Mientras el papa
Francisco lidia con los grupos conservadores en Roma que se oponen a sus
reformas, los obispos mexicanos parecen dormir el sueño de los justos. Mientras
el papa argentino abre con audacia nuevas agendas en torno a la justicia
social, los pobres, la ecología, los derechos humanos, los obispos mexicanos no
quieren salir de su zona de confort. En un reportaje que aparece en la
revista National Geographic de agosto se resume la disyuntiva
del actual pontífice de la siguiente manera: ¿Cambiará el Papa al Vaticano
o el Vaticano cambiará de Papa?, incluso los autores, Robert Draper y Dave
Yoder, resaltan los peligros que corre la vida de Francisco al desafiar a los
radicales conservadores con sus reformas. Los obispos mexicanos, en contraste,
son lentos y parsimoniosos, parecen no inmutarse a los tiempos de cambio que
convoca el Papa, no corren prisa, parecen resistentes a abrirse al llamado
pastoral que Bergoglio aclama: los obispos deben abrirse a los reclamos, vidas
concretas y expectativas que viven las personas de hoy. Siguen contentos con
las inercias de la agenda moral que reivindica los valores tradicionales de la
Iglesia.
Ejemplo claro de esta brecha entre el Papa y los obispos mexicanos la
encontramos en el cardenal Norberto Rivera, quien acaba de cumplir 20 años al
frente de la arquidiócesis más grande del mundo. Su festejo fue austero y casi
inadvertido. Y no fue por modestia, sino porque había poco que celebrar, ya que
su balance es muy pobre y mediocre. La caída de fieles en la zona metropolitana
es el doble del promedio nacional, según el censo de 2010. Rivera no acaba de
entender, sea por opción política pastoral o negligencia, las reformas y nuevas
actitudes que demanda el papa Francisco. Rivera recibe una arquidiócesis en
1995 mucho más dinámica y participativa de la que es hoy. Había un esfuerzo
colectivo de diagnóstico y planes de trabajo realizados en el segundo sínodo de
la arquidiócesis de México que indicaba rutas e hipótesis de intervención
pastoral. Por supuesto éstos fueron echados por la borda. Rivera –muy arropado
por Maciel, los legionarios, el nuncio Prigione, Sodano y López Trujillo– en
Roma emprende iniciativas que serán sus atracciones: el dinero y el poder.
Arrebata la Basílica a Guillermo Schulenburg, caja chica; aspira a cobrar
el copyrightde la Virgen de Guadalupe y disputa con el nuncio Justo
Mullor, para vergüenza de muchos católicos, las regalías y ganancias de la
penúltima visita de Juan Pablo II a México, que Sabritas comercializó
con las papas del Papa. Los 20 años del cardenal Rivera dan para escribir
un libro. Sin embargo, el cardenal acaba de pronunciar una homilía que es una
pieza desconcertante de anacronismo que quiere disfrazarse con un barniz de
derechos humanos y una supuesta defensa de la condición de la mujer. En su
homilía del pasado 2 de agosto, el cardenal sostiene que la mujer, que
está llamada a ser, por dignidad y vocación natural, madre, esposa y
colaboradora del desarrollo de la sociedad. Cuántas veces la sociedad se
estructura de tal manera, que la mujer se ve obligada a tener que salir, contra
su voluntad, a realizar trabajos que la apartan de la dedicación que debería
tener hacia sus hijos. Y arremete contra las reivindicaciones feministas,
diciendo: El problema principal en todo esto es que el trabajo en el hogar
no goza de estima y reconocimiento, por el simple hecho de que no es
pragmáticamente remunerativo o productivo para los criterios de la sociedad. En
cuántas ocasiones una supuesta liberación de la mujer no hace otra cosa sino
reducirla a una pieza productiva más dentro del mecanismo de desarrollo de la
sociedad. Las consecuencias, por tanto, son el deterioro de la familia, la mala
educación de los hijos y por ello repercusiones sociales, continúa el cardenal
Rivera: Todo esto nos hace ver que los reales costos sociales del trabajo
obligado de la mujer fuera del hogar, son muy altos, pues conducen a una
sociedad quizá más rentable mecánicamente, pero menos productiva humanamente.
La conclusión del prelado se deduce: las mujeres deben regresar al hogar para
salvar la familia, los hijos y la sociedad; por tanto, es necesario respetar el
papel de la mujer en su dimensión conyugal y materna, no sólo en su dimensión
productiva y monetaria. Sólo así, dice Rivera, estaremos respetando lo que es
la mujer en verdad, descubriendo el significado original e insustituible del
trabajo de la casa y la educación de los hijos; sólo así la estaremos viendo
más desde la óptica de quien hizo a la mujer, desde la óptica de Dios. Y el
cardenal remata: “Ningún programa de ‘igualdad de derechos’ del hombre y la
mujer es válido, si no se tiene en cuenta la realidad más profunda de lo que
significa ser madre en la mujer. Cuántas veces una supuesta liberación de la
mujer no hace otra cosa sino reducirla a una pieza productiva más”.
Como era de esperarse, la postura de Norberto Rivera ha propiciado
muchas reacciones adversas entre las mujeres y colectivos feministas. Para la
diputada federal Lilia Aguilar Gil, la postura de Rivera tiende a alterar la
igualdad entre las personas, viola el respeto a los derechos de la mujer y
dificulta su participación en la sociedad, por lo que presentó un punto de
acuerdo para que la Comisión Permanente exhorte al Consejo Nacional para
Prevenir la Discriminación a investigar las afirmaciones del clérigo y
determine si las declaraciones vertidas por el cardenal constituyen actos
discriminatorios y las medidas correspondientes en caso de hallar un acto
discriminatorio.
Mientras Bergoglio en Roma pugna por una Iglesia más compasiva y
flexible ante el próximo Sínodo para la Familia, Norberto Rivera endurece su
postura sobre el rol tradicional de la mujer. El cardenal no es el único,
muchos obispos mexicanos están a años luz de las reformas insinuadas por
Francisco. Caray: qué lejos estamos de Dios y qué cerca tenemos a los obispos
mexicanos.