Tepotzotlán,
ese challenge de pronunciación para
un palentino con más de cuarenta años de vida en Asia -especialmente en Japón-,
y con vecindad en Roma desde 2008, fue uno de los escenarios de la segunda visita
del Prepósito General de la Compañía de Jesús a México. Cuatro años atrás, en
2010, el P. Adolfo Nicolás pisó tierras mexicanas para asistir a la reunión
mundial de rectores de universidades jesuitas que tuvo lugar en la Ciudad de
México. Este año su presencia obedeció a su participación en la 28° Asamblea de la Conferencia de Provinciales Jesuitas
en América Latina (CPAL), en Puente Grande, Jalisco, y en la inauguración de
una exposición en el Museo Nacional del Virreinato, enmarcada en los festejos
del Bicentenario de la Restauración de la Compañía de Jesús.
De carácter
serio pero gustoso de la calidez y las anécdotas, el mejor conocido como Padre
General presidió también una eucaristía, ante la presencia de decenas de
jesuitas y amigos de la Compañía de Jesús que se dieron cita en la parroquia de
esta localidad con profundas raíces jesuitas, sede del antiguo Colegio de San
Francisco Javier, que durante muchos años albergó el noviciado de esta orden
religiosa en suelo mexicano.
Acompañado
por el P. Francisco Magaña, S.J., nuevo provincial de la Compañía de Jesús en
México, el heredero de la tradición de mando de San Ignacio de Loyola tuvo la
oportunidad de dirigirse en público a los jesuitas y laicos reunidos en
Tepotzotlán, Estado de México, en tres momentos distintos: una misa; la
inauguración de la exposición “La construcción del México mestizo. Los
jesuitas, expulsión y restauración”, en el que fuera el templo de San Francisco
Javier; y una breve conferencia de prensa. En los tres momentos habló quien hoy
tiene la responsabilidad de dirigir la orden religiosa más numerosa del mundo,
con presencia en los cinco continentes y que ha sido objeto de una mayor
atención pública a partir de la llegada -como a él le gusta decir- de la
espiritualidad ignaciana al Vaticano. Los acentos de sus reflexiones, sin
embargo, fueron distintos según los destinatarios y las amplitudes del mensaje.
El General y la Iglesia
Acompañado
de una buena cantidad de jesuitas, quienes ocupan las cinco primeras filas de
cada lado del templo y visten una estola con detalles de talavera, el P.
Nicolás no tarda en traer a colación al Papa Francisco durante su homilía. Uno
de los puntos fuertes del Papa, afirma, es haber provocado el regreso a la
Iglesia de muchas personas que se sentían alejadas de ella, “y han vuelto porque
les hace sentir en casa, amigos, perdonados.”
Hace apenas
un año, a unos días de su elección, el Papa Francisco convocó a los sacerdotes
a vivir su vocación pastoral oliendo como las ovejas. Así lo recordó el Padre
General en una entrevista que le hicieron en Madrid, en la que habló de los
signos del Papa que han llamado la atención de los fieles católicos. Preparen bien
las liturgias, pero no se apeguen a los trapos, fue otra de las escenas resaltadas
por el P. Nicolás al ser cuestionado acerca de la elección del cardenal Jorge
Mario Bergoglio, un religioso formado en la espiritualidad ignaciana, como nuevo
pontífice.
Un año
después, en ocasión de la celebración del domingo del buen pastor, las impresiones
que ha percibido en Roma resuenan en México a través de la doble imagen con la
que, en su reflexión, juega el Evangelio de Juan: Jesús como pastor y como
puerta del redil, “dos imágenes que se sobreponen para darnos la imagen de qué
tipo de pastor es Jesús y qué tipo de pastores tenemos que ser nosotros.”
Y aunque la
reflexión pareciera exclusiva de sacerdotes, aclara a tiempo: “todos somos
pastores de todos”. Jesús nos dio ejemplo de cómo sufrir, sí, pero también de
cómo vivir, de cómo preocuparnos por los demás, resalta.
Como en la
parábola, agrega, es la Iglesia entera la que es pastor, lo que supone cercanía
y conocimiento de unos y otros, “ayudarnos mutuamente para vivir en paz en el
redil”, y provocar una sensación de encontrarse “en casa, a gusto, sin miedo”.
El Papa
Francisco, regresa el Padre General a él, ha subrayado la importancia de la
labor pastoral de la Iglesia y su preocupación por los demás, un trabajo que
conoce en carne propia por su experiencia como obispo en Argentina y que requiere
cuidado y entrega, pues no es fácil ni espontáneo. “Una persona que sabe decir
que no a sus conveniencias para atender las necesidades de los demás es un
pastor, es un pastor pleno”, resume al tiempo de explicar que en un mundo en el
que muchas personas se sienten solas y abandonadas, “esta capacidad de darse a
los demás es lo típico del pastor” y “en el pastor Dios está presente”. El
Evangelio, termina, “sigue retándonos para seguir el estilo del Maestro”.
Frente a los
errores y excesos que empañan el trabajo de la Iglesia, las palabras del P.
Nicolás tienen un valor especial. Todos en la Iglesia, señala, “necesitamos
pastoreo, todos necesitamos a alguien que nos diga dónde nos aprieta el zapato,
dónde vamos descaminados”. “La Iglesia no es una Iglesia para ovejas perfectas,
no las hay, sino que es para nosotros, imperfectos, limitados, que necesitamos
ayuda; es una Iglesia de imperfectos para imperfectos”, concluye.
El General y la Restauración
De regreso a
su vestimenta tradicional, pantalón, camisa y saco negros, el Padre General
parece desconcertado. El oro barroco que le rodea es desbordante, imposible de ser
asimilado sin la sensación de asombro. El pasmo ha de ser compartido, pero él
lo confiesa al iniciar el mensaje que dirige con motivo de la inauguración de
la exposición sobre la contribución de los jesuitas en la edificación del
México mestizo.
“Estoy
todavía apabullado por este barroco que me he encontrado aquí, en este iglesia;
es bellísimo, supera por mucho al barroco que he visto en otros sitios”,
comenta. Más adelante dirá que la atmósfera del recinto, “sobreabundante como
la gracia, es una evocación de la gloria eterna que brota de una imaginación
sensorial entrenada en la práctica de la cuarta semana de los Ejercicios Espirituales:
las meditaciones de la resurrección y el amor”.
Al pie de
donde estuvo el altar del templo de San Francisco Javier acompañan al P.
Nicolás, el P. Magaña, la directora general del Instituto Nacional de
Antropología e Historia (INAH), María Teresa Franco; el secretario técnico del
INAH, César Moheno, el presidente de la Comisión del Bicentenario de la
Restauración de la Compañía de Jesús en México, el jesuita Arturo Reynoso; la
directora de la revista Artes de México, Margarita de Orellana, y el director del
Museo Nacional del Virreinato, José Abel Ramos. Alguien más, no obstante, es
quien recibe los aplausos más calurosos y extendidos: Miguel León-Portilla,
investigador emérito de la UNAM y doctor honoris causa del Sistema
Universitario Jesuita (SUJ).
Las palabras
de León-Portilla son breves pero no por ello lejanas. Con 88 años a cuestas su
mensaje es cercano y emotivo. “La historia da muchas vueltas”, pronuncia con
agitación y júbilo al recordar que del recinto que pisa ahora el Padre General,
fueron expulsados en 1776 los jesuitas que durante casi doscientos años
entregaron sus vidas en la Nueva España. En su turno, quizá en signo de
agradecimiento, el P. Nicolás exclama: “¡Aquí tenemos mucho de nuestro
corazón!”
Tepotzotlán
recibió a los primeros jesuitas en 1580, ocho años después de su llegada a la
Nueva España. En ese entonces, confluían allí tres culturas originarias: la
náhuatl, la otomí y la mazahua. Sin embargo fue hasta 1586, luego de ser
respaldado el trabajo de la Compañía de Jesús con niños y adolescentes
indígenas, quienes eran instruidos en letras, música y, naturalmente, en la
doctrina cristiana, que el colegio noviciado de la orden fue trasladado a
Tepotzotlán, donde fue su sede definitiva.
Durante la
época virreinal, los jesuitas se dedicaron al conocimiento de las costumbres y
las lenguas indígenas, así como a la formación espiritual y humanística, siendo
el arte un elemento de gran importancia en su proyecto apostólico. De ello,
asevera el Padre General, da cuenta el esplendor de la que fuera Iglesia de San
Francisco Javier.
Fieles a las
exhortaciones de San Ignacio, relata el P. Nicolás, los jesuitas de la Nueva
España supieron adaptarse a los tiempos, los lugares y las personas de aquel
entonces, adecuando su misión a las urgencias históricas patentes en la época
virreinal, a saber, “la construcción de un espacio común, el tejido de lazos
entre sus habitantes -indígenas, mestizos y criollos- y la formación de una
dirigencia social”. La raíz, subraya el Padre General, está en San Ignacio,
quien siempre consideró importante partir de la realidad para discernir lo
mejor a realizar, en libertad.
En su
trabajo, abunda el P. Nicolás, los miembros de la Compañía de Jesús “se
entregaron con sincero cariño al servicio de esta tierra y sus habitantes, con
la mira puesta en el anuncio de la palabra evangélica” y en la intención de
“hacer presente la realidad de este suelo y sus pobladores en la conciencia
universal”. Una vez desterrados, continuaron “velando por el destino de su
patria”, desde la lejanía, y dedicaron sus obras a “reivindicar la grandeza de
las civilizaciones prehispánicas y la dignidad de los indígenas”, lo que derivó
en la “construcción de una memoria común” y en la “articulación de un entramado
de lazos de concordia”, de modo que Tepotzotlán -abrevia-, representa un sitio
emblemático para “recordar la participación de los jesuitas en la construcción
de la nación mexicana”.
De acuerdo
con el Padre General, México fue una tierra que los jesuitas novohispanos
expulsados en 1776 nunca dejaron de añorar. Tras la restauración de la Compañía
de Jesús en 1814, los religiosos de esta orden volvieron a México en 1816, no
obstante, a su regreso se enfrentaron a la incertidumbre de la Guerra de
Independencia, así como a continuas expulsiones que tuvieron que padecer, ya
ancianos, como resultado de las vicisitudes que atravesaba la floreciente
nación de aquellos años en la lucha por encontrar su rumbo.
En una carta
dirigida a toda la Compañía de Jesús el 14 de noviembre de 2013, día de la
fiesta de San José Pignatelli -figura clave para la restauración de la orden,-
el P. Nicolás puso de relieve la importancia de repasar la historia propia con
la finalidad de aprender de ella, a manera de renovación espiritual y
apostólica. “Memoria e identidad -escribió- están ligadas por profundos
vínculos: el que olvida su pasado no sabe quién es. Cuanto mejor conozcamos
nuestra historia y cuanto más profundamente la comprendamos, mejor nos entenderemos
a nosotros mismos y mejor conoceremos nuestra identidad como cuerpo apostólico
en la Iglesia.”
En sintonía,
durante su estancia en Tepotzotlán, el Padre General destaca que el
Bicentenario de la Restauración de la Compañía de Jesús es “ocasión de examinar
con rigor y humildad nuestros desaciertos y nuestros errores” y momento
propicio para evocar el “legado de amor y fidelidad a la Iglesia y a su patria”
de los jesuitas que regresaron a la nación en ciernes, “para fortalecernos con
el ejemplo de su entereza” y para “volver la mirada a un periodo turbulento,
pero marcado en profundidad por los testimonios de grandeza de espíritu,
creatividad y amor al prójimo de un grupo de mexicanos ejemplares” que supo
“comprender la importancia de llegar a las personas situadas en las fronteras”.
Los
jesuitas, especifica, no regresaron en un contexto de triunfo o de gloria, lo
hicieron en clave de evangelización, como lo hacen hoy los jesuitas que llegan
a Asia o a África.
Para
reforzar el mensaje, el P. Nicolás rememora las palabras con las que el Papa
Benedicto XVI animó a la Congregación General 35, el 21 de febrero de 2008, a
seguir las huellas de los antecesores de la Compañía de Jesús “con la misma
valentía e inteligencia, pero también con la misma profunda motivación de fe y
pasión por servir al Señor y a su Iglesia”.
“La memora
-concluye la máxima autoridad de los jesuitas- es uno de los ejes esenciales
que nos sitúan en el mundo, la memoria nos permite aprovechar el legado secular
de nuestros mayores, realizar un discernimiento constante y profundo sobre
nuestras acciones para hacer frente a los desafíos del presente y desarrollar
el sentido de la gratitud, que se convierte en fundamento de gozo y en impulso
de nuestra esperanza cuando reconocemos tanto bien recibido.”
El General y la actualidad
Finalizado
su recorrido por la exposición “La construcción del México mestizo. Los
jesuitas, expulsión y restauración”, el Padre General se prepara en un salón
del Museo Nacional del Virreinato para la breve conferencia de prensa que ha
sido preparada por los jesuitas mexicanos que le acompañan. Detrás de una mesa
pequeña con un mantel rojo y ante más lentes que grabadoras, el jesuita español
de 78 años reflexiona sobre el papel de la prensa, a la que considera un
instrumento para el crecimiento de la sociedad, para la difusión de la cultura,
de la reflexión y de la crítica. Y bromea: “¡Os creen a vosotros más que a mí!”
Interrogado
sobre la relación de la Compañía de Jesús con el Papa Francisco, el P. Nicolás
revela una intimidad: “el deporte favorito de los jesuitas es descubrir o ver
los signos”, y en el Papa Francisco, admite, es lo primero que ha saltado a la
vista. Él, añade, “se siente muy jesuita” y “está actuando mucho como jesuita”.
En Estados Unidos, narra, un protestante se le acercó para pedirle que si tenía
oportunidad, le dijera al Papa que le consideraban su Papa, pues gracias a él
estaba volviendo mucha gente a la Iglesia.
Otro
ejemplo, ilustra, es su insistencia en lo esencial de la vida cristiana: la
compasión, el perdón y el tomar riesgos para responder a las necesidades del
tiempo actual, actitud que parte de la experiencia de San Ignacio y sus
primeros compañeros de asumir que “la realidad es donde Dios está trabajando, y
por lo tanto la realidad nunca puede ser ajena a nuestra preocupación”.
“Este Papa
está insistiendo en lo importante, desapego de lo secundario, y lo secundario
son cosas externas… Las cosas secundarias, para los que tienen tiempo, nosotros
tenemos poco tiempo”, remata.
Al Padre
General se le pide también una palabra para la comunidad de colaboradores
laicos que trabajan en las obras de la Compañía de Jesús. A ellos les anima a
crear comunidades pues ellas sostienen y en ellas hay más garantía de mantener
un espíritu, un mensaje común, que de manera individual. Les alienta, por otra
parte, a incrementar su identidad, con experiencias profundas, y a participar
en programas de formación, en el entendido de que en el mundo actual las
preguntas cambian y las respuestas pasadas sirven cada vez menos. Seguir
estudiando, asegura, “nos mantiene en una tensión creativa muy buena, que es el
caminar hacia adelante”.
Trabajando
en comunidad, con identidad y programas de formación, enfatiza, “podemos seguir
creando, podemos seguir lanzándonos a nuevas aventuras porque sabemos que hay
un grupo muy motivado y muy bien preparado de laicos que participan de la misma
visión y que van a seguir con nosotros.”
A propósito
del trabajo de los jesuitas en colegios y universidades el P. Nicolás explica
con claridad meridiana: “los jesuitas estamos en la educación porque nuestro
trabajo es fundamentalmente buscar la transformación de la gente… San Ignacio
creía y nosotros seguimos creyendo que si no se transforman las personas no hay
esperanza de que la sociedad se transforme, y por esto estamos en la educación…
Lo que importa es la transformación de la persona en la realidad, que es una
realidad total, no queremos parcializarlo todo y reducirlo todo a un Padre
Nuestro… Todo lo que contribuya a la transformación, es bueno.”
Por último,
el Padre General comenta que regresa a Roma contento y optimista de haber visto
jesuitas muy dedicados y con “mucho desapego”, desde Guyana hasta México,
pasando por Venezuela y Cuba. “He visto -recoge- una capacidad de
discernimiento, de dedicación y de continuar a pesar de todo, que yo creo que
es una de las frases clave para la fe cristiana, ‘a pesar de todo’ creo en el
futuro, en la humanidad, en Dios; me voy muy animado.”
A unos
metros de donde termina la conferencia de prensa, espera al P. Nicolás,
paciente, Miguel León-Portilla.