domingo, 13 de diciembre de 2015

3er Domingo de Adviento; Diciembre 13 del 2015

Sofonías 314-18; Isaías 12; Filipenses 44-7; Lucas 310-18

Llegamos al 3er domingo de Adviento. La Navidad cada día está más próxima, y esto nos invita a prepararnos para ella. Particularmente este domingo resalta la alegría. En medio de una cierta expectativa de los domingos anteriores que implicó vigilancia, espera, tensión, hoy la liturgia deja salir los sentimientos; quiere que nos alegremos, que salga espontáneamente el gozo que el nacimiento de Jesús y la salvación que llega con Él, nos trae.
Canta, hija de Sión, da gritos de júbilo, Israel, gózate y regocíjate de todo corazón” –nos dice el profeta Sofonías. Y lo mismo señala San Pablo: “Alégrense siempre en el Señor; se lo repito, ¡Alégrense!... El Señor está cerca. No se inquieten por nada”.
Cierto, la invitación es clara: se trata de alegrarnos; pero, ¿cómo alegrarse? ¿Cómo cantar cuando uno no sólo vive como esclavo, sino realmente lo es?, como le sucedió al pueblo de Israel durante su  exilio. Algo semejante experimentamos. El panorama del país es oscuro: desde hace tiempo los nubarrones están sobre nuestra nación y nada bueno se augura para el próximo año que está por nacer, para el 2016. ¿Cómo pueden alegrarse los padres de hijos desaparecidos, los familiares de las mujeres que han sido asesinadas, las familias cuyos ingresos no pueden satisfacer las necesidades mínimas de sus hogares y se ven obligados a migrar, arriesgando todo, incluso la vida?
Sofonías, en la primera lectura, nos da una clave de inicio: “No temas, Sión, que no desfallezcan tus manos. El Señor, tu Dios, tu poderoso salvador, está en medio de ti. Él se goza y se complace en ti; él te ama y se llenará de júbilo por tu causa”. Este es justo el motivo de esperanza que surge de la Navidad. Nuestro Dios se hace “Emanuel”; se hace un “Dios con nosotros”; viene una vez más a nacer en medio de nuestra tierra para reanimar a los de corazón apocado, a los que han perdido la fe, a los que se han cansado de luchar por la justicia, por una nueva sociedad. Por eso se nos pide “no temer” y que “no desfallezcan nuestras manos”. El Dios que nos acompaña es poderoso, es nuestro salvador, está en medio de nosotros. Nos ama y se llena de gozo por nuestra causa.
San Pablo refuerza la esperanza: “Alégrense siempre en el Señor… El Señor está cerca. No se inquieten por nada”.
Esta es la primera manera de prepararnos para la Navidad: abrir la conciencia y el corazón a la presencia de Dios en nuestra historia. Él no se ha olvidado de nosotros, de nuestras luchas y esperanzas; pero hay que hacerlo presente en nuestras vidas; hay que interiorizarlo; hacerlo “compañero de camino”, de día y de noche. Navidad implica, –como una primera actitud- la renovación de la presencia de Dios en nuestros corazones. En Él somos fuertes; Él renueva nuestra esperanza; fortalece nuestros brazos cansados; reanima nuestras piernas vacilantes.
Pero, como siempre, no le podemos dejar todo a Dios; no basta con tener la certeza de que nos acompaña. Él sin duda nos anima y sostiene, pero no hace la tarea por nosotros. Jamás le podremos echar la culpa a Él del desastre que hemos hecho de nuestra tierra. Navidad también implica responder a las invitaciones que nos hace Juan Bautista en el Evangelio de este domingo. Es sorprendente la conciencia social que tenía Juan hace 21 siglos. Y lo más maravilloso es que usando un signo sacramental, como era el Bautismo, no lo sacraliza reduciéndolo exclusivamente a un acto religioso.
Para Juan, el bautismo implicaba necesariamente un “cambio de corazón”, una “metanoia”, una conversión radical de toda la persona. Bautizarse era rehacer las relaciones con Dios y con los seres humanos, con las personas con las que uno tenía que convivir. Y eso lo veía como preparación al bautismo que Jesús estaba ya próximo a realizar: un bautismo “con el Espíritu Santo y con fuego”.
Es decir, prepararnos hoy a la Navidad, a la venida de Jesús, implica revisar qué tanto respondemos a las invitaciones de Juan Bautista. Veamos:
1.     No invita a quedarse en el desierto, sino a la solidaridad: “Quien tenga dos túnicas, que dé una al que no tiene ninguna, y quien tenga comida, que haga lo mismo
2.     Invita a practicar la justicia: “no cobren más de lo establecido”.
3.     Invita a no caer en la corrupción, a ejercer honestamente el poder: “No extorsionan a nadie ni denuncia a nadie falsamente”.
4.     En pocas palabras, invita a vivir honesta, justa y humanamente la existencia cotidiana con todas las relaciones que esto implica: familiares, sociales, laborales, políticas.
El bautismo es un acto para toda la vida; pero la conversión es una decisión de cada día. Navidad implica un gran gozo, cierto; pero igualmente un cambio de corazón, una revisión profunda de nuestras relaciones para con los demás. La navidad no sólo se prepara con regalos, comidas, brindis, alegría; sino con un nuevo compromiso en favor de la justicia y del amor.