Hechos de los Apóstoles 1025-26.
34-35. 44-48; Salmo 97; 1 Juan 77-10; Juan 159-17
Hoy celebramos el último domingo de Pascua; el siguiente será la
Ascensión y, finalmente, Pentecostés, con lo que se cierra el ciclo pascual. Así
que este domingo seguirá buscando dejar claro para los cristianos la herencia
creativa y el compromiso activo que resulta como corolario lógico de todo este
tiempo. Podemos señalar 4 elementos fundamentales que se convertirán en el a b c de los seguidores del Señor Jesús,
muerto y resucitado.
1°: La Resurrección de Jesús
y el poder que ha comunicado a los apóstoles de incluso hacer los mismos “signos”
(milagros) que el Señor hacía, no es motivo ni para que ellos se sintieran diferentes, privilegiados, superiores;
ni para que los demás los adoraran
como si fueran dioses o para que ellos permitieran ese tipo de veneración. Cuando
Cornelio sale al encuentro de Pedro y se postra ante él “en señal de adoración”, Pedro le contesta con toda claridad
sabiendo quién es, sin ningún atisbo de superioridad; sabiendo que no es otra
cosa sino “un hombre como tú”, como
le dice al Oficial Romano.
El realizar las
obras que Jesús hacía o incluso más, no es absolutamente ningún motivo para
sentirse superiores o para recibir un trato especial. Pensemos en todos los
representantes de las iglesias cristianas: ¡cuánto boato, soberbia,
auto-reconocimiento, etc., etc., hay en su ministerio, fruto de su “Ego”, por
sentir que el encargo que han recibido del Señor Jesús, es motivo para
colocarse “un peldaño” por encima de los demás, de los mismos creyentes! El auténtico
seguir de Jesús, va por otro sendero.
2°: La acción del Espíritu
Santo en la construcción y dirección de esa primitiva comunidad cristiana. El
Señor Jesús ya ha subido a los Cielos; estuvo con ellos casi 3 años y los Apóstoles
aprendieron de Él los rasgos fundamentales del mensaje de salvación que vino a
comunicarles de parte del Padre; pero eso no bastó para que pudieran continuar
su obra. Es lo que captan los discípulos. No podían anunciar la palabra y
construir el Reino sólo con el “recuerdo de Jesús”. Ellos experimentaron, palparon, vivieron que había comenzado el “tiempo
del Espíritu”; y lo vivieron con absoluta fidelidad. Ahora tenían un nuevo
preceptor que continuaría la obra de su Maestro. “Todavía estaba hablando Pedro, cuando el Espíritu Santo descendió sobre
todos los que estaban escuchando el mensaje”. Ya no importaba que fueran
judíos; ahora captaban, por la acción dirigida del Espíritu, que todos estaban
llamados a la Salvación. Y por eso “los
mandó bautizar en el nombre de Jesucristo”.
Ese Espíritu que el mismo Jesús recibió en su
bautismo y que simbólicamente apareció en forma de paloma, es el que se posa
también sobre ellos y los dirige en la construcción esa naciente comunidad de
seguidores; es el que va manifestando si la salvación traída por Jesucristo tenía
o no límites, el que les transmite su fuerza para hacer milagros, el que va
marcando la ruta por donde ellos tendrán que caminar.
3°: La convicción de que la
revelación más profunda que Jesús les hizo por medio del Espíritu es que “Dios es amor”. Supera al Dios del
Antiguo Testamento; pero con mayor razón, supera a los dioses de todo el resto
del mundo. El Dios de Jesús, en primer lugar, es Padre-Madre; es bondad,
misericordia, preocupación por los desvalidos, por los que no están en la mesa
del Señor, por los pobres, etc., etc. Y eso es lo que se entiende porque Dios “sea amor”.
Pero junto con
ello, lo más maravilloso de este Dios es que nos permite conocerlo si amamos
como Él nos enseñó en Jesucristo. No es nada difícil acceder al Padre; sólo
tenemos que amar como Jesús. Por eso dice san Juan: “el que ama ha nacido de Dios y conoce a Dios”.
Y para que no nos
quedemos con una idea vaga, abstracta o románticamente cursi de lo que quiere
decir, lo concreta diciendo: el amor de Dios se manifiesta en que Él “envió al mundo a su hijo unigénito, para que
vivamos por Él”. El amor es darse al otro hasta la muerte, como lo hizo Jesús.
“Nadie tiene amor más grande a sus amigos
que el que da la vida por ellos”.
Afirma que incluso
el amor no consiste en que “nosotros
hayamos amado a Dios, sino en que Él nos amó primero y nos envió a su hijo”
para expiar nuestros pecados. El Evangelio subrayará la misma idea: “No son ustedes los que me han elegido, soy
yo quien los ha elegido y… destinado para que vayan y den fruto y su fruto
permanezca”.
4°, Finalmente, ya por último, también San Juan en el Evangelio, termina de perfilar su propia experiencia
de amor que tuvo: hay que amar como el Padre nos amó y que lo experimentamos en
el mismo Jesús. La condición es que permanezcamos
en el mismo amor en el que Él nos ha amado.
Si queremos, entonces, ser seguidores de Jesús, sólo hay que cumplir
un solo mandato: amarnos unos a los otros, como el mismo Jesús y su Padre nos
han amado; sólo hay que “permanecer en su amor”.