domingo, 22 de enero de 2017

Carta Pastoral de Mons. Diego Padrón sobre la situación de Venezuela, En 7 '17

Panorama Nacional  
Mons. Diego Padrón, Presidente de la Conferencia Episcopal Venezolana. 

Enero 7, 2017
 "En nuestro país, el 2016 ha terminado muy mal, con gran desesperanza.  El saldo está en rojo en todos los  rubros. Casi 29 mil muertes violentas; hambre y falta de comida que solo  produce agonías y desnutrición; desabastecimiento de medicinas, que provoca  decesos y reaparición de epidemias; más de 120 presos políticos injusta e ilegalmente  privados de libertad; corrupción generalizada, ataque sistémico a la empresa no  oficial y a los medios de comunicación independientes, la inconsulta, violenta  e inconstitucional ideologización de la educación; los intentos de anular a la  Asamblea Nacional; el cierre del camino electoral; la crisis financiera y,  últimamente, la improvisación y confusión con el uso y desuso de la moneda de  mayor valor que creó gran incertidumbre y angustia en la población, sobre todo  entre los más pobres.
A este resumen de equivocadas políticas debo añadir, al menos, tres  experiencias, diversas en su modalidad, pero convergentes en su potencial de  revelar el deterioro de la calidad humana y de la convivencia social y, en  consecuencia, su carácter interpelante: la masacre de Barlovento, los saqueos y  el vandalismo en Cumaná, Ciudad Bolívar y otros lugares y el asalto al  Monasterio Trapense en Mérida, junto con el robo y amedrentamiento a los  monjes, empleados y visitantes. Todo ello ejemplifica una verdad patente,  elemental y conclusiva: en la historia venezolana de los últimos cincuenta años  – si no más– los ciudadanos no habíamos atravesado una etapa tan dura, incierta  e injusta.
No obstante, en el mismo panorama nacional del año, el acontecimiento  más positivamente sobresaliente ha sido la elección de Mons. Baltazar Enrique  Porras Cardozo para Cardenal de la Iglesia. Esta honrosa designación al actual  Arzobispo de Mérida lo convierte en un actor de las decisiones de mayor  envergadura en el pontificado romano. Ha pasado a ser oficialmente uno de los  consejeros inmediatos del Romano Pontífice. A partir de ahora, sus opiniones y  actuaciones tendrán resonancia mundial. Venezuela toda ha salido ganando. El es  un atleta del Espíritu, de la dignidad, de la libertad y la verdad. Un  experimentado defensor del hombre y de sus derechos, en cualquier escenario,  dentro y fuera de nuestras fronteras.
Para la Iglesia venezolana este nombramiento ha sido una designación  que nos enorgullece, pues –como dice el apóstol Pablo– en un cuerpo, cuando un  miembro sufre, todos los demás sufren, y cuando un miembro es honrado, todos  los demás se felicitan (Cf 1 Co 12,26). Ha sido un regalo del Papa Francisco a  toda la Iglesia y para toda Venezuela. Por eso los venezolanos le estamos  inmensamente agradecidos y rezamos ahora con mayor fervor por él. Ha sido,  además, una evidente ratificación de las líneas de acción social evangelizadora  de la Conferencia Episcopal Venezolana.
Ha sido también motivo de honda satisfacción para nuestro gentilicio  y nuestra Iglesia, la elección del P. Arturo Sosa Abascal s.j., para el cargo  de Prepósito General de la Compañía de Jesús y primer sucesor de San Ignacio de  Loyola que no proviene del continente europeo.
El Padre Arturo, antiguo Provincial y Rector de la Universidad  Católica del Táchira, reputado investigador y docente de la realidad política  venezolana, es nuestro amigo y hermano. El cuenta con nuestro afecto, nuestro  reconocimiento y nuestra oración. Como broche de oro, su elección ha coincidido  con la clausura del Año Centenario de la reinstalación de la presencia de la  Compañía de Jesús en nuestra tierra.
Durante los últimos meses del año ocupó la cartelera el tema del  llamado diálogo, tras un prologado in  crescendo de las tensiones políticas, pero, sobre todo, con un trasfondo de  progresiva y dramática realidad socioeconómica de carencias, desafueros,  improvisaciones y manipulaciones.
Sin distinción de ideologías o credos, la población, los líderes  políticos, las Iglesias, las universidades, los medios de comunicación social y  las más diversas instituciones solicitaban, de modo apremiante, la apertura de  un diálogo entre el gobierno y la oposición. Parecía que todos, incluso el gobierno,  estábamos de acuerdo en que ése era el camino para encontrar soluciones a los  graves problemas del país. Pero después del reciente intento fallido, a muchos  les parece que aquella inquietud era más una manifestación del subconsciente  colectivo que una solicitud razonada y una puesta en escena diáfana,  estructurada y con voluntad efectiva de llegar a acuerdos y cambios visibles a  respetar y poner en práctica de inmediato. Por ejemplo, la liberación de todos  los presos políticos.
La Mesa de Diálogo, integrada por cuatro equipos de trabajo, sesionó  con altibajos, y, en definitiva, su mecanismo no funcionó. La metodología  empleada no condujo a resultados reales evaluables, como se esperaba;  predominaron los discursos y las promesas. Pero, sobre todo, el diálogo  fracasó, en esta ocasión, por  una maligna conjunción de factores: no había entre las partes voluntad  sincera de dialogar; no se tomaron las habituales previsiones de definición y organización  para disponer medios efectivos en función de fines y objetivos definidos y  consensuados, comenzando por el respeto mutuo y el reconocimiento del otro,  como muy bien expresó a las partes y a los facilitadores, en carta posterior,  el Secretario de Estado Vaticano y anterior Nuncio en Venezuela, Cardenal  Pietro Parolin. Su pregunta clave fue y sigue siendo: ¿Dónde están los resultados?
La culpa del fracaso no fue del diálogo en sí, como mecanismo, ni de  los facilitadores del proceso, en el que todos tuvieron una cuota, desigual,  pero real, de preocupación, trabajo y responsabilidad, en particular, sino de  las partes sentadas en la Mesa.
Y es que, en efecto, ambas partes, gobierno y oposición, si bien a  título diverso, no asumieron el diálogo en función del país, sino que lo consideraron más bien como  una simple estrategia política, útil, no para dirimir los grandes conflictos  que afectan a todos por igual, sino para fines particulares, incluso  subalternos. A la  vista de lo ocurrido, me atrevo a concluir que para el partido oficial y el gobierno,  el diálogo fue más bien un instrumento para ganar tiempo y frenar la presión  interna y externa, y en concreto, el Referéndum Revocatorio del mandato del Presidente de  la República.
Para los sectores opositores, e incluso algunos ex militantes del  primer período oficialista y también los llamados ni-ni, fue ocasión para exhibir las innumerables deficiencias,  principalmente del Poder Ejecutivo, pero también de los otros Poderes afines o  dependientes de él, en materia de derechos humanos, economía, respeto a la  autonomía de los Poderes del Estado, en particular del Poder Legislativo, y  transparencia en sus ejecutorias.
Algunos políticos y analistas,  adversarios o distantes de la Mesa de Diálogo, han querido inculpar a la  facilitación de la Santa Sede de haberse dejado engañar por el Gobierno y de  haber enfriado los ánimos para la protesta en la calle y para proseguir la ruta  del Referéndum Revocatorio, en ese momento, a medio camino. Otros han querido descalificar a  la Conferencia Episcopal, atribuyéndole también una voluntad de apaciguamiento  de las movilizaciones, y otros han ido más allá, pretendiendo descalificar al facilitador  enviado de Roma, e incluso al propio Papa Francisco.
Sin descartar que siempre es posible obrar con mayor oportunidad,  resulta fácil, aunque atrevido, hablar a posteriori y desde fuera; pero bordea  la irresponsabilidad y hasta la mala fe pasar del juicio de actos a la  imputación de intenciones y la condena de personas. Es un caso emblemático de  exigencia del examen de la conciencia moral y de una conversión intelectual y  espiritual.
Frente a esa falsificación de los hechos, es importante recordar,  aunque sea someramente, la verdad histórica: el responsable primero y principal de que no se haya  realizado el Referéndum Revocatorio en 2016 es el gobierno nacional que,  temeroso de someterse al veredicto popular, utilizó alguna indecisión  opositora, pero, sobre todo, subterfugios judiciales y la mayoría que tiene en  el Directorio del Consejo Nacional Electoral para secuestrar, sin fecha límite,  la convocatoria del Referendo, es decir, para denegar de facto el derecho del pueblo  al voto en ejercicio de su soberanía.
Hay cuatro fechas que todo venezolano tiene que tener muy claras: el  20, 22, 24 y 30 de octubre. El 20 el Gobierno negó toda posibilidad al  Referendo, el 22 se produjo el asalto violento a la Asamblea Nacional, el 24  llegó al país el representante del Papa, Monseñor Emil Paul Tscherrig, y el 30  se produjo la primera reunión del hasta ahora frustrado diálogo nacional. Dicho de otra manera, el  secuestro del diálogo se produjo 10 días antes de la instalación de la mesa y  sus cuatro equipos.
Inculpar a la Santa Sede o a  los partidos políticos de oposición como supuestos responsables de que no se  haya favorecido la convocatoria efectiva del Referendo, no sólo es incierto,  sino que le quita el peso de la responsabilidad histórica al único responsable  real: las autoridades del gobierno nacional y sus operadores electorales y  judiciales.
Por otra parte, denigrar del diálogo en sí, como procedimiento de  solución de conflictos, es un error político, histórico, sociológico,  filosófico, estratégico, pero antes y aún más, una falta de comprensión de lo  que es el ser del hombre, una negación del sentido y valor de la relación  humana fundamentada en la palabra compartida, pues los seres humanos somos  constituidos humanos por la palabra, y es también una actitud antiética en  cuanto representa implícitamente un rechazo a la palabra como vehículo de  comunicación y comunión, como instrumento de convicción y verdad, y como  paradigma de la expresión de libertad.
Estoy convencido de que más temprano que tarde los líderes políticos,  para sacar a este país de la crisis que lo está destruyendo, invocando la  democracia, tendrán que recurrir, en nombre de la democracia, al diálogo, la  negociación y los acuerdos, únicos antídotos frente a la irracionalidad de la  fuerza, la corrupción y la violencia, símbolos por excelencia de los peores  males de esta sociedad.
En ese marco, por honestidad y deber de justicia, los jefes de  algunos partidos de la oposición deberían admitir que en los días del diálogo  no se comportaron a la altura de las circunstancias. No quisieron retratarse  hablando con un gobierno que nunca ha dado garantías reales de cumplir lo que  promete. Prefirieron preservar sus candidaturas personales de todo riesgo  político-electoral. Pero este comportamiento táctico no los libra de su  responsabilidad frente al pueblo.
También a este intento de diálogo ineficaz le faltó, en esa fase al  menos, el apoyo decidido y oportuno, de la ciudadanía y, más aún, de la  sociedad civil organizada. La  tentación desgraciadamente recurrente tanto de las instituciones civiles y  democráticas como del común de los ciudadanos, es escurrir el bulto, evadir la  propia responsabilidad y fomentar la antipolítica, haciendo caer el peso de todos  los errores sobre los partidos políticos, aislados o integrados en alguna  organización o alianza e incluso sobre la propia actividad política como  instancia de convivencia en sociedad, y realización personal de servicio del bien  común.
Pero, al mismo tiempo, las organizaciones políticas, sus militantes y  la ciudadanía en general tienen  que reconocer que no pueden alcanzar dichos fines, de modo pacífico,  constitucional, democrático y electoral, sin la participación coherente y articulada  de las instituciones, incluida la militar, cuyos miembros todos, como  integrantes del pueblo soberano, tienen derecho al sufragio electoral, dentro  del respeto a las funciones que la norma constitucional y las leyes les asignan  y por las cuales se responsabilizan. ¡En este proceso no se puede  excluir a ningún sector!
En nuestra sociedad, concebida como un amplio bosque, cada sector, a manera de árboles, tiene sus propios planes; es necesario cambiar de  metodología de acción. Pasar de la metodología individual o tribal de conuco a la de articulación de  esfuerzos, modelos y proyectos. Las condiciones de los sujetos llamados a  integrar una tal sinergia institucional  son: honestidad en las actuaciones, promoción y respeto de los derechos humanos,  defensa de la democracia y búsqueda del bien común.
En este sentido, la Conferencia Episcopal renovará en los próximos días, como ejercicio de  servicio subsidiario al pueblo, su exhortación a todos los sectores del país a  traducir en programas, acciones y recursos, algunas líneas básicas, positivas,  incluyentes y prospectivas, de una propuesta democrática, constitucional y  pacífica, para la superación política de la grave crisis que nos agobia.  
Conclusión
En la historia del país ningún gobierno había hecho sufrir tanto, por acción y omisión, al  pueblo como el que ahora administra formalmente las funciones. El  desabastecimiento dramático de alimentos y medicinas es la negación palpable de  una economía sana. La inseguridad y la violencia incontrolada es la negación de  la capacidad de gobernar con justicia y orden. La corrupción y la injusticia  sistemática imperantes son la antítesis de la honestidad y la verdad. El  control absoluto de las finanzas, del derecho a la libre expresión y la  persecución contra la disidencia son la negación de la confianza, la libertad y  el diálogo.
Lo anterior, más  los intentos por vulnerar la memoria de pertenencia a una comunidad histórica y  fundamentalmente una, el irrespeto a la dignidad inalienable de todos y cada  uno, así como del derecho y deber de participar en el diseño y concreción de un  presente común y de un futuro de esperanzas compartidas, configuran una  desfiguración ética y espiritual intolerable.
La Conferencia Episcopal y cada Obispo en su diócesis a lo largo de  año 2016 no cesaron de ofrecer una visión realista de la situación global que  caracteriza al país en el momento. De muchas maneras llamó a los dirigentes  sociales y políticos a pensar en el país antes que en parcialidades. Denunció  sin ambages todas las formas del mal que dañan a la sociedad. Promovió el  diálogo político entre el gobierno y la oposición, y solicitó al Ejecutivo  autorización para abrir un canal humanitario. Cáritas Nacional ha ofrecido su  infraestructura para coordinar el servicio de distribuir medicinas, servicio  que, en pequeña escala, ya viene prestando.
La Conferencia Episcopal respalda al señor Jorge Cardenal Urosa  Savino, Arzobispo de Caracas, en su mensaje de alerta al pueblo católico. El  mayor desafío de los Obispos es iluminar con la fe en Jesucristo y en su  palabra la historia presente y cooperar con el bienestar material y espiritual  del pueblo.
Por todo ello, con enorme pesar, pero con realismo, debemos expresar,  serena, pero firmemente, que los  venezolanos iniciamos el 2017 sumidos en un caos, es decir, vivimos una real  tragedia de consecuencias históricas, que afecta a personas, comunidades e  instituciones, y no sólo en su modalidades funcionales, sino también en sus  raíces más profundas, a la manera de un verdadero daño humano, social,  espiritual.
En este 2017 no podemos, sin embargo, dejar que nadie ni nada nos robe la esperanza; este no es  momento para alimentar la depresión. La desesperanza no cabe en quien confía en el ser humano, porque él es criatura redimida por Cristo. El es nuestra esperanza radical. No todo está perdido, mientras haya una ciudadanía consciente, con la fe y la esperanza activadas, capaz de diseñar y emprender nuevos y mejores rumbos. Como nos dice el Papa Francisco no tengamos cara de velorio o cementerio, sino de fuerza transformadora de la realidad.

El llamado final es a desarmar los espíritus, a desplegar una creatividad solidaria, y a mantener la esperanza contra toda esperanza, (Rom.  4,18), porque la última palabra le corresponde siempre a la vida y la justicia,  la verdad y el amor."