domingo, 30 de marzo de 2014

4° Domingo de Cuaresma: El ciego de nacimiento. Marzo 30 del 2014

Lecturas: 1 Samuel 161. 6-7. 10-13; Salmo 22; Efesios 58-14; Juan 91-41
La figuras centrales de este domingo son el Ciego de Nacimiento: un pobre hombre, tirado en la calle, indefenso, cuya dignidad le ha sido arrebatada y, además, culpado de su propia enfermedad pues él o sus padres habrían pecado; y, por el otro lado, los fariseos: prepotentes, poderosos, falsos…
Jesús aprovecha la pregunta condenatorio de sus propios discípulos, justo en sábado, para “manifestar las obras de Dios”. No deja pasar la oportunidad para liberar al ciego de toda su historia fatídica, para estrellar la infamia de la religión judía y para manifestarse como “profeta”, como “Mesías”, como “Enviado”.
Lo curioso es que la acción de Jesús que manifiesta la nueva era que está comenzando en Él, se reduce a la realización del milagro. Él no hace más; deja que los actores se involucren por sí mismos; pero a partir de esto, se desencadena una lucha frontal entre el ciego –que representa la fuerza y valentía de la nueva oferta religiosa de Jesús- y la  religión oficial –que se empeña en sostener sus tradiciones  y en defenderlas a como dé lugar, aunque sea con mentiras, manipulaciones y amenazas-.
El simbolismo es claro, las oposiciones también: se trata de la lucha entre la luz y las tinieblas, entre lo antiguo y lo nuevo, entre Jesús y los fariseos, entre la libertad y la manipulación, entre la verdad y la mentira. Y esta lucha será a muerte, como lo evidencia la forma en la que va escalando el conflicto contra Jesús.
Los protagonistas principales son el ciego y los fariseos: ahí es donde se da la lucha frontal, pero sólo porque aceptar el hecho de la curación significa reconocer a Jesús como mesías y, entonces, reconocer que toda la propuesta de Jesús y sus críticas contra la religión oficial, tienen razón. Lo que implicaba quebrar su poder y perder la autoridad con la que hasta ese momento controlaban el templo y manipulaban al pueblo. Lo que se jugaba no era poca cosa.
La conversión progresiva del ciego es maravillosa: primero, acepta la acción de Jesús sobre él. No la cuestiona; hace dócilmente lo que esa persona –que no sabe quién es- le ordena. El mecanismo es absurdo; es lo contrario a algo que pudiera devolverle la vista. Los elementos de la curación son saliva, tierra y agua. Es el símbolo más profundo que pasa de la peor oscuridad –que es la ceguera- aumentada por el lodo con el que Jesús le embarra el ojo, al agua, símbolo de la fuerza de  Dios que purifica y renueva, como lo había anunciado ya el Profeta Ezequiel: “Los rociaré y purificaré de todas sus inmundicias”. Esa es la promesa de Dios realizada en Jesús: pasar de la oscuridad a la luz; de la esclavitud a la libertad. Una nueva era se estaba inaugurando para toda la humanidad.
Luego, el ciego reconoce el hecho delante de los fariseos: “lo único que sé es que estaba ciego y ahora veo”. Y sostenerse basta para acrecentar el conflicto.
Los fariseos, al no poder aceptar el hecho por el miedo a perder su poder, comienzan a atacar al ciego y, a través de él, a Jesús. Éste no puede ser profeta ni curar, porque está faltando al sábado.
Progresivamente el ciego va cobrando más valor y claridad. Ya está en la luz, y ésta lo mueve e ilumina. No se va a echar para atrás; vuelve a defender los hechos con todo valor, hasta llegar a cuestionar a los mismos fariseos: “¿También Uds. quieren ser sus discípulos?”
Impotentes y avergonzados, los fariseos arrojan la última arma que tienen contra el ciego: lo expulsan de la sinagoga.
Y ahí aparece Jesús para cerrar el círculo. Se entera que el Ciego ha sido expulsado de la Sinagoga, y va en su busca. Lo encuentra y lo invita a culminar el proceso de su curación. “¿Crees tú en el Hijo del hombre?” Jesús ha seguido de cerca lo que ha pasado; pero no ha terminado su obra. No basta la curación física; hay que dar un paso más: hay que definirse por la nueva oferta de salvación que trae Jesús, pues sólo esta lo podrá liberar plenamente de todas sus esclavitudes anteriores. La respuesta del  ciego es nítida: “Creo, Señor. Y postrándose, lo adoró”.
Dos cosas quedan claras: lo increíble que es Jesús, su persona, su forma de actuar; es maravilloso: atento al pobre, a su necesidad; delicado, cercano, claro, valiente, etc., etc. realmente maravilloso. Es una suerte que también nosotros hayamos recibido esa oferta de salvación.

Pero también es maravilloso el proceso de  conversión del ciego. No se queda con la salvación física, sino que accede a la que Jesús ofrece: la plenitud de saberse hijo de Dios en el seguimiento de Jesús, en el Reino de la verdad, de la luz.