Nehemías 82-4. 5-6. 8-10; Salmo 18; 1ª Corintios 1212-30;
Lucas 11-4; 414-21
Las 3 lecturas que hoy nos presenta la liturgia, son de gran
trascendencia.
Lucas nos presenta a Jesús movido por el Espíritu que lo conduce a su
pueblo, Nazaret, y en él, a la Sinagoga, donde leerá un trozo del Profeta Isaías. Un trozo que Jesús asume
como propio diciendo que esa profecía de Isaías, en Él se estaba cumpliendo en
ese momento. “El Espíritu del Señor está
sobre mí, porque me ha ungido para llevar a los pobres la buena nueva, para
anunciar la liberación a los cautivos y la curación a los ciegos, para dar
libertad a los oprimidos y proclamar el año de gracia del Señor”.
Desde su bautismo, Jesús ha sido guiado por el Espíritu de Dios y Éste
será quien lo conduzca en la Misión que está comenzando. Y aquí tenemos ya una
gran enseñanza: el Espíritu no está para “signos
extravagantes”, sino para ayudarle a Jesús a descubrir su Misión; una Misión
que muestra el Corazón de Dios que no tolera el sufrimiento de sus hijos. El
Hijo es enviado no para hacer signos maravillosos, para atraer la atención del
pueblo judío mediante acciones que pudieran asemejarse más a actos de circo que
a deseos del Padre; sino para aliviar el dolor y el sufrimiento de los que más
sufren: los pobres, los ciegos, los encarcelados, los oprimidos; y mediante eso
mostrar que ha comenzado el “año de
gracia del Señor”, un “año de gracia”
totalmente diferente a los de la tradición judía. Jesús llevará a sus oyentes a
Dios como Padre, en la medida en que ellos se sientan curados y aliviados de
tanto sufrimiento y exclusión en la que han vivido. La gente creerá en Dios,
cuando sientan su amor y su predilección; cuando lo experimenten de su lado,
aliviando su sufrimiento. Y esto es justo lo que en Jesús se da; en Él está
comenzando el año de gracia: “Hoy mismo
se ha cumplido este pasaje de la escritura que acaban de oír”.
San Pablo, por su parte, recoge ya la experiencia de este año de gracia que se cumplió en Jesús:
ya nadie puede sentirse fuera del Proyecto del Reino: todos los creyentes
formamos un solo cuerpo, cuya cabeza es Cristo; nadie puede sentirse marginado
ni de menor valía. Para el proyecto del Reino, todos somos imprescindibles,
necesarios, aunque con diversas funciones, mismas que son las que enriquecen el
cuerpo y se convierten en diversos instrumentos para seguir construyendo el Reino.
No importa si uno es profeta, apóstol, maestro; o si tiene capacidad para curar,
interpretar espíritus, hablar lenguas… Cada uno, dentro del Cuerpo de Cristo
que somos esta comunidad de creyentes, es importante, pues tiene una función:
nadie puede hacer todo; y en esa función, está el Espíritu actuando y
manifestando el regalo que Dios le ha dado a cada uno de sus hijos. Construir
el Reino, entonces, es responsabilidad de todos y de cada uno; las acciones no
están desvinculadas, pues todas están aportando para el mismo fin, desde sus
propios dones.
El símil del “cuerpo de
Cristo” que es la Iglesia, nos hace a todos necesarios. Así es como Pablo
nos dice: “Los miembros son muchos, pero
el cuerpo es uno solo. El ojo no puede decirle a la mano: <no te
necesito>; ni la cabeza, a los pies: <Ustedes no me hacen falta>”.
La misión de Jesús, de llevar el “año de gracia” a todos los rincones de la
tierra, necesita del aporte de cada uno, desde sus carismas particulares; es
decir, desde aquellos dones que el Espíritu nos ha regalado para ponerlos al
servicio de la Comunidad.
Además –señala Pablo- Cristo dio “más honor a los miembros que carecían de él, para que no haya división
en el cuerpo y para que cada miembro se preocupe de los demás. Cuando un
miembro sufre, todos sufren con él; y cuando recibe honores, todos se alegran
con él”. La propuesta, entonces, del Reino cumple la profecía de Isaías que
asumió Jesús como su propia misión: haciendo esto, el sufrimiento de los hijos
de Dios irá disminuyéndose. Y realizando esto, el “deseo” de Dios, su salvación,
se estará cumpliendo: Él no quiere el sufrimiento de sus hijos. Jesús no viene
a ofrecer un Cielo, sino una vida sin sufrimiento para los hijos del Padre. Esto
es justo la novedad impactante que rompe todos los esquemas de la religión judía.
Finalmente, el libro de
Nehemías, ante la lectura del Libro de la Ley, es decir, ante la escucha de
sus palabras, Nehemías invita a todos a comer y a beber; a mandar algo a los
que no tienen; a no estar tristes, “porque
celebrar al Señor es nuestra fuerza”.
Celebrar al Señor, escuchar las palabras de Jesus, ser un cuerpo
cuya cabeza sea Cristo, disminuir el dolor y el sufrimiento de nuestros
hermanos, ha de ser nuestra verdadera alegría. “Yo he venido –dice Jesús en el evangelio de Juan- a que tengan vida y la tengan en abundancia”.
Hagamos que “hoy” se
cumpla la Escritura, poniendo nuestros carismas al servicio de los que más
sufren. Nuestro tiempo nos urge a transformar profundamente la realidad; el Espíritu
del Señor va con nosotros; Él es quien nos ayuda a realizar compromisos serios
en beneficio de los pobres. Entonces, habrá llegado la salvación de Jesús a
nuestra historia.