lunes, 20 de enero de 2014

2° Domingo del año, Enero 19 del 2014

UIA-P.
2° Domingo Ordinario
Enero 19 del 2014
La figura central de este domingo es el Espíritu que se presenta como la presencia de Dios que confirma la identidad de Jesús como hijo de Dios y que abre así un nuevo capítulo en la historia de la humanidad.
Lo primero por advertir es la insistencia de Juan el Bautista, en el Evangelio, de que él no lo conocía. Es decir, ¿no conocía a Jesús si era su primo y había una relación estrecha entre Isabel, su madre y María? ¿Qué fue lo que el Bautista conoció en el momento de bautizar a Jesús? Que en su primo había algo más que un ser humano. Ciertamente conocía a Jesús, pero sin la clara conciencia de que fuera el Mesías. Interesante. Estamos llamados a ver algo más en las realidades de este mundo, a descubrir la presencia o, quizá, también la ausencia, de Dios. Pero la nota clave es el “Espíritu”. Sólo desde Él y con Él podemos dar ese paso, tener esa nueva visión sobre la realidad.
Complementariamente, todo el cuadro –revelado así por Juan el Bautista- de golpe nos lleva hasta la creación del mundo. Según el libro del Génesis, el Espíritu de Dios es el creador del mundo: “aleteaba sobre las aguas…”. Ahora “aletea” sobre Jesús. ¿Qué significa? Que Jesús es la “nueva creación”, “la nueva humanidad”. Hundida por el pecado y la desobediencia, la humanidad había destruido el plan de felicidad que Dios había diseñado para el ser humano. Ahora en Jesús de nuevo aparece ese sueño, esa esperanza; en Él se recrea toda la humanidad con el resplandor con el que Dios la había planeado. El pecado, el mal, la fealdad del mundo, desaparecen en Jesús; aunque queda como compromiso y promesa para el resto de los hombres. Pero en Jesús ya está la salvación.
Un dato más es que Juan Bautista lo reconoce como el “Cordero”, con lo que ahora la evocación no va al Génesis, sino al Éxodo: Jesús es el nuevo Moisés que va a liberar a su pueblo de la peor opresión que es la muerte que entró por el pecado. La identidad de Jesús, de ese primo de Juan, se convierte ahora en el gran liberador de la humanidad; aunque al aludir a su Mesianismo con la figura del “Cordero”, también descubre que no será un Mesías triunfal, guerrero, dominador, que buscara la destrucción de todos los enemigos de Israel.
Por eso la Primera lectura de Isaías es tan significativa en este contexto. Dios ha llamado desde el Seno materno a Jesús para que fuera su servidor; pero no para “restablecer a las tribus de Israel”, sino para ser “luz de las naciones”, a fin de que la salvación de Dios “llegue hasta los últimos rincones de la tierra”. Por eso Jesús es ahora la “Nueva Humanidad”. La salvación ya no es sólo  para los judíos; es para todos; y no sobre la base de la guerra y la dominación, sino del amor y la entrega.
Retomando rasgos fundamentales del Antiguo Testamento, sin embargo en Jesús se da un concepto totalmente distinto de salvación para la humanidad. Maravillosamente, Dios no transforma a fuerzas a cada ser humano sobre la base de la amenaza y el castigo; sino que lo recrea desde dentro en Jesús. Ahora ha aparecido en la humanidad un ser que es “enteramente” de Dios; que posee en plenitud el Espíritu; que es su creación. Desde dentro, Dios recrea la humanidad y le marca un camino por el que podrá llegar a la salvación.
De ahí la invitación que también Juan el Bautista hace a sus discípulos: que vayan tras Jesús, que lo sigan. Jesús muestra el “camino”, “yo soy el camino, la verdad y la vida”; pero ahora la salvación es decisión personal. “¿Quieres seguirme?”.
Nuestra gran esperanza es que ya el Espíritu está, no sólo en la naturaleza y en la creación, sino en la misma humanidad. Ha descendido también sobre nosotros y nos acompaña en el camino de la vida.
Dejémonos poseer por el Espíritu; escuchemos su voz; seamos fieles a sus insinuaciones; y, finalmente, demos testimonio de Él ante los demás, para que también los que aún caminan en tinieblas, puedan descubrir la luz cuya plenitud se da en Jesús. “Para la libertad nos liberó Cristo”, como afirmó San Pablo.