Hechos de los Apóstoles 926-31;
Salmo 21; 1 Juan 318-24; Juan 151-8
Estamos ya próximos al final de la Pascua; luego vendrá el tiempo
ordinario de la primitiva comunidad de seguidores de Jesús en su expansión por
todo el mundo conocido. La Resurrección sigue transformando la vida y el corazón
de los discípulos, e impactando más allá de los 12.
Pablo aparece por vez primera en escena. Bernabé lo lleva a
presentar a los apóstoles, pero por razones obvias –pues había sido perseguidor-
sospechan de él; sin embargo, la argumentación de Bernabé los convence narrando
cómo Saulo “había visto al Señor en el
camino…; cómo el Señor le había hablado, y como él había predicado en Damasco,
con valentía, en el nombre de Jesús”.
La Resurrección de Jesús y la acción del Espíritu de Dios hacen el
milagro más fundamental de ese inicio del cristianismo, al transformar a ese
puñado de hombres y mujeres sin mayor trascendencia, en verdaderos apóstoles. Ya
no serán los discípulos timoratos, egoístas, ignorantes, de cabeza dura para
comprender los misterios del Reino y para anunciarlo. Hoy hay un “hombre nuevo”
en cada uno de ellos. Éste es el gran milagro de la Pascua.
Ellos también han resucitado. Sin haber pasado por la muerte física,
sin embargo ahora son otros; es una verdadera resurrección lo que han vivido, gracias
a las apariciones de Jesús y a la iluminación del Espíritu. Han pasado también
de la muerte en la que vivían por su incomprensión, traiciones y miedos, a la
vida que el Espíritu Santo les regaló llena de pasión, entrega, valentía e,
incluso, sabiduría para predicar el verdadero mensaje de Jesús.
Y éste es el verdadero milagro de la Pascua, pues han sido
transformados en lo más profundo de su corazón; ahora son otros. Recordar cómo
eran durante la vida de Jesús, en su Pasión y crucifixión, incluso en su
resurrección, que en ese momento espectacular de Jesús ya resucitado, no
entienden nada y siguen “esperando la restauración de Israel”, no daba ninguna
garantía de que ellos pudieran seguir adelante con el gran proyecto de Jesús. Ahora
ni la muerte –como le sucederá a Esteban-, ni la persecución y cárcel –como la
sufrirán ellos-, los detendrá en su apasionado anuncio de Jesús, el Cristo, el
Mesías, aquel que los judíos habían crucificado y ahora Dios lo había
resucitado. Siguen adelante, porque Jesús verdaderamente resucitó. Su vida es la
que permite que tenga sentido la construcción del Reino: si Jesús hubiera
permanecido muerto, su proyecto no hubiera seguido adelante.
Él fue y es la fuerza, la presencia, la motivación, el impulso
imparable para continuar con el anuncio del Reino y su construcción, costara lo
que costara. Ahora ya no hay miedo, confusiones, temores, inseguridades, dudas.
Jesús resucitó y eso es el verdadero motivo para seguir con el anuncio del
Reino; y la transformación de ellos es la mejor prueba y evidencia de que todo
lo de Jesús fue verdaderamente cierto.
El testimonio de Pablo es otra prueba fehaciente de la autenticidad de todo el
evangelio. Él, un judío recalcitrante, perseguidor apasionado de los
cristianos, de pronto, sin haber sido del grupo de seguidores de Jesús, ahora, por
una acción realmente inexplicable del Espíritu, detiene su camino y se
convierte en uno de los pilares más fuertes de la predicación del Reino. ¿De dónde
sacó toda su sabiduría, conocimiento teológico, comprensión del misterio de
Cristo, si no hubiera sido por esa acción profundamente misteriosa pero no
menos real, del Espíritu de Dios?
Los discípulos creen en Pablo, después del testimonio de Bernabé,
y también advierten cómo él, de la misma forma, será perseguido por predicar de
la “Buena Nueva” de Jesucristo. Predicación y persecución, serán las dos notas
que acompañarán de aquí en adelante a los discípulos; al igual que la sabiduría
y conocimiento del evangelio junto con la fuerza y convicción indomable, los acompañarán
hasta la muerte. Mayor milagro no podemos encontrar ni mejor testimonio de la
verdad de Jesús y del inicio del cristianismo.
San Juan, en su primera
carta, siguiendo este espíritu del Evangelio,
nos invita a la coherencia: el amor se muestra con las obras; “no amemos solamente de palabra”, nos
dice. Y sintetiza toda su experiencia con el mismo mandamiento de Dios: “que creamos en la persona de Jesucristo, su
Hijo, y nos amemos los unos a los otros”. He ahí, como lo dijo Jesús, “toda la ley y los profetas”.
Finalmente, también Juan en
su Evangelio refuerza la vinculación que debemos tener con Jesucristo, si
queremos tener vida y dar frutos del Reino. Jesús es la vida; nosotros los
sarmientos; el que no permanece en él, muere; pero el que permanece da mucho
fruto, mostrándose como verdadero discípulo de Jesús.
Ésta es la misión a la que hemos sido invitados como seguidores
del Camino.