1. El papado es necesario en la Iglesia. Ahora vemos, más claro que nunca, que
la Iglesia necesita una autoridad suprema, que esté por encima de grupos,
tendencias, divisiones y enfrentamientos. De no existir el papado, es posible
(incluso probable) que en la Iglesia, después de lo ocurrido, se hubiera
producido un cisma. Se sabe que cinco cardenales fueron a pedirle al dimitido
Benedicto XVI que apoyara a los defensores de una Iglesia conservadora y
tradicional, con una teología y una moral igualmente integrista. Pero el
ex-papa Ratzinger les contestó a los cinco cardenales que en la Iglesia no hay
más que un papa, que es Francisco. Es más, inmediatamente informó a Francisco
de lo que estaba ocurriendo. El papado ha salvado la unidad de la Iglesia. Si
un solo arzobispo, Lefebvre, pudo crear un cisma, ¿no habrían podido cinco
cardenales ser origen de una fractura mayor?
2. Francisco está cambiando el papado. Lo está transformando más de lo que
muchos se imaginan. Y con el papado, está transformado también a la Iglesia. Lo
sagrado y lo ritual pierden fuerza. Y crece en importancia lo humano, la
cercanía a la gente, la sencillez, la normalidad de la vida. Nace así un estilo
nuevo de ejercer la autoridad en la Iglesia. Pierde importancia en ella la
religión. Y gana presencia el Evangelio. Además, estamos viendo que este hombre
es más fuerte y tiene más personalidad de lo que muchos decían. Una
personalidad original, que no le ha llevado a subir, sino a bajar. No para
alejarse de los últimos, sino para acercarse a ellos. El nuevo camino de la
Iglesia está trazado.
3. El conservadurismo de la Curia pierde fuerza. En este Sínodo no ha
ocurrido lo que pasó en el Concilio Vaticano II. Allí también los curiales
integristas eran minoría. Pero eran una minoría más fuerte y determinante que
la que ha participado en el Sínodo. De hecho, la minoría curial, en el
Concilio, supo llevar las cosas a su terreno. Y fue determinante en las
cuestiones determinantes para el futuro inmediato. Por eso el capítulo 3º de la
Constitución sobre la Iglesia quedó redactado de forma que el papado y la curia
han tenido incluso más poder después del Concilio que antes del Concilio. Por
otra parte, los escándalos en asuntos de dinero y en abusos de menores han
hundido la credibilidad del sistema curial de gobierno en la Iglesia.
4. Ya no son intocables determinados problemas morales que lo eran. ¿Se apela ahora, con
la misma seguridad que antes del Sínodo, a la llamada “Ley Natural”? ¿Sigue
siendo un tabú lo de la homosexualidad? ¿Alguien se atreve a decir que la
Iglesia nunca podrá permitir que los sacerdotes se casen? ¿Es tan impensable,
como antes, la posibilidad de que las mujeres lleguen a recibir el sacramento
del Orden? ¿No es verdad que la familia tiene hoy problemas mucho más graves y
apremiantes que los que se plantean en los confesionarios y en las sacristías?
Si ahora nos hacemos estas preguntas - y otras similares -, esto nos viene a
decir que en la Iglesia, sin que nos hayamos dado cuenta, el Sínodo nos ha
cambiado (algo, por lo menos, o quizás mucho) en temas mucho más serios de lo
que imaginamos.
5. La forma de ejercer el poder se está desplazando. El integrismo
conservador pierde fuerza porque se empeña en seguir ejerciendo el poder de una
forma que cada día tiene menos poder. Cada día tiene menos fuerza el poder que
prohíbe, impone, amenaza y castiga. El “poder represivo” es cada día menos
poder. Mientras que el “poder seductor” no se enfrenta al sujeto, le da
facilidades, es amable y responde a lo que necesita la gente. Es verdad que
este poder, cuando “se universaliza”, como ocurre con la informática y su
incesante oferta universal de satisfacción inmediata, entonces se convierte en
un poder que somete a los sujetos de forma que cada sujeto sometido no es ni
siquiera consciente de su sometimiento. Pero cuando el “poder seductor” no “se
universaliza, sino que “se humaniza”, entonces lo que hace es que responde a
los anhelos más profundos de las personas. Y esto justamente es lo que el mundo
está percibiendo en el papa Francisco. Lo que las multitudes de Galilea
percibían en Jesús de Nazaret, cuando Jesús anda por el mundo.