domingo, 9 de septiembre de 2018

23er dom. ord; Sept. 7 '18; Homilia FFF


Isaías 354-7; Salmo 145; Santiago 21-5; Marcos 731-37

Este domingo, las 3 lecturas se entrelazan con una fuerte concatenación, comenzando por el evangelio y terminando por la primera lectura. Veamos.
Marcos nos relata cómo Jesús ha salido del territorio de Israel para irse a la Decápolis, habitada por paganos. No deja de llamar la atención este primer rasgo de la actividad apostólica de Jesús: ya no está sólo con las ovejas perdidas de Israel, sino comienza a manifestar que la salvación y el Reino son para todos los pueblos.
Mientras caminaba por aquellas regiones, le llevaron a un sordo y tartamudo para que lo curara imponiéndole las manos. Sin embargo, no lo hace. Primero, lo aparta de la gente; el proceso de la curación implica un momento de soledad con su Padre. La curación sucede en conexión con su Dios, en un ambiente de oración, de especial cercanía y unión con Él. Segundo, no hace lo que la gente le pide; no le impone las manos, sino que le mete los dedos en los oídos y toca la lengua del tartamudo con su saliva.
El simbolismo es enorme. Jesús está invitando a todo el mundo para que acoja el Reino; pero eso implica escuchar, salirse de la sordera en la que estamos, y aquí nos hemos de incluir. Estamos encerrados y no queremos escuchar nada que no sea lo que nosotros mismos pensamos o creemos. Por eso el gesto de Jesús posee una fuerza enorme. Casi podríamos decir que taladra los oídos del sordo introduciéndole sus dedos; rompiendo la sordera; obligándolo a escuchar su mensaje. Jesús realiza un acto de “liberación”: libera al sordo de su propio encerramiento, de su ego autosuficiente, para que sea capaz de abrirse, de salir a escuchar la oferta del Reino.
Sin embargo, el seguimiento de Jesús no implica sólo “escuchar”; sino también actuar, construir, hacerse seguidor a fin de anunciar también el Mensaje. Una vez que el sordo escucha, Jesús toca su lengua con su saliva; y el tartamudo comienza a hablar fluidamente; se libera de la atadura que le impedía comunicarse. De nuevo, el simbolismo es maravilloso. Jesús le comunica el Espíritu mediante su saliva, y eso lo libera. Ahora no sólo es capaz de escuchar la invitación al Reino, sino de anunciarlo, pues su lengua se ha soltado.
De esta forma, el milagro de Jesús es un ejemplo de lo que todos los cristianos debemos hacer: liberarnos de nuestra propia sordera, para escuchar la palabra verdadera de Dios y, posteriormente, comprometernos a anunciarla, comunicando el Espíritu que nos ha sido dado a través de la saliva de Jesús. Liberados, no para quedarnos saboreando el mensaje y la experiencia de Dios que hemos tenido; sino para convertirnos en actores de su mismo proyecto. Ahora sí podemos anunciar el Reino y ser colaboradores apasionados en su construcción, pues hemos sido liberados, gracias a la experiencia que Dios nos ha regalado.
En su carta, el apóstol Santiago concreta de una forma extraordinaria lo que para él significa tener fe, ser discípulos de Jesús: “puesto que ustedes tienen fe en nuestro Señor Jesucristo glorificado, no tengan favoritismos”. El cuestionamiento es claro: ¿cómo tratamos a una persona “lujosamente vestida” y cómo a un “pobre andrajoso”? La radicalidad de la fe no consiste en actos religiosos formales que no toman en cuenta a los pobres. El que tiene fe no puede tener “favoritismos y juzgar con criterios torcidos”, pues como dice Santiago, ¿“acaso no ha elegido Dios a los pobres de este mundo para hacerlos ricos en la fe y herederos del Reino…”?
Y para esto hemos sido liberados mediante el Espíritu de Cristo: para anunciar la igualdad, para acoger privilegiadamente a los pobres, como Dios lo ha hecho; para luchar por un orden social diferente en donde el pobre no sea marginado ni excluido; y, más aún, por un orden donde no haya ni ricos ni pobres, al modo como Jesús vivía con sus discípulos y seguidores anunciando con su estilo de vida el Reino por el que dio la vida.
Entonces, si así vivimos nuestra fe, se cumplirán las promesas del Profeta Isaías: “Se iluminarán los ojos de los ciegos y los oídos de los sordos se abrirán. Saltará como un venado el cojo y la lengua del mudo cantará. Brotarán aguas en el desierto y correrán torrentes en la estepa”. O, como reafirma el Salmo, “el Señor siempre es fiel a su palabra”, porque “hace justicia al oprimido; él proporciona pan a los hambrientos y libera al cautivo… A la viuda y al huérfano sustenta…”.
Hoy somos invitados a liberar a nuestros oídos de la sordera y a soltar nuestra lengua para anunciar el mensaje de Jesús y construir su Reino.