Éxodo 201-17; Salmo 18; 1ª Corintios 122-25;
Juan 213-25
Nos encontramos ya de lleno a mitad de la Cuaresma; tiempo que nos
invita a radicalizar el sentido más profundo de nuestra fe y de nuestro
seguimiento del Señor Jesús. Cada domingo nos ha enfrentado, por un lado, con
la dureza de la vida Cristiana y, por el otro, con la forma como Jesús va
confrontando “el poder de las tinieblas”. Ya lo había dicho: “El Reino de Dios
sufre violencia y sólo los violentos lo conquistan”. La lucha contra el pecado
es una lucha a muerte, pues tanto el pecado como los pecadores, se resisten a
perder sus conquistas, sus privilegios, sus dominios. Y en esta lucha, no se
puede ser mediocre; no se pueden hacer “pactos” o “alianzas”, como las que
vemos día a día en la vida política y en los negocios. La cuestión es que aquí
no hay medias tintas: abrir la puerta a los pactos con el pecado, mancha
absolutamente nuestra vida. No podemos ser buenos los domingos y durante la
semana restringir los salarios de los trabajadores, engañar al débil o
aprovecharnos del poder político o el económico que hemos ido obteniendo como
fruto de nuestras artimañas. No se puede jugar a dos aguas: el que abre una
rendija al mal, contamina todo su ser.
Por eso Jesús va a la muerte. Él no hizo pactos con el partido de
los Herodianos o con la secta de los saduceos, o con los escribas y fariseos. El
Mensaje que traía de su Padre era claro, definido, contundente, irreconciliable
con las dinámicas de este mundo perverso. Una pequeña alianza con los
contrarios le habría salvado la vida, pero habría traicionado la única alianza definitiva,
la que Dios había hecho con su Pueblo al anunciar la venida del Mesías. Con
esto nos tenemos que confrontar. No se puede ser “amigo de Dios y del dinero; porque
el que a dos amos sirve, con alguno queda mal”.
He aquí la invitación que se nos hace a lo largo de toda la
Cuaresma: ¿con quién estamos? ¿A quién queremos o ya estamos sirviendo? ¿Cuáles
son nuestros verdaderos pactos, nuestras alianzas sutiles, por debajo de la
mesa, que sin duda traicionan nuestra voluntad original? Bajo esta óptica hemos
de mirar las lecturas de este domingo.
El libro del Éxodo nos presenta los “preceptos” o mandatos que Dios dio a su pueblo.
Es decir, los principios o códigos que ha de vivir el que cree en Yahvé. Son,
de nuevo, el blanco y negro del creyente; nada de medias tintas. Creer en Yahvé
es creer en un Dios cuya primera acción en favor de su pueblo fue liberarlo de
la esclavitud de los egipcios. Nuestro Dios no tolera la esclavitud. Pero esa
misma esclavitud puede surgir no sólo de amos exteriores sino de los
interiores: creer en ídolos, fabricar otros dioses o imágenes, nos hacen
esclavos de nosotros mismos. Adorar sólo se puede a Dios; el que adora la
riqueza, el poder, el prestigio, cualquier creatura que ha salido de nuestras
manos, está hipotecando su vida a los ídolos de la muerte. O una cosa o la
otra; pero no las dos juntas.
Sin embargo, no se trata exclusivamente de una relación vertical
entre Dios y nosotros. También existe el otro a quien tenemos que respetar,
cuidar, amar. La relación que Dios ha establecido con su pueblo, una relación
de liberación y de amor, es la misma que hemos de tener entre nosotros. Nadie
puede sentirse superior al otro. Nadie puede despreciarlo. Como Dios ha
procurado nuestra liberación y ha querido que nada ni nadie nos domine, así
tenemos que cuidarnos unos a otros, para que nadie ni sea esclavizado ni caiga
en la esclavitud.
De ahí entonces, la concreción de los preceptos que, habiendo
establecido la supremacía de Dios, ahora recogen las actitudes fundamentales
que hemos de tener con el prójimo, para mantener la igualdad que surge por ser
todos hijos e hijas de Dios: lo primero, amar a nuestros padres, como la fuente
de nuestra vida; luego dejar clara la relación con los otros: no matar, no
robar, no calumniar, no codiciar, no traicionar el amor de la pareja. En una
palabra, estar bien con Dios es estar bien con el prójimo; es cuidarlo, no
dañarlo, no permitir su esclavitud; es amarlo.
Pero esta manera de amar, ya en el Nuevo Testamento, ha de hacerse
al modo de Jesús. Ser coherente con lo que Yahvé le pidió a su pueblo, ahora
hay que hacerlo a la manera como lo fue haciendo el mismo Mesías que Él nos
envió. Por eso San Pablo, en la
lectura de hoy, señala que la sabiduría y la fuerza de Dios es algo
absolutamente absurdo y escandaloso para los que no creen en Jesús. Para los
dueños del mundo, para los que viven bajo el poder de las tinieblas, el camino
de Jesús es un escándalo; algo absurdo; sin sentido; porque la sabiduría y el
poder de Dios se manifestará en la entrega de Jesús hasta la muerte; y esto no
lo puede aceptar el mundo de los ídolos, del poder, del dominio y la
esclavitud. “Entregarse” es lo más contrario al “poseer, dominar, tener,
manipular”, para beneficio de uno mismo.
Finalmente, la expulsión de los vendedores del Templo que hoy nos
presenta la Lectura de Juan sólo
manifiesta la explosión de Jesús frente a la hipocresía de la religión judía
que ha convertido la casa de su Padre en una cueva de ladrones. De nuevo “no se
puede servir a Dios y al dinero”. La violencia de Jesús sólo nos habla de que
no podemos hacer pactos, porque al final terminaremos traicionando a Dios.
Dejémonos, pues, cuestionar por el verdadero Dios que se ha hecho
presente en Jesús de Nazaret.