domingo, 8 de enero de 2017

La Epifanía del Señor; 8 de enero del 2017; Homilía FFF

Isaías 601-6; Salmo 71; Efesios 32-3. 5-6; Mateo 21-12

La fiesta de este domingo al iniciar el año abre a un horizonte nuevo, amplio, sin fronteras: la salvación de Dios viene para todos sin distinción de raza, lugar, posición social. Jesús viene a liberar a toda la humanidad; su propuesta de salvación busca reafirmar la voluntad de Dios de que esta tierra sea un paraíso para sus hijos. No acaba de nacer, cuando ya el mensaje es claro: a Dios le importa hasta el último de los seres humanos y lo que busca para ellos es que cada uno sea capaz de encontrar la felicidad.
Sin embargo, como nos manifiestan con toda claridad los Reyes Magos, para encontrar a Jesús se requieren una serie de condiciones, de actitudes, de comportamientos. El Salvador se manifiesta, pero ya depende de nosotros si lo encontramos o no. Él abre sus brazos; a nosotros nos toca darle el abrazo.
Tanto Herodes como los Magos quieren encontrarse con el Rey de los judíos; pero desde actitudes muy diferentes.
Si analizamos al primero, Herodes busca a Jesús porque siente amenazado su poder. No le interesa el mensaje de salvación; no tiene curiosidad para ver quién ha nacido; por qué algunos lo buscan de tan lejos. Se trata de un poder que se siente amenazado por otro, y lo busca para destruirlo. Jesús para Herodes, desde su máxima indefensión y debilidad, le representa un gran enemigo a vencer. Es interesante cómo advierte ya la fuerza y grandeza del recién nacido. No sabrá si es o no Hijo de Dios; pero sí intuye que es  alguien que puede derrocar su poder. Reconoce la grandeza del enemigo y por eso quiere destruirlo.
A diferencia de los Reyes, sin embargo, él no se mueve. Como centro del poder, él no se humilla, no sale a buscar, no deja su seguridad, sus comodidades. Encuentra a los reyes como sus emisarios, y ahí se queda sentado en su trono.
Por el contrario, los Reyes han hecho una gran travesía para buscarlo. Han salido de sus tierras, de sus seguridades, de sus comodidades... Han percibido una señal, una Estrella, y han sabido leerla como un signo de Dios, como algo que más allá de lo que era en sí, contenía una invitación, un mensaje.
Su actitud es de asombro, de apertura, de humildad. No hay conflicto de intereses; no hay una disputa por el poder. Ellos, aún en su grandeza, reconocen que el recién nacido es mayor que ellos y no se sienten menos por reconocerlo. Ellos han ubicado muy bien su realidad: no son más que hombres; pero el que buscan es un Dios; y, sin embargo, eso no empaña su realidad; no les resulta amenazante. Más bien, se convertirá en su sentido, en algo que viene a darles una plenitud que no tenían. El Hijo de Dios no entra en competencia con ellos. Por eso “salen”, y en el sentido más profundo, salen de sí mismos, de su orgullo, de su poder, y por eso podrán encontrar y descubrir al Salvador.
Herodes no se movió para encontrarse con Jesús; los Reyes hicieron una gran travesía; pero grande fue su recompensa. Herodes tuvo ojos, pero no vio; los Reyes vieron con su fe, con su corazón, con su amor, con su humildad, con su bondad. Porque otro paso enorme fue descubrir en ese niño extremadamente pobre, fuera de cualquier centro de poder, de cualquier templo, de cualquier signo que les pudiera indicar que ahí había algo más que lo que podían observar a simple vista, al Hijo de Dios.
Encontrar a Jesús, por consiguiente, implica una serie de condiciones. No basta con que Él se haga visible, se manifieste. Hay que buscarlo; hay que recorrer muchos kilómetros, hay que salir de uno mismo, hay que dejar el poder, la riqueza, el orgullo; pero, principalmente, hay que estar bajo la inspiración del Espíritu de Dios –que fue justo el símbolo de la estrella que los guió- para poder encontrarlo, descubrirlo.
El problema no es si tenemos mucho, como los Reyes Magos, o poco, como los Pastores. La cuestión radical es si estamos dispuestos a hacer a un lado todos esos apegos que son, definitivamente, obstáculos para descubrir en la pobreza, en los pobres, en la sencillez, en la humildad, al Hijo de Dios. Pero no sólo eso, la otra condición es si tenemos esa tesitura espiritual, esa sensibilidad religiosa, esa fe que mira más allá de lo que ve, para descubrir en la impotencia al creador del universo; en la pobreza, al que es el dueño de todo lo creado; en la humildad, al que es el Señor de toda la historia.
Finalmente, sólo el que se echa a andar; el que sale de sí mismo; el que no se siente que ya lo tiene todo y cree que no hay ninguna novedad que lo pueda sorprender en su vida, es el que encontrará a Jesús.
Dios se vacía de sí mismo –como dice San Pablo-, para tomar carne de nuestra carne. Él no quiso “jugar a ser hombre”; Él se encarnó, dejó su condición divina y se comprometió con la humanidad desde la parte débil de la contradicción, desde lo más pobres. Y desde ahí comenzó a vivir con los tiempos de cualquier ser humano; con los riesgos de la vida. Desde su pobreza “para enriquecernos a todos”, nos manifestó su oferta de salvación que nada tiene que ver con la “felicidad que ofrece nuestra sociedad de consumo”.
Quizá nos hemos quedado sólo con los regalos; con lo que los Reyes nos traen; con que ellos le regalaron oro, incienso y mirra al niñito recién nacido. Pero perdemos de vista que cada regalo era sólo un símbolo que quería reconocer en Jesús al Rey que iba a proponer una manera diferente de regir a la humanidad, al Dios que sorprendentemente se hizo uno de nosotros para hacernos más fácil el que lo podamos encontrar, y al Sanador de todas nuestras heridas.
Jesús sigue entre los pobres. Salgamos de nosotros mismos para encontrarlo y dejarnos iluminar por su Estrella para que nos guíe en lo que hemos de hacer para convertirnos en sus seguidores.