Queridos amigos:
La primera palabra que
quiero decirles es gracias. Gracias por recibirme y por el esfuerzo que han
hecho para que este encuentro pueda realizarse.
Aquí recuerdo a una
persona que quiero, que es y ha sido muy importante a lo largo de mi vida. Ha
sido sostén y fuente de inspiración. Es a quien recurro cuando estoy medio
«apretado». Ustedes me recuerdan a san José. Sus rostros me hablan del suyo.
En la vida de José hubo
situaciones difíciles de enfrentar. Una de ellas fue cuando María estaba por
dar a luz, por tener a Jesús. Dice la Biblia: «Estaban en Belén, le llegó a
María el tiempo de dar a luz. Y allí nació su hijo primogénito, y lo
envolvió en pañales y lo acostó en el establo, porque no había alojamiento
para ellos» (Lc 2,6-7). La Biblia es muy clara: «No había alojamiento
para ellos». Me imagino a José, con su esposa a punto de tener a su hijo, sin
un techo, sin casa, sin alojamiento. El Hijo de Dios entró en este mundo como
uno que no tiene casa. El hijo de Dios entró como un homeless. El Hijo de Dios supo lo que es comenzar la vida sin un
techo. Imaginemos las preguntas de José en ese momento: ¿Cómo el Hijo de Dios
no tiene un techo para vivir? ¿Por qué estamos sin hogar, por qué estamos sin
un techo? Son preguntas que muchos de ustedes pueden hacerse a diario. Y se las
hacen. Al igual que José se cuestionan: ¿Por qué estamos sin un techo, sin un
hogar? A los que tenemos techo y hogar son preguntas que nos hará bien
hacernos también: ¿Por qué estos hermanos nuestros están sin hogar, por qué
estos hermanos nuestros no tienen un techo?
Las preguntas de José
siguen presentes hoy, acompañando a todos los que a lo largo de la historia
han vivido y están sin un hogar.
José era un hombre que
se hizo preguntas pero, sobre todo, era un hombre de fe. Fue la fe la que le
permitió a José poder encontrar luz en ese momento que parecía todo a oscuras;
fue la fe la que lo sostuvo en las dificultades de su vida. Por la fe, José
supo salir adelante cuando todo parecía detenerse.
Ante situaciones
injustas, dolorosas, la fe nos aporta esa luz que disipa la oscuridad. Al igual
que a José, la fe nos abre a la presencia silenciosa de Dios en toda vida, en
toda persona, en toda situación. Él está presente en cada uno de ustedes, en
cada uno de nosotros.
Quiero ser muy claro. No
hay ningún tipo de justificación social, moral o del tipo que sea para aceptar
la falta de alojamiento. Son situaciones injustas, pero sabemos que Dios está
sufriéndolas con nosotros, está viviéndolas a nuestro lado. No nos deja
solos.
Sabemos que Jesús no
solo ha querido solidarizarse con cada persona, no solo quiso que nadie sienta
o viva la falta de su compañía, de su auxilio, de su amor. Él mismo se ha
identificado con todos aquellos que sufren, que lloran, que padecen alguna
injusticia. Él nos lo dice claramente: «Tuve hambre, y me dieron de comer;
tuve sed, y me dieron de beber; anduve como forastero y me dieron alojamiento»
(Mt 25,35).
Es la fe la que nos hace
saber que Dios está con ustedes, Dios está en medio nuestro y su presencia
nos moviliza a la caridad. Esa caridad que nace de la llamada de un Dios que
sigue golpeando nuestra puerta, la puerta de todos para invitarnos al amor, a
la compasión, a la entrega de unos por otros.
Jesús sigue golpeando
nuestras puertas, nuestra vida. No lo hace mágicamente, no lo hace con
artilugios, con carteles luminosos o fuegos artificiales. Jesús sigue
golpeando nuestra puerta en el rostro del hermano, en el rostro del vecino, en
el rostro del que está a nuestro lado.
Queridos amigos, uno de
los modos más eficaces de ayuda que tenemos lo encontramos en la oración. La
oración nos une, nos hermana, nos abre el corazón y nos recuerda una verdad
hermosa que a veces olvidamos. En la oración, todos aprendemos a decir Padre,
papá, y en ella nos encontramos como hermanos. En la oración, no hay ricos y
pobres, hay hijos y hermanos. En la oración no hay personas de primera o de
segunda, hay fraternidad.
Es en la oración donde
nuestro corazón encuentra la fuerza para no volverse insensible, frío ante las
situaciones de injusticia. En la oración, Dios nos sigue llamando y levantando
a la caridad.
Qué bien nos hace rezar
juntos, qué bien nos hace encontrarnos en ese espacio donde nos miramos como
hermanos y nos reconocemos los unos necesitados del apoyo de los otros. Hoy
quiero rezar con ustedes, quiero unirme a ustedes porque necesito su apoyo, su
cercanía. Quiero invitarlos a rezar juntos, los unos por los otros, los unos
con los otros. Así podremos continuar con este sostén que nos ayuda a vivir
la alegría de saber que Jesús siempre está en medio nuestro. Que Jesús nos
ayude a solucionar las injusticias que Él conoció primero. La de no tener casa
¿Se animan a rezar juntos?
Yo empiezo en castellano
y ustedes siguen en inglés
Padre nuestro que estás
en el cielo...
Antes de irme, me
gustaría darles la bendición de Dios:
Que el Señor los
bendiga y los proteja;
que el Señor los mire
con agrado y les muestre su bondad;
que el Señor los mire
con amor y les conceda su paz (Nm 6, 24-26).
Y no se olviden de rezar
por mí.