Deuteronomio 264-10; Salmo 90; Romanos 108-13;
Lucas 41-13
La Cuaresma abre las lecturas de este domingo. Acabó el tiempo ordinario y
ahora la liturgia nos va a ir confrontando progresivamente con los más radical
del Evangelio: la muerte y resurrección de nuestro Salvador. La “cruz” nos
develará los miles de hombres y mujeres que siguen siendo crucificados y la “Resurrección”
nos abrirá a la esperanza, porque Jesús ha vencido a la muerte, el peor enemigo
con el que el diablo nos tenía esclavizados. Y ante estas últimas y
trascendentales verdades estamos llamados a confrontar nuestras vidas. San
Ignacio lo formula de una manera clara y contundente: “¿Qué he hecho por Cristo?
¿Qué estoy haciendo por Él y qué quiero hacer?” Tres preguntas fundamentales
que de alguna manera ponen al descubierto la verdad de nuestra fe cristiana y
de nuestro compromiso por el Reino.
Es clásico ya este primer domingo de Cuaresma. Su tema son las “Tentaciones”. Después de haber
sido bautizado por Juan, Jesús es llevado por el Espíritu al desierto 40 días,
para ser tentado.
Evidente que el sentido más profundo de este dato histórico y su
lectura teológica, no es nada fácil de hacer. Muchas preguntas quedan al aire,
si quisiéramos explicarnos perfectamente este acontecimiento; pero
indiscutiblemente que algo podemos decir.
Jesús va comenzar su “Misión” y por eso va al “desierto”: después
de casi 30 años viviendo una vida normal como cualquier israelita pobre de su época,
siente el llamado de Dios: por eso primero se bautiza y luego se va al desierto,
guiado por la fuerza del Espíritu; sin embargo, la sorpresa es que no va –diríamos
nosotros- a un retiro “placentero” sino a enfrentar una lucha con el diablo en
la que se va a jugar su propia “misión”.
Lo que Jesús busca en ese espacio de soledad es qué quiere Dios de
él, su Padre, y cómo ha de realizarlo. Y aquí es donde se insertan las
tentaciones: ellas son el recurso que tiene el mal espíritu para confundir a Jesús
y apartarlo del Proyecto del Padre. Por eso, las tentaciones no son, quizá como
las entendemos nosotros o como las vivimos cotidianamente, la invitación o el
deseo de hacer “algo malo”; de romper un código de ética; de “portarnos mal”;
de ceder a la tentación de la “sexualidad”. En esta ocasión no se trata de “cuestiones
morales”, sino algo mucho más radical; algo que va a la raíz de la “Misión” que
el Padre le ha encargado a su Hijo.
Las tentaciones, por consiguiente, no surgen de la nada; sino
justo de la situación de búsqueda que comienza a realizar Jesús. Lo que el
diablo busca no es que Jesús haga una falta moral; sino de que se aparte de lo
que Dios quiere para Él. Jesús está definiendo la Misión y ahí es donde el mal
espíritu actúa para confundir y hacer que Jesús equivoque el camino. En este
sentido, lo más grave y radical de la tentación es que Jesús pierda el norte,
que no capte lo que Dios quiere para Él y que, además, lo haga de tal forma que
no logre la finalidad que le ha sido encomendada. No sólo es “qué quiere Dios”,
sino “cómo quiere que lo realicemos”.
Así que la tentación se da en el contexto de una misión por
cumplir y busca perdernos, desorientarnos, hacer que divaguemos y no
respondamos a lo que Dios quiere. Por ello, si no tenemos claro el deseo de
Dios para nosotros, el diablo ni se tomará la molestia de disturbarnos; pues en
el fondo, ya nos tiene en sus manos. El contexto, pues, de la tentación, es el
de la lucha por descubrir lo que Dios quiere realmente para nosotros y cómo
quiere que lo hagamos. De ahí, las tentaciones:
La primera busca que Jesús use su poder para “hacer más fácil” su misión;
usar su poder en beneficio propio. Si tiene hambre, pues que convierta las
piedras en pan. Es sacar ventaja de lo que podemos hacer, olvidando la misión
confiada. No se trata sólo de saciar el hambre física, sino de ir más allá; de
caer en la cuenta que más allá de los beneficios personales, está la dimensión
profunda que le da el sentido real a la vida de los humanos. De aquí que el
poder no es para beneficio propio, sino para los demás.
La segunda tentación implica una cosa sumamente grave: conseguir lo material (fama,
poder, gloria, reconocimiento, riquezas, etc.) renunciando a Dios. Sí, podremos
tener todo lo que queramos, pero habremos perdido la vida. Hacemos ídolos de
las creaturas y les sacrificamos la vida como si fueran el verdadero Dios. Por
eso la respuesta de Jesús es sumamente clara y posteriormente la recogerán los
evangelios con una frase contundente: “de qué le sirve al hombre ganar el mundo
entero, si pierde su vida”. En esta parte, Jesús responde diciendo que “adorar
y servir” sólo se puede a Dios. Jamás podemos absolutizar a ninguna creatura;
pues lo que haremos será rendirnos ante ídolos que, a final de cuentas, matan
la vida.
La última tentación también va al eje de la misión que Jesús ha recibido del Padre. Consistiría
en hacer algo así como “actos de magia” –tirarse del alero del Templo y ser
cargado por los ángeles-, sabiendo que la gente quedaría sorprendida y lo
adorará como el Mesías que esperaban. Pero eso es tentar a Dios, como responde Jesús.
No podemos tomar el camino fácil y obligar a Dios a que nos lo conceda. Se
trataría de condicionar nuestra fe, a lo que Dios haga o deje de hacer en
nuestro favor.
En resumen, las tentaciones le proponen a Jesús un camino más llevadero:
usará el poder en su beneficio, se llenará de ídolos que en un primer momento
le satisfarán sus deseos y, finalmente, chantajeará a su Padre, para que más fácilmente
todos los judíos se le rindan. Jesús tuvo que luchar; descubrir que ese camino
que le proponía el mal espíritu era sólo una tentación y no lo que el Padre
quería para Él ni la forma como tendría que realizar su misión. Seguir los “consejos
del mal espíritu”, lo llevaría a perder el camino.
La lucha no sólo es dura, sino permanente. El evangelio dice que
el diablo se retiró por el momento, para luego seguir buscando cómo hacer que Jesús
equivocara su misión. Nosotros tenemos que ver cuál es la misión que Dios nos
ha encomendado y sacar a luz las tentaciones que el mal espíritu nos propone,
para no quedar fuera del Reino.