La Jornada,
Miércoles 22 de febrero del 2017
Con motivo
del primer aniversario de la visita del papa Francisco a México, en Ciudad
Juárez se inauguró una estatua conmemorativa del pontífice de casi cinco metros
de altura, ubicada en El Punto, a menos de 50 metros de la frontera con Estados
Unidos. Allí estuvo Francisco rechazando los muros y proclamando los puentes
entre ambas naciones y dignidad para los migrantes. Este ha sido uno de los
signos visibles de una visita que pudo haber sido punto de partida para la
renovación pastoral de la Iglesia católica. Los obispos mexicanos no han
querido seguir las exhortaciones de Francisco para construir una Iglesia más
evangélica y comprometida con su pueblo. Hasta ahora no hay iniciativa de
envergadura conducente a tal renovación.
La visita del
Papa a México, entre el 12 y el 17 de febrero de 2016, tuvo sus claroscuros.
Muchas expectativas quedaron frustradas frente a señalamientos sociales genéricos.
Sin embargo, era claro que el Papa no iba venir con discursos incendiarios ni a
romper lanzas con el gobierno mexicano. Francisco decepcionó a los activistas
de los derechos humanos por no haberse encontrado con los familiares de los
estudiantes desaparecidos de Ayotzinapa, por no haber abordado con mayor
firmeza los feminicidios ni haberse pronunciado en suelo mexicano sobre la
pederastia clerical. En cambio fue notable la actitud de Francisco por
encontrarse con el pueblo; especialmente destaca su encuentro con indígenas
durante su visita a San Cristóbal de las Casas, Chiapas. En ese tenor, fue
remarcable la reivindicación histórica de Samuel Ruiz, el Tatic, por su
compromiso social por los pobres. Importante es destacar que sus principales críticas
no fueran sociales ni políticas, sino eclesiales. Dichas críticas y
señalamientos a la mayoría de los obispos han sido silenciadas como si nunca se
hubieran dado. El discurso de catedral del 13 de febrero de 2016 debe quedar no
sólo como pieza crítica de retórica clerical ni como regaño, sino como un
programa de trabajo que los obispos no han acatado.
Probablemente
el mensaje en la Catedral Metropolitana sea el discurso que se guarde en la
memoria de esta visita, pero que por ahora los obispos parecen ignorar.
Francisco puso en evidencia ante todo el país sus llamamientos hacia el
episcopado mexicano. En su discurso trató de motivar, orientar y corregir a los
obispos. El tono del pontífice argentino fue severo, pero dulce. La
improvisación que hizo retrató muy bien el momento de los obispos: Esto no
estaba preparado, pero se los digo porque me viene en este momento. Entonces
exclamó: Si tienen que pelearse, peleen ¡pero como hombres! Como hombres de
Dios. Si tienen que decir algo, díganlo a la cara, como hombres de Dios, que
después van a rezar juntos, a discernir juntos y, si se pasaron de la raya, a
pedirse perdón, pero mantengan la unidad del cuerpo episcopal. Los obispos,
sorprendidos, guardaron silencio; algunos intercambiaban miradas, atónitos quedaron
los cerca de 100 obispos por tan inusual amonestación. Sabían que era verdad
que estaban desunidos en medio de guerritas clericales. El mensaje de Francisco
a la Conferencia del Episcopado Mexicano es una pieza que merece ser analizada
con detenimiento y profundidad. Es un discurso largo, de más de 4 mil 500
palabras, denso en referencias doctrinales, teológicas y pastorales. Tiene
reconvenciones: “Sean, por tanto, obispos de mirada limpia, de alma
transparente, de rostro luminoso. No le tengan miedo a la transparencia. La
Iglesia no necesita de la oscuridad para trabajar. Vigilen para que sus miradas
no se cubran de las penumbras de la niebla de la mundanidad; no se dejen
corromper por el materialismo trivial ni por las ilusiones seductoras de los acuerdos
debajo de la mesa; no pongan su confianza en los ‘carros y caballos’ de los
faraones actuales, porque nuestra fuerza es la columna de fuego”.
Dentro de la
imponente Catedral Metropolitana Francisco invita a los obispos a una
conversión pastoral y al episcopado a ser un factor profético frente a temas
como narcotráfico, migrantes, exclusión y, sobre todo, ser un referente de
esperanza de los jóvenes. El Papa les pide a los obispos no refugiarse en
condenas genéricas, sino tener coraje profético y un serio y cualificado
proyecto pastoral para contribuir, gradualmente, a entretejer aquella delicada
red humana sin la cual todos seríamos desde el inicio derrotados por tal
insidiosa amenaza. Sólo comenzando por las familias; acercándonos y abrazando
la periferia humana y existencial de los territorios desolados de nuestras
ciudades; involucrando a las comunidades parroquiales, las escuelas, las
instituciones comunitarias, las comunidades políticas, las estructuras de
seguridad; sólo así se podrá liberar totalmente de las aguas en las cuales
lamentablemente se ahogan tantas vidas, sea la vida de quien muere como
víctima, sea la de quien delante de Dios tendrá siempre las manos manchadas de
sangre, aunque tenga los bolsillos llenos de dinero sórdido y la conciencia
anestesiada. ¿Qué han hecho los obispos para construir lo que les pide
Francisco? Ni un asomo de construir un cualificado proyecto pastoral.
Francisco
recetó el repertorio de su teología pastoral, tratando de cimbrar la modorra y
confort de los obispos mexicanos al sentenciarles: ¡Ay de ustedes si se duermen
en los laureles! Por tanto, les suplica superar la tentación de la distancia
del clericalismo, de la frialdad y de la indiferencia, del comportamiento
triunfal y de la autorreferencialidad. Francisco sacudió una jerarquía
conservadora y demasiado complaciente con los poderosos. El Papa de manera
irónica refuta: La Iglesia no necesita de príncipes. Recomienda una comunidad
humilde de testigos del señor. Una Iglesia con mayor comunión, pastores en comunión
y unidad. México, y su vasta y multiforme Iglesia, tienen necesidad de obispos
servidores y custodios de la unidad edificada sobre la palabra del Señor,
alimentada con su cuerpo y guiada por su espíritu, que es el aliento vital de
la Iglesia.
Francisco es
penetrante en momentos, compasivo en otros; queda claro que el Papa reprueba la
actitud estancada de los prelados mexicanos. Intenso sobre las condiciones de
una pastoral profética de cercanía al sufrimiento del pueblo y de denuncia ante
las injusticias, Francisco ha dibujado a los obispos mexicanos todo un programa
de renovación y depuración. Me pregunto sobre la recepción de los prelados:
¿tendrán la humildad para reconocer los cuestionamientos que abordó Francisco?
Hasta ahora sólo retórica perfumada al incienso del olvido. Salvo migrantes,
los obispos padecen amnesia, como si las interpelaciones de catedral nunca se
hubiesen planteado y ellos puedan seguir así en su zona de confort.