La Jornada, Miércoles 21 de mayo
del 2013.
Las italianas que
tienen una relación sentimental con curas le escriben una carta al Papa, donde
exponen su sufrimiento y le piden cambios en la Iglesia; su clamor es
contundente: Querido Francisco: acaba con el celibato sacerdotal.
En la sociedad moderna hay una creciente corriente que pide el fin
obligatorio del celibato sacerdotal, porque atenta contra la naturaleza humana.
Las 26 mujeres en la carta imploran al Papa con toda humildad “poner a tus pies
nuestro sufrimiento para que algo cambie no sólo para nosotras, sino para el
bien de la Iglesia… un hombre obligado al celibato es algo que va contra
natura. Si se permitiera que los sacerdotes que así lo deseen puedan casarse se
acabaría con muchos sufrimientos y se haría un gran bien a la Iglesia”.
Este llamado conmovedor, que circula por Internet en las redes de todo
el mundo, aborda una de las cuestiones más polémicas en la vida de la Iglesia
católica desde el punto de vista histórico: el celibato sacerdotal. También
pone de manifiesto a la Iglesia bajo la era de la globalización, marcada por
una amplia participación femenina en la cultura y en la comunicación.
La discusión sobre el celibato sacerdotal no es nueva en la vida de la
Iglesia. El último gran debate se dio a raíz de las aperturas conciliares en
los años sesenta del siglo pasado. Hubo ahí un gran quiebre y miles de
sacerdotes optaron, ante la cerrazón de Roma, por la vida de pareja. El último
Sínodo Mundial de Curas Casados, que se celebró en Roma, ofrece cifras. Existen
aproximadamente en el mundo unos 400 mil sacerdotes católicos, y entre ellos
hay unos 70 mil casados. Solo 33 mil curas han conseguido la dispensa papal, la
mayoría durante el pontificado de Pablo VI. En los últimos pontificados, el
Vaticano ha mostrado menor disposición a conceder dispensas, y actualmente hay
cerca de 6 mil sacerdotes a la espera de una decisión.
Hay que reconocer que una parte significativa de los sacerdotes son
activos sexualmente y llevan una vida de pareja de manera clandestina. No dejan
su ministerio, viven plenamente una vida conyugal, incluso con hijos. Reina el
disimulo, pues muchas veces existe la permisividad del obispo, y la comprensión
de la comunidad les permite seguir con el ministerio, mientras la convivencia
se disfrace con cualquier otro supuesto vínculo familiar. En México se
registraron tensiones en Oaxaca en los años setenta, bajo la tutela de Ernesto
Corripio Ahumada, pues las culturas mixtecozapotecas no confiaban en los
ministros célibes. Algo parecido ocurrió en Chimbote, en Perú, en los años
ochenta, que propició la aparición de una nutrida agrupación de sacerdotes
casados.
El celibato como precepto religioso no sólo está presente históricamente
en el cristianismo latino, sino forma parte del patrimonio de porciones del
hinduismo y del budismo. En el antiguo imperio romano, tan pleno de excesos, la
castidad era concebida como virtud. No así en el judaísmo, pero algunas de sus
sectas, como la de los esenios –a la cual, se conjetura, pertenecía Jesús–,
exaltaban la espiritualidad, la renuncia a los bienes materiales, la humildad y
la castidad. Por tanto, el celibato no es dogma, como tratan de revestirlo los
dogmas católicos, sino un hecho social, que refleja en el tiempo y en el
espacio las diversas concepciones del cuerpo y la sexualidad humana.
La mayoría de los apóstoles eran casados. La Biblia refiere este hecho.
Habla de la suegra de Pedro (Mateo 8, 7). Pablo señala que varios apóstoles
eran ayudados por sus esposas (1 Corintios 9, 5). Los primeros papas eran
casados y en las primeras generaciones los obispos tenían mujeres e hijos; lo
único que exige San Pablo es que vivieran con moralidad y que tuvieran una sola
mujer (1 Timoteo 3, 3). Hay que recordar el contexto patriarcal de los inicios
del cristianismo. Sobre la soltería de Jesús hay dudas razonables que quedan en
el misterio y amparadas en más de 2 mil años de distancia.
Jean Meyer publicó en 2009 un libro titulado El celibato
sacerdotal; su historia en la Iglesia católica, de Tusquets. Sostiene
que en el inicio del cristianismo no existía el celibato. Algunas leyes
empezaron a exigir el celibato sacerdotal, por las tensiones entre laicos versus clero
naciente, entre diócesis de rito latino en el siglo IV: se hizo manifiesto en
el Concilio de Elvira y se reiteró en el Concilio de Letrán I, en 1123. Aunque
no todo el clero asumió automáticamente la continencia sacerdotal como
obligación para la impartición de los sacramentos, porque en Francia y España
obispos, sacerdotes y diáconos estaban casados y continuaban una vida conyugal
y engendraban hijos –incluso se respetó la orden de mantener el celibato en
sacerdotes que fueron ordenados bajo tal condición–, según el autor, el
celibato se impuso como obligación para todos los niveles clericales de la
Iglesia latina en el siglo XII. Se reafirmó en Trento, a mitad del siglo XVI,
en respuesta a la abolición del celibato por los movimientos protestantes.
A pesar de lo sugerente, estudios serios muestran que no necesariamente
existe una relación entre celibato, homosexualidad y pederastia. Es un asunto
de sometimiento y poder. La pedofilia se da por igual en otras iglesias cuyos
ministros de culto son casados y heterosexuales.
En la Iglesia católica, existen sacerdotes casados en iglesias de rito
oriental en comunión con Roma o procedentes del anglicanismo. Es una realidad
ya existente, de la que hay una histórica y vastísima discusión. Roma ha
reiterado bajo diferentes pontificados que el celibato no es una cuestión a
debate ni mucho menos a discusión. Pese al llamado de las 26 mujeres, dudamos mucho
que Francisco acceda a una reforma profunda que revolucionaría la Iglesia. Sin
embargo, queda como una reforma ineludible, si tomamos en cuenta la escasez de
vocaciones sacerdotales y sobre todo el inexorable envejecimiento de la
complexión eclesiástica. Esta crisis en puerta podría llevar a decisiones hoy
insospechadas