Sabiduría 77-11; Salmo 89; Hebreos 412-13; Marcos
1017-37
El conjunto de las lecturas de este domingo tocan dos temas íntimamente
relacionados, aunque para una visión más laica pudieran estar separados. Se
trata, en primer lugar, del seguimiento de Jesús; pero, también, de “poseer
vida eterna”; es decir, de encontrar la verdadera felicidad, la plenitud, la
vida sea temporal o eterna.
El tema radical que se maneja de fondo es el de la relación del
ser humano con los bienes de la tierra: ¿son ellos los que nos dan la felicidad
u otra cosa? El problema es que tampoco podemos vivir sin tenerlos, sin
usarlos. Nadie puede vivir sólo de aire. Y ahí, a esa aporía o aparente
contradicción es a donde se dirige el evangelio. Se pueden tener las cosas, se
pueden usar, se necesitan para la vida, pero jamás se puede estar apegado a
ellas, no se pueden cambiar por Dios, como si ellas fueran la fuente de la
felicidad humana. ¿Poseemos las cosas o las cosas nos poseen? ¿Ellas nos dan la
felicidad o sólo son condición para ir más allá de ellas? ¿Las cosas son bienes
o fines? Es el tema permanente que se debate entre el amor y el egoísmo.
El problema es que toda la sociedad está manipulada desde el
consumo, como fuente exclusiva de felicidad. Desde los medios de comunicación
hasta la vivencia familiar, la paz, la tranquilidad, la satisfacción, etc., se
nos afirma que sólo surgen cuando uno “tiene cosas”, cuando uno ya puede
descansar porque ha ido haciendo su patrimonio. Y la dinámica es clara: primero
busco lo indispensable para vivir; lo busco para mi familia; luego voy estableciendo
metas: tenemos que tener casa, coche, aparatos eléctricos, escuela, seguro médico,
etc., etc. Luego, viajes, diversiones, algunos lujos; y, finalmente, si las
condiciones económicas nos lo permiten, seguir acumulando, para gozar aún más:
se pasa de lo modesto a lo opulento, se llega incluso a “cambiar de código
postal”.
Interesante que en todo este proceso –por el que igual somos manipulados
sin darnos cuenta- el resorte que nos funciona no es el pensar en los demás, en
los que menos tienen, en los que quizá no tienen ni lo más básico para vivir;
sino que el que todo nuestro esfuerzo consiste en mejorar yo y mi familia, en
tener más, en acaparar bienes mayores y mejores…
El Evangelio señala que el hecho de tener como tal no está mal. Es
el caso de este joven rico: ha cumplido con la ley desde chico; pero para el seguidor
de Jesús, eso no basta. Ahí hay una felicidad a medias; ahí hay una trampa en
la que uno está sin darse cuenta; la moneda está aún en el aire. Por eso Jesús,
al ver que el joven tenía buen corazón y había cumplido con lo más esencial de
los mandamientos, espontáneamente lo invita a dar el paso definitivo de la
vida: el soltar, el no vivir apegado, el confiar no en las cosas mismas sino en
Dios; lo invita a entregarse totalmente al “Seguimiento”, dedicado no a pensar
en él sino en los demás; entregado a buscar los bienes no para él, sino para
los otros. La invitación que hace Jesús es a dar un giro de 180°: si hasta
ahora has vivido para ti, ahora te invito a vivir para los demás; pero la
condición para que puedas responder a estar invitación es que “sueltes”, que “lo
dejes todo”; que dejes de pensar sólo en ti mismo y te lances a pensar en los
demás; que dejes de trabajar sólo para ti y ahora pongas tu empeño en trabajar
para los otros, para los que menos tienen, para que ellos sean beneficiados y puedan
vivir con la dignidad de hijos e hijas de Dios.
Seguir a Jesús, entonces, supone una condición radical: soltar, no
vivir apegado a nada ni a nadie; no vivir para uno mismo al margen de los demás;
pues sólo entonces tendremos “vida eterna”. Sin embargo, hay que acotar lo
siguiente: hoy en día, seguir a Jesús no puede implicar para el cristiano “vender
todo y darlo a los pobres”; sería irresponsable; pero lo que sí puede implicar
es entender que los bienes no son la felicidad; que hay otras cosas que son las
que nos dan eso más profundo que buscamos; y que habiendo pobres, no podemos
dejarnos llevar por la dinámica individualista del poseer y el acumular. Quien
construye su vida pensando en los pobres y buscando comprometerse con ellos
para seguir a Jesús, realmente vivirá modestamente y sus aspiraciones e ideales
irán por otro rumbo.
Es justo lo que nos ofrece la primera lectura del libro de la Sabiduría:
cuando uno es verdaderamente sabio, de acuerdo al Evangelio como dice la 2ª lectura
de la carta a los Hebreos, entonces “en nada se tiene la riqueza”. “No se puede
comparar con la piedra más preciosa, porque todo el oro, junto a ella, es un
poco de arena y la plata es como lodo en su presencia”.
En sus Ejercicios Espirituales, San Ignacio nos invita a ser
libres, a no apegarnos ni siquiera a 4 elementos que aparentemente son
indispensables para la felicidad: la salud, la riqueza, el honor y la vida. Sólo
quien no vive atado a estos bienes, podrá ser capaz de seguir a Jesús y de
encontrar la auténtica felicidad. Sin duda tenemos que contar con ellos; pero sin
apego, a fin de que no nos impidan vivir nuestra vida desde los que menos
tienen y podamos colaborar en la construcción del reino de justicia y de paz
por el que Jesús dio la vida.