El
centro de ese relato complejo, llamado tradicionalmente la «transfiguración de
Jesús», lo ocupa una voz que viene de una extraña «nube luminosa», símbolo que
se emplea en la Biblia para hablar de la presencia siempre misteriosa de Dios,
que se nos manifiesta y, al mismo tiempo, se nos oculta.
La
voz dice estas palabras: «Este es mi Hijo, en quien me complazco. Escuchadlo».
Los discípulos no han de confundir a Jesús con nadie, ni siquiera con Moisés o
Elías, representantes y testigos del Antiguo Testamento. Solo Jesús es el Hijo
querido de Dios, el que tiene su rostro «resplandeciente como el sol».
Pero
la voz añade algo más: «Escuchadlo». En otros tiempos, Dios había revelado su
voluntad por medio de los «diez mandamientos» de la Ley. Ahora la voluntad de
Dios se resume y concreta en un solo mandato: «Escuchad a Jesús». La escucha
establece la verdadera relación entre los seguidores y Jesús.
Al
oír esto, los discípulos caen por los suelos «aterrados de miedo». Están
sobrecogidos por aquella experiencia tan cercana de Dios, pero también
asustados por lo que han oído: ¿podrán vivir escuchando solo a Jesús,
reconociendo solo en él la presencia misteriosa de Dios?
Entonces
Jesús «se acerca, los toca y les dice: “Levantaos. No tengáis miedo”». Sabe que
necesitan experimentar su cercanía humana: el contacto de su mano, no solo el
resplandor divino de su rostro. Siempre que escuchamos a Jesús en el silencio
de nuestro ser, sus primeras palabras nos dicen: «Levántate, no tengas miedo».
Muchas
personas solo conocen a Jesús de oídas. Su nombre les resulta tal vez familiar,
pero lo que saben de él no va más allá de algunos recuerdos e impresiones de la
infancia. Incluso, aunque se llamen cristianos, viven sin escuchar en su
interior a Jesús. Y sin esa experiencia no es posible conocer su paz
inconfundible ni su fuerza para alentar y sostener nuestra vida.
Cuando
un creyente se detiene a escuchar en silencio a Jesús, en el interior de su
conciencia escucha siempre algo como esto:
«No
tengas miedo. Abandónate con toda sencillez en el misterio de Dios. Tu poca fe
basta. No te inquietes. Si me escuchas, descubrirás que el amor de Dios
consiste en estar siempre perdonándote. Y, si crees esto, tu vida cambiará.
Conocerás la paz del corazón».
En
el libro del Apocalipsis se puede leer así: «Mira, estoy a la puerta y llamo;
si alguno oye mi voz y me abre la puerta, entraré en su casa». Jesús llama a la
puerta de cristianos y no cristianos. Podemos abrirle la puerta o rechazarlo.
Pero no es lo mismo vivir con Jesús que sin él.
José
Antonio Pagola