Lecturas: 1 Samuel 161. 6-7.
10-13; Salmo 22; Efesios 58-14; Juan 91-41
La figuras
centrales de este domingo son el Ciego de Nacimiento: un pobre hombre, tirado
en la calle, indefenso, cuya dignidad le ha sido arrebatada y, además, culpado
de su propia enfermedad pues él o sus padres habrían pecado; y, por el otro
lado, los fariseos: prepotentes, poderosos, falsos…
Jesús
aprovecha la pregunta condenatorio de sus propios discípulos, justo en sábado,
para “manifestar las obras de Dios”. No deja pasar la oportunidad para liberar
al ciego de toda su historia fatídica, para estrellar la infamia de la religión
judía y para manifestarse como “profeta”, como “Mesías”, como “Enviado”.
Lo curioso
es que la acción de Jesús que manifiesta la nueva era que está comenzando en Él,
se reduce a la realización del milagro. Él no hace más; deja que los actores se
involucren por sí mismos; pero a partir de esto, se desencadena una lucha
frontal entre el ciego –que representa la fuerza y valentía de la nueva oferta
religiosa de Jesús- y la religión oficial
–que se empeña en sostener sus tradiciones
y en defenderlas a como dé lugar, aunque sea con mentiras, manipulaciones
y amenazas-.
El
simbolismo es claro, las oposiciones también: se trata de la lucha entre la luz
y las tinieblas, entre lo antiguo y lo nuevo, entre Jesús y los fariseos, entre
la libertad y la manipulación, entre la verdad y la mentira. Y esta lucha será
a muerte, como lo evidencia la forma en la que va escalando el conflicto contra
Jesús.
Los
protagonistas principales son el ciego y los fariseos: ahí es donde se da la
lucha frontal, pero sólo porque aceptar el hecho de la curación significa
reconocer a Jesús como mesías y, entonces, reconocer que toda la propuesta de Jesús
y sus críticas contra la religión oficial, tienen razón. Lo que implicaba
quebrar su poder y perder la autoridad con la que hasta ese momento controlaban
el templo y manipulaban al pueblo. Lo que se jugaba no era poca cosa.
La conversión
progresiva del ciego es maravillosa: primero, acepta la acción de Jesús sobre él.
No la cuestiona; hace dócilmente lo que esa persona –que no sabe quién es- le
ordena. El mecanismo es absurdo; es lo contrario a algo que pudiera devolverle
la vista. Los elementos de la curación son saliva, tierra y agua. Es el símbolo
más profundo que pasa de la peor oscuridad –que es la ceguera- aumentada por el
lodo con el que Jesús le embarra el ojo, al agua, símbolo de la fuerza de Dios que purifica y renueva, como lo había
anunciado ya el Profeta Ezequiel: “Los rociaré y purificaré de todas sus
inmundicias”. Esa es la promesa de Dios realizada en Jesús: pasar de la
oscuridad a la luz; de la esclavitud a la libertad. Una nueva era se estaba
inaugurando para toda la humanidad.
Luego, el
ciego reconoce el hecho delante de los fariseos: “lo único que sé es que estaba
ciego y ahora veo”. Y sostenerse basta para acrecentar el conflicto.
Los
fariseos, al no poder aceptar el hecho por el miedo a perder su poder,
comienzan a atacar al ciego y, a través de él, a Jesús. Éste no puede ser
profeta ni curar, porque está faltando al sábado.
Progresivamente
el ciego va cobrando más valor y claridad. Ya está en la luz, y ésta lo mueve e
ilumina. No se va a echar para atrás; vuelve a defender los hechos con todo
valor, hasta llegar a cuestionar a los mismos fariseos: “¿También Uds. quieren
ser sus discípulos?”
Impotentes
y avergonzados, los fariseos arrojan la última arma que tienen contra el ciego:
lo expulsan de la sinagoga.
Y ahí aparece
Jesús para cerrar el círculo. Se entera que el Ciego ha sido expulsado de la
Sinagoga, y va en su busca. Lo encuentra y lo invita a culminar el proceso de su
curación. “¿Crees tú en el Hijo del hombre?” Jesús ha seguido de cerca lo que
ha pasado; pero no ha terminado su obra. No basta la curación física; hay que
dar un paso más: hay que definirse por la nueva oferta de salvación que trae Jesús,
pues sólo esta lo podrá liberar plenamente de todas sus esclavitudes anteriores.
La respuesta del ciego es nítida: “Creo,
Señor. Y postrándose, lo adoró”.
Dos cosas
quedan claras: lo increíble que es Jesús, su persona, su forma de actuar; es maravilloso:
atento al pobre, a su necesidad; delicado, cercano, claro, valiente, etc., etc.
realmente maravilloso. Es una suerte que también nosotros hayamos recibido esa
oferta de salvación.
Pero también
es maravilloso el proceso de conversión
del ciego. No se queda con la salvación física, sino que accede a la que Jesús ofrece:
la plenitud de saberse hijo de Dios en el seguimiento de Jesús, en el Reino de
la verdad, de la luz.