El Papa avanza en su proyecto de convertir la Iglesia en un 'hospital de
campaña'
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Hace una semana recibió a un transexual español
JOSÉ
MANUEL VIDAL Especial
para EL MUNDO Madrid
Nunca un Papa se había atrevido a tanto. Pero Francisco ya nos tiene acostumbrados a gestos inéditos y llamativos. Aun
así, la noticia dio la vuelta al mundo. El pasado sábado, 24 de enero, recibía
a un transexual español, Diego Neria, de 48
años, y a su novia, Macarena. Le abrazaba y le decía:
"Dios quiere a todos sus hijos, estén como estén, y tú eres hijo de Dios y
por eso la Iglesia te quiere y te acepta como eres.
¡Claro que eres hijo de la Iglesia!". Y los tres se fundieron en un
abrazo, sin que Diego pudiese reprimir las lágrimas. Y las dejó correr a gusto,
sabiendo que, en su reciente viaje a Filipinas, el Papa
había proclamado la teología de las lágrimas: "Hay que saber llorar".
Emocionado, Diego, católico practicante, sentía, vivía y experimentaba
otra Iglesia, la Iglesia "casa abierta para todos" del Papa
Francisco. Esa misma Iglesia samaritana con la que se había topado en la
persona de su obispo, el titular de Plasencia, Amadeo Rodríguez, que hizo llegar su carta al Papa y le
ayudó, incluso económicamente, a realizar el sueño de visitarlo.
No se sabe mucho de la conversación que Diego y su futura mujer
mantuvieron con el Papa. Eso permanece en el secreto del fuero interno. Lo que
sí se sabe es que Francisco actuó, una vez más, de suministrador del bálsamo de
la aceptación y del consuelo.
Una
transformación
El Papa quiere transformar la Iglesia. Hacerla pasar de
"aduana" a "hospital de campaña". De roca fuerte y poderosa
a madre de manos humildes y acogedoras. Para que se convierta en el asilo y en
el refugio de todos los heridos del mundo. De todos los machacados por la
sociedad y por la propia institución eclesial. La Iglesia "no es de las
élites" eclesiásticas, repetía anteayer. Los preferidos en ella son los
últimos, los que menos cuentan. Diego, el transexual, es un caso clamoroso.
Pero lo mismo podría decirse de los gays o de los divorciados vueltos a casar o
de las madres solteras.
Porque este Papa consolador, que siempre predica con el ejemplo, ha
mantenido ya gestos especiales con personas pertenecientes a todos estos
colectivos marginados en la propia Iglesia. Llamó a un homosexual francés para
animarle a sentirse querido por Dios, y, en el vuelo de regreso de Brasil, cuando le preguntaron por la cuestión gay, contestó aquello ya famoso
de "¿quién soy yo para
juzgarlos?". Y añadía: "Las personas homosexuales tienen que ser respetadas,
independientemente de su tendencia sexual".
En el mes de abril de 2014, Francisco llamó por teléfono a Jaquelina Lisbona, una divorciada argentina casada en
segundas nupcias con un hombre también divorciado, que le había escrito porque
su párroco se negaba a darle la comunión. "El divorciado que comulga no
está haciendo nada malo", le dijo el Papa. En agosto llamó a un joven de Granada que le había relatado por carta
los abusos que sufrió por parte de varios
curas del clan de los Romanes y le pidió perdón.
Otras veces no son llamadas, sino hechos. Por ejemplo, el pasado 13 de
enero el Papa bautizó en la Capilla Sixtina a
32 niños, entre ellos a Giulia, de siete
meses e hija de una pareja italiana casada sólo
por lo civil, y al hijo de una madre soltera.
La pastoral de
los 'irregulares'
Es la pastoral de los irregulares, de los
que, oficialmente, hasta ahora la doctrina y la praxis de la Iglesia condenaba
y marginaba: transexuales, homosexuales, divorciados, madres solteras o parejas
de hecho.
Es una pastoral realizada por el Papa en primera persona. Una pastoral
de la que se da a conocer el hecho (la acogida a las ovejas descarriadas), pero sin fotos
comprometedoras y sin las palabras del Papa. Una forma sutil, fina y
típicamente jesuítica de lanzar mensajes sin comprometer la autoridad papal ni
la doctrina de la Iglesia.
Lógicamente, estos gestos osados del Papa
preocupan y hasta indignan a los sectores más conservadores de la Curia romana
y de la Iglesia, especialmente preocupados por la doctrina. Les duele en el
alma que el Papa les cambie el paradigma. Porque, para Francisco, primero es el
Evangelio de la misericordia y, después, sólo después, la doctrina. Pero no
pueden protestar, porque los gestos no menoscaban la doctrina.
Eso sí, gestos y llamadas mandan potentes señales hacia la sociedad en
general, y hacia la mayoría del pueblo de Dios, en particular. Con ellos, el
Papa está diciendo a la gente, incluso a los más alejados, que la Iglesia está
cambiando. Que, en su primavera, lo primordial es la misericordia. Que la suya
es una revolución de la ternura. De ahí que, en menos de dos años, se haya ganado el favor y el fervor
popular, incluso de los no creyentes.
Cisma silencioso
Y lo que para él es más urgente, despertar al pueblo de Dios. Sumar a su
causa a los millones de creyentes sumidos, desde hace años, en el llamado cisma
silencioso: no viven en sus vidas la doctrina eclesial, sobre todo en lo que se
refiere a la moral sexual. Francisco quiere que el pueblo le ayude a pasar de
la moral del semáforo (del no,
del todo es pecado), a la de la brújula o el faro.
Hay un ideal moral, que se puede alcanzar o no, pero siempre en proceso, en
camino y sin dejar en la cuneta a los que, por imposibilidad o debilidad, no lo
consiguen.
Francisco sabe que, sin un cambio radical en la moral sexual, la Iglesia
se desconecta con sus bases y, lo que es peor, no sintoniza con las nuevas
generaciones. Y sin jóvenes, no hay futuro posible. ¿Cómo exigir castidad
perfecta a una pareja que tiene un proyecto de vida en común estable, pero que
por las circunstancias económicas no puede casarse hasta pasados los 30? ¿Cómo
decir en África que, para prevenir el Sida, no se puede usar
preservativo? ¿Cómo explicar a un matrimonio católico que no puede utilizar
medios anticonceptivos artificiales? ¿Cómo vivir la paternidad responsable
para no "traer hijos al mundo como
conejos"?
En este camino de abrir grietas, el Vaticano de Francisco ha pasado de los
principios innegociables (que eran todos) a la misericordia como referente
fundamental, a lo que se supedita todo lo que no sea dogmático, es decir, las
verdades del Credo. Sólo así, la Iglesia podrá dar respuestas a las preguntas
que se hace la gente. Y sólo así, con el apoyo del pueblo, Francisco podrá
vencer las resistencias de sus halcones.
Consciente de que tiene una misión providencial que cumplir en pocos
años, en muy pocos años. El tiempo le apremia y los cambios en la Iglesia
cuestan. Pero Francisco sabe también que la barca de Pedro la
conduce el Espíritu y que >nadie puede detener la primavera en primavera.