domingo, 17 de febrero de 2019

6° Domingo Tiempo Ordinario; Feb. 17 del 2019; FFF


Jeremías 175-8; Salmo 1; 1ª Corintios 1512. 16-20; Lucas 617. 20-26

Jesús ha comenzado su vida pública por anunciar la proximidad del Reino y reforzar su predicación con esos “signos” o “milagros” con los que ha ido atrayendo a los pobres y marginados del sistema tanto civil como religioso. “Conviértanse –nos dice- porque el Reino de los Cielos está cerca”. Pero, ¿qué es el Reino? ¿Cuál es su proyecto? ¿Para qué quiere que sus escuchas se conviertan?
El Evangelio de este domingo nos despliega delante de nuestros ojos cuál es el proyecto que constituye el Reino y qué busca para sus oyentes, para sus seguidores. De alguna manera se puede decir que este pasaje de las Bienaventuranzas es el manifiesto que delinea los rasgos fundamentales de su proyecto social, religioso y político.
En unas cuantas frases despliega ante sus oyentes las claves de lo que constituye esa nueva forma de vida que Él ofrece a los que quieran entrar al Reino. La primera afirmación es que el centro de esa nueva comunidad lo constituyen los pobres, los marginados, los que sufren, los que lloran, los que por luchar por este proyecto serán perseguidos y calumniados. Este es el primer rasgo fundamental de su mensaje. Los pobres, en el Reino, no seguirán siendo los últimos, como en esta sociedad en la que ellos no caben y son excluidos del deseo del Padre que quiere que sus hijos sean dichosos, que participen del banquete, que siempre tengan un lugar.
Realmente lo que Jesús pretende es transformar la estructura socio-política que está matando a los hijos del Padre, a fin de crear las condiciones necesarias que permitan a la comunidad de hermanos y hermanas, disfrutar de los dones de la creación. El pobre que acepte la invitación de Jesús tendrá por recompensa el Reino; será saciado; no volverá a tener hambre; reirá ampliamente, como señal de la alegría que tendrá.
Aunque no sólo se trata de entrar a disfrutar la riqueza del Reino; hay que luchar por ella y “por la causa del Hijo del Hombre”, como segundo rasgo. El Reino no se dará sólo como un milagro que hay que recibir. El milagro comienza por la invitación que hace Jesús; por la forma como ahora los pobres y excluidos son invitados a salir de la marginación en la que se encuentran para entrar en un espacio en el que su vida y dignidad serán reconocidos; pero eso implica lucha. Ya lo dirá Jesús más delante: “El reino de los cielos sufre violencia y sólo los esforzados lo conquistan”. La invitación y el proyecto de Jesús ahí están; ahora hay que dar el siguiente paso: esforzarse por entrar y eso implicará –como bien lo profetiza Jesús- persecución y muerte. Pero incluso en esa realidad dolorosa de lucha y persecución, serán dichosos; tendrán que alegrarse, saltar “de gozo, porque su recompensa será grande en el Cielo”.
El Reino, por consiguiente, es para Jesús esa organización histórica, social, diferente, en la que los pobres serán la piedra angular; y el espacio de relación y convivencia será totalmente distinto que la sociedad dominadora y excluyente en la que viven y en el que podrán encontrarse con ese Dios Padre “que hace llover sobre buenos y malos”. Por eso también Jesús se va a la contraparte, como tercer rasgo; es decir, a las raíces que han impedido la posibilidad de este Reino de hermanos y hermanas, que es la acumulación que lleva a la riqueza: la concentración de los bienes de Dios en unas cuantas manos a costa de la miseria de la mayoría de la población.
La advertencia es clara y contundente, porque hay que sacudir las conciencias y hacer entender que el camino de la dominación, de la riqueza, de la exclusión, sólo llevará a la destrucción de la propia vida. “¡Ay de ustedes, los ricos, porque ya tienen ahora su consuelo! ¡Ay de ustedes, los que se hartan ahora, porque después tendrá hambre! ¡Ay de ustedes, cuando todo el mundo los alabe, porque de ese modo trataron sus padres a los falsos profetas!”.
De esta forma la invitación del Reino es para todos y cada uno tendrá que ver cómo entra, dónde se ubica: si entre los pobres y excluidos o entre los que han ocasionado esa marginación para los hijos e hijas de Dios. Y cada uno tendrá que dar su propia respuesta, pero no quedarse fuera del Reino.
Finalmente, y desde esta luz, se entiende cómo esas predicaciones de las bienaventuranzas que las convertido en “obras de caridad o misericordia”, nada tiene que ver con la propuesta de Jesús y con la fuerza del Reino. Jesús está invitando a una transformación radical de las estructuras sociales, y no a “hacer caridades”, a hacer obras de “misericordia”, sin cambiar históricamente ni el corazón ni las estructuras socio-económicas y políticas que han provocado la frustración del deseo del Padre.