Josué 241-2. 15-18; Salmo 33; Efesios 521-32;
Juan 655. 60-69
El Evangelio de Juan en este domingo continúa con el discurso del “pan
vivo”, en el que Jesús se confronta radicalmente con sus discípulos, así
mencionados en general; pues no sólo son los 12, sino un buen grupo de judíos
que lo habían ido siguiendo.
Jesús apura su discurso, lo radicaliza, obligando a dar un paso más
en la fe a sus oyentes: “sólo quien come su carne y bebe su sangre tendrá vida
eterna”, les dice; pero ellos se escandalizan; no están dispuestos a ir más
lejos, a entrar en el verdadero misterio del Hijo de Dios. Ante tales palabras,
la reacción de sus oyentes no se hace esperar: “Ese modo de hablar es
intolerable, ¿quién puede admitir eso?” Y con tristeza –señala el evangelista- ese
grupo más amplio de discípulos “se echaron para atrás”.
El seguimiento de Jesús implica dar un salto al vacío en la fe. No
es fácil. La tendencia del ser humano es demasiado inmediatista. Ya Jesús lo
había advertido cuando la multiplicación de los panes. “Uds. me siguen porque han
comido; no porque hayan creído en el Hijo de Dios”. Hay una parte de la persona
que busca satisfacer sus necesidades inmediatas, y parece que con eso termina su
deseo; como si renunciara a seguir buscando más, como si en la totalidad de
necesidades del ser humano, el espíritu de búsqueda se agotara al haber dado el
primer paso.
Sin embargo, la pedagogía de Jesús es clara: parte de lo sensible,
de lo inmediato, de lo que verdaderamente se necesita para vivir, para ser,
para existir; pero sólo como un primer paso, imprescindible y necesario –por supuesto-;
pero es sólo el comienzo. Indiscutiblemente que no se trata de minimizar la
pobreza y carencia en la que vivía el pueblo de Israel, y a la que Jesús directamente
atendía. Era real su compasión por las masas, por los excluidos, por los
leprosos. Pero la salvación implica a toda la persona y a todas sus
dimensiones. “El Espíritu es quien da la vida; la carne para nada aprovecha” –afirma
el Evangelio-.
Justo en eso está el salto de la fe, la posibilidad de acceder al
misterio de Dios: el compromiso material de Jesús por su pueblo fue real; pero
sólo como el primer paso para que ahí, sus discípulos pudieran descubrir el
amor de Dios por el pueblo, su compromiso salvador, y así accedieran a la vida
en el Espíritu. Lo material es imprescindible, pero no agota todas las aspiraciones
y deseos del ser humano; está hecho para más; para trascender lo inmediato
hasta llegar al Espíritu, al Padre, a Dios. Todo es una unidad; y el reto es
descubrir lo material en lo que es, pero también como un símbolo para acceder a
la vida verdadera y así integrar la totalidad de lo que somos, queremos y
buscamos. Quedarse sólo en el alimento material, es quedarse cortos ante la grandeza
y posibilidades del ser humano. Encontrar y descubrir en Jesús al hijo de Dios,
y en Él, al Padre que hace llover sobre bueno y malos, fue el gran deseo de Jesús.
Y este salto es el que estamos invitados a dar, si queremos
integrar toda nuestra vida desde Dios, para acceder así a su misterio. En esta
forma, la fe no desprecia lo material, sino lo transforma en trampolín para
acceder a lo más importante de la vida, a la vida verdadera en el Espíritu. El
problema es que este salto de alguna manera implica abandonar nuestras
seguridades, es abandonarnos al vacío, es soltar las amarras que, a final de
cuentas, ni siquiera pueden satisfacer la densidad y profundidad de lo que
somos y queremos.
La primera lectura del libro de Josué, toca el mismo problema. El
pueblo de Israel ha experimentado en carne propia cómo Yahvé los ha liberado y
llevado a la tierra prometida; pero pronto se olvidan de eso y se van con otros
dioses. Entonces, Josué los interpela con toda claridad: “Si no les agrada
servir al Señor, digan aquí y ahora a quién quieren servir…”
De nuevo, se repite el problema de quedarse en lo inmediato. Prefirieron
los ídolos materiales, al Dios de la vida. Sin embargo, los israelitas, al
recordar la liberación de Egipto, volvieron a reorientar su camino: “Lejos de
nosotros abandonar al Señor…, porque Él es nuestro Dios”.
En el Evangelio, sólo los 12 responden así. Pedro toma la palabra,
ante la pregunta que hace Jesús de si también ellos lo van a abandonar. “Señor –le
dice-, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna; y nosotros creemos y
sabemos que tú eres el Santo de Dios”.
El seguimiento de Jesús implica muchas oscuridades y situaciones
difíciles de comprender; pero ahí es donde la fe ha de estar presente; ahí es
donde estamos llamados a dar el salto y seguir apostando por la vida verdadera
para nuestras sociedades asfixiadas por el poder y el dinero. Apostar por el “Espíritu”,
por una vida integrada desde Dios, es el reto que nos plantea el seguimiento de
Jesús.