Job 381.8-11; Salmo 106; 2ª Cor
514-17; Marcos 435-41
Las lecturas pretenden resaltar el poder del Hijo de Dios, de
Jesús, al contraponerlo con la casi omnipotencia del mar y de sus fuerzas.
Tanto en la primera lectura de Job como en el Evangelio de Marcos el contraste
es sorprendente; como si se tratara de una lucha de gigantes que se disputan el
poder de la tierra. En el fondo, la invitación nítida es a confiar, a creer, a
tener fe en Jesús por encima de todas las fuerzas que en algún determinado
momento se pueden desatar contra nosotros, y nos llevan a tener miedo, a pensar
que hemos sido abandonados por Dios; que mientras nos ahogamos, Él duerme.
La lectura de Job describe la fuerza del mar; pero que, sin embargo,
toda ella ha sido acotada por Dios. Él le ha puesto límites, la ha creado como
si fuera una creatura recién nacida que ha de ser cuidada por su madre: “Yo
hice de la niebla sus mantillas y de las nubes sus pañales; yo le impuse
límites con puertas y cerrojos y le dije: <hasta aquí llegarás, no más allá.
Aquí se romperá la arrogancia de tus olas>”. El autor del libro compara la
mayor fuerza que puede haber en la naturaleza, como es un mar embravecido, con
el poder de Dios, para resaltar cómo ninguna fuerza de la naturaleza, por más
terrible que pueda ser, es comparable con el poder de Dios. Él es el creador de
todo y, por ello, todo se somete a su voluntad.
Con este contexto, el evangelio de Marcos hace una paráfrasis con
el libro de Job. Los discípulos atraviesan el mar con Jesús; van a la otra
orilla después de que el Maestro ha estado narrando las parábolas del Reino a
la multitud. El Reino es una utopía casi imposible de alcanzar; pero Jesús lo
expone bucólicamente; como algo maravilloso que casi solo se va a realizar. Sin
embargo, para los 12, las cosas no son tan sencillas. Ellos saben que el
proyecto del Reino implica grandes conflictos y luchas contra los poderes que a
ellos los han sometido: el religioso, el político y el militar. ¿Cómo sucederá,
entonces, el Reino? ¿Con qué cuentan para esa lucha y esa conquista más allá de
esas descripciones poéticas?
Por la narración de Marcos, uno puede figurar que Jesús había
maquinado todo para mostrar de dónde les vendría la fuerza para vencer el poder
de las tinieblas. Se embarcan, comienzan a navegar, el Maestro cae rendido por
el cansancio en un profundo sueño, justo en el momento en que cambian las
condiciones del mar. Éste se embravece y amenaza con hundirlos. Y en ese
momento, en el que ellos no ven la acción de Dios, en el que sólo creen en
ellos mismos, se olvidan de todos los signos que Jesús había puesto y caen en
un pavor profundo. Su fe ha sido puesta a prueba. ¿Es posible creer aún sin ver
los signos de salvación? ¿Es posible creer cuando Dios parece ignorar las
penalidades del pueblo, de las personas, de sus hijos? ¿Despertar o no al Señor
Jesús? ¿Qué asegura que Dios está presente cuando “no vemos” ni
“experimentamos” su acción, cuando los procesos de la vida están arrastrados
por la maldad y por ningún lado aparece el Reino? ¿Dios actúa o no en favor de sus
hijos? ¿Es más fuerte el mal de la injustica y de la opresión, que el poder liberador de Dios, que su bondad
y cariño hacia su pueblo?
Llevados por el pánico, los discípulos despiertan a Jesús, porque
sin Él, se hundirán. Antes que otra cosa, el Maestro controla las fuerzas del
mar y del viento, pacifica todo, y hasta entonces les recrimina con toda dureza
su miedo. “¿Por qué tenían tanto miedo? ¿Aún no tienen fe?”
Esta es la pregunta radical de este domingo: ¿aún no tenemos fe?
No deja de ser interesante que a pesar de su miedo y de estar seguros que
morirían, sin embargo sí “creen” que Jesús los puede salvar, que Él tiene poder
para controlar las fuerzas de la naturaleza. Sin embargo, la recriminación es
contundente. El miedo que tienen es signo de su falta de fe. Algo de fe
ciertamente tenían; pero no toda la que se necesita para construir el Reino,
para luchar hasta la muerte por él. El Maestro los obliga a creer aunque no
vean los signos y su vida esté al borde de la muerte. Creer…; creer con todas
las circunstancias adversas; creer cuando el mal y el poder de las tinieblas
siguen dominando al mundo desde la impunidad, la corrupción, la pobreza, la
injusticia, la desigualdad; creer que algo va a cambiar, que vendrán tiempos
mejores, que vale la pena todo el esfuerzo que hacemos, aunque no veamos
resultados… Quizá esa es la fe que no tenemos todavía y a la que nos invita el
Señor Jesús. Él está con nosotros, como solemos decir, “en las buenas y en las
malas”; en “la salud y en la enfermedad”, “en la muerte y en la vida”, en la
“pobreza y en la riqueza”, “en el éxito y en el fracaso”, como lo sostiene
Ignacio de Loyola en el Principio y
Fundamento de sus Ejercicios Espirituales. Creer sin ver, esa fue la
recriminación que el Resucitado le hizo a Tomás en la octava de la
Resurrección.
En la 2ª Lectura, Pablo nos exhorta de una manera maravillosa a
caer en la cuenta que “el amor de Cristo nos apremia”. Si Él murió por todos,
evidencia del mayor amor que pudo haber existido en el mundo, es hora de que ya
no vivamos para nosotros mismos, “sino para Aquél que murió y resucitó por todos”.
Y el que así vive, es entonces una “creatura nueva; para él todo lo viejo ha pasado.
Ya todo es nuevo”.
A esto estamos invitados como cristianos: a que desde la fe absoluta
en Dios, nos convirtamos en creaturas nuevas que sólo viven para Jesús y su Reino.