Josué 241-2. 15-17. 18;
Salmo 33; Efesios 521-32; Juan 655. 60-69
La lucha por la liberación y el seguimiento del Señor Jesús son
temas que implican una gran constancia y ánimo a lo largo de la vida. La
tentación del desaliento, la “comodidad” de una esclavitud “confortable” (como
la de los judíos en Egipto) o la atracción de una religión cuya esencia es
cumplir la ley y realizar los ritos sagrados (los judíos en Jerusalén), siempre
están a la vuelta de la esquina. Situación que sin duda alude a la cuestión de
la honestidad y coherencia de nosotros los humanos, con los principios y bases
que nos van llevando día tras día a una mayor realización personal, a sostener
las convicciones más profundas, a luchar siempre por ser personas auténticas,
libres, sensibles ante el dolor del prójimo, comprometidas con la sociedad en
la que vivimos. El tema de la constancia, la lucha por el ideal, la fe en que sí
se puede lograr lo que pretendemos, son cuestiones inherentes al ser humano en
su proceso de realización a lo largo de toda la vida, ante las que siempre
hemos de definirnos.
En la primera lectura, Josué interpela al pueblo hebreo, pues
cada día son más las traiciones que van cometiendo contra el proyecto que Dios ha
destinado para ellos. De una manera contundente, los cuestiona diciéndoles: “Si no les agrada servir al Señor, digan aquí
y ahora a quién quieren servir: ¿a los dioses a los que sirvieron sus
antepasados…, o a los dioses de los amorreos? Josué, al igual que Moisés y
al igual que el mismo Yahvé a quien representan, están ya cansados de tanta
inconstancia y traición. Es increíble que a pesar de tantos signos maravillosos
que Dios ha realizado a lo largo de su lucha por la liberación, sigan dudando y
realizando traiciones, como las de adorar a los dioses de los pueblos vecinos.
Yahvé pide una fe inquebrantable en Él como el único Señor; pide
una confianza absoluta de que el camino que llevan es el único que lleva a la
verdadera liberación; pero el pueblo no termina de creer; duda con demasiada
frecuencia; y no sólo eso; también actúan en contra de los mandamientos que han
recibido: adoran a otros dioses, construyen altares, les ofrecen sacrificios.
Sin embargo, una vez más, el pueblo reacciona y responde
positivamente diciendo que no abandonarán al Señor “para servir a otros dioses, porque el Señor es nuestro Dios”. Y
esa respuesta que, de alguna manera esperaba Josué, surge cuando recuerdan el hecho
fundamental con el que Yahvé se manifestó como tal: “él fue quien nos sacó de la esclavitud de Egipto, el que hizo ante
nosotros grandes prodigios, nos protegió por todo el camino… Así también nosotros
serviremos al Señor, porque Él es nuestro Dios”.
La fe vuelve al Pueblo cuando trae
a la memoria lo que Dios ha hecho por ellos. El problema de la fe y de la
perseverancia en la lucha por la liberación, en el poner a Dios como el único
Señor, es no olvidar lo que a lo largo de la vida Él ha ido haciendo por
nosotros. Es la memoria, la recuperación de la acción de Dios en nuestras
vidas, el tener delante de los ojos todos esos hechos con los que Dios se ha
manifestado como tal en favor de nosotros, lo que nos permite sostener el paso
y afincar más nuestra confianza y fe en su proyecto. Las circunstancias del
camino son desalentadoras, la lucha por conseguir lo que el mismo Dios quiere
para nosotros, es un largo camino que implica no perder la fe y nunca dejar de
luchar; sin embargo, si nos olvidamos del pasado, podríamos decir, de la historia
de amor de Dios para con nosotros, entonces no tendremos fuerzas para seguir
hasta el fin.
Juan, en el evangelio de este domingo, nos relata algo parecido. Jesús, cada día está siendo más exigente con sus seguidores, hasta
llegar a afirmar abiertamente que su lucha será hasta el final, hasta dar su cuerpo y su sangre como prueba de
que su amor llegaría hasta el fin, sin claudicar ante las amenazas de muerte
que ya había recibido. La lucha por la liberación, el seguimiento de Jesús, lo piden
todo; pero entonces, los judíos vuelven a lo mismo. Es más fácil quedarse en
una religión ritualista centrada en el templo, que comprometerse con una
experiencia de fe que implica la lucha por liberar a todos los hermanos de la
pobreza y la exclusión, y que puede llevar y que a Jesús lo llevó hasta la
muerte.
Por eso, al escuchar que el cuerpo de Jesús será verdadera comida y
su sangre verdadera bebida, los judíos no quieren trascender el simbolismo, no
quieren aceptar una propuesta de fe que los lleva más allá de la comodidad en
la que se encuentran con una religión a su medida, para comprometerse en la
lucha por el Reino; y lo abandonan.
Ante eso, Jesús les hace a sus discípulos la siguiente pregunta
que es prácticamente la misma que hizo Josué a su pueblo: “¿También Uds. quieren dejarme?”. No es para nada fácil seguirlo,
acompañarlo en su proyecto del Reino, que implica una defensa de la vida de los
hijos de Dios hasta la muerte, como Jesús lo estaba viviendo. De nuevo, es
Pedro quien sale al frente con toda claridad a partir de la memoria de lo que
su Maestro había ido haciendo por ellos y con ellos, y así responde: “Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras
de vida eterna; y nosotros creemos y sabemos que tú eres el Santo de Dios”.
Seguir al Señor Jesús y realizar su proyecto implica una
radicalidad absoluta; no se puede, como el pueblo de Israel, caminar y dejar de
caminar, creer y dejar de hacerlo, reconocer a Yahvé como el Dios verdadero y
luego cambiarlo por los dioses, por los ídolos de los pueblos vecinos. Sin
embargo, es la memoria de lo que Dios ha hecho
en el camino de nuestras vidas, es el reconocimiento de que de verdad Dios
ha estado con nosotros y nos ha dado “palabras de vida eterna”, lo que nos hace
permanecer en el camino.
De la misma forma, hoy el Señor Jesus nos hace la misma pregunta: “¿También Uds. quieren dejarme?”. Pidamos
la ayudar del Señor, para que, a partir de la historia de amor que Dios ha
tenido con cada uno de nosotros, podamos –como Jesús- entregar nuestra vida
hasta el final comprometidos con la causa por la que Él mismo dio la vida.