domingo, 21 de junio de 2015

12° domingo Ordinario; Junio 21 del 2015

Job 381.8-11; Salmo 106; 2ª Cor 514-17; Marcos 435-41
Las lecturas pretenden resaltar el poder del Hijo de Dios, de Jesús, al contraponerlo con la casi omnipotencia del mar y de sus fuerzas. Tanto en la primera lectura de Job como en el Evangelio de Marcos el contraste es sorprendente; como si se tratara de una lucha de gigantes que se disputan el poder de la tierra. En el fondo, la invitación nítida es a confiar, a creer, a tener fe en Jesús por encima de todas las fuerzas que en algún determinado momento se pueden desatar contra nosotros, y nos llevan a tener miedo, a pensar que hemos sido abandonados por Dios; que mientras nos ahogamos, Él duerme.
La lectura de Job describe la fuerza del mar; pero que, sin embargo, toda ella ha sido acotada por Dios. Él le ha puesto límites, la ha creado como si fuera una creatura recién nacida que ha de ser cuidada por su madre: “Yo hice de la niebla sus mantillas y de las nubes sus pañales; yo le impuse límites con puertas y cerrojos y le dije: <hasta aquí llegarás, no más allá. Aquí se romperá la arrogancia de tus olas>”. El autor del libro compara la mayor fuerza que puede haber en la naturaleza, como es un mar embravecido, con el poder de Dios, para resaltar cómo ninguna fuerza de la naturaleza, por más terrible que pueda ser, es comparable con el poder de Dios. Él es el creador de todo y, por ello, todo se somete a su voluntad.
Con este contexto, el evangelio de Marcos hace una paráfrasis con el libro de Job. Los discípulos atraviesan el mar con Jesús; van a la otra orilla después de que el Maestro ha estado narrando las parábolas del Reino a la multitud. El Reino es una utopía casi imposible de alcanzar; pero Jesús lo expone bucólicamente; como algo maravilloso que casi solo se va a realizar. Sin embargo, para los 12, las cosas no son tan sencillas. Ellos saben que el proyecto del Reino implica grandes conflictos y luchas contra los poderes que a ellos los han sometido: el religioso, el político y el militar. ¿Cómo sucederá, entonces, el Reino? ¿Con qué cuentan para esa lucha y esa conquista más allá de esas descripciones poéticas?
Por la narración de Marcos, uno puede figurar que Jesús había maquinado todo para mostrar de dónde les vendría la fuerza para vencer el poder de las tinieblas. Se embarcan, comienzan a navegar, el Maestro cae rendido por el cansancio en un profundo sueño, justo en el momento en que cambian las condiciones del mar. Éste se embravece y amenaza con hundirlos. Y en ese momento, en el que ellos no ven la acción de Dios, en el que sólo creen en ellos mismos, se olvidan de todos los signos que Jesús había puesto y caen en un pavor profundo. Su fe ha sido puesta a prueba. ¿Es posible creer aún sin ver los signos de salvación? ¿Es posible creer cuando Dios parece ignorar las penalidades del pueblo, de las personas, de sus hijos? ¿Despertar o no al Señor Jesús? ¿Qué asegura que Dios está presente cuando “no vemos” ni “experimentamos” su acción, cuando los procesos de la vida están arrastrados por la maldad y por ningún lado aparece el Reino? ¿Dios actúa o no en favor de sus hijos? ¿Es más fuerte el mal de la injustica y de la opresión,  que el poder liberador de Dios, que su bondad y cariño hacia su pueblo?
Llevados por el pánico, los discípulos despiertan a Jesús, porque sin Él, se hundirán. Antes que otra cosa, el Maestro controla las fuerzas del mar y del viento, pacifica todo, y hasta entonces les recrimina con toda dureza su miedo. “¿Por qué tenían tanto miedo? ¿Aún no tienen fe?”
Esta es la pregunta radical de este domingo: ¿aún no tenemos fe? No deja de ser interesante que a pesar de su miedo y de estar seguros que morirían, sin embargo sí “creen” que Jesús los puede salvar, que Él tiene poder para controlar las fuerzas de la naturaleza. Sin embargo, la recriminación es contundente. El miedo que tienen es signo de su falta de fe. Algo de fe ciertamente tenían; pero no toda la que se necesita para construir el Reino, para luchar hasta la muerte por él. El Maestro los obliga a creer aunque no vean los signos y su vida esté al borde de la muerte. Creer…; creer con todas las circunstancias adversas; creer cuando el mal y el poder de las tinieblas siguen dominando al mundo desde la impunidad, la corrupción, la pobreza, la injusticia, la desigualdad; creer que algo va a cambiar, que vendrán tiempos mejores, que vale la pena todo el esfuerzo que hacemos, aunque no veamos resultados… Quizá esa es la fe que no tenemos todavía y a la que nos invita el Señor Jesús. Él está con nosotros, como solemos decir, “en las buenas y en las malas”; en “la salud y en la enfermedad”, “en la muerte y en la vida”, en la “pobreza y en la riqueza”, “en el éxito y en el fracaso”, como lo sostiene Ignacio de Loyola en el Principio y Fundamento de sus Ejercicios Espirituales. Creer sin ver, esa fue la recriminación que el Resucitado le hizo a Tomás en la octava de la Resurrección.
En la 2ª Lectura, Pablo nos exhorta de una manera maravillosa a caer en la cuenta que “el amor de Cristo nos apremia”. Si Él murió por todos, evidencia del mayor amor que pudo haber existido en el mundo, es hora de que ya no vivamos para nosotros mismos, “sino para Aquél que murió y resucitó por todos”. Y el que así vive, es entonces una “creatura nueva; para él todo lo viejo ha pasado. Ya todo es nuevo”.

A esto estamos invitados como cristianos: a que desde la fe absoluta en Dios, nos convirtamos en creaturas nuevas que sólo viven para Jesús y su Reino.