domingo, 4 de marzo de 2018

3er Domingo de Cuaresma; Mzo 4 '18; Homilías FFF


Éxodo 201-17; Salmo 18; 1ª Corintios 122-25; Juan 213-25

Nos encontramos ya de lleno a mitad de la Cuaresma; tiempo que nos invita a radicalizar el sentido más profundo de nuestra fe y de nuestro seguimiento del Señor Jesús. Cada domingo nos ha enfrentado, por un lado, con la dureza de la vida Cristiana y, por el otro, con la forma como Jesús va confrontando “el poder de las tinieblas”. Ya lo había dicho: “El Reino de Dios sufre violencia y sólo los violentos lo conquistan”. La lucha contra el pecado es una lucha a muerte, pues tanto el pecado como los pecadores, se resisten a perder sus conquistas, sus privilegios, sus dominios. Y en esta lucha, no se puede ser mediocre; no se pueden hacer “pactos” o “alianzas”, como las que vemos día a día en la vida política y en los negocios. La cuestión es que aquí no hay medias tintas: abrir la puerta a los pactos con el pecado, mancha absolutamente nuestra vida. No podemos ser buenos los domingos y durante la semana restringir los salarios de los trabajadores, engañar al débil o aprovecharnos del poder político o el económico que hemos ido obteniendo como fruto de nuestras artimañas. No se puede jugar a dos aguas: el que abre una rendija al mal, contamina todo su ser.
Por eso Jesús va a la muerte. Él no hizo pactos con el partido de los Herodianos o con la secta de los saduceos, o con los escribas y fariseos. El Mensaje que traía de su Padre era claro, definido, contundente, irreconciliable con las dinámicas de este mundo perverso. Una pequeña alianza con los contrarios le habría salvado la vida, pero habría traicionado la única alianza definitiva, la que Dios había hecho con su Pueblo al anunciar la venida del Mesías. Con esto nos tenemos que confrontar. No se puede ser “amigo de Dios y del dinero; porque el que a dos amos sirve, con alguno queda mal”.
He aquí la invitación que se nos hace a lo largo de toda la Cuaresma: ¿con quién estamos? ¿A quién queremos o ya estamos sirviendo? ¿Cuáles son nuestros verdaderos pactos, nuestras alianzas sutiles, por debajo de la mesa, que sin duda traicionan nuestra voluntad original? Bajo esta óptica hemos de mirar las lecturas de este domingo.
El libro del Éxodo nos presenta los “preceptos” o mandatos que Dios dio a su pueblo. Es decir, los principios o códigos que ha de vivir el que cree en Yahvé. Son, de nuevo, el blanco y negro del creyente; nada de medias tintas. Creer en Yahvé es creer en un Dios cuya primera acción en favor de su pueblo fue liberarlo de la esclavitud de los egipcios. Nuestro Dios no tolera la esclavitud. Pero esa misma esclavitud puede surgir no sólo de amos exteriores sino de los interiores: creer en ídolos, fabricar otros dioses o imágenes, nos hacen esclavos de nosotros mismos. Adorar sólo se puede a Dios; el que adora la riqueza, el poder, el prestigio, cualquier creatura que ha salido de nuestras manos, está hipotecando su vida a los ídolos de la muerte. O una cosa o la otra; pero no las dos juntas.
Sin embargo, no se trata exclusivamente de una relación vertical entre Dios y nosotros. También existe el otro a quien tenemos que respetar, cuidar, amar. La relación que Dios ha establecido con su pueblo, una relación de liberación y de amor, es la misma que hemos de tener entre nosotros. Nadie puede sentirse superior al otro. Nadie puede despreciarlo. Como Dios ha procurado nuestra liberación y ha querido que nada ni nadie nos domine, así tenemos que cuidarnos unos a otros, para que nadie ni sea esclavizado ni caiga en la esclavitud.
De ahí entonces, la concreción de los preceptos que, habiendo establecido la supremacía de Dios, ahora recogen las actitudes fundamentales que hemos de tener con el prójimo, para mantener la igualdad que surge por ser todos hijos e hijas de Dios: lo primero, amar a nuestros padres, como la fuente de nuestra vida; luego dejar clara la relación con los otros: no matar, no robar, no calumniar, no codiciar, no traicionar el amor de la pareja. En una palabra, estar bien con Dios es estar bien con el prójimo; es cuidarlo, no dañarlo, no permitir su esclavitud; es amarlo.
Pero esta manera de amar, ya en el Nuevo Testamento, ha de hacerse al modo de Jesús. Ser coherente con lo que Yahvé le pidió a su pueblo, ahora hay que hacerlo a la manera como lo fue haciendo el mismo Mesías que Él nos envió. Por eso San Pablo, en la lectura de hoy, señala que la sabiduría y la fuerza de Dios es algo absolutamente absurdo y escandaloso para los que no creen en Jesús. Para los dueños del mundo, para los que viven bajo el poder de las tinieblas, el camino de Jesús es un escándalo; algo absurdo; sin sentido; porque la sabiduría y el poder de Dios se manifestará en la entrega de Jesús hasta la muerte; y esto no lo puede aceptar el mundo de los ídolos, del poder, del dominio y la esclavitud. “Entregarse” es lo más contrario al “poseer, dominar, tener, manipular”, para beneficio de uno mismo.
Finalmente, la expulsión de los vendedores del Templo que hoy nos presenta la Lectura de Juan sólo manifiesta la explosión de Jesús frente a la hipocresía de la religión judía que ha convertido la casa de su Padre en una cueva de ladrones. De nuevo “no se puede servir a Dios y al dinero”. La violencia de Jesús sólo nos habla de que no podemos hacer pactos, porque al final terminaremos traicionando a Dios.
Dejémonos, pues, cuestionar por el verdadero Dios que se ha hecho presente en Jesús de Nazaret.