Isaías 354-7; Salmo
145; Santiago 21-5; Marcos 731-37
Este domingo, las 3 lecturas se entrelazan con una fuerte
concatenación, comenzando por el evangelio y terminando por la primera lectura.
Veamos.
Marcos nos relata cómo Jesús ha salido del territorio de Israel para
irse a la Decápolis, habitada por paganos. No deja de llamar la atención este
primer rasgo de la actividad apostólica de Jesús: ya no está sólo con las
ovejas perdidas de Israel, sino comienza a manifestar que la salvación y el
Reino son para todos los pueblos.
Mientras caminaba por aquellas regiones, le llevaron a un sordo y
tartamudo para que lo curara imponiéndole las manos. Sin embargo, no lo hace. Primero, lo aparta de la gente; el
proceso de la curación implica un momento de soledad con su Padre. La curación
sucede en conexión con su Dios, en un ambiente de oración, de especial cercanía
y unión con Él. Segundo, no hace lo
que la gente le pide; no le impone las manos, sino que le mete los dedos en los
oídos y toca la lengua del tartamudo con su saliva.
El simbolismo es enorme. Jesús está invitando a todo el mundo para
que acoja el Reino; pero eso implica escuchar, salirse de la sordera en la que estamos,
y aquí nos hemos de incluir. Estamos encerrados y no queremos escuchar nada que
no sea lo que nosotros mismos pensamos o creemos. Por eso el gesto de Jesús posee
una fuerza enorme. Casi podríamos decir que taladra los oídos del sordo
introduciéndole sus dedos; rompiendo la sordera; obligándolo a escuchar su
mensaje. Jesús realiza un acto de “liberación”: libera al sordo de su propio encerramiento,
de su ego autosuficiente, para que sea capaz de abrirse, de salir a escuchar la
oferta del Reino.
Sin embargo, el seguimiento de Jesús no implica sólo “escuchar”;
sino también actuar, construir, hacerse seguidor a fin de anunciar también el
Mensaje. Una vez que el sordo escucha, Jesús toca su lengua con su saliva; y el
tartamudo comienza a hablar fluidamente; se libera de la atadura que le impedía
comunicarse. De nuevo, el simbolismo es maravilloso. Jesús le comunica el Espíritu
mediante su saliva, y eso lo libera. Ahora no sólo es capaz de escuchar la
invitación al Reino, sino de anunciarlo, pues su lengua se ha soltado.
De esta forma, el milagro de Jesús es un ejemplo de lo que todos
los cristianos debemos hacer: liberarnos de nuestra propia sordera, para escuchar
la palabra verdadera de Dios y, posteriormente, comprometernos a anunciarla,
comunicando el Espíritu que nos ha sido dado a través de la saliva de Jesús.
Liberados, no para quedarnos saboreando el mensaje y la experiencia de Dios que
hemos tenido; sino para convertirnos en actores de su mismo proyecto. Ahora sí
podemos anunciar el Reino y ser colaboradores apasionados en su construcción,
pues hemos sido liberados, gracias a la experiencia que Dios nos ha regalado.
En su carta, el apóstol
Santiago concreta de una forma extraordinaria lo que para él significa tener
fe, ser discípulos de Jesús: “puesto que
ustedes tienen fe en nuestro Señor Jesucristo glorificado, no tengan
favoritismos”. El cuestionamiento es claro: ¿cómo tratamos a una persona “lujosamente vestida” y cómo a un “pobre andrajoso”? La radicalidad de la
fe no consiste en actos religiosos formales que no toman en cuenta a los
pobres. El que tiene fe no puede tener “favoritismos y juzgar con criterios
torcidos”, pues como dice Santiago, ¿“acaso
no ha elegido Dios a los pobres de este mundo para hacerlos ricos en la fe y
herederos del Reino…”?
Y para esto hemos sido liberados mediante el Espíritu de Cristo:
para anunciar la igualdad, para acoger privilegiadamente a los pobres, como
Dios lo ha hecho; para luchar por un orden social diferente en donde el pobre
no sea marginado ni excluido; y, más aún, por un orden donde no haya ni ricos
ni pobres, al modo como Jesús vivía con sus discípulos y seguidores anunciando
con su estilo de vida el Reino por el que dio la vida.
Entonces, si así vivimos nuestra fe, se cumplirán las promesas del
Profeta Isaías: “Se iluminarán los ojos
de los ciegos y los oídos de los sordos se abrirán. Saltará como un venado el
cojo y la lengua del mudo cantará. Brotarán aguas en el desierto y correrán torrentes
en la estepa”. O, como reafirma el Salmo, “el Señor siempre es fiel a su palabra”, porque “hace justicia al oprimido; él proporciona
pan a los hambrientos y libera al cautivo… A la viuda y al huérfano sustenta…”.
Hoy somos invitados a liberar a nuestros oídos de la sordera y a
soltar nuestra lengua para anunciar el mensaje de Jesús y construir su Reino.