Isaías 556-9;
Salmo 144; Filipenses 120-24.27; Mateo 201-16
La
primera exhortación que nos hacen las lecturas de este domingo, la encontramos
en Isaías: “¡Busquen al Señor
mientras lo pueden encontrar!”. La vida es corta y con demasiada frecuencia se
nos escapa en lo que no es verdaderamente importante. ¿Dónde tenemos puesto el
corazón? ¿Dónde están nuestras verdaderas preocupaciones? Sin duda que esta
invitación es una llamada de atención seria que nos obliga a detenernos, cuando
menos por unos instantes, para analizar el rumbo de nuestra vida. ¿Vamos en la
dirección correcta? El dramatismo de la invitación es fundamental, pues está
calibrando la importancia del asunto.
Sin
embargo, como continúa el Profeta,
no podemos hacer este examen de conciencia con la lógica misma con la que de alguna manera hemos vivido. Además de
la exhortación, ahora se nos lanza una advertencia.
No podemos revisar la propia vida, dentro de los mismos parámetros en los que la
hemos construido. ¿Quién nos garantiza que no nos estamos engañando? Quizá uno
de los peores errores con los que vivimos es la tendencia a justificarnos. Difícilmente
cuestionamos lo que hacemos; nos hemos auto-convencido que “estamos bien”; que
quizá algo hay que cambiar, pero el rumbo de nuestra vida es el correcto. ¿Cuántas
veces tomamos del Evangelio, sólo aquello que no cuestione nuestros intereses
económicos, nuestros negocios?
Pero
Isaías es claro en su advertencia: “Mis
pensamientos no son los de Uds.; sus caminos no son los míos”. De ahí la
necesidad de detenernos, ya no sólo a revisar la vida, sino a repensar los parámetros
y las referencias con las que hasta ahora hemos juzgado nuestro caminar. Si nos
examinamos con nuestra propia lógica, jamás vamos a encontrar algo
verdaderamente serio en lo que tengamos que cambiar. Si nos metemos en la lógica del
Evangelio, entonces es probable que ya no estemos tan satisfechos de
la forma como hemos construido nuestra vida, de las opciones que hemos tomado,
de las convicciones que tenemos.
Lo
primero es buscar al Señor; pues sin Él, sin el amor a Él, la transformación de
nuestras vidas no se dará.
En
la parábola de los jornaleros, el
evangelio nos ofrece un elemento clave para entender la lógica de Jesús y para cuestionarnos
nuestra vida. Es el tema de la gratuidad
cuya raíz es la bondad de Dios. Los jornaleros trabajan, pero resulta que no
todos el mismo tiempo; sin embargo, al final del día, todos reciben el mismo
salario. Y de ahí el reclamo: ¿Por qué le pagas lo mismo al que sólo trabajó
una hora? Y la respuesta de Jesús es contundente: con el jornalero de las 8
horas, no está haciendo ninguna injusticia. Le paga lo convenido. Pero si al que
trabajó menos él le quiere dar lo mismo, ¿cuál es el problema?
La
parábola es contundente: ahí hay
otra lógica que rompe los esquemas del mundo. Se pasa del ámbito del “doy para
que me des”, al “te doy porque quiero”. La bondad va más allá del esquema de la
justicia retributiva, sin omitirla, por supuesto. La lógica no es del “merecimiento”.
“Yo merezco…”, por eso me has de pagar más que al otro “que no merece, pues no
trabajó lo mismo que yo”.
La
lógica de la gratuidad de Dios rompe nuestros esquemas; los esquemas de nuestra
sociedad en la que no damos al otro sino lo que “merece”, y por supuesto cuántas
veces ni siquiera eso.
Por
eso, desde esta óptica, el cielo no se gana, no se merece. El cielo es un regalo
de Dios. Contrario a lo que dice la oración del principio de esta liturgia, la
vida eterna “no se merece”; es un regalo de Dios. Por eso, definitivamente,
esto no se puede entender si permanecemos en la lógica de este mundo. La “gratuidad”
es una nota distintiva del evangelio que se la ha comido el esquema de
relaciones que hemos establecido en nuestras sociedades. Por eso “mis
pensamientos no son los de Uds.”
San
Pablo en su carta a los filipenses
nos da más elementos de la lógica del evangelio. Sólo quien está profundamente
enamorado de Cristo, podrá llegar a decir –como Pablo- “que la vida es Cristo,
y la muerte, una ganancia”. ¿Quién de nosotros podría llegar a decir esto? Sólo
quien haya experimentado el amor a Cristo en tal hondura, podrá entonces preguntarse
si su vida está en la lógica del evangelio. Justamente por esto, para poder entenderlo
y vivirlo, “hay que buscar al Señor”.
El
último elemento de las lecturas está en la tensión que el mismo Pablo vive: él quisiera
ya morir para encontrarse con su Señor en la plenitud de la vida; pero al mismo
tiempo está tan comprometido con su Misión de llevar el evangelio a los otros,
que siente la necesidad de quedarse para seguir con su apostolado. Entonces no
sabe qué es lo que más quiere.
De
nuevo, el camino del evangelio no se entiende si no es llevando la misma
experiencia que hemos tenido de Dios, a todos aquellos con los que nos podamos
encontrar en la vida.
En
síntesis, para comprender y vivir los “pensamientos de Dios”, se nos invita, primero,
a buscarlo. Sin Dios, todo lo demás sobra. Luego a entrar en la lógica de la
gratuidad, en la dimensión de la bondad que va más allá de la lógica del
intercambio. Pero esto no se puede hacer si no estamos profundamente enamorados
de Jesús y convencidos de que esa experiencia es expansiva: nos lleva a compartirla
con los demás. Desde aquí, en consecuencia, tendremos que checar nuestra vida
para ver cuál es la lógica que domina en ella, confiados profundamente que la
experiencia de Dios es la que nos permitirá realizar esta invitación que nos
hace la liturgia de este domingo.