domingo, 22 de febrero de 2015

1er domingo de Cuaresma; Febrero 22 del 2015.

Génesis 98-15; Salmo 24; 1ª Pedro 318-22; Marcos 112-15

Comienza la Cuaresma: tiempo hondo de reflexión, de transformación, de conversión. La liturgia nos invita a detener nuestra marcha de cada día, para preguntarnos cómo vamos; qué va pasando con nuestra vida. Los tiempos no son fáciles, pero en ellos es donde tenemos que vivir y manifestar que somos cristianos, seguidores de Jesús.
La primera lectura tomada del Génesis pone un marco muy interesante en el que va a suceder la salvación y la lucha para no caer en las tentaciones. Después del Diluvio, ocasionado por el desvarío de la humanidad, Dios hace una alianza con Noé en la que vuelve a apostar por la raza humana: “No volveré a exterminar la vida”. Y el símbolo, ante la amenaza de la tormenta es el arcoíris. Cuando éste aparezca en medio de las nubes, Dios recordará su apuesta por protegernos. Más allá del comportamiento bueno, malo o regular del ser humano, Él defenderá la vida y hará todo lo posible para que ésta nunca se extinga sobre la faz de la tierra.
En medio de todas las crisis de la humanidad, tenemos a un Dios aliado de nosotros. Esa es la gran noticia que nos da el episodio de Noé; es verdaderamente un marco de esperanza y optimismo en el que nuestro Dios quiere que se desarrolle la historia humana.
Pero eso no significa que nosotros sólo seamos espectadores pasivos de una acción que realiza Dios. Y aquí es donde se enclava el evangelio de este día, el de las tentaciones. Marcos comienza con una afirmación no poco misteriosa: es el mismo Espíritu el que “impulsó a Jesús a retirarse al desierto, donde fue tentado por Satanás”.
No es iniciativa de Jesús; es el Espíritu de Dios quien lo desplaza hasta colocarlo en el desierto. Es decir, el Espíritu confronta a Jesús con la realidad que le tocará vivir y lo acompañará a lo largo de toda su vida. Antes de iniciar esa primera parte de su misión, en la que los milagros y –podríamos decir- los triunfos le sucedían uno a uno, Jesús es “obligado” a sumergirse en la realidad dolorosa que está detrás del éxito fácil o aparente. Eso significa el “desierto”. Jesús no puede ir engañado; no puede pensar que como Dios está de su lado, Él ya no tendría que luchar o todo le sería fácil a partir de los poderes que tenía. En el “desierto” se evidenciará la lucha a muerte que tendrá que combatir día a día contra el espíritu del mal: ahí estarán las pruebas, las inseguridades, las amenazas.
La salvación y la buena noticia del Reino, no pueden darse fuera del mundo conflictivo en el que la vida humana está en peligro de desaparecer. ¿Para qué querríamos entonces la salvación? Y, sin duda, lo mismo nos pasa a los cristianos. No podemos seguir a Jesús fuera o más allá de donde se está dando el conflicto y la lucha por el Reino. Mantenernos en las burbujas de confort, aislados del resto del mundo, y diciendo que ahí estamos siendo seguidores de Jesús, es una mentira. También a nosotros el Espíritu de Dios nos “desplaza” para meternos a ese mundo oscuro y peligroso en el que el proyecto de vida prometido a Noé, está realmente en peligro.
Pero simultáneamente, el “desierto” también se convierte en el espacio en donde escuchamos la voz de Dios. Jesús fue ahí para descubrir la forma como su Padre quería que Él realizara la misión. Y simplemente, las tentaciones que sufre Jesús, por contraste, le hablan de la forma como no tiene que hacer su misión: no es el poder, la riqueza, el confort, la soberbia, etc., las que podrán sostener su anuncio del Reino. En esa lucha, en esa cercanía con las contradicciones de la sociedad, con el dolor e injusticias de su pueblo, Él podrá descubrir lo que Dios quiere y espera de Él.
El cristianismo está viviendo tiempos de crisis: ¿no será que nos hemos salido del “desierto” donde Dios habla a su pueblo? El desierto está en medio de nosotros; el Desierto está justo donde esa vida por la que Dios apostó, está amenazada. Vayamos ahí y escuchemos la voz de Dios.
Cierto; las cosas nunca será claras; las tentaciones estarán presentes; la ambigüedad no podrá ser extirpada de nuestras opciones; el “Tentador” hará todo lo posible por destruir el proyecto de vida que Dios quiere para su pueblo, haciendo que equivoquemos el camino; pero también es verdad que el Espíritu nos dará la lucidez suficiente para descubrir su voluntad y la fuerza necesaria para no huir del Desierto y realizar el proyecto del Reino.

“Conviértanse –termina diciendo Marcos-, y crean en el Evangelio”, “porque el Reino de Dios ya está cerca”.