Jeremías 175-8; Salmo 1; 1ª Corintios 1512. 16-20;
Lucas 617. 20-26
Jesús ha comenzado su vida pública por anunciar la proximidad del Reino y reforzar su
predicación con esos “signos” o “milagros” con los que ha ido atrayendo a los
pobres y marginados del sistema tanto civil como religioso. “Conviértanse –nos dice- porque el Reino de
los Cielos está cerca”. Pero, ¿qué es el Reino? ¿Cuál es su proyecto? ¿Para
qué quiere que sus escuchas se conviertan?
El Evangelio de este
domingo nos despliega delante de nuestros ojos cuál
es el proyecto que constituye el Reino y qué busca para sus oyentes, para sus
seguidores. De alguna manera se puede decir que este pasaje de las
Bienaventuranzas es el manifiesto que
delinea los rasgos fundamentales de su proyecto social, religioso y político.
En unas cuantas frases despliega ante sus oyentes las claves de lo
que constituye esa nueva forma de vida que Él ofrece a los que quieran entrar
al Reino. La primera afirmación es
que el centro de esa nueva comunidad lo constituyen los pobres, los marginados,
los que sufren, los que lloran, los que por luchar por este proyecto serán
perseguidos y calumniados. Este es el primer rasgo fundamental de su mensaje.
Los pobres, en el Reino, no seguirán siendo los últimos, como en esta sociedad
en la que ellos no caben y son excluidos del deseo del Padre que quiere que sus
hijos sean dichosos, que participen del banquete, que siempre tengan un lugar.
Realmente lo que Jesús pretende es transformar la estructura socio-política
que está matando a los hijos del Padre, a fin de crear las condiciones necesarias
que permitan a la comunidad de hermanos y hermanas, disfrutar de los dones de
la creación. El pobre que acepte la invitación de Jesús tendrá por recompensa
el Reino; será saciado; no volverá a tener hambre; reirá ampliamente, como
señal de la alegría que tendrá.
Aunque no sólo se trata de entrar a disfrutar la riqueza del
Reino; hay que luchar por ella y “por la
causa del Hijo del Hombre”, como
segundo rasgo. El Reino no se dará sólo como un milagro que hay que
recibir. El milagro comienza por la invitación que hace Jesús; por la forma
como ahora los pobres y excluidos son invitados a salir de la marginación en la
que se encuentran para entrar en un espacio en el que su vida y dignidad serán
reconocidos; pero eso implica lucha. Ya lo dirá Jesús más delante: “El reino de los cielos sufre violencia y sólo
los esforzados lo conquistan”. La invitación y el proyecto de Jesús ahí están;
ahora hay que dar el siguiente paso: esforzarse por entrar y eso implicará –como
bien lo profetiza Jesús- persecución y muerte. Pero incluso en esa realidad
dolorosa de lucha y persecución, serán dichosos; tendrán que alegrarse, saltar “de gozo, porque su recompensa será grande en
el Cielo”.
El Reino, por consiguiente, es para Jesús esa organización histórica,
social, diferente, en la que los pobres serán la piedra angular; y el espacio
de relación y convivencia será totalmente distinto que la sociedad dominadora y
excluyente en la que viven y en el que podrán encontrarse con ese Dios Padre “que hace llover sobre buenos y malos”. Por
eso también Jesús se va a la contraparte, como
tercer rasgo; es decir, a las raíces que han impedido la posibilidad de
este Reino de hermanos y hermanas, que es la acumulación que lleva a la riqueza:
la concentración de los bienes de Dios en unas cuantas manos a costa de la
miseria de la mayoría de la población.
La advertencia es clara y contundente, porque hay que sacudir las
conciencias y hacer entender que el camino de la dominación, de la riqueza, de
la exclusión, sólo llevará a la destrucción de la propia vida. “¡Ay de ustedes, los ricos, porque ya tienen
ahora su consuelo! ¡Ay de ustedes, los que se hartan ahora, porque después
tendrá hambre! ¡Ay de ustedes, cuando todo el mundo los alabe, porque de ese
modo trataron sus padres a los falsos profetas!”.
De esta forma la invitación del Reino es para todos y cada uno
tendrá que ver cómo entra, dónde se ubica: si entre los pobres y excluidos o
entre los que han ocasionado esa marginación para los hijos e hijas de Dios. Y
cada uno tendrá que dar su propia respuesta, pero no quedarse fuera del Reino.
Finalmente, y desde esta luz, se entiende cómo esas predicaciones
de las bienaventuranzas que las convertido en “obras de caridad o misericordia”,
nada tiene que ver con la propuesta de Jesús y con la fuerza del Reino. Jesús está
invitando a una transformación radical de las estructuras sociales, y no a “hacer
caridades”, a hacer obras de “misericordia”, sin cambiar históricamente ni el
corazón ni las estructuras socio-económicas y políticas que han provocado la
frustración del deseo del Padre.