo de la impunidad sobre crímenes y corruptelas, sino un esfuerzo casi íntimo para mirar hacia adelante sin borrascas del odio. Por el tamaño de los problemas y la dimensión de las expectativas, a México le urge un estadista.



@jepardinas


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REFORMA
Lunes 23 de julio del 2018
Jesús Silva-Herzog Márquez

El patrimonialismo del cartujo

Sigue dibujándose el cambio más profundo y más acelerado de la política mexicana del que tengamos memoria. El sistema de partidos está hecho añicos y se va conformando un poder hegemónico capaz de dictar la ley y tal vez de rehacer la Constitución sin tener que negociar con adversarios. Pero ahí no termina el cambio. Tan importante como la ruptura del arreglo tripartita es la sacudida que se anuncia en la estructura burocrática y la amenaza que pende sobre nuestro precario sistema federal.
Algo he hablado del cambio en los partidos y espero hablar pronto del cambio en el sistema federal. Aquí me gustaría intentar una interpretación del cambio administrativo. Se anunciaba ya en los discursos del candidato presidencial. El gobierno no estaba del lado del pueblo porque estaba desconectado del pueblo. La alta burocracia ha vivido en una burbuja de privilegios y lujos. Puede advertirse una sensata sensibilidad republicana en esta crítica de López Obrador pero sus propuestas pueden resultar peor medicina que la enfermedad. Por lo pronto, no se anuncia una transición tersa en el ámbito de la administración. No es para menos. El futuro Presidente anuncia una draconiana reducción del salario de los altos funcionarios y la cancelación de prestaciones relevantes. Al mismo tiempo, declara que el 70% de los trabajadores de confianza son desechables. Y, al mismo tiempo, ha decidido la mudanza obligatoria de miles de servidores públicos que, a partir de diciembre, tendrán que rehacer su vida en otra ciudad si es que quieren conservar su trabajo.
Se ha hablado de los efectos de esta fricción y de estos anuncios. Me gustaría detenerme en el proceso de toma de decisiones. La dispersión del gobierno puede ser uno de los cambios más radicales en la historia reciente de la administración pública federal. Sacar Secretarías y dependencias de la capital es un asunto extraordinariamente complejo y costoso. Dudo que el cambio produzca las bondades prometidas y, por el contrario, imagino la mudanza como una distracción mayúscula para un gobierno cargado de proyectos y exigencias. Un derroche que desaprovecharía un patrimonio de generaciones. De llevarse a cabo la reubicación, las Secretarías tendrían que prestar tanta atención al traslado como a los asuntos de su despacho. Complejo asunto, sin duda, pero lo relevante aquí es examinar cómo llega la futura administración a la persuasión de que se trata de una buena idea. Es sencillo: se escucha al caudillo y se ponen en práctica sus deseos. A fin de cuentas es su gobierno. La convicción del futuro Presidente basta. No hace falta nada más. La SEP a Puebla, Comunicaciones a San Luis, Pemex a Ciudad del Carmen. Él y sólo él clavó los alfileres en el mapa. ¿Para qué perder el tiempo con nimiedades prospectivas? ¿Para qué arrastrar el lápiz analizando el costo de la ocurrencia si ésta es, en realidad, una iluminación?
Detrás del llamado a la austeridad se revela una convicción patrimonialista que no puede ser anticipo de buena gestión. El Presidente decide qué hacer con la casa presidencial como si ésta le perteneciera. El Presidente decide vender el avión presidencial sin examinar si esa operación es una forma razonable de cuidar los recursos comunes o, más bien, un despilfarro. El Presidente decide a dónde enviar las oficinas públicas como si fueran piezas de su ajedrez. Estamos en presencia de un nuevo experimento patrimonialista. Por sus primeros gestos, López Obrador se acerca a la administración pública como un hacendado se relaciona con sus peones. Puede tronar los dedos y reducirles el salario. Puede deshacerse de ellos si le da la gana. Puede cambiarles el horario del trabajo de un día para otro sin que importe mucho lo que dice la ley. Moviendo un dedo ordenará a sus criados que empaquen sus cosas y se trasladen a la otra punta del país. Si rompen sus familias, si pierden oportunidades de educación para sus hijos, si las mujeres tienen una desventaja adicional, si el cambio significa una merma económica para el servidor público le tiene sin cuidado. El peón debe, ante todo, demostrar su lealtad. Aunque se dé ínfulas de cartujo, López Obrador ejerce un liderazgo patrimonialista que, seguramente, terminará siendo una nueva fuente de derroche, ineficiencia y corrupción.
http://www.reforma.com/blogs/silvaherzog/

18 Dom. Ord.; Ag. 5 '18; PAN DE VIDA ETERNA; J. A. Pagola.

¿Por qué seguir interesándonos por Jesús después de veinte siglos? ¿Qué podemos esperar de él? ¿Qué nos puede aportar a los hombres y mujeres de nuestro tiempo? ¿Nos va a resolver acaso los problemas del mundo actual? El evangelio de Juan habla un diálogo de gran interés, que Jesús mantiene con una muchedumbre a orillas del lago Galilea.
El día anterior han compartido con Jesús una comida sorprendente y gratuita. Han comido pan hasta saciarse. ¿Cómo lo van a dejar marchar? Lo que buscan es que Jesús repita su gesto y los vuelva a alimentar gratis. No piensan en otra cosa.
Jesús los desconcierta con un planteamiento inesperado: "Esforzaos no por conseguir el alimento transitorio, sino por el permanente, el que da la vida eterna". Pero ¿cómo no preocuparnos por el pan de cada día? El pan es indispensable para vivir. Lo necesitamos y debemos trabajar para que nunca le falte a nadie. Jesús lo sabe. El pan es lo primero. Sin comer no podemos subsistir. Por eso se preocupa tanto de los hambrientos y mendigos que no reciben de los ricos ni las migajas que caen de su mesa. Por eso maldice a los terratenientes insensatos que almacenan el grano sin pensar en los pobres. Por eso enseña a sus seguidores a pedir cada día al Padre pan para todos sus hijos.
Pero Jesús quiere despertar en ellos un hambre diferente. Les habla de un pan que no sacia solo el hambre de un día, sino el hambre y la sed de vida que hay en el ser humano. No lo hemos de olvidar. En nosotros hay un hambre de justicia para todos, un hambre de libertad, de paz, de verdad. Jesús se presenta como ese Pan que nos viene del Padre, no para hartarnos de comida sino "para dar vida al mundo".
Este Pan, venido de Dios, "da la vida eterna". Los alimentos que comemos cada día nos mantienen vivos durante años, pero llega un momento en que no pueden defendernos de la muerte. Es inútil que sigamos comiendo. No nos pueden dar vida más allá de la muerte.
Jesús se presenta como “Pan de vida eterna”. Cada uno ha de decidir cómo quiere vivir y cómo quiere morir. Pero, quienes nos llamamos seguidores suyos hemos de saber que creer en Cristo es alimentar en nosotros una fuerza imperecedera, empezar a vivir algo que no acabará en nuestra muerte. Sencillamente, seguir a Jesús es entrar en el misterio de la muerte sostenidos por su fuerza resucitadora.

Al escuchar sus palabras, aquellas gentes de Cafarnaún le gritan desde lo hondo de su corazón: "Señor, danos siempre de ese pan". Desde nuestra fe vacilante,  a veces nosotros no nos atrevemos a pedir algo semejante. Quizás, solo nos preocupa la comida de cada día. Y, a veces, solo la nuestra.

18° dom. Ordinario; 5 Agosto 2018; Fdo,. Fdz. Font, sj


Éxodo 162-4, 12-15; Salmo 77; Efesios 417. 20-24; Juan 624-35

Tanto la lectura del libro del Éxodo como la del Evangelio de Juan tocan el mismo tema: la difícil cuestión de comprender a Dios y la forma como actúa, contrapuesto a las imágenes que el hombre tiene de Él y las expectativas sobre su actuación en favor del ser humano. En ambas narraciones se trata de la intervención de Dios –o en el Nuevo Testamento, de Jesús-, para saciar el hambre del pueblo a través del milagro de los panes y las codornices o los pescados.
En la primera lectura del Éxodo, Moisés, en el desierto camino a la liberación del Pueblo hebreo, se topa con el rechazo que ellos expresan, al no tener qué comer en una situación tremendamente dura al estar en medio del desierto y sentirse que van a la muerte. La reacción del pueblo, no es tan criticable. Ellos caminan y caminan, pero pasan los años y no llegan a la tierra prometida; el camino se ha hecho largo, cansado, tedioso y, sobre todo, desesperante, pues ya no tienen qué comer. Su queja es justa: “Ojalá hubiéramos muerto a manos del Señor en Egipto, cuando nos sentábamos junto a las ollas de carne y comíamos pan hasta saciarnos”. Su convicción es que ahora también van a morir, pero después de un sacrificio insoportable y sin haber conseguido la realización de la Promesa divina.
En el Evangelio de Juan, la situación es quizá más frustrante y con menos esperanza: los judíos ya han conquistado la tierra prometida, pero todos aquellos que siguen a Jesús, que se han entusiasmado con su Palabra, que han visto sus milagros y que ahora ven colmada su hambre con el milagro de la multiplicación de los panes y los pescados, siguen viviendo en una situación de esclavitud y miseria, de injusticia y desigualdad social, que pone en duda el cumplimiento de las Promesas de Yahvé. Ahora ya no son los egipcios sus dominadores, sino los romanos; para el caso es lo mismo; pero aumentado con la diferencia de clases y de beneficios, dentro del mismo “pueblo elegido”, entre la casta sacerdotal y sus lujosas residencias, y la inmensa mayoría del pueblo judío a quienes Jesús se dirigió en primera instancia.
            En esta escena que narra Juan, Jesús descubre –al igual que Moisés- que la gente no ha dado el brinco a la comprensión de un Dios diferente, de un Dios cuya libertad no puede ser puesta en cuestión con el chantaje del hambre y el sufrimiento de las personas. Los que se han alimentado se muestran incapaces de leer los acontecimientos en un plano diferente; no pueden trascender lo inmediato para comprender lo que está más allá de la misma multiplicación de la comida. Para Jesús, el milagro es algo que va más allá de saciar el hambre de la gente en un momento determinado; el milagro es un “signo” que habla de una manera diferente de plantearse la vida y la relación con su Dios. Buscan a Jesús no por Él, sino porque han comido. No caen en la cuenta que en Jesús se está realizando la presencia de un Dios que actúa a favor de los pobres y marginados, a fin de que ellos mismos realicen –como algo que dirá Jesús a sus discípulos- “las mismas obras del Padre”. Así como ellos han saciado su hambre, ahora ellos tendrán que ayudarse para saciar el hambre de los demás. El milagro sólo es signo del poder de Dios que está a favor de los pobres, para que experimenten que Él no los ha abandonado, para que crean en Él; pero que requiere de su compromiso y trabajo para lograr lo que Dios quiere: la liberación de sus hijos. Podemos decir que el signo es que ahora ellos son invitados a comprometerse y a hacer lo mismo que hizo Jesús: si en ese momento ellos fueron beneficiados con el milagro, es sólo para que vean que con la intervención comprometida de Dios, también ellos podrán recuperar la promesa de una vida plena, libre, justa, siempre y cuando se comprometan como los otros actores que Dios necesita para que la liberación y la plenitud lleguen al Pueblo.
Siempre  la tentación es mirar al pasado; es añorar “los ajos y cebollas de Egipto”, pues parece que siempre le dejamos todo a Dios. Como señala la introducción a las lecturas de este domingo, “Yahvé libera, pero el camino de la libertad requiere de un compromiso constante y de una arduo trabajo personal y comunitario con responsabilidad: implica renuncias e incertidumbres: la verdadera libertad se construyen con base en los ideales y mirando al futuro. Una falsa esperanza y una equivocada imagen de Dios dan por resultado… una fe estéril”.
San Pablo en la segunda lectura nos invita justo a transformar nuestras vidas: hay que “abandonar (nuestro) antiguo modo de vivir –nos dice-, ese viejo yo corrompido por deseos de placer”. Es decir, no podemos seguir siendo sujetos pasivos en la transformación de las condiciones injustas en las que vivimos y esperando que del cielo nos caiga la solución a los problemas. La base de nuestra confianza –según afirma Pablo por su propia experiencia- es la invitación a dejar que “el Espíritu renueve (nuestra) mente y (nos revistamos) del nuevo yo, creado a imagen de Dios, en la justicia y en la santidad de la verdad”.
Asumir nuestra propia responsabilidad basada en la absoluta confianza en el Dios de Jesús que busca nuestra liberación, es la gran invitación que hoy nos hacen las lecturas.