Fijarse en el contenido y en la forma de expresarse en un
documento solemne y oficial, que conserva sin embargo algo del nuevo estilo de
Francisco. Hay expresas refrencias a primar la ortopraxis sobre la ortodoxia y
referencias muy explícitas a las estructuras de muerte que nacen del
capitalismo. Llegado un momento, él mismo es consciente de que son expresiones
desacostumbradas que va a extrañar y doler a más de uno. Pero hay que predicar
el evangelio de Jesús y no disminuir la fuerza de sus palabras. Me está gustando, aunque no lo he acabado. AD.
Amamos este
magnífico planeta donde Dios nos ha puesto, y amamos a la humanidad que lo
habita, con todos sus dramas y cansancios, con sus anhelos y esperanzas, con
sus valores y fragilidades. La tierra es nuestra casa común y todos somos
hermanos. Si bien «el orden justo de la sociedad y del Estado es una tarea
principal de la política», la Iglesia «no puede ni debe quedarse al margen en la
lucha por la justicia».[150] Todos los cristianos, también los
Pastores, están llamados a preocuparse por la construcción de un mundo mejor.
Además, ni el Papa
ni la Iglesia tienen el monopolio en la interpretación de la realidad social o
en la propuesta de soluciones para los problemas contemporáneos. Puedo repetir
aquí lo que lúcidamente indicaba Pablo VI: «Frente a situaciones tan diversas,
nos es difícil pronunciar una palabra única, como también proponer una solución
con valor universal. No es éste nuestro propósito ni tampoco nuestra misión.
Incumbe a las comunidades cristianas analizar con objetividad la situación
propia de su país».[152]
La palabra
«solidaridad» está un poco desgastada y a veces se la interpreta mal, pero es
mucho más que algunos actos esporádicos de generosidad. Supone crear una nueva
mentalidad que piense en términos de comunidad, de prioridad de la vida de
todos sobre la apropiación de los bienes por parte de algunos.
189. La solidaridad
es una reacción espontánea de quien reconoce la función social de la propiedad
y el destino universal de los bienes como realidades anteriores a la propiedad
privada. La posesión privada de los bienes se justifica para cuidarlos y
acrecentarlos de manera que sirvan mejor al bien común, por lo cual la
solidaridad debe vivirse como la decisión de devolverle al pobre lo que le
corresponde. Estas convicciones y hábitos de solidaridad, cuando se hacen
carne, abren camino a otras transformaciones estructurales y las vuelven
posibles. Un cambio en las estructuras sin generar nuevas convicciones y
actitudes dará lugar a que esas mismas estructuras tarde o temprano se vuelvan
corruptas, pesadas e ineficaces.
190. A veces
se trata de escuchar el clamor de pueblos enteros, de los pueblos más pobres de
la tierra, porque «la paz se funda no sólo en el respeto de los derechos del
hombre, sino también en el de los derechos de los pueblos».[154]Lamentablemente,
aun los derechos humanos pueden ser utilizados como justificación de una
defensa exacerbada de los derechos individuales o de los derechos de los
pueblos más ricos. Respetando la independencia y la cultura de cada nación, hay
que recordar siempre que el planeta es de toda la humanidad y para toda la
humanidad, y que el solo hecho de haber nacido en un lugar con menores recursos
o menor desarrollo no justifica que algunas personas vivan con menor dignidad.
Hay que repetir que «los más favorecidos deben renunciar a algunos de sus
derechos para poner con mayor liberalidad sus bienes al servicio de los demás».[155] Para hablar adecuadamente de nuestros
derechos necesitamos ampliar más la mirada y abrir los oídos al clamor de otros
pueblos o de otras regiones del propio país. Necesitamos crecer en una
solidaridad que «debe permitir a todos los pueblos llegar a ser por sí mismos
artífices de su destino»,[156] así como «cada hombre está llamado a
desarrollarse».[157]
194. Es un mensaje
tan claro, tan directo, tan simple y elocuente, que ninguna hermenéutica
eclesial tiene derecho a relativizarlo. La reflexión de la Iglesia sobre estos
textos no debería oscurecer o debilitar su sentido exhortativo, sino más bien
ayudar a asumirlos con valentía y fervor. ¿Para qué complicar lo que es tan
simple? Los aparatos conceptuales están para favorecer el contacto con la
realidad que pretenden explicar, y no para alejarnos de ella. Esto vale sobre
todo para las exhortaciones bíblicas que invitan con tanta contundencia al amor
fraterno, al servicio humilde y generoso, a la justicia, a la misericordia con
el pobre. Jesús nos enseñó este camino de reconocimiento del otro con sus
palabras y con sus gestos. ¿Para qué oscurecer lo que es tan claro? No nos
preocupemos sólo por no caer en errores doctrinales, sino también por ser
fieles a este camino luminoso de vida y de sabiduría. Porque «a los defensores
de «la ortodoxia» se dirige a veces el reproche de pasividad, de indulgencia o
de complicidad culpables respecto a situaciones de injusticia intolerables y a
los regímenes políticos que las mantienen».[161]
Por eso quiero una
Iglesia pobre para los pobres. Ellos tienen mucho que enseñarnos. Además de
participar del sensus fidei, en sus propios dolores conocen
al Cristo sufriente. Es necesario que todos nos dejemos evangelizar por ellos.
La nueva evangelización es una invitación a reconocer la fuerza salvífica de
sus vidas y a ponerlos en el centro del camino de la Iglesia. Estamos llamados
a descubrir a Cristo en ellos, a prestarles nuestra voz en sus causas, pero
también a ser sus amigos, a escucharlos, a interpretarlos y a recoger la
misteriosa sabiduría que Dios quiere comunicarnos a través de ellos.
Temo que también
estas palabras sólo sean objeto de algunos comentarios sin una verdadera
incidencia práctica. No obstante, confío en la apertura y las buenas
disposiciones de los cristianos, y os pido que busquéis comunitariamente nuevos
caminos para acoger esta renovada propuesta.
Los planes
asistenciales, que atienden ciertas urgencias, sólo deberían pensarse como
respuestas pasajeras. Mientras no se resuelvan radicalmente los problemas de
los pobres, renunciando a la autonomía absoluta de los mercados y de la
especulación financiera y atacando las causas estructurales de la inequidad,[173] no se resolverán los problemas del
mundo y en definitiva ningún problema. La inequidad es raíz de los males
sociales.
203. La dignidad de
cada persona humana y el bien común son cuestiones que deberían estructurar
toda política económica, pero a veces parecen sólo apéndices agregados desde
fuera para completar un discurso político sin perspectivas ni programas de
verdadero desarrollo integral. ¡Cuántas palabras se han vuelto molestas para
este sistema! Molesta que se hable de ética, molesta que se hable de
solidaridad mundial, molesta que se hable de distribución de los bienes,
molesta que se hable de preservar las fuentes de trabajo, molesta que se hable
de la dignidad de los débiles, molesta que se hable de un Dios que exige un
compromiso por la justicia. Otras veces sucede que estas palabras se vuelven objeto
de un manoseo oportunista que las deshonra. La cómoda indiferencia ante estas
cuestiones vacía nuestra vida y nuestras palabras de todo significado. La
vocación de un empresario es una noble tarea, siempre que se deje interpelar
por un sentido más amplio de la vida; esto le permite servir verdaderamente al
bien común, con su esfuerzo por multiplicar y volver más accesibles para todos
los bienes de este mundo.
204. Ya no podemos
confiar en las fuerzas ciegas y en la mano invisible del mercado. El crecimiento
en equidad exige algo más que el crecimiento económico, aunque lo supone,
requiere decisiones, programas, mecanismos y procesos específicamente
orientados a una mejor distribución del ingreso, a una creación de fuentes de
trabajo, a una promoción integral de los pobres que supere el mero
asistencialismo. Estoy lejos de proponer un populismo irresponsable, pero la
economía ya no puede recurrir a remedios que son un nuevo veneno, como cuando
se pretende aumentar la rentabilidad reduciendo el mercado laboral y creando
así nuevos excluidos.
205. ¡Pido a Dios
que crezca el número de políticos capaces de entrar en un auténtico diálogo que
se oriente eficazmente a sanar las raíces profundas y no la apariencia de los
males de nuestro mundo! La política, tan denigrada, es una altísima vocación,
es una de las formas más preciosas de la caridad, porque busca el bien común.[174] Tenemos que convencernos de que la
caridad «no es sólo el principio de las micro-relaciones, como en las
amistades, la familia, el pequeño grupo, sino también de las macro-relaciones,
como las relaciones sociales, económicas y políticas».[175] ¡Ruego al Señor que nos regale más
políticos a quienes les duela de verdad la sociedad, el pueblo, la vida de los
pobres! Es imperioso que los gobernantes y los poderes financieros levanten la
mirada y amplíen sus perspectivas, que procuren que haya trabajo digno,
educación y cuidado de la salud para todos los ciudadanos. ¿Y por qué no acudir
a Dios para que inspire sus planes? Estoy convencido de que a partir de una
apertura a la trascendencia podría formarse una nueva mentalidad política y
económica que ayudaría a superar la dicotomía absoluta entre la economía y el
bien común social.
206. La economía,
como la misma palabra indica, debería ser el arte de alcanzar una adecuada
administración de la casa común, que es el mundo entero. Todo acto económico de
envergadura realizado en una parte del planeta repercute en el todo; por ello
ningún gobierno puede actuar al margen de una responsabilidad común. De hecho,
cada vez se vuelve más difícil encontrar soluciones locales para las enormes
contradicciones globales, por lo cual la política local se satura de problemas
a resolver. Si realmente queremos alcanzar una sana economía mundial, hace
falta en estos momentos de la historia un modo más eficiente de interacción
que, dejando a salvo la soberanía de las naciones, asegure el bienestar
económico de todos los países y no sólo de unos pocos.
207. Cualquier
comunidad de la Iglesia, en la medida en que pretenda subsistir tranquila sin
ocuparse creativamente y cooperar con eficiencia para que los pobres vivan con
dignidad y para incluir a todos, también correrá el riesgo de la disolución, aunque
hable de temas sociales o critique a los gobiernos. Fácilmente terminará sumida
en la mundanidad espiritual, disimulada con prácticas religiosas, con reuniones
infecundas o con discursos vacíos.
208. Si alguien se
siente ofendido por mis palabras, le digo que las expreso con afecto y con la
mejor de las intenciones, lejos de cualquier interés personal o ideología
política. Mi palabra no es la de un enemigo ni la de un opositor. Sólo me
interesa procurar que aquellos que están esclavizados por una mentalidad
individualista, indiferente y egoísta, puedan liberarse de esas cadenas
indignas y alcancen un estilo de vida y de pensamiento más humano, más noble,
más fecundo, que dignifique su paso por esta tierra.
224. A veces
me pregunto quiénes son los que en el mundo actual se preocupan realmente por
generar procesos que construyan pueblo, más que por obtener resultados
inmediatos que producen un rédito político fácil, rápido y efímero, pero que no
construyen la plenitud humana. La historia los juzgará quizás con aquel
criterio que enunciaba Romano Guardini: «El único patrón para valorar con
acierto una época es preguntar hasta qué punto se desarrolla en ella y alcanza
una auténtica razón de ser la plenitud de la
existencia humana, de acuerdo con el carácter peculiar y las posibilidades de dicha época».[182]