Por Jenaro Villamil |
Regeneración, 25 de febrero de
2015.-Que se calle el Papa, que se calle Obama, que se calle Clinton, que
enmudezca González Iñárritu, que dejen de indagar los
reporteros extranjeros, que se vayan los forenses argentinos, que la ONU deje de juzgar
y que dejen en paz a este gran gobierno que ha decidido responder “golpe por
golpe” la ola de críticas y animadversión que genera su actitud ante cada
expediente conflictivo.
Esta parece ser “la línea” de Los
Pinos. No lo dicen así, por supuesto, pero las respuestas y las correcciones
tienen el tufo regañón de quien no sabe cómo salir de una para entrar a otra
crisis.
Los magos de la comunicación
presidencial han decidido no sólo controlar hasta la última línea ágata de los medios
impresos y cada segundo en los medios electrónicos financiados con dinero
público (no con el de Peña Nieto) sino también responder con singular torpeza a
quienes cuestionan, documentan, denuncian o simplemente exponen un punto de
vista crítico. Confunden al país con el presidente. Y creen que las críticas a
su gobierno son una afrenta a la soberanía.
En comunicación política uno de los
elementos fundamentales de las crisis es el llamado “control de daños”. Se
trata de tomar una serie de medidas para aminorar, amortiguar y aislar el
efecto causado por un escándalo, un imprevisto, un accidente, una tragedia o
una ruptura en el aparato político.
El control de daños, por supuesto,
incluye que alguien se haga responsable, se le sancione y se adopten medidas
correctivas. Algo que no ha pasado en ninguno de los casos mexicanos recientes:
ni en Ayotzinapa, ni en los escándalos de las casas, ni en el descarrilamiento
del tren de alta velocidad México-Querétaro ni en la reiterada violencia en
Guerrero, Michoacán y Tamaulipas y menos en la pésima conducción de la política
económica mexicana. Todos los responsables siguen inmóviles, como
estatuas de sal. Paralizados como si nada hubiera sucedido. Como la orquesta
del Titanic, siguen tocando aunque el barco se hunda.
Para operar el “control de daños”
primero debe asumirse que se está frente a una crisis. Peña Nieto, ya lo dijo
éste en su célebre discurso del #YaSeQueNoAplauden: su gobierno no vive una
crisis de corrupción sino un problema de “mala percepción” de sus acciones.
Nada de lo que han hecho es ilegal y menos cuestionable éticamente. El problema
es que los demás no entienden. Tener bienes raíces patrocinados, financiados o
regalados por los grandes contratistas de obra pública no es un conflicto de interés. Es un conflicto de
percepción.
Para Peña Nieto no hay crisis en el escándalo
internacional que se ha convertido el expediente Ayotzinapa y las compuertas
que se abrieron sobre los expedientes de miles de desaparecidos (todavía hay
columnistas financiados desde Los Pinos que niegan lo evidente: hay miles de
desaparecidos). No hay crisis en la falta de crecimiento económico (son las variables
externas las que cambiaron). No hay crisis en el desplome de las promesas de la
reforma energética que se abarataron más que el
barril de petróleo. No hay crisis cuando la primera dama se convierte en el
Meme más criticado en la historia reciente.
Todo esto no es crisis. La crisis es
producto de una mala opinión
orquestada, quizá, por alguien que se ve afectado en sus intereses (ahí han
filtrado que todo se debe a Carlos Slim que resultó ser un “genio” para
maniobrar en la prensa anglosajona), por adversarios que quieren derrocar al
Grupo Atlacomulco, por resentidos como el ex jefe de Gobierno capitalino
Marcelo Ebrard o que simplemente por quienes le tiene mala fe al “Salvador de
México”.
Desde ahí, el error de diagnóstico
convierte al control de daños en un descontrol. En lugar de aislar, aminorar y
corregir el origen de la crisis lo agradan, lo expanden y reiteran con su
discurso y su actitud el enojo de los ciudadanos.
En cada uno de los casos mencionados,
los geniecillos de Los Pinos potencian el daño al querer “controlar” lo que no
pueden: la indignación generalizada, la decepción frente a las promesas, el
enojo empresarial con una reforma fiscal recesiva, a los medios internacionales
que, en efecto, creyeron en Peña Nieto y ahora lo cuestionan con singular
desengaño.
Quieren controlar hasta las opiniones
del Papa Francisco en su correspondencia privada. Quieren maniobrar al estilo
priista para transformar las palabras de González Iñárritu en el evento con
mayor rating en la televisión global (la entrega de los premios Oscar) para
convencernos que su crítica fue hacia Estados Unidos. Quieren que las expresiones de
Obama, Clinton y los medios no se divulguen en sus medios-espejo.
Transforman a los embajadores en
correctores de estilo de los corresponsales extranjeros. Convierten a los
secretarios de Estado en pugilistas en rounds de sombra. Y transforman cada
crisis en una debacle.
Ahí está el error de creer que todo es percepción
pública. También los hechos cuentan. Y cuando éstos son reiteradamente
autoritarios y cínicos, reiteradamente generan una reacción de sentido inverso
y de mayor intensidad en su contra.