Génesis 98-15; Salmo 24; 1ª Pedro 318-22;
Marcos 112-15
Comienza la Cuaresma: tiempo hondo de reflexión, de
transformación, de conversión. La liturgia nos invita a detener nuestra marcha
de cada día, para preguntarnos cómo vamos; qué va pasando con nuestra vida. Los
tiempos no son fáciles, pero en ellos es donde tenemos que vivir y manifestar
que somos cristianos, seguidores de Jesús.
La primera lectura tomada del Génesis
pone un marco muy interesante en el que va a suceder la salvación y la lucha para
no caer en las tentaciones. Después del Diluvio, ocasionado por el desvarío de
la humanidad, Dios hace una alianza con Noé en la que vuelve a apostar por la
raza humana: “No volveré a exterminar la vida”. Y el símbolo, ante la amenaza
de la tormenta es el arcoíris. Cuando éste aparezca en medio de las nubes, Dios
recordará su apuesta por protegernos. Más allá del comportamiento bueno, malo o
regular del ser humano, Él defenderá la vida y hará todo lo posible para que
ésta nunca se extinga sobre la faz de la tierra.
En medio de todas las crisis de la humanidad, tenemos a un Dios
aliado de nosotros. Esa es la gran noticia que nos da el episodio de Noé; es
verdaderamente un marco de esperanza y optimismo en el que nuestro Dios quiere
que se desarrolle la historia humana.
Pero eso no significa que nosotros sólo seamos espectadores
pasivos de una acción que realiza Dios. Y aquí es donde se enclava el evangelio
de este día, el de las tentaciones. Marcos comienza con una afirmación no poco
misteriosa: es el mismo Espíritu el que “impulsó a Jesús a retirarse al
desierto, donde fue tentado por Satanás”.
No es iniciativa de Jesús; es el Espíritu de Dios quien lo
desplaza hasta colocarlo en el desierto.
Es decir, el Espíritu confronta a Jesús con la realidad que le tocará vivir y
lo acompañará a lo largo de toda su vida. Antes de iniciar esa primera parte de
su misión, en la que los milagros y –podríamos decir- los triunfos le sucedían
uno a uno, Jesús es “obligado” a sumergirse en la realidad dolorosa que está
detrás del éxito fácil o aparente. Eso significa el “desierto”. Jesús no puede
ir engañado; no puede pensar que como Dios está de su lado, Él ya no tendría
que luchar o todo le sería fácil a partir de los poderes que tenía. En el
“desierto” se evidenciará la lucha a muerte que tendrá que combatir día a día
contra el espíritu del mal: ahí estarán las pruebas, las inseguridades, las
amenazas.
La salvación y la buena noticia del Reino, no pueden darse fuera
del mundo conflictivo en el que la vida humana está en peligro de desaparecer.
¿Para qué querríamos entonces la salvación? Y, sin duda, lo mismo nos pasa a los
cristianos. No podemos seguir a Jesús fuera o más allá de donde se está dando el
conflicto y la lucha por el Reino. Mantenernos en las burbujas de confort, aislados
del resto del mundo, y diciendo que ahí estamos siendo seguidores de Jesús, es una
mentira. También a nosotros el Espíritu de Dios nos “desplaza” para meternos a ese
mundo oscuro y peligroso en el que el proyecto de vida prometido a Noé, está realmente
en peligro.
Pero simultáneamente, el “desierto” también se convierte en el espacio
en donde escuchamos la voz de Dios. Jesús fue ahí para descubrir la forma como su
Padre quería que Él realizara la misión. Y simplemente, las tentaciones que sufre
Jesús, por contraste, le hablan de la forma como no tiene que hacer su misión: no
es el poder, la riqueza, el confort, la soberbia, etc., las que podrán sostener
su anuncio del Reino. En esa lucha, en esa cercanía con las contradicciones de la
sociedad, con el dolor e injusticias de su pueblo, Él podrá descubrir lo que Dios
quiere y espera de Él.
El cristianismo está viviendo tiempos de crisis: ¿no será que nos hemos
salido del “desierto” donde Dios habla a su pueblo? El desierto está en medio de
nosotros; el Desierto está justo donde esa vida por la que Dios apostó, está amenazada.
Vayamos ahí y escuchemos la voz de Dios.
Cierto; las cosas nunca será claras; las tentaciones estarán presentes;
la ambigüedad no podrá ser extirpada de nuestras opciones; el “Tentador” hará todo
lo posible por destruir el proyecto de vida que Dios quiere para su pueblo, haciendo
que equivoquemos el camino; pero también es verdad que el Espíritu nos dará la lucidez
suficiente para descubrir su voluntad y la fuerza necesaria para no huir del Desierto
y realizar el proyecto del Reino.
“Conviértanse –termina diciendo Marcos-, y crean en el Evangelio”,
“porque el Reino de Dios ya está cerca”.