Agosto 18 del 2016
Una de las
frases más citadas del Papa Francisco es aquella que externó cuando, a su
vuelta de Río de Janeiro, los periodistas le preguntaron sobre las personas
homosexuales. "¿Quién soy yo para juzgarlos?", dijo. Con esa
expresión, ponía en práctica lo que expresó él en Roma desde el principio de su
pontificado: "hay que dar menos importancia a las normas y más a la
misericordia".
De hecho, en
un documento de trabajo difundido en el mes de junio de 2014, el Papa jesuita
señalaba, en alusión a las personas homosexuales, que "los católicos del
mundo deben ser menos excluyentes y más humildes". Más recientemente,
también afirmó que la Iglesia debería pedir perdón a los y las homosexuales. En
el documento preparatorio del Sínodo de Obispos de octubre de 2014 el Papa
afirmó que, aunque los jerarcas sigan oponiéndose a las uniones entre personas
del mismo sexo, "la Iglesia Católica debe tener una actitud
respetuosa". Y un tono semejante, o medido, tuvo el documento oficial
publicado en esa ocasión.
Más
misericordia quiere decir un trato respetuoso, afectuoso, con cariño, por todas
las personas, incluidas aquellas cuya sexualidad es diversa a la de la mayoría.
Algo que tiene que entender la Iglesia a la que pertenezco es que, mientras
queramos seguir siendo cristianos seguidores de Jesús, debemos respetar a las
personas gays y lesbianas. Desafortunadamente, no es precisamente esto lo que
estamos viendo en estos días de debate sobre la iniciativa del Ejecutivo acerca
del matrimonio igualitario.
Muchos
sacerdotes y dignatarios eclesiásticos, siguiendo la postura oficial de la
Iglesia, afirman que ser homosexual no es pecado; pero al mismo tiempo
preconizan que los homosexuales no deben practicar su homosexualidad, y los
exhortan a abstenerse. Esto para mí es muy difícil de entender.
Esa misma
Iglesia que llama a la abstinencia postula que el celibato y la castidad son
dones de Dios. Es decir, que no se pueden forzar: a unos los da y a otros no.
¿Todas las lesbianas y personas transgénero u homosexuales tienen el don de la
castidad? Probablemente alguna de las dos posturas que sostiene la Iglesia debe
estar equivocada. Obligar a algo que es un don, ¿es posible?
Muchas
veces, delante de Dios me he hecho esa y otras preguntas y admito que me siento
confundido. ¿Podrá el Dios revelado por Jesús, el Dios de la misericordia, de
la ternura, de la liberación, de la solidaridad, nuestro buen Padre Dios,
exigirle obligatoriamente a un joven que nació homosexual o lesbiana que guarde
un celibato impuesto hasta el día de su muerte?
Y luego me
pregunto de nuevo. ¿Podría ese Dios que es Padre y Madre buenos, ese Dios
bondadoso y benévolo, exigir a un joven o una joven que nacieron distintos, que
nunca, en toda su vida, tengan una pareja y expresen hacia ella su amor?
Hay muchas
hipótesis y teorías sobre el origen de estas sexualidades minoritarias. La
discusión continúa y me confieso abierto a lo que la ciencia diga. Pero lo que
puedo afirmar con toda rotundidad es que, en mi experiencia pastoral y
educativa, la enorme mayoría de las personas que se consideran homosexuales lo
descubrieron desde pequeños, y se asumen así desde su nacimiento. Su sexualidad
no es mayoritaria, ciertamente, pero tampoco es anormal: justo igual que los
zurdos. En todas las culturas, las más homofóbicas, incluso en aquellas en la
que la homosexualidad se penaliza con la muerte, siempre hay un porcentaje
constante de personas con estas orientaciones, que ronda entre el 6 y el 10 por
ciento. De manera que lo verdaderamente importante para nosotros cristianos es
que creemos que a todos y todas los ha creado Dios. Así como son. Y después de
tratar a muchos durante mucho tiempo puedo afirmar que buena parte de ellos son
excelentes seres humanos, sensibles, afectuosos, comprometidos, devotos del
servicio y la compasión. Me atrevo a decir que Dios no sólo los ama, sino que le
caen bien.
¿Puede la
Iglesia privar a estas personas del derecho al ejercicio genital de su
sexualidad?
Cuando la
Carta a los Romanos habla de su condena a "cambiar el uso natural por otro
contra la naturaleza", el autor no tenía ni idea de las realidades que
nosotros conocemos ahora de manera más científica sobre la sexualidad, y
pensaban que sólo eran costumbres de paganos e idólatras.
En el debate
actual una pregunta central es si la unión de personas del mismo sexo es
matrimonio u otra cosa. No lo sé. Pero me pregunto de nuevo: ¿discriminarlos es
auténticamente humano, digno de un Dios fiel a lo que ha creado y rebosante de
misericordia? Me siento ofuscado.
Si a
nosotros sacerdotes católicos que hemos abrazado libremente el celibato nos
cuesta mucho trabajo ser fieles hasta la muerte, ¿cómo será para las personas
homosexuales, lesbianas, transgénero o transexuales, llevar esa carga impuesta
contra su voluntad por los años sin cuento que tienen por vivir después de
confesarse a sí mismos y a sí mismas su condición?
El Dios de
Jesucristo es antes que nada misericordia, amor, perdón, cercanía, comprensión,
ternura. Y no hace acepción de personas, no tiene preferencia entre sus hijos e
hijas.
El autor es
Rector de la Universidad Iberoamericana.