Isaías 505-9; Salmo 114; Santiago 214-18; Marcos
827-35
“Buscar y hallar la voluntad de Dios” es el tema fundamental de
San Ignacio de Loyola en sus Ejercicios Espirituales; y para eso es
imprescindible quitar “las afecciones desordenadas”. Sin duda que meditando este
pasaje del Evangelio de Marcos, San Ignacio captó lo fundamental del
Seguimiento de Jesús. Algo nada fácil para sus seguidores; pero tampoco para el
mismo Jesús, como deja entrever este pasaje del Evangelio.
El primer dato que realmente sorprende a los creyentes es que Jesús
constantemente estaba buscando la voluntad del Padre; y ahí es donde uno se
pregunta y entra en el gran misterio del Hijo de Dios, de su Persona: si era
Dios, ¿por qué tenía que estar buscando una voluntad distinta a la de él? Pero,
si sólo era hombre y por eso buscaba lo que Dios quería de él, ¿qué derecho tenía
a exigirnos una fe incondicional, que sólo a Dios se le puede brindar? Misterio
nada fácil de resolver, si no es mediante el paso y la experiencia personal de la
fe.
Pero sea como sea, lo real es que los 4 evangelistas, y por
supuesto el Nuevo Testamento con San Pablo a la cabeza, nos evidencian esta
afirmación. Desde chico, en el Templo, Jesús permanece ahí dejando a sus padres,
porque Él tenía que hacer la voluntad de su Padre. Posteriormente, manifiesta
con toda claridad que “su alimento es hacer la voluntad del Padre”. Cambios en
su vida suelen presentarse después de noches pasadas en oración con su Padre, y
todo su mensaje es obsesivamente claro en esta invitación para sus discípulos:
antes que cualquier otro deseo, hay que hacer la voluntad de Dios.
Sin embargo, lo más sorprendente es que Jesús no sabe desde el
principio hasta dónde le llevará el Padre, y sólo mediante los resultados que
va viendo de su predicación, capta cómo se va moviendo lo que Dios quiere y
espera de Él. Jesús no tiene un plan “predestinado” de antemano. Y este pasaje
de Cesarea de Filipo, al que se le ha denominado “la Crisis Galilea”, lo
manifiesta.
Hasta este momento de su vida ha hecho grandes milagros, las
multitudes lo siguen; ha despertado una gran expectativa como el “Mesías esperado”;
sin embargo, Jesús cae en la cuenta, como dice el Evangelio de Juan, que la
gente lo sigue porque les dio de comer; no porque hayan creído en su Palabra. A
pesar de todos los signos que ha realizado, la gente no ha logrado trascender
lo inmediato, para llegar en profundidad a comprender y “creer en el Hijo de
Dios”. No han entendido los designios del Padre; sólo han buscado la ventaja
que para ellos han tenido sus milagros.
Esta realidad y la sensación de fracaso que se cierne en Jesús, es
lo que lo motiva a preguntarles a sus discípulos si las muchedumbres han
entendido su mensaje. La respuesta es contundente: no, no lo han entendido. Simplemente
no saben quién es Él: unos dicen que Juan Bautista, otros que Elías, otros que
alguno de los profetas. Sólo Pedro, inspirado por el Espíritu, manifiesta lo que
Jesús estaba esperando: “Tú eres el Mesías, el hijo de Dios vivo”. Afirmación
que cae como plomo en el corazón de Jesús. Por un lado, reconoce la presencia
del Espíritu en Pedro y eso lo anima; pero al mismo tiempo ve que, a nivel del
gran pueblo de Israel, la gente no ha entendido su mensaje.
Entonces, experimenta la invitación a cambiar de estrategia. Jesús
–aunque nos cueste demasiado entenderlo- ha fracasado en su intento por cumplir
la voluntad del Padre; no ha logrado lo que pretendía. Por eso, en ese momento,
decide hacer un cambio radical en su vida. Dejará de hacer tantos milagros, no
predicará a las multitudes, para enfrentar radicalmente al poder religioso que
tenía dominado al pueblo. Parece que el Padre le pide que enfrente el poder,
aunque vaya solo. La única forma de responder a la voluntad de Dios es seguir
adelante, a pesar de que ahora irá solamente con sus discípulos y unos cuantos seguidores
más. Por eso les dice que “era necesario que el Hijo del hombre padeciera mucho”,
que tenía que sufrir hasta la muerte.
Pero esta parte, desgraciadamente, esto ya no la comprende Pedro. La
dureza del seguimiento que implica ir más allá del triunfo o del fracaso hasta
la muerte, tampoco estaba dentro del imaginario de Pedro y sus discípulos. Tampoco
habían madurado en la fe. Pedro sí reconoce que Jesús es el Mesías, pero sigue
creyendo en un Mesías triunfante, exitoso, al que las multitudes aclaman y
siguen; pero Jesús va por otro camino. Ahora toca enfrentar el poder hasta la
muerte, lo sigan o no las multitudes. No puede quedarse a medias; no puede
dejarse seducir por el éxito inmediato que producían los milagros, a costa de la
realización de su Misión. Romper el cerco del poder, cuesta caro; implica una
entrega total, y eso –para Jesús estaba claro- implicaba la muerte.
Buscar, hallar y hacer la voluntad de Dios, aunque ésta nos lleve por caminos
insospechados de desprecio y muerte, es la invitación que hoy nos hace el
Evangelio. El Padre no quiere medias tintas; no busca complacencias; Él quiere
que el poder que oprime y mata a sus hijos sea destruido, aunque esto pueda
costar la vida propia. Justo lo que pasó con Jesús.
Isaías, en la primera lectura, nos transmite lo mismo: “El Señor
Dios me ha hecho oír sus palabras y yo no he opuesto resistencia, ni me he
echado para atrás”, justo “porque el Señor me ayuda… Cercano está de mí”.
Seguir la voluntad de Dios no es nada fácil; pero tenemos la
certeza de que Él está con nosotros y su presencia nos ayudará a llegar hasta
el final, como lo hizo con Jesús.