Sofonías 314-18; Isaías 12; Filipenses 44-7;
Lucas 310-18
Llegamos
al 3er domingo de Adviento. La Navidad cada día está más próxima, y esto
nos invita a prepararnos para ella. Particularmente este domingo resalta la
alegría. En medio de una cierta expectativa de los domingos anteriores que
implicó vigilancia, espera, tensión, hoy la liturgia deja salir los sentimientos;
quiere que nos alegremos, que salga espontáneamente el gozo que el nacimiento
de Jesús y la salvación que llega con Él, nos trae.
“Canta, hija de Sión, da gritos de júbilo,
Israel, gózate y regocíjate de todo corazón” –nos dice el profeta Sofonías.
Y lo mismo señala San Pablo: “Alégrense
siempre en el Señor; se lo repito, ¡Alégrense!... El Señor está cerca. No se
inquieten por nada”.
Cierto,
la invitación es clara: se trata de alegrarnos; pero, ¿cómo alegrarse? ¿Cómo
cantar cuando uno no sólo vive como esclavo, sino realmente lo es?, como le
sucedió al pueblo de Israel durante su exilio. Algo semejante experimentamos. El
panorama del país es oscuro: desde hace tiempo los nubarrones están sobre nuestra
nación y nada bueno se augura para el próximo año que está por nacer, para el
2016. ¿Cómo pueden alegrarse los padres de hijos desaparecidos, los familiares
de las mujeres que han sido asesinadas, las familias cuyos ingresos no pueden
satisfacer las necesidades mínimas de sus hogares y se ven obligados a migrar,
arriesgando todo, incluso la vida?
Sofonías,
en la primera lectura, nos da una clave de inicio: “No temas, Sión, que no desfallezcan tus manos. El Señor, tu Dios, tu
poderoso salvador, está en medio de ti. Él se goza y se complace en ti; él te
ama y se llenará de júbilo por tu causa”. Este es justo el motivo de
esperanza que surge de la Navidad. Nuestro Dios se hace “Emanuel”; se hace un “Dios
con nosotros”; viene una vez más a nacer en medio de nuestra tierra para
reanimar a los de corazón apocado, a los que han perdido la fe, a los que se
han cansado de luchar por la justicia, por una nueva sociedad. Por eso se nos
pide “no temer” y que “no desfallezcan nuestras manos”. El Dios que nos
acompaña es poderoso, es nuestro salvador, está en medio de nosotros. Nos ama y
se llena de gozo por nuestra causa.
San
Pablo refuerza la esperanza: “Alégrense siempre en el Señor… El Señor está
cerca. No se inquieten por nada”.
Esta
es la primera manera de prepararnos para la Navidad: abrir la conciencia y el
corazón a la presencia de Dios en nuestra historia. Él no se ha olvidado de
nosotros, de nuestras luchas y esperanzas; pero hay que hacerlo presente en
nuestras vidas; hay que interiorizarlo; hacerlo “compañero de camino”, de día y
de noche. Navidad implica, –como una primera actitud- la renovación de la
presencia de Dios en nuestros corazones. En Él somos fuertes; Él renueva
nuestra esperanza; fortalece nuestros brazos cansados; reanima nuestras piernas
vacilantes.
Pero,
como siempre, no le podemos dejar todo a Dios; no basta con tener la certeza de
que nos acompaña. Él sin duda nos anima y sostiene, pero no hace la tarea por
nosotros. Jamás le podremos echar la culpa a Él del desastre que hemos hecho de
nuestra tierra. Navidad también implica responder a las invitaciones que nos
hace Juan Bautista en el Evangelio de este domingo. Es sorprendente la
conciencia social que tenía Juan hace 21 siglos. Y lo más maravilloso es que
usando un signo sacramental, como era el Bautismo, no lo sacraliza reduciéndolo
exclusivamente a un acto religioso.
Para
Juan, el bautismo implicaba necesariamente un “cambio de corazón”, una “metanoia”,
una conversión radical de toda la persona. Bautizarse era rehacer las
relaciones con Dios y con los seres humanos, con las personas con las que uno
tenía que convivir. Y eso lo veía como preparación al bautismo que Jesús estaba
ya próximo a realizar: un bautismo “con el Espíritu Santo y con fuego”.
Es
decir, prepararnos hoy a la Navidad, a la venida de Jesús, implica revisar qué
tanto respondemos a las invitaciones de Juan Bautista. Veamos:
1. No
invita a quedarse en el desierto, sino a la solidaridad: “Quien tenga dos túnicas, que dé una al que no tiene ninguna, y quien
tenga comida, que haga lo mismo”
2. Invita
a practicar la justicia: “no cobren más
de lo establecido”.
3. Invita
a no caer en la corrupción, a ejercer honestamente el poder: “No extorsionan a nadie ni denuncia a nadie
falsamente”.
4. En
pocas palabras, invita a vivir honesta, justa y humanamente la existencia
cotidiana con todas las relaciones que esto implica: familiares, sociales,
laborales, políticas.
El
bautismo es un acto para toda la vida; pero la conversión es una decisión de
cada día. Navidad implica un gran gozo, cierto; pero igualmente un cambio de corazón,
una revisión profunda de nuestras relaciones para con los demás. La navidad no
sólo se prepara con regalos, comidas, brindis, alegría; sino con un nuevo compromiso
en favor de la justicia y del amor.