domingo, 23 de octubre de 2016

30 domingo ordinario; 23 de octubre del 2016; Homilía FFF

Eclesiástico 3515-17. 20-22; Salmo 33; 2ª Timoteo 46-8. 16-18; Lucas 189-14

Hoy se celebra el día mundial de las Misiones; aunque el mismo concepto de “misionar” se ha modificado, podríamos decir casi radicalmente. La misma liturgia ha cambiado, incluso en las lecturas, el énfasis que antes tenía.
En los tiempos pasados, con una teología pre-vaticana, la urgencia de ir a todo el mundo y hacerlo cristiano era debido a la creencia de que sólo a través de la Iglesia católica las gentes se podían salvar. Y si no se salvaban, entonces no había otra alternativa que la “condenación” al fuego eterno y por toda la eternidad. De ahí que, motivados por ese afán misionero de hacer el bien a toda la humanidad y evitar su sufrimiento, los cristianos se lanzaban a anunciar la fe en Nuestro Señor Jesucristo, aún a costa de la propia vida; y, claro, aún a costa de las convicciones y creencias de los que habrían de ser convertidos.
El fin justificaba los medios, como en el tiempo de las Cruzadas o de la Inquisición o de la Conquista de América. De buena o mala manera, pero la gente o creía o se condenaba. Por eso, hasta la tortura se justificaba con tal de extender la fe. No necesitamos de muchos ejemplos para darnos cuenta que eso así era. Recordemos la urgente necesidad de “salvar a los chinitos”. Destruir ídolos, templos, creencias, para sustituirlos por cruces, catedrales y evangelios, era la consigna.
Pero, ¿de dónde salía tal afán misionero? Por una parte, de páginas del Evangelio en las que el Señor Jesús, antes de su partida, invitó a “predicar el evangelio a todas las naciones”; y la otra de evitar la condenación de todos aquellos que no se convertían al Evangelio o que se murieran sin haber conocido la “verdadera fe”.
Estos textos de carácter “hiperbólico” que exageraban el contenido de las afirmaciones para resaltar la importancia de sus contenidos, fueron tomados al pie de la letra. Obvio que predicar el evangelio sí era “buena noticia” para la humanidad; y que vivir sin un amor justo al hermano hacía que los seres humanos vivieran en un “infierno”; pero de ahí pensar que otra fe que no fuera la católica implicaba la condenación, fue un error de una pasión por el Evangelio, pero desmedida.
Tuvo que llegar el Concilio Vaticano II para afirmar a toda la cristiandad que “fuera de la Iglesia sí había salvación”; y no como se afirmaba anteriormente. Textos como los del “Buen Samaritano” o del “Banquete del Juicio final” es el que se reconoce explícitamente que no se necesita la fe en Jesucristo ni en Dios para salvarse, porque justo realizaron las obras de Dios: dar de comer, visitar al encarcelado y al enfermo, hospedar, vestir, etc., etc., volvieron a resaltar que lo verdaderamente radical del mensaje de Jesús era el amor real, justo, solidario, comprometido con los hermanos, especialmente con los pobres, excluidos o marginados. Por eso San Juan, en sus cartas critica la fe de aquellos que afirman amar a Dios a quien no ven, sin amar efectivamente a los hermanos a quienes sí ven.
El que ama radical y comprometidamente al otro, especialmente al que necesita un “vaso de agua”, ese ya está en la órbita de Dios y de Cristo. Fácilmente se abrirá a la fe, porque ya ha realizado las obras de justicia, de amor, que Jesucristo testimonió a lo largo de su breve vida y dejó explicitadas en sus parábolas y enseñanzas.
Entonces, ¿ya no hay que predicar la fe? ¿Ya no tendría sentido el “misionar”? ¿No tenemos que “anunciar el evangelio a todas las creaturas? Obvio que sí; pero sólo “anunciar”; no “imponer a costa de la vida y la libertad del otro”.
Quien está convencido de que el Evangelio importa un mensaje de salvación para el ser humano en esta historia, que lleva consigo “una buena noticia” a la humanidad, no podrá dejar de vivirlo –en primero lugar- y de anunciarlo por todos los rincones de la tierra –en segundo lugar-, porque es algo maravilloso que podrá redimir a la tierra.
Los pueblos y las sociedades de hoy en día viven una severa crisis de valores, de orden, de justicia, de paz. El “Tejido social” está destruido; no hay “instituciones” confiables. El orden de la política y de la economía está totalmente devastados por la mentira, la corrupción y la impunidad. Por eso, hoy más que nunca “urge” un mensaje como el del Evangelio; pero que ha de ser predicado –por los cristianos en primer lugar- con el propio ejemplo; y, posteriormente, mediante una predicación que “invita” al otro a vivirlo, respetando sus distintos modos de pensar y creer, a fin de que si es algo valioso para ellos, ahí puedan descubrir la semilla del Evangelio y eso los pueda llevar a la fe en un Dios que es padre-madre de todos y sólo busca el bien de sus hijos e hijas.
Dios hace llover sobre buenos y malos. Ahí está nuestro paradigma: anunciar un mensaje de la reconciliación, de la tolerancia, del perdón, de la bondad por encimad de la maldad, será mucho más cristiano que la imposición de nuestras propias creencias a los demás.