El
sufrimiento de la gente penetra hasta el fondo de su ser"; "Francisco,
como Jesús, rompe el círculo diabólico de la discriminación".
La misericordia no es una ley
más. Es la gran herencia de Jesús. ¿No ha llegado el momento de revisar la
disciplina eclesiástica y el contenido del Derecho Canónico, tan ajeno a veces
al espíritu de Jesús?
En la mesa de Francisco caben los
impuros.
Las tradiciones evangélicas
subrayan una y otra vez que la actuación de Jesús está siempre inspirada,
motivada e impulsada por la misericordia hacia todo ser humano. Es la
misericordia lo que explica y define su manera de ser y de actuar. El verbo
que emplean de ordinario los evangelistas (splanchnizomai) sugiere que
el sufrimiento de las gentes conmueve sus entrañas, penetra hasta el fondo de
su ser y se convierte en su principio de acción.
Lo importante es captar que esta misericordia
no es un sentimiento más, sino la reacción básica de Jesús que dirige y
configura toda su actuación. No viene motivada por interés alguno. Es amor
gratuito que brota en Jesús desde el misterio insondable de Dios. Desde esta
misericordia se entiende toda su acción salvadora.
Los evangelios destacan de manera
especial la dedicación de Jesús a curar la vida enferma de las gentes
erradicando o aliviando su sufrimiento. Nada ni nadie podrá detener su libertad
para actuar con misericordia, ni siquiera la ley sagrada del descanso sabático:
"El precepto del sábado ha sido instituido para el ser humano y no el ser
humano para el sábado" (Marcos 2, 27).
Además, los evangelios
destacan la actuación escandalosa de Jesús ofreciendo el perdón de Dios de
manera gratuita a los "pecadores". Nada ni nadie podrá detenerle,
ni el rechazo ni los insultos. Jesús explicará así su actuación: "No
necesitan de médico los sanos sino los que están mal, no he venido a llamar a
justos sino a pecadores" (Marcos 2,15).
Lo que resultaba especialmente
escandaloso era su costumbre de sentarse a la mesa con pecadores y gentes que,
por diversas razones, los sectores más observantes consideraban excluidos de
la Alianza y, por tanto, apartados de la convivencia (banquetes, bodas,
sábado...). Jesús se acerca a comer con ellos, no como un maestro de la ley,
preocupado de examinar su vida moral, sino como profeta de la misericordia que
les ofrece su amistad y comunión.
El significado profundo de estas
comidas con pecadores consiste en que Jesús crea comunidad con ellos ante Dios. Comparte el mismo pan y el mismo vino; pronuncia
con ellos la "bendición a Dios" y celebra anticipadamente el banquete
final que el Padre está ya preparando para sus hijos e hijas. Su gesto de
misericordia les anuncia la Buena Noticia de Dios: "Esta discriminación
que estáis sufriendo no refleja el misterio último de Dios. También para
vosotros el Padre es misericordia y perdón".
La mesa de Jesús es una mesa
abierta para todos. No es la "mesa santa" de los fariseos, ni la
"mesa pura" de los miembros de la comunidad de Qumrán. Es la mesa
acogedora de Dios. Con su actuación misericordiosa, Jesús no justifica la
corrupción de los publicanos ni la vida de las prostitutas. Sencillamente,
rompe el círculo diabólico de la discriminación y abre un espacio nuevo donde
todos son acogidos e invitados al encuentro con el Padre de la misericordia.
Jesús pone a todos, justos y pecadores, ante el misterio insondable del perdón
de Dios. Para él, ya no hay justos con derechos y pecadores sin derechos. A
todos se les ofrece la misericordia. Solo quedan excluidos los que no la
acogen.
La Iglesia lleva muchos siglos
sin escuchar en toda su radicalidad la llamada de Jesús: "Sed misericordiosos como vuestro Padre es
misericordioso" (Lucas 6,36). Jesús no tiene nada mejor que ofrecer a sus
seguidores, como motivación e impulso de la misericordia, que a su Padre Bueno:
"Reproducid en la tierra la misericordia de vuestro Padre del cielo".
La misericordia no es una ley más. Es la gran herencia de Jesús. Por eso, todo
aquello que impide, oscurece o dificulta captar el misterio de Dios como
misericordia, perdón o alivio del sufrimiento, ha de desaparecer de su Iglesia
pues no encierra la Buena Noticia de Dios proclamada por Jesús.
Sus seguidores hemos de trabajar
hoy para que su Iglesia sea, cada vez más, un espacio sensible y
comprometido ante todas las heridas físicas, morales y espirituales de los
hombres y mujeres de hoy. ¿No ha llegado el momento de revisar la disciplina
eclesiástica y el contenido del Derecho Canónico (sanciones, castigos de los
delitos, penas, procesos, tribunales...), tan ajeno a veces al espíritu de
Jesús y tan condicionado por doctrinas inspiradas en el derecho romano más que
en el Evangelio?
En este contexto, no es un hecho
de importancia menor la decisión que se tome en el próximo Sínodo sobre el
acceso o no a la comunión sacramental, de los matrimonios en situación
irregular (divorciados vueltos a casar). Será signo de que la Iglesia se
decide a seguir a Jesús por los caminos de la misericordia, o que todavía no se
siente con fuerzas para liberarse de ataduras que le están impidiendo anunciar
con la audacia y radicalidad de Jesús la misericordia de Dios hacia todo ser
humano.
Los sectores fariseos, al ver que
Jesús admitía a todos a su propia mesa, lo acusaron de "amigo de
pecadores". Jesús nunca se defendió de esta acusación ni la desmintió pues
era cierto que se sentía su amigo. Es triste observar cómo, después de veinte
siglos, toman fuerza en la Iglesia algunas corrientes de resistencia al papa
Francisco, en cuyo trasfondo parece que subyace la misma preocupación pues, en
definitiva, le están pidiendo que no caiga en la tentación de ser tan amigo de
pecadores. No logro entender su escándalo. ¿A quién excluiría hoy Jesús de la
comunión eucarística? Cuanto más contemplo al profeta de la misericordia y
trato de interiorizar su Espíritu, más me reafirmo en la convicción de que solo
la misericordia puede hacer a la Iglesia de hoy más humana y más creíble.
Francisco, ¡Que Dios te bendiga!