Éxodo 361-8. 13-15; Salmo 102; 1ª Corintios 101-6;
Lucas 131-9
Nos encontramos, ya, a mitad del tiempo de cuaresma; tiempo denso
que sigue invitándonos a dos acciones muy concretas: revisar nuestras vidas: ¿qué tanto vamos por el camino que Dios
espera de nosotros?; y la segunda, a convertirnos:
es la invitación a radicalizar cada día nuestro seguimiento de Jesús. Estamos
en un tiempo privilegiado: tenemos todo para hundirnos en nosotros mismos y
contrastar nuestras vidas con la radicalidad del Evangelio, con la forma como Jesús
vivió el Reino y dio la vida por él. En este contexto se entrecruzan las
lecturas de este domingo.
San Pablo utiliza la marcha del Pueblo de Israel por el desierto en su
liberación de Egipto hacia la tierra prometida, para detectar que el que se
aparta de Dios, muere: en sentido real a consecuencia del pecado y del mal que
nosotros mismos provocamos; o en sentido figurado al encerrarse en sí mismo por
su egoísmo. De ahí su advertencia: “el
que crea estar firme, tenga cuidado de no caer”. Es, en otras palabras, el
llamado doble: a conocer por dónde vamos y a contrastarlo con el camino del
Evangelio, para convertirnos.
San Lucas en el Evangelio hace alusión a unos ajusticiados por Pilatos y
otros que murieron aplastados por la torre de Siloé. De la misma forma, Jesús –a
propósito de esos hechos- vincula el pecado de las personas con su muerte. Hay
una conexión real entre el mal personal y el mal del mundo, con tantas muertes
de las que vamos siendo testigos. Por eso, la invitación de Jesús es radical: “si Uds. no se convierten, perecerán de
manera semejante”. El recurso de Jesús es aprovechar una situación de
muerte para exhortar a la conversión. Ésta va en serio; estamos en el tiempo
oportuno y propicio, para revisar nuestras vidas y dar un paso más en el
seguimiento del Señor.
La importancia y seriedad de esta situación es que realmente el
camino que se aparta del Evangelio, lleva a la muerte y al sufrimiento de las
personas. No es difícil detectarlo en el mundo actual en el que vivimos: millones
de pobres, asesinatos, migraciones, muertes, sufrimiento, etc.; sin duda frutos
de la voracidad de unos cuantos, de la corrupción de todos, de la impunidad en
la que el mal no tiene ningún freno; y todo acarreando la muerte, incluso del
justo.
Por otra parte, la primera
lectura nos da un motivo de aliento, cuando el libro del Éxodo relata cómo Yahvé se le
manifiesta a Moisés para comunicarle dos cosas fundamentales:
Primera, que Dios no es ajeno al dolor y esclavitud humanos. Y esto se
aplica para nuestro mundo actual. Nuestro Dios no es un Dios impasible al
estilo de los dioses griegos que, incluso se gozaban y hasta provocaban el
dolor de los humanos. Yahvé mira, escucha
y actúa ante la esclavitud del pueblo de Israel. Nuestro Dios es un Dios
sensible al dolor y sufrimiento humanos. Por eso envió a su Hijo para
mostrarnos el camino verdadero al Padre, que no es otro que el camino de la
armonía, la justicia y el amor entre los seres humanos. Y por eso dio la vida;
para mostrar la importancia que para el Padre tiene transformar el dolor y
sufrimiento de sus hijos, en un reino de hermanos y hermanas.
La segunda es la invitación que Yahvé le hace a Moisés de liberar a su
pueblo. Obvio que Moisés se sorprende y se siente desbordado por la misión que
se le encarga. Intentar liberar al pueblo de Israel del dominio de los egipcios,
era una locura. Sin embargo, Yahvé le comunica que Él será quien acompañará “con
mano fuerte y brazo poderoso” la liberación del Pueblo. Sobre esa confianza,
Moisés emprende la liberación de los israelitas.
Tal es la gran esperanza para nuestra situación actual. Tenemos un
Dios que le duele nuestro propio dolor; que nos acompaña en la lucha por
transformar toda esclavitud. No vamos solos; y ese ha de ser el convencimiento
profundo que nos ha de acompañar en nuestra lucha contra el mal y las
estructuras injustas.
Finalmente, la parábola que se nos ofrece en el Evangelio, de la
higuera que no da frutos, tiene que ser un motivo de esperanza para nosotros. Dios
nos da siempre otra oportunidad para convertirnos.
El mal en el mundo, la injustica, el dolor y el sufrimiento de
millones de nuestros hermanos nos está pidiendo, como a Moisés, luchar por liberar
al pueblo de su opresión. No vamos solos; Yahvé nos acompaña; pero necesitamos
una conversión radical y seria, fundada en nuestra fe en Jesús y nuestra pasión
por el Reino.