domingo, 24 de marzo de 2019

3er Domingo de Cuaresma; 24 de marzo del 2019; FFF


Éxodo 361-8. 13-15; Salmo 102; 1ª Corintios 101-6; Lucas 131-9

Nos encontramos, ya, a mitad del tiempo de cuaresma; tiempo denso que sigue invitándonos a dos acciones muy concretas: revisar nuestras vidas: ¿qué tanto vamos por el camino que Dios espera de nosotros?; y la segunda, a convertirnos: es la invitación a radicalizar cada día nuestro seguimiento de Jesús. Estamos en un tiempo privilegiado: tenemos todo para hundirnos en nosotros mismos y contrastar nuestras vidas con la radicalidad del Evangelio, con la forma como Jesús vivió el Reino y dio la vida por él. En este contexto se entrecruzan las lecturas de este domingo.
San Pablo utiliza la marcha del Pueblo de Israel por el desierto en su liberación de Egipto hacia la tierra prometida, para detectar que el que se aparta de Dios, muere: en sentido real a consecuencia del pecado y del mal que nosotros mismos provocamos; o en sentido figurado al encerrarse en sí mismo por su egoísmo. De ahí su advertencia: “el que crea estar firme, tenga cuidado de no caer”. Es, en otras palabras, el llamado doble: a conocer por dónde vamos y a contrastarlo con el camino del Evangelio, para convertirnos.
San Lucas en el Evangelio hace alusión a unos ajusticiados por Pilatos y otros que murieron aplastados por la torre de Siloé. De la misma forma, Jesús –a propósito de esos hechos- vincula el pecado de las personas con su muerte. Hay una conexión real entre el mal personal y el mal del mundo, con tantas muertes de las que vamos siendo testigos. Por eso, la invitación de Jesús es radical: “si Uds. no se convierten, perecerán de manera semejante”. El recurso de Jesús es aprovechar una situación de muerte para exhortar a la conversión. Ésta va en serio; estamos en el tiempo oportuno y propicio, para revisar nuestras vidas y dar un paso más en el seguimiento del Señor.
La importancia y seriedad de esta situación es que realmente el camino que se aparta del Evangelio, lleva a la muerte y al sufrimiento de las personas. No es difícil detectarlo en el mundo actual en el que vivimos: millones de pobres, asesinatos, migraciones, muertes, sufrimiento, etc.; sin duda frutos de la voracidad de unos cuantos, de la corrupción de todos, de la impunidad en la que el mal no tiene ningún freno; y todo acarreando la muerte, incluso del justo.
Por otra parte, la primera lectura nos da un motivo de aliento, cuando el libro del Éxodo relata cómo Yahvé se le manifiesta a Moisés para comunicarle dos cosas fundamentales:
Primera, que Dios no es ajeno al dolor y esclavitud humanos. Y esto se aplica para nuestro mundo actual. Nuestro Dios no es un Dios impasible al estilo de los dioses griegos que, incluso se gozaban y hasta provocaban el dolor de los humanos. Yahvé mira, escucha y actúa ante la esclavitud del pueblo de Israel. Nuestro Dios es un Dios sensible al dolor y sufrimiento humanos. Por eso envió a su Hijo para mostrarnos el camino verdadero al Padre, que no es otro que el camino de la armonía, la justicia y el amor entre los seres humanos. Y por eso dio la vida; para mostrar la importancia que para el Padre tiene transformar el dolor y sufrimiento de sus hijos, en un reino de hermanos y hermanas.
La segunda es la invitación que Yahvé le hace a Moisés de liberar a su pueblo. Obvio que Moisés se sorprende y se siente desbordado por la misión que se le encarga. Intentar liberar al pueblo de Israel del dominio de los egipcios, era una locura. Sin embargo, Yahvé le comunica que Él será quien acompañará “con mano fuerte y brazo poderoso” la liberación del Pueblo. Sobre esa confianza, Moisés emprende la liberación de los israelitas.
Tal es la gran esperanza para nuestra situación actual. Tenemos un Dios que le duele nuestro propio dolor; que nos acompaña en la lucha por transformar toda esclavitud. No vamos solos; y ese ha de ser el convencimiento profundo que nos ha de acompañar en nuestra lucha contra el mal y las estructuras injustas.
Finalmente, la parábola que se nos ofrece en el Evangelio, de la higuera que no da frutos, tiene que ser un motivo de esperanza para nosotros. Dios nos da siempre otra oportunidad para convertirnos.
El mal en el mundo, la injustica, el dolor y el sufrimiento de millones de nuestros hermanos nos está pidiendo, como a Moisés, luchar por liberar al pueblo de su opresión. No vamos solos; Yahvé nos acompaña; pero necesitamos una conversión radical y seria, fundada en nuestra fe en Jesús y nuestra pasión por el Reino.