jueves, 22 de mayo de 2014

El Padre General en tres tiempos, Visita del P. General de los SJ, a México, Roberto Alonso

Tepotzotlán, ese challenge de pronunciación para un palentino con más de cuarenta años de vida en Asia -especialmente en Japón-, y con vecindad en Roma desde 2008, fue uno de los escenarios de la segunda visita del Prepósito General de la Compañía de Jesús a México. Cuatro años atrás, en 2010, el P. Adolfo Nicolás pisó tierras mexicanas para asistir a la reunión mundial de rectores de universidades jesuitas que tuvo lugar en la Ciudad de México. Este año su presencia obedeció a su participación en la 28° Asamblea de la Conferencia de Provinciales Jesuitas en América Latina (CPAL), en Puente Grande, Jalisco, y en la inauguración de una exposición en el Museo Nacional del Virreinato, enmarcada en los festejos del Bicentenario de la Restauración de la Compañía de Jesús.

De carácter serio pero gustoso de la calidez y las anécdotas, el mejor conocido como Padre General presidió también una eucaristía, ante la presencia de decenas de jesuitas y amigos de la Compañía de Jesús que se dieron cita en la parroquia de esta localidad con profundas raíces jesuitas, sede del antiguo Colegio de San Francisco Javier, que durante muchos años albergó el noviciado de esta orden religiosa en suelo mexicano.

Acompañado por el P. Francisco Magaña, S.J., nuevo provincial de la Compañía de Jesús en México, el heredero de la tradición de mando de San Ignacio de Loyola tuvo la oportunidad de dirigirse en público a los jesuitas y laicos reunidos en Tepotzotlán, Estado de México, en tres momentos distintos: una misa; la inauguración de la exposición “La construcción del México mestizo. Los jesuitas, expulsión y restauración”, en el que fuera el templo de San Francisco Javier; y una breve conferencia de prensa. En los tres momentos habló quien hoy tiene la responsabilidad de dirigir la orden religiosa más numerosa del mundo, con presencia en los cinco continentes y que ha sido objeto de una mayor atención pública a partir de la llegada -como a él le gusta decir- de la espiritualidad ignaciana al Vaticano. Los acentos de sus reflexiones, sin embargo, fueron distintos según los destinatarios y las amplitudes del mensaje.

El General y la Iglesia

Acompañado de una buena cantidad de jesuitas, quienes ocupan las cinco primeras filas de cada lado del templo y visten una estola con detalles de talavera, el P. Nicolás no tarda en traer a colación al Papa Francisco durante su homilía. Uno de los puntos fuertes del Papa, afirma, es haber provocado el regreso a la Iglesia de muchas personas que se sentían alejadas de ella, “y han vuelto porque les hace sentir en casa, amigos, perdonados.”

Hace apenas un año, a unos días de su elección, el Papa Francisco convocó a los sacerdotes a vivir su vocación pastoral oliendo como las ovejas. Así lo recordó el Padre General en una entrevista que le hicieron en Madrid, en la que habló de los signos del Papa que han llamado la atención de los fieles católicos. Preparen bien las liturgias, pero no se apeguen a los trapos, fue otra de las escenas resaltadas por el P. Nicolás al ser cuestionado acerca de la elección del cardenal Jorge Mario Bergoglio, un religioso formado en la espiritualidad ignaciana, como nuevo pontífice.

Un año después, en ocasión de la celebración del domingo del buen pastor, las impresiones que ha percibido en Roma resuenan en México a través de la doble imagen con la que, en su reflexión, juega el Evangelio de Juan: Jesús como pastor y como puerta del redil, “dos imágenes que se sobreponen para darnos la imagen de qué tipo de pastor es Jesús y qué tipo de pastores tenemos que ser nosotros.”

Y aunque la reflexión pareciera exclusiva de sacerdotes, aclara a tiempo: “todos somos pastores de todos”. Jesús nos dio ejemplo de cómo sufrir, sí, pero también de cómo vivir, de cómo preocuparnos por los demás, resalta.

Como en la parábola, agrega, es la Iglesia entera la que es pastor, lo que supone cercanía y conocimiento de unos y otros, “ayudarnos mutuamente para vivir en paz en el redil”, y provocar una sensación de encontrarse “en casa, a gusto, sin miedo”.

El Papa Francisco, regresa el Padre General a él, ha subrayado la importancia de la labor pastoral de la Iglesia y su preocupación por los demás, un trabajo que conoce en carne propia por su experiencia como obispo en Argentina y que requiere cuidado y entrega, pues no es fácil ni espontáneo. “Una persona que sabe decir que no a sus conveniencias para atender las necesidades de los demás es un pastor, es un pastor pleno”, resume al tiempo de explicar que en un mundo en el que muchas personas se sienten solas y abandonadas, “esta capacidad de darse a los demás es lo típico del pastor” y “en el pastor Dios está presente”. El Evangelio, termina, “sigue retándonos para seguir el estilo del Maestro”.

Frente a los errores y excesos que empañan el trabajo de la Iglesia, las palabras del P. Nicolás tienen un valor especial. Todos en la Iglesia, señala, “necesitamos pastoreo, todos necesitamos a alguien que nos diga dónde nos aprieta el zapato, dónde vamos descaminados”. “La Iglesia no es una Iglesia para ovejas perfectas, no las hay, sino que es para nosotros, imperfectos, limitados, que necesitamos ayuda; es una Iglesia de imperfectos para imperfectos”, concluye.

El General y la Restauración

De regreso a su vestimenta tradicional, pantalón, camisa y saco negros, el Padre General parece desconcertado. El oro barroco que le rodea es desbordante, imposible de ser asimilado sin la sensación de asombro. El pasmo ha de ser compartido, pero él lo confiesa al iniciar el mensaje que dirige con motivo de la inauguración de la exposición sobre la contribución de los jesuitas en la edificación del México mestizo.

“Estoy todavía apabullado por este barroco que me he encontrado aquí, en este iglesia; es bellísimo, supera por mucho al barroco que he visto en otros sitios”, comenta. Más adelante dirá que la atmósfera del recinto, “sobreabundante como la gracia, es una evocación de la gloria eterna que brota de una imaginación sensorial entrenada en la práctica de la cuarta semana de los Ejercicios Espirituales: las meditaciones de la resurrección y el amor”.

Al pie de donde estuvo el altar del templo de San Francisco Javier acompañan al P. Nicolás, el P. Magaña, la directora general del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH), María Teresa Franco; el secretario técnico del INAH, César Moheno, el presidente de la Comisión del Bicentenario de la Restauración de la Compañía de Jesús en México, el jesuita Arturo Reynoso; la directora de la revista Artes de México, Margarita de Orellana, y el director del Museo Nacional del Virreinato, José Abel Ramos. Alguien más, no obstante, es quien recibe los aplausos más calurosos y extendidos: Miguel León-Portilla, investigador emérito de la UNAM y doctor honoris causa del Sistema Universitario Jesuita (SUJ).

Las palabras de León-Portilla son breves pero no por ello lejanas. Con 88 años a cuestas su mensaje es cercano y emotivo. “La historia da muchas vueltas”, pronuncia con agitación y júbilo al recordar que del recinto que pisa ahora el Padre General, fueron expulsados en 1776 los jesuitas que durante casi doscientos años entregaron sus vidas en la Nueva España. En su turno, quizá en signo de agradecimiento, el P. Nicolás exclama: “¡Aquí tenemos mucho de nuestro corazón!”

Tepotzotlán recibió a los primeros jesuitas en 1580, ocho años después de su llegada a la Nueva España. En ese entonces, confluían allí tres culturas originarias: la náhuatl, la otomí y la mazahua. Sin embargo fue hasta 1586, luego de ser respaldado el trabajo de la Compañía de Jesús con niños y adolescentes indígenas, quienes eran instruidos en letras, música y, naturalmente, en la doctrina cristiana, que el colegio noviciado de la orden fue trasladado a Tepotzotlán, donde fue su sede definitiva.

Durante la época virreinal, los jesuitas se dedicaron al conocimiento de las costumbres y las lenguas indígenas, así como a la formación espiritual y humanística, siendo el arte un elemento de gran importancia en su proyecto apostólico. De ello, asevera el Padre General, da cuenta el esplendor de la que fuera Iglesia de San Francisco Javier.

Fieles a las exhortaciones de San Ignacio, relata el P. Nicolás, los jesuitas de la Nueva España supieron adaptarse a los tiempos, los lugares y las personas de aquel entonces, adecuando su misión a las urgencias históricas patentes en la época virreinal, a saber, “la construcción de un espacio común, el tejido de lazos entre sus habitantes -indígenas, mestizos y criollos- y la formación de una dirigencia social”. La raíz, subraya el Padre General, está en San Ignacio, quien siempre consideró importante partir de la realidad para discernir lo mejor a realizar, en libertad.

En su trabajo, abunda el P. Nicolás, los miembros de la Compañía de Jesús “se entregaron con sincero cariño al servicio de esta tierra y sus habitantes, con la mira puesta en el anuncio de la palabra evangélica” y en la intención de “hacer presente la realidad de este suelo y sus pobladores en la conciencia universal”. Una vez desterrados, continuaron “velando por el destino de su patria”, desde la lejanía, y dedicaron sus obras a “reivindicar la grandeza de las civilizaciones prehispánicas y la dignidad de los indígenas”, lo que derivó en la “construcción de una memoria común” y en la “articulación de un entramado de lazos de concordia”, de modo que Tepotzotlán -abrevia-, representa un sitio emblemático para “recordar la participación de los jesuitas en la construcción de la nación mexicana”.

De acuerdo con el Padre General, México fue una tierra que los jesuitas novohispanos expulsados en 1776 nunca dejaron de añorar. Tras la restauración de la Compañía de Jesús en 1814, los religiosos de esta orden volvieron a México en 1816, no obstante, a su regreso se enfrentaron a la incertidumbre de la Guerra de Independencia, así como a continuas expulsiones que tuvieron que padecer, ya ancianos, como resultado de las vicisitudes que atravesaba la floreciente nación de aquellos años en la lucha por encontrar su rumbo.

En una carta dirigida a toda la Compañía de Jesús el 14 de noviembre de 2013, día de la fiesta de San José Pignatelli -figura clave para la restauración de la orden,- el P. Nicolás puso de relieve la importancia de repasar la historia propia con la finalidad de aprender de ella, a manera de renovación espiritual y apostólica. “Memoria e identidad -escribió- están ligadas por profundos vínculos: el que olvida su pasado no sabe quién es. Cuanto mejor conozcamos nuestra historia y cuanto más profundamente la comprendamos, mejor nos entenderemos a nosotros mismos y mejor conoceremos nuestra identidad como cuerpo apostólico en la Iglesia.”

En sintonía, durante su estancia en Tepotzotlán, el Padre General destaca que el Bicentenario de la Restauración de la Compañía de Jesús es “ocasión de examinar con rigor y humildad nuestros desaciertos y nuestros errores” y momento propicio para evocar el “legado de amor y fidelidad a la Iglesia y a su patria” de los jesuitas que regresaron a la nación en ciernes, “para fortalecernos con el ejemplo de su entereza” y para “volver la mirada a un periodo turbulento, pero marcado en profundidad por los testimonios de grandeza de espíritu, creatividad y amor al prójimo de un grupo de mexicanos ejemplares” que supo “comprender la importancia de llegar a las personas situadas en las fronteras”.

Los jesuitas, especifica, no regresaron en un contexto de triunfo o de gloria, lo hicieron en clave de evangelización, como lo hacen hoy los jesuitas que llegan a Asia o a África.

Para reforzar el mensaje, el P. Nicolás rememora las palabras con las que el Papa Benedicto XVI animó a la Congregación General 35, el 21 de febrero de 2008, a seguir las huellas de los antecesores de la Compañía de Jesús “con la misma valentía e inteligencia, pero también con la misma profunda motivación de fe y pasión por servir al Señor y a su Iglesia”.

“La memora -concluye la máxima autoridad de los jesuitas- es uno de los ejes esenciales que nos sitúan en el mundo, la memoria nos permite aprovechar el legado secular de nuestros mayores, realizar un discernimiento constante y profundo sobre nuestras acciones para hacer frente a los desafíos del presente y desarrollar el sentido de la gratitud, que se convierte en fundamento de gozo y en impulso de nuestra esperanza cuando reconocemos tanto bien recibido.”

El General y la actualidad

Finalizado su recorrido por la exposición “La construcción del México mestizo. Los jesuitas, expulsión y restauración”, el Padre General se prepara en un salón del Museo Nacional del Virreinato para la breve conferencia de prensa que ha sido preparada por los jesuitas mexicanos que le acompañan. Detrás de una mesa pequeña con un mantel rojo y ante más lentes que grabadoras, el jesuita español de 78 años reflexiona sobre el papel de la prensa, a la que considera un instrumento para el crecimiento de la sociedad, para la difusión de la cultura, de la reflexión y de la crítica. Y bromea: “¡Os creen a vosotros más que a mí!”

Interrogado sobre la relación de la Compañía de Jesús con el Papa Francisco, el P. Nicolás revela una intimidad: “el deporte favorito de los jesuitas es descubrir o ver los signos”, y en el Papa Francisco, admite, es lo primero que ha saltado a la vista. Él, añade, “se siente muy jesuita” y “está actuando mucho como jesuita”. En Estados Unidos, narra, un protestante se le acercó para pedirle que si tenía oportunidad, le dijera al Papa que le consideraban su Papa, pues gracias a él estaba volviendo mucha gente a la Iglesia.

Otro ejemplo, ilustra, es su insistencia en lo esencial de la vida cristiana: la compasión, el perdón y el tomar riesgos para responder a las necesidades del tiempo actual, actitud que parte de la experiencia de San Ignacio y sus primeros compañeros de asumir que “la realidad es donde Dios está trabajando, y por lo tanto la realidad nunca puede ser ajena a nuestra preocupación”.

“Este Papa está insistiendo en lo importante, desapego de lo secundario, y lo secundario son cosas externas… Las cosas secundarias, para los que tienen tiempo, nosotros tenemos poco tiempo”, remata.

Al Padre General se le pide también una palabra para la comunidad de colaboradores laicos que trabajan en las obras de la Compañía de Jesús. A ellos les anima a crear comunidades pues ellas sostienen y en ellas hay más garantía de mantener un espíritu, un mensaje común, que de manera individual. Les alienta, por otra parte, a incrementar su identidad, con experiencias profundas, y a participar en programas de formación, en el entendido de que en el mundo actual las preguntas cambian y las respuestas pasadas sirven cada vez menos. Seguir estudiando, asegura, “nos mantiene en una tensión creativa muy buena, que es el caminar hacia adelante”.

Trabajando en comunidad, con identidad y programas de formación, enfatiza, “podemos seguir creando, podemos seguir lanzándonos a nuevas aventuras porque sabemos que hay un grupo muy motivado y muy bien preparado de laicos que participan de la misma visión y que van a seguir con nosotros.”

A propósito del trabajo de los jesuitas en colegios y universidades el P. Nicolás explica con claridad meridiana: “los jesuitas estamos en la educación porque nuestro trabajo es fundamentalmente buscar la transformación de la gente… San Ignacio creía y nosotros seguimos creyendo que si no se transforman las personas no hay esperanza de que la sociedad se transforme, y por esto estamos en la educación… Lo que importa es la transformación de la persona en la realidad, que es una realidad total, no queremos parcializarlo todo y reducirlo todo a un Padre Nuestro… Todo lo que contribuya a la transformación, es bueno.”

Por último, el Padre General comenta que regresa a Roma contento y optimista de haber visto jesuitas muy dedicados y con “mucho desapego”, desde Guyana hasta México, pasando por Venezuela y Cuba. “He visto -recoge- una capacidad de discernimiento, de dedicación y de continuar a pesar de todo, que yo creo que es una de las frases clave para la fe cristiana, ‘a pesar de todo’ creo en el futuro, en la humanidad, en Dios; me voy muy animado.”


A unos metros de donde termina la conferencia de prensa, espera al P. Nicolás, paciente, Miguel León-Portilla.