domingo, 4 de noviembre de 2018

31° Dom. Tiempo Ordinario; Nov. 4 '18; Homilía FFF.


Deuteronomio 62-6; Salmo 17; Hebreos 723-28; Marcos 1228-34

El tema principal de este domingo se centra en “la ley”. En la tradición judaica, la ley era la columna vertebral de su experiencia religiosa; y eso se entendía, porque en su proceso de vertebración fue la presencia Dios quien los había constituido como pueblo. La vivencia real de Yahvé, los conformó como un pueblo fuerte: Él los había liberado de la esclavitud de Egipto “con mano fuerte y brazo poderoso”, los había guiado por el desierto y, finalmente, con su intervención poderosa los había llevado a la conquista de la “tierra prometida”. De ahí entonces, que la forma de corresponder a su Dios, era guardar la estructura legal, la “Torah”, que implicaba la conexión con Yahvé, que les daba sentido, normas de comportamiento, principios éticos y morales. Guardarla, entonces, no era una cosa menor; ahí se jugaba su existencia y la garantía de tener siempre la intervención divina a su favor.
Sin embargo, las cosas en el pueblo judío no siempre sucedieron como debería de ser. Dejar el politeísmo para reconocer a Yahvé como su “único Señor” y guardar realmente lo fundamental de la ley, no fue lo propio de los judíos. Fácilmente cambiaron a su Dios por ídolos construidos con sus propias manos y no siempre respondieron al sentido último de la ley. De ahí la constante crítica de Jesús, en el Evangelio, a la forma como ellos se habían comportado frente a la ley.
Ellos no entendieron que la ley por la ley no valía nada; que si la ley tenía una función era justamente el asegurar las condiciones para que el ser humano pudiera gozar de la felicidad a la que había sido llamado desde la creación. Cumplir los mandatos por cumplirlos, sólo llevaba al fariseísmo, a la egolatría exacerbada, a la comparación con los demás: “Yo sí cumplo; yo sí soy observante; no como los demás”; y ahí se perdió su sentido profundo. Antes que la ley y su cumplimiento, está la persona, el ser humano, lo que verdaderamente ayude a ser cada vez más hijo de Dios, más plenos como personas.
De ahí que –como dice la introducción del misal a las lecturas de este domingo- la validez de la ley no comienza por su cumplimiento, sino “por la escucha y la capacidad de acogerla en el corazón”. Al acoger la ley como un regalo de Dios y no como una obligación extrínseca al ser humano, entonces nos ponemos en la ruta correcta de comprender que la ley está hecha para el hombre y no –como señaló Jesús- “el hombre para la ley”. El cumplir la ley por la ley, no lleva a ningún lado; no realiza el designio de Dios sobre la humanidad. Por eso la invitación de Yahvé a su pueblo era que grabaran la ley en su corazón: hacer nuestro el deseo de Dios es el primer paso, el más fundamental, para posteriormente responder al sentido profundo de la ley; a su espíritu; no a su materialidad. Cumplir la ley por la ley, ha llevado a muchos a destruir al hermano.
Entonces, grabar la ley en el corazón implica a todo el ser humano, con todo lo que somos: corazón, mente, fuerzas, deseos, espíritu. Sólo así podremos realizar el deseo de Dios y encontrar la base fundamental de la ley, que no es otra cosa sino el amor. El pueblo de Israel se perdió en la multitud de normas y preceptos, de tal forma que –como nos relata Marcos en el evangelio de este domingo- los judíos ya no pudieron distinguir entre lo esencial de la ley y sus aspectos secundarios. Así fue como un escriba –autoridad en la ley judía- le pide a Jesús que le diga cuál es el primero de todos los mandamientos. Y la respuesta de Jesús fue contundente. Toda la ley se resume en una sola cuestión: amar, amar apasionadamente, amar a Dios sobre todas las cosas, amarse a uno mismo con el mismo amor con el que Dios nos ama y, finalmente, amar al prójimo. No hay más. Con esta respuesta Jesús rescata la centralidad de la ley y la clave que permitirá realizar el deseo de Dios; que el ser humano pueda vivir feliz, que la creación sea un anticipo del banquete del Reino, que vayamos adelantando la realidad indescriptible –como dice Pablo- del amor de Dios que sobrepasa cualquier medida y comprensión.
La primera lectura en el libro del Deuteronomio termina resaltando cómo cumplir la ley no es algo gravoso, pesado; no es un capricho de Dios para mantenernos sujetos a Él; sino la posibilidad de “prolongar la vida, de ser felices y de multiplicarse”.
Pensemos en la forma como hoy vivimos la ley y en si somos capaces de rescatar lo esencial de ella o seguimos apegados a la letra. La forma como Jesús realizó la misión que el Padre le confió es el paradigma que hemos de seguir en nuestro deseo de cumplir la ley: “El hombre no es para el sábado, sino el sábado para el hombre”.