domingo, 4 de marzo de 2018

La promesa incumplida: Educación y movilidad social; 1 de enero del 2016


Camila Gómez • Agustina Gallego • Carlos Sánchez
El rezago educativo en América Latina no permite que los ciudadanos tengan acceso a mejores condiciones de vida: la región está estancada en términos de movilidad social. Y sin embargo los gobiernos no han establecido un proyecto económico que vaya más allá del desarrollo maquilador.
Al ingresar a la universidad Manuel logró, ese otoño de 1981, algo que hasta entonces nadie en su familia había conseguido: llegar a una Facultad.
Y no se detuvo ahí. Cinco años después finalizó su maestría en la Flacso de México. Al término de la ceremonia de graduación su padre, un hombre que nunca culminó la primaria y trabajaba para una cervecera, se acercó orgulloso a Manuel, ya todo un maestro en Ciencias Sociales.
—Manolo, tú has estudiado primaria, secundaria, bachillerato, universidad y ahora esta cosa que se llama maestría. Hablas muy bonito; no dices haiga, como yo, y estoy muy orgulloso… Pero tengo una duda: ¿por qué carajos soy yo, casi un analfabeto, quien te presta dinero para la cuota inicial de tu auto?
Una de las grandes promesas de la sociedad moderna ha sido la movilidad social. Persiste la idea de que a través de la educación una persona podrá superar su situación de origen y llevar condiciones de vida mejores que las de sus padres. Es por eso que la pregunta del papá de Manuel se la siguen haciendo, año tras año, cientos de miles de personas.
De hecho, señala Manuel Gil Antón, hoy profesor investigador de El Colegio de México y uno de los académicos más importantes en materia educativa en su país, “esa promesa de individuo se trasladó también a nivel social, y se dijo: en la medida en que una sociedad tenga más gente educada, será más próspera”.
Pero hay una dificultad, explica: “Se ha hecho una correlación entre educación y progreso —social y personal— que solamente ocurre cuando hay una economía creciente. Y si el proyecto económico de una nación no tiene como uno de sus pilares el conocimiento avanzado, no resultará extraño que un físico, por ejemplo, se quede sin empleo si está en un país que sólo tiene un desarrollo maquilador”.
La amplitud de esta promesa incumplida recorre a casi toda Hispanoamérica. Julián de Zubiría, investigador destacado en materia educativa en Colombia y director del Instituto Alberto Merani, opina que, en efecto, hasta ahora la educación no ha sido un factor de movilidad social en la región.
Más hacia el sur, Mariano Narodowski, ex ministro de Educación de la ciudad de Buenos Aires, Argentina, y también investigador de políticas educativas, sostiene que hoy día la movilidad social ascendente sólo ha correlacionado fuertemente cuanto menor es el nivel educativo de los padres.
El sociólogo francés Jean-Claude Passerón lo explicó claramente hace más de 40 años: la escuela, si trabaja bien, puede hacer que el hijo de un obrero sea un gerente; lo que la escuela no puede hacer es el puesto de gerente.
“Para que la educación sirva como un instrumento de mejoría en la calidad de vida tiene que haber, primero, calidad en la educación; y después, crecimiento económico que redistribuya el ingreso mediante la generación de empleos o de espacios de desarrollo económico. Eso implica reducir la inequidad”, subraya Manuel Gil.
Narodowski destaca un gran problema que, a su juicio, enfrenta esta promesa: supone un mercado del trabajo perfecto, cuando en realidad no es. “No es un mercado completamente libre, muchas veces los mejores empleos no los obtienen los que saben más porque hay otros tipos de redes vinculares, actividades corporativas u oligopólicas que hacen que sean contratadas otra clase de personas”.
Es por ello que se calcula que en 1970 por cada profesionista en México había entre cuatro y cinco puestos de trabajo; en la academia hoy por cada vacante que se abre hay hasta 92 aspirantes.
El modelo de desarrollo económico argentino ejemplifica bien esta situación regional, opina Narodowski, pues está centrado en la renta agropecuaria: “Cuánto dinero le puedes sacar a ese rubro y luego redistribuirlo. En esa redistribución se solucionan algunos problemas de pobreza. Esto da un poco de margen para subsidiar sólo algunas industrias. Y bajo ese sistema opera el modelo educativo argentino. La economía tiende al estancamiento y a la lógica rentista, lo que genera una sociedad jerárquica, autoritaria”.
Por esa razón, se puede ser el mejor ingeniero ferroviario del mundo, pero si en su país los trenes dependen del gobierno y éste no invierte en ellos, solamente hay dos opciones: irse del país o dedicarse a otra cosa.
Una situación similar vivió Benigno Gutiérrez, un ingeniero químico por la Universidad Nacional Autónoma de México que ahora fabrica y vende mobiliario metálico para la industria. “De mis compañeros de carrera, a quienes les va mejor es a quienes se fueron del país. Si te quedas en México te va a ir mal. Te mueres de hambre. A ellos les va bien porque trabajan en Bélgica, por ejemplo”.
Incluso, desde el mismo Observatorio Laboral de la Secretaría del Trabajo mexicana se incentiva a los lectores a aplicar a empleos en el extranjero. Uno de los vínculos más leídos de la página web es: “¿Quieres trabajar en Canadá?”.
Un segundo problema que se suma a las complicaciones del sistema económico es que el nivel educativo en Hispanoamérica, en general, aún dista de ser ideal, destaca Julián de Zubiría. Y los datos le dan la razón. El último ranking educativo de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE) evaluó a 76 naciones y pocos fueron los países hispanoamericanos bien librados.
Los tres Estados de habla hispana más poblados en América ocupan posiciones bajas en el estudio de la OCDE. México se ubica en el puesto 54 de 76, Argentina en el 62 y Colombia el 67.
“El mundo contemporáneo le está haciendo exigencias a la universidad y ésta no ha respondido. Necesitamos individuos más creativos, con más ingenio para plantear soluciones a problemas. Eso no se está trabajando a nivel universitario”, sentencia De Zubiría.
Para avanzar en ese sentido hacen falta medidas de Estado que trasciendan a una administración, coinciden los expertos. La mayoría de los programas de gobierno no tienen repercusiones a largo plazo.
La calidad en la educación no es un tema central para los gobiernos; dentro de su proyecto económico no es considerado un engranaje fundamental. “En el modelo colombiano, por ejemplo —apunta De Zubiría—, es más importante la minería que la educación”.
En México, aunque el porcentaje de aporte a la educación se asemeja a los realizados en Alemania o Japón, los resultados en la materia no se comparan con los de esas naciones.
Este fenómeno muestra que destinar cuantiosos recursos no es suficiente para mejorar el panorama educativo de un país.
Tufik Zambrano, de Colombia, se tituló como licenciado en Ciencias de la Educación especializado en Física y Matemáticas a principios de los noventa. Durante su último año de estudios trabajó como profesor para un colegio pequeño en un sector popular de Bogotá; ahí se dio cuenta de que ése era el trabajo que quería hacer.
Cuando obtuvo su título logró un gran salto: un colegio de elite le ofreció una plaza como docente. Al mismo tiempo comenzó a trabajar como profesor universitario. Durante 15 años Tufik enseñó en varias de las escuelas más importantes de la capital colombiana hasta que un día “la experiencia comenzó a jugarme en contra. Los colegios empezaron a contratar estudiantes de último semestre. Con lo que me pagaban a mí podían sostener a cuatro chicos que por la experiencia aceptarían casi cualquier salario”.
Esa situación hizo que Zambrano, quien se encontraba en la campana alta de su carrera, se preguntara cómo iba a ser el asunto cuando entrara en un declive profesional: “¿Esta profesión puede sostener a mi hija, mi esposa y los pagos de la casa que acabo de adquirir? No, imposible”.
Fue entonces cuando Tufik empezó a asesorar a empresas importadoras de material radioactivo para medicina nuclear. Sus conocimientos de física y matemáticas le permitieron capacitar al personal sobre cómo transportar y guardar esos productos. Incluso se encargó de diseñar bunkers para el almacenamiento de insumos radioactivos en hospitales.
“En ese momento me di cuenta de que el dinero que podía obtener con esas asesorías era muchísimo mayor que con la docencia, que me gustaba mucho más, sí, pero económicamente yo necesitaba sostenerme”, explica.
Un par de años después lo reducido del mercado hizo que para Tufik y sus socios fuera prácticamente imposible competir con las dos empresas más fuertes en el sector de la medicina nuclear en Colombia. Incluso a pesar de que él y su equipo habían capacitado a gran parte del personal de estas compañías.
Lo que había sido una exitosa “desviación” de su profesión comenzó a tornarse difícil. Con el sector educativo ofertando pocas plazas mal pagadas, y el rubro nuclear fuera del alcance de consultoras pequeñas, Tufik vive ahora de asesorar como freelance a industrias en materia de logística. Su conocimiento como físico matemático es desaprovechado.
No es un caso aislado. Una encuesta realizada en 2015 por Adecco, compañía especializada en recursos humanos, arrojó que sólo 33% de los colombianos considera que su trabajo guarda una alta relación con sus estudios profesionales.
El fenómeno se replica en México, donde una investigación de la empresa de fuerza laboral Manpower reflejó que en 2015 sólo 30% de los egresados universitarios trabajaba en su rubro de profesionalidad. Las cifras oficiales, por su parte, esgrimen que el volumen de quienes tienen un trabajo afín a sus estudios es de 80% de los egresados.
En Argentina una de las últimas investigaciones al respecto surgió de la Universidad Autónoma de Buenos Aires, la cual en 2007 registró que alrededor de 40% de sus egresados se desempeñaba en actividades que guardan “baja o nula” relación con sus estudios.1
Este desbalance en el mercado laboral se destaca en un informe realizado en 2013 por la Asociación Nacional de Universidades e Instituciones de Educación Superior de México (ANUIES), el cual es aprovechado por las empresas que contratan al personal más calificado ofreciéndole un menor salario. El resto de los profesionistas tiene que elegir entre ganar prácticamente nada o dedicarse a otra cosa.
En esa situación se encuentra Magali Lagomarsino, quien estudió publicidad en la Universidad Argentina de la Empresa pero actualmente trabaja atendiendo a los clientes de un banco gubernamental en la provincia de Buenos Aires.
“Mientras cursaba la carrera participé en algunos concursos y me fue bien. Pensaba terminar trabajando en alguna empresa grande en el sector de publicidad o para una agencia. Pero al salir de la universidad me di cuenta de que si no tienes contactos o disponibilidad para trabajar prácticamente gratis, no hay empleo”, cuenta.
Como se ve, el fenómeno de personas que optan por dedicarse a algo distinto a su especialidad debido a cuestiones económicas no es excepcional. Al respecto, Lagomarsino reflexiona: “Terminas consiguiendo un empleo en otra cosa que te deja vivir mejor que tu propia carrera. Si trabajara en publicidad seguro sería de lunes a lunes y ganaría menos plata”.
Algo similar le ocurrió a Pamela Mejía Blancas, quien estudió Ciencias de la Educación en Michoacán, México. “Pensé que con el título universitario se me facilitaría conseguir trabajo. Acá dicen ‘papelito habla’; se supone que se te abren más puertas, pero creo que no es verdad”, dice con desgano.
Al término de su carrera Pamela contaba con un año de experiencia como maestra de primaria, pero en todas las entrevistas a las que acudió le pedían un mínimo de cuatro años. Eso quiere decir que habría tenido que trabajar como profesora casi desde el inicio de su carrera. Y se cuestiona: “Si no te dan la oportunidad de ejercer, ¿de dónde rayos vas a sacar la experiencia?”
De acuerdo con encuestas a empresarios, una de las principales deficiencias que perciben los empleadores es, precisamente, que los jóvenes carecen de experiencia.
El estudio Logrando compromiso en el trabajo, realizado este año por la agencia Manpower en México, aborda esa misma inquietud, pero muestra otro ángulo: “Las empresas perciben que existen algunas desventajas al contratar personas jóvenes: falta de madurez, falta de experiencia y de compromiso, lo cual es paradójico, considerando que un joven podrá generar experiencia trabajando y se comprometerá con la empresa al ser parte de ella”.
Para María Fernanda Rodríguez, una politóloga bogotana que hoy es asesora educativa, esa debilidad afecta gravemente a todos los egresados. “Es muy importante tener una buena pasantía, que uno no sea la asistente de alguien a quien le resulta más barato tener un pasante que contratar una secretaria”. Esto se traduciría en egresados con más dominio de la práctica.
Sin embargo, apunta De Zubiría, “entre los hombres de negocios no sólo hay descontento por la falta de trayectoria. Me llama la atención que no hay quejas de que los chicos tuvieran errores en las ecuaciones de segundo grado; todos coinciden en que los egresados no saben escribir, hablar bien ni trabajar en equipo”.
La educación está muy descuidada, apunta el investigador colombiano. “Yo estudié en la Facultad de Economía de la Universidad Nacional de Colombia: nunca tuvimos trabajo en torno a cómo manejar el dinero, no hicimos ejercicios de cómo invertir en la bolsa y después analizarlo en una materia. El egresado de Economía no sale de la carrera manejando el dinero. ¿No es eso absurdo?”.
“En Argentina a nadie le importa la educación. Es impensable, por ejemplo, que un candidato gane una elección porque promete algo en materia educativa. Existe el dirigente, el candidato al que le interesa individualmente el tema, pero como clase política… Lo vemos en la campaña electoral en curso: nadie habla al respecto, y si lo hacen es con vaguedades”, sentencia Narodowski.
También resulta paradójico que en la mayoría de estos países el sector empresarial se queje mucho del nivel de los egresados profesionales pero no emprenda acciones de impacto para revertir la situación.
Sólo en dos países de la región el empresariado ha tomado manos en el asunto: República Dominicana y Brasil, indica De Zubiría: “Los hombres de negocios pensaron que podían mantener su crecimiento económico sin tocar el sistema educativo, pero han comenzado a darse cuenta de que este rezago en la formación de jóvenes comienza a volverse un obstáculo”.
Pero si bien la participación del sector empresarial en el sistema educativo de un país puede tener beneficios invaluables. Los gobiernos no pueden ceder todo a los hombres de negocios. “No vinimos al mundo sólo a generar dinero. Vinimos a jugar futbol, a enamorarnos, a escribir y leer poesía… Y si los empresarios se adueñan de la educación, se preocuparán sólo por el rendimiento económico; y no, la educación tiene que desarrollar al ser humano de manera integral”, añade De Zubiría.
Ahí radica la importancia de la educación más allá del sistema económico. Probablemente es por eso que, en una entrevista para el Observatorio Laboral del Ministerio de Educación colombiano, Harold Schomburg —investigador alemán en educación y trabajo— apuntó que sería completamente erróneo asesorar a los estudiantes de acuerdo con lo que sucede en el mercado laboral. Ellos deben desarrollar sus habilidades.
La educación, si se hace bien —subraya Gil Antón—, produce lectores, personas que piensan. Contribuye a consolidar ciudadanía, capacidad crítica. Por eso, a pesar de que en los momentos en que no hay crecimiento económico tengamos un excedente de egresados cuyo talento efectivamente se desperdicia, tenemos también un ejército de personas preparadas que pueden ser un motor de cambio social.
Esta idea la comparte Benigno Gutiérrez: “Si bien no ejerzo en el rubro de mi profesión, pienso que tendría muchas deficiencias si no hubiera ido a la universidad. Cursar una carrera abrió mi perspectiva de la vida, de otra forma habría estado más limitado en mi visión del mundo”.
Coincide también Elkin Morris, un publicista bogotano convertido en chef: “En cualquier medio que te desempeñes te exigen una cultura que, me parece a mí, solamente puedes obtener mediante la universidad”.
Pero no todos lo consideran así. La mexicana Pamela Mejía es menos optimista. “Con lo que estoy viviendo no creo que sea tan necesario estudiar la universidad. Al final de cuentas lo que importa es que tengas contactos. Eso es lo primordial. Mi trabajo actual, como asistente de una congresista local, lo tengo justamente porque soy familiar”, lamenta.
No es extraño que en muchas ocasiones los profesionales dependan más del nivel y la calidad de relaciones y contactos que de su conocimiento.
“Nunca se ha probado que un egresado del Tecnológico de Monterrey —una de las universidades privadas más costosas de México— sea mejor ingeniero que un chico del Instituto Politécnico, que es público. Sin embargo, el primero tiene más relaciones, tiene otro color de piel, tiene un capital cultural distinto en casa, ha viajado desde que tiene cinco años, quizá habla inglés con fluidez tiene muchas ventajas, pero son de origen: hemos vuelto al viejo régimen en que origen es destino”, afirma Manuel Gil.
Tal vez es por ello que Tufik Zambrano se muestra escéptico respecto a la necesidad de cursar la universidad. “Antes las familias se sentían muy orgullosas de que sus hijos fueran profesionales; hoy es un requerimiento serlo, pero pienso que económicamente no es una muy buena decisión para la familia. La inversión es muy alta y la tasa de retorno casi nula, si es que la hay”.
La frustración y el descontento social que genera esta promesa incumplida de educación y movilidad social es un problema serio, pues conlleva un gran riesgo para toda la sociedad.
“Esta frustración genera un desapego a la aventura del conocimiento. Los chicos empiezan a preguntarse para qué estudiar si se gana mucho más como vendedor informal, y no se diga como delincuente. Cuando un país pierde la relevancia educativa pierde muchísimo más que el empleo o el desarrollo económico. Pierde el sentido de la cultura, el sentido del valor del saber”, dice Gil Antón.