Estamos en
el segundo domingo de cuaresma. El horizonte es nítido; el final no augura nada
bueno para Jesús y sus seguidores. Las persecuciones y ataques que se habían
ido levantando por todas partes contra Jesús, van a llegar a su clímax. No es fácil,
como señala San Pablo en su carta a Timoteo, soportar los sufrimientos que
vienen por seguir el camino del Evangelio.
Y de pronto
sucede algo extraordinario. Jesús ordena a sus 3 seguidores más cercanos que
suban con Él. No era la primera vez que lo hacía. A Jesús le gustaba el monte
para orar. Lo mismo hace, pero en medio de su oración sucede lo extraordinario:
su rostro resplandece; sus vestiduras se vuelven blancas como la nieve; y
aparecen Moisés y Elías, hablando con Jesús. Como siempre, el impertinente de
Pedro deja hablar a su corazón: ¡quedémonos aquí! “Hagamos 3 chozas”. No terminaba
de hablar, cuando una nube “luminosa” los cubre y de ella sale una voz: “Éste
es mi hijo amado…; escúchenlo”. Entonces, los discípulos caen rostro en tierra,
llenos de miedo. Pero Jesús se acerca, los toca, les ordena que se levanten, que
no teman… ¿A qué nos invita este
domingo?
Primero y
en una relación directa, a descubrir que Jesús es más de lo que hasta ese momento
los discípulos habían visto y comprendido de Él. En Él hay otra figura; hay una
trascendencia que permite tocar el cielo y la tierra, el presente y el pasado,
la intemporalidad y la temporalidad; el Antiguo y el Nuevo testamento.
Y en este
ir más allá de su propia figura, en esta transfiguración, lo que se presenta
con toda evidencia es que Jesús es el hijo de Dios, en el que Él tiene todas
sus complacencias. No sólo es un hombre, no sólo es un hijo más como somos
nosotros; es “el Hijo”, con mayúscula. Es la palabra del Padre, su presencia en
la tierra, el camino de salvación, de sentido, de vida.
Pero también
revela que no por eso deja de ser hombre, ser humano; y por eso su entrega será
hasta el final, en consecuencia con sus opciones y su deseo de mostrar y vivir
el amor más grande que puede tener alguien por los demás: entregar su vida.
Sin
embargo, como ser humano, Jesús ha de escuchar al Padre y seguir el camino al
que lo invita. Por eso quizá son tan trascendentales los dos personajes que
aparecen hablando con Jesús. Es la manera como Dios le revela y, en
consecuencia a los discípulos, la forma como ha de ser Mesías.
Por un
lado, como Moisés: Jesús será el nuevo “Moisés”; el liberador definitivo de
toda la humanidad, pues destruirá –como dice la carta a los Hebreos- el peor
enemigo del hombre que es la muerte, por miedo a la cual el diablo nos tenía esclavizados.
Pero también
aparece Elías: el profeta mayor del Antiguo testamento. Es decir, la figura que
describe cómo Jesús habrá de ser “Mesías”, no estará ni vinculada al templo ni
a la ley. Será el profeta que denuncia todo tipo de injusticias y que anuncia
la maravilla del Reino, la promesa de la paz y la justicia, como lo dirá
posteriormente Isaías, otro de los grandes profetas. No será el sacerdote
encerrado en el templo ofreciendo sacrificios.
Una vez
marcada la forma como Jesús habrá de realizar su misión y confirmada su identidad
como plenamente hombre y plenamente Dios, entonces la voz del cielo se dirige a
los discípulos para afirmar contundentemente toda la autoridad de Jesús como el camino que habrán
de recorrer sus seguidores: “Es mi hijo amado…; escúchenlo”.
Y aunque el
seguimiento estará lleno de renuncias, como nos manifiesta la primera lectura
en la invitación a Abraham a dejar todo, o como le dice Pablo a Timoteo, “comparte
conmigo los sufrimientos por la predicación del Evangelio”, sin embargo, como
el mismo Pablo afirmará en la carta a los Romanos, ningún sufrimiento se
compara a la gloria que habrá de venir. Ahora estos 3 discípulos quedaron
marcados por la inenarrable experiencia de escuchar directamente a Dios. Eso
quedó gravado en su corazón para siempre.
Ni su Padre
le quitará a Jesús el sufrimiento de su propia entrega; ese es el camino; ni tampoco
a los discípulos; pero ahora la certeza de que su seguimiento es “el camino”
los mantendrá a ellos, también hasta el final. La enorme experiencia de Dios
que tanto Jesús como ellos tuvieron, los sostendrá hasta el final en el
seguimiento de cada uno.
Escuchar a Jesús, vivir el evangelio, poner ahí nuestro principio
y fundamento, serán la clave fundamental de cualquier ser humano para
convertirse en seguidor de Jesús. No vivamos sólo de oídas nuestra relación con
Jesús: escuchémoslo desde nuestro interior.