domingo, 11 de marzo de 2018

4° Dom. de Cuaresma; Mzo 11 del 2018; FFF


2° Crónicas 3614-16- 19-23; Salmo 136; Efesios 24-10; Juan 314-21

Este 4° domingo de Cuaresma mantiene la invitación a preguntarnos hondamente por nuestras propias vidas, desde la opción cristiana que cada uno ha hecho personal y comunitariamente. Si existe algún momento denso en la historia de Jesús de Nazaret es éste para el que la liturgia nos ha ido preparando. Es el fuego que prueba la seriedad de nuestro compromiso frente a la “causa” de Jesús y de sus seguidores. ¿Nuestro seguimiento tiene la calidad que se requiere para los tiempos que estamos viviendo?
El tiempo de Cuaresma nos cuestiona a fondo; quiere que conozcamos las verdades más profundas de nuestro cristianismo, lo que implica seguir en serio a Jesús, lo que significa vivir hasta la cruz nuestra opción cristiana. Se nos ha ido preparando para que, con toda libertad, ante su entrega total hasta la muerte, digamos si queremos o no seguirlo; si queremos ser “sus discípulos”; si estamos decididos a seguir adelante hasta “el partir del pan”, o sólo nos quedamos en la comodidad de una religión burguesa que esta sociedad neoliberal ha hecho a su medida. Serrat, el cantautor lo decía: ¿Por quién optamos: por el “Jesús que andaba en la mar o por el Cristo del Madero”? Este tiempo “Pascual”, de la muerte y resurrección del Señor, nos lanza la pregunta que el mismo Jesús les hacía a sus discípulos: “¿De verdad quieren seguirme?” Y en este contexto se nos ofrecen las lecturas de este domingo.
El Libro de las Crónicas nos despliega la realidad que una y mil veces se ha dado en la vida de los creyentes: la historia del pueblo que se aparta de Yahvé y la de Él mismo que siempre está dispuesto a perdonar y a devolver a la vida. Frente a la infidelidad tanto del pueblo como de los Sacerdotes de Israel, la respuesta de Dios es siempre una invitación a la Conversión, a final de cuentas porque siempre tiene “compasión de su pueblo”. Envía a sus mensajeros; ofrece mil oportunidades de arrepentimiento; explícitamente afirma que no quiere la “muerte del pecador sino que se convierta”; pero la respuesta de la humanidad se repite: “ellos se burlaron de los mensajeros de Dios, despreciaron sus advertencias y se mofaron de sus profetas”. Entonces llegó el destierro, la esclavitud y la muerte para el pueblo, por haberse apartado de Dios. El autor del Libro de las Crónicas interpreta las consecuencias de esta traición a la Alianza, como castigo de Dios; aunque al final siempre llegue la misericordia, al mover el corazón de Ciro, Rey de los Persas, para que les permitiera regresar a Israel.
Sin embargo, ahora no podemos decir que la situación de violencia, crímenes, narcotráfico y muerte, sea “castigo de Dios”; simplemente son consecuencias de haber perdido el rumbo, de querer vivir sin Dios, sin ley, sin orden, sin respeto, sin valores. Vivimos en situaciones provocadas por nosotros mismos, que alimentan las estructuras de injusticia y corrupción, la violencia y el crimen; el desprecio por el hermano y el atropello de su dignidad y de su vida; el culto al poder, al bienestar sin medida y al consumo desequilibrado. Como pueblo de México estamos al borde del abismo, a pesar que Dios nos ofrece su ayuda, su perdón, su misericordia, que en este tiempo se repite mil veces: no quiere sacrificios ni oblaciones, sino amor y conocimiento de Dios; quiere que actuemos con misericordia, con amor, como el mismo Yahvé lo ha hecho.
Pero si esto nos parece un ideal inalcanzable, este tiempo Pascual que también nos abre a la esperanza en el triunfo de Jesús sobre la muerte, nos recuerda con San Pablo en su carta a los Efesios, que “la misericordia y el amor de Dios son muy grandes, porque nosotros estábamos muertos por nuestros pecados, y él nos dio la vida con Cristo y en Cristo. Por pura generosidad suya hemos sido salvados”. La gracia de Dios es la fuerza que nos hace vencer cualquier mal que haya en el mundo, incluso hasta la muerte; que nos ayuda a no perder la esperanza en nuestra lucha contra el pecado y el mal que en nuestro mundo está asesinando a los hijos e hijas de Dios. “Somos hechura de Dios, creados por medio de Cristo Jesús, para hacer el bien que Dios ha dispuesto que hagamos”.
En Cristo somos una nueva creatura concebidos “para hacer el bien”; pero esto sucede si nuestras raíces están hundidas en el Jesús del Evangelio. Los retos para la transformación son enormes; pero contamos con un Dios que no quiere sacrificios y oblaciones, sino compasión y misericordia; con un Dios que quiere que lo conozcamos para hacer las obras que Él mismo hace e hizo en Cristo Jesús; un Dios que se apiada de su pueblo, que no le cobra sus traiciones, que siempre está a la espera, como el Padre del Hijo Pródigo: desde la misericordia, la compasión, el amor, la bondad…
Convertirnos, entonces, en este tiempo de Cuaresma es cambiar el corazón, es conocer a nuestro Dios, es actuar como Él, desde la gracia y el amor a los más excluidos, a los pequeños, a los que han sido separados de los bienes de la creación. No lo olvidemos: Dios quiere la felicidad y la plenitud de vida para todos sus hijos.
San Juan, en el Evangelio, nos pone ante la disyuntiva siguiente: ¿queremos vivir en la luz o en las tinieblas? “El que hace el mal, aborrece la luz y no se acerca a ella, para que sus obras no se descubran. En cambio, el que obra el bien conforme a la verdad, se acerca a la luz, para que se vea que sus obras están hechas según Dios”.
Seamos hijos de la luz, convirtamos nuestro corazón desde la misericordia del Padre de Nuestro Señor Jesucristo que dio su vida para el bien de todos sus hijos.