domingo, 13 de septiembre de 2015

24° domingo Ordinario; Septiembre 13 del 2015

Isaías 505-9; Salmo 114; Santiago 214-18; Marcos 827-35
“Buscar y hallar la voluntad de Dios” es el tema fundamental de San Ignacio de Loyola en sus Ejercicios Espirituales; y para eso es imprescindible quitar “las afecciones desordenadas”. Sin duda que meditando este pasaje del Evangelio de Marcos, San Ignacio captó lo fundamental del Seguimiento de Jesús. Algo nada fácil para sus seguidores; pero tampoco para el mismo Jesús, como deja entrever este pasaje del Evangelio.
El primer dato que realmente sorprende a los creyentes es que Jesús constantemente estaba buscando la voluntad del Padre; y ahí es donde uno se pregunta y entra en el gran misterio del Hijo de Dios, de su Persona: si era Dios, ¿por qué tenía que estar buscando una voluntad distinta a la de él? Pero, si sólo era hombre y por eso buscaba lo que Dios quería de él, ¿qué derecho tenía a exigirnos una fe incondicional, que sólo a Dios se le puede brindar? Misterio nada fácil de resolver, si no es mediante el paso y la experiencia personal de la fe.
Pero sea como sea, lo real es que los 4 evangelistas, y por supuesto el Nuevo Testamento con San Pablo a la cabeza, nos evidencian esta afirmación. Desde chico, en el Templo, Jesús permanece ahí dejando a sus padres, porque Él tenía que hacer la voluntad de su Padre. Posteriormente, manifiesta con toda claridad que “su alimento es hacer la voluntad del Padre”. Cambios en su vida suelen presentarse después de noches pasadas en oración con su Padre, y todo su mensaje es obsesivamente claro en esta invitación para sus discípulos: antes que cualquier otro deseo, hay que hacer la voluntad de Dios.
Sin embargo, lo más sorprendente es que Jesús no sabe desde el principio hasta dónde le llevará el Padre, y sólo mediante los resultados que va viendo de su predicación, capta cómo se va moviendo lo que Dios quiere y espera de Él. Jesús no tiene un plan “predestinado” de antemano. Y este pasaje de Cesarea de Filipo, al que se le ha denominado “la Crisis Galilea”, lo manifiesta.
Hasta este momento de su vida ha hecho grandes milagros, las multitudes lo siguen; ha despertado una gran expectativa como el “Mesías esperado”; sin embargo, Jesús cae en la cuenta, como dice el Evangelio de Juan, que la gente lo sigue porque les dio de comer; no porque hayan creído en su Palabra. A pesar de todos los signos que ha realizado, la gente no ha logrado trascender lo inmediato, para llegar en profundidad a comprender y “creer en el Hijo de Dios”. No han entendido los designios del Padre; sólo han buscado la ventaja que para ellos han tenido sus milagros.
Esta realidad y la sensación de fracaso que se cierne en Jesús, es lo que lo motiva a preguntarles a sus discípulos si las muchedumbres han entendido su mensaje. La respuesta es contundente: no, no lo han entendido. Simplemente no saben quién es Él: unos dicen que Juan Bautista, otros que Elías, otros que alguno de los profetas. Sólo Pedro, inspirado por el Espíritu, manifiesta lo que Jesús estaba esperando: “Tú eres el Mesías, el hijo de Dios vivo”. Afirmación que cae como plomo en el corazón de Jesús. Por un lado, reconoce la presencia del Espíritu en Pedro y eso lo anima; pero al mismo tiempo ve que, a nivel del gran pueblo de Israel, la gente no ha entendido su mensaje.
Entonces, experimenta la invitación a cambiar de estrategia. Jesús –aunque nos cueste demasiado entenderlo- ha fracasado en su intento por cumplir la voluntad del Padre; no ha logrado lo que pretendía. Por eso, en ese momento, decide hacer un cambio radical en su vida. Dejará de hacer tantos milagros, no predicará a las multitudes, para enfrentar radicalmente al poder religioso que tenía dominado al pueblo. Parece que el Padre le pide que enfrente el poder, aunque vaya solo. La única forma de responder a la voluntad de Dios es seguir adelante, a pesar de que ahora irá solamente con sus discípulos y unos cuantos seguidores más. Por eso les dice que “era necesario que el Hijo del hombre padeciera mucho”, que tenía que sufrir hasta la muerte.
Pero esta parte, desgraciadamente, esto ya no la comprende Pedro. La dureza del seguimiento que implica ir más allá del triunfo o del fracaso hasta la muerte, tampoco estaba dentro del imaginario de Pedro y sus discípulos. Tampoco habían madurado en la fe. Pedro sí reconoce que Jesús es el Mesías, pero sigue creyendo en un Mesías triunfante, exitoso, al que las multitudes aclaman y siguen; pero Jesús va por otro camino. Ahora toca enfrentar el poder hasta la muerte, lo sigan o no las multitudes. No puede quedarse a medias; no puede dejarse seducir por el éxito inmediato que producían los milagros, a costa de la realización de su Misión. Romper el cerco del poder, cuesta caro; implica una entrega total, y eso –para Jesús estaba claro- implicaba la muerte.
Buscar, hallar y hacer la voluntad de Dios, aunque ésta nos lleve por caminos insospechados de desprecio y muerte, es la invitación que hoy nos hace el Evangelio. El Padre no quiere medias tintas; no busca complacencias; Él quiere que el poder que oprime y mata a sus hijos sea destruido, aunque esto pueda costar la vida propia. Justo lo que pasó con Jesús.
Isaías, en la primera lectura, nos transmite lo mismo: “El Señor Dios me ha hecho oír sus palabras y yo no he opuesto resistencia, ni me he echado para atrás”, justo “porque el Señor me ayuda… Cercano está de mí”.
Seguir la voluntad de Dios no es nada fácil; pero tenemos la certeza de que Él está con nosotros y su presencia nos ayudará a llegar hasta el final, como lo hizo con Jesús.