domingo, 13 de mayo de 2018

La Ascensión del Señor;13 de mayo del 2018; FFF


Hechos de los Apóstoles 11-11; Salmo 46; Efesios 41-13; Marcos 1615-20

Muchas enseñanzas nos deja este día en el que celebramos la Ascensión del Señor.
Lo primero es el hecho. Las lecturas afirman que después de estar 40 días con los discípulos, de manifestarse a los distintos seguidores que iban creyendo en la Palabra y estando reunidos los 11 con Jesús, se fue elevando hasta desaparecer delante de sus ojos.
            Jesús ha realizado su Misión: durante su vida mortal cumplió lo que el Padre le había encargado, potenciado por la fuerza que el Espíritu le había comunicado al momento de ser bautizado por Juan el Bautista. Desde el inicio, los Evangelistas nos transmiten la esencia del mensaje de Jesús, lo que ellos captaron y luego se lanzaría a hacer: “El Reino de los Cielos está cerca; conviértanse y crean en la Buena Noticia”, lo cual fue respaldado por la acción real, física, de Jesús en favor de los pobres y excluidos. Ellos fueron testigos de que “Jesús pasó haciendo bien y curando toda enfermedad y toda dolencia”. Y “de eso –como dice la Escritura- serán mis testigos”.
            La salvación de Dios, el anuncio del Reino, nos trasluce con toda nitidez que la voluntad del Padre, actuada por Jesús, fue disminuir el sufrimiento de sus hijos e hijas en la tierra; y mediante esos “signos” (milagros), que todos llegaran a creer que ese hombre de Nazaret era el Hijo de Dios, y que ese mismo Dios era un Padre preocupado por sus hijos, particularmente por los más desvalidos: los pobres, los excluidos, los marginados, los enfermos, los pecadores, los rechazados.
            Ellos captaron con toda lucidez que el mensaje de Dios en Jesucristo no había consistido en largas doctrinas, mandamientos o normas que tenían que aprender y practicar; por el contrario, el mensaje del Padre era que había que hacer el bien, que no se podía pasar con indiferencia delante de los leprosos, pecadores o prostitutas; que Jesús era el Hijo de Dios, a la vez que Dios era un Padre-Madre deseoso de suprimir el dolor y el sufrimiento del mundo. Esto fue en esencia, tan sencillo y tan comprometedor, el mensaje de Jesús.
La Ascensión. Sin embargo, misteriosamente como fruto de la libertad de Dios y de la lógica divina (quizá nosotros hubiéramos hecho la salvación de otro modo), con eso, el encargo que el Padre le había hecho a Jesús, terminaba. Por así decirlo, la encomienda de Dios para con su Hijo era abrirles los ojos y el corazón a los seres humanos para que también ellos, sostenidos por su mismo Espíritu, curaran toda enfermedad y dolencia. Nada de clases, de aprendizajes teóricos, de normas o de teorías sobre Dios; simplemente, hacer el bien; cambiar la imagen de Dios por la de un Padre; entender que el máximo amor que pudo haber en la tierra es que ese Dios había enviado a su Hijo para dar su vida por nosotros, a fin de que nosotros pudiéramos hacer lo mismo.
El Espíritu de Jesús. Con eso terminaba la acción de Jesús en la historia y comenzaba la era del Espíritu. Él no se quedaría a consolidar su proyecto; había formado un grupo; había logrado que lo quisieran entrañablemente a pesar de sus debilidades y traiciones, había actuado delante de sus ojos…, e incomprensiblemente, ahora confiaba absolutamente en ellos;  y eso era todo.
Y esto es lo más sorprendente: ¿cómo Jesús fue capaz de confiar en ese puñado de hombres rudos, ignorantes, débiles, que hasta el final de su vida seguían sin entender su enseñanza? El confiar su obra a esos hombres y mujeres fue un acto impresionante de Jesús. Él creyó en la humanidad; Él pudo volver con su Padre porque se sabía amado por ellos, y eso bastaba para su certeza de que no se acabaría todo, fruto de la debilidad y limitaciones de esa humanidad tan llena de miserias. Ahora serán ellos los encargados y responsables de que el Proyecto de Jesús, no muera.
Sin embargo, no los abandona totalmente. Jesús confío en ellos, pero también les dejó su Espíritu. Como dice la Escritura, Él les enseñaría todo lo referente al Reino de los Cielos y los sostendría en medio de la adversidad para ser sus testigos en cualquier circunstancia.
            El puente entonces, entre la vida de Jesús y la vida de esa primitiva comunidad de seguidores, y la condición para que su obra no quedara en el olvido, fue el anuncio que Jesús les hizo: “Uds. será bautizados con el Espíritu Santo…; los llenará de fortaleza y serán mis testigos…, hasta en los últimos rincones de la tierra”.
            Entonces, si el cristianismo siguió adelante, fue gracias a dos condiciones: la certeza de que Jesús se sabía amado hasta el extremo por sus seguidores y por la real fuerza del Espíritu. Sólo así se puede entender que todo no haya acabado ahí, como les pasó a los discípulos después de la Crucifixión.
Nosotros, también seguidores. No hay de otra; ahora somos nosotros los que tenemos que seguir con la estafeta. Jesucristo confía en cada uno; sabe que el Espíritu nos acompaña; pero que no seguirá adelante su obra, si no estamos profundamente enamorados del Maestro, como lo fueron sus seguidores, y comprometidos con su obra a la manera de los discípulos, creyendo y viviendo desde la fuerza del Espíritu.