domingo, 12 de agosto de 2018

Oswaldo Zavala: Los cárteles no existen, Ag. 2018


Usa camisas Versace, botas de piel de cocodrilo, pantalones vaqueros y sombrero; esa es la figura preponderante dentro del imaginario colectivo con que se identifica a un narcotraficante. El perfil también incluye armas de fuego con chapa de oro e incrustaciones de diamantes, sin olvidar las iniciales del capo grabadas. Se suele identificar a estas personas como vulgares, indisciplinadas, ignorantes, violentas y con mal gusto, todo dentro del empaque de una exuberante virilidad.
Por si fuera poco, escuchamos las hazañas de estos personajes en corridos que fortalecen esta imagen, en las crónicas de algunos periodistas, en las obras de arte contemporáneo, en las series de televisión y en los estereotipos de una sociedad sometida a esa visión maniquea.
Durante cinco años, Oswaldo Zavala emprendió una investigación basada en su experiencia periodística en El Diario de Juárez, uno de los principales periódicos del norte de México, su propio trabajo como académico del College of Staten Island y The Graduate Center, CUNY; además del trabajo del sociólogo mexicano Luis Astorga.
El resultado fue el esclarecedor trabajo Los cárteles no existen. Narcotráfico y cultura en México, un libro identificable como ensayo político y crítica cultural que escudriña dentro del lenguaje oficial creado por el sistema político mexicano para hablar del narcotráfico. Este discurso ha insistido en una particular imagen que creó un arquetipo que terminó por mitificar al crimen organizado.
El interés central de este libro, dice su autor, es invitar a un cambio de conversación en el que como ciudadanos, como clase intelectual, como creadores, como periodistas, repensemos el rol que ocupa el lenguaje al momento de hablar de estos fenómenos.
—Hay un gran análisis sobre literatura en tu libro, el cual es una de las muchas expresiones que rodean a la problemática de los cárteles. Me gustaría que me contaras un poco del proceso de esta investigación.
—Estaba tratado de dilucidar cómo se construía esta narrativa que cada vez tiene más visibilidad dentro y fuera de México, y que se ha convertido en una de las formas de considerar el horror que estamos viviendo. Empecé a estudiar las novelas más famosas sobre el narcotráfico; La reina de sur de Arturo Pérez-Reverte, por ejemplo. Estas novelas que empezaron a sumar mucho en la discusión sobre el narcotráfico. Gracias a eso pude notar un par de cosas importantes, como por ejemplo que estas novelas reproducían esta narrativa del narcotráfico que vemos inscrita por todas partes. No sólo en la literatura, sino en el arte conceptual, la música y las series de televisión que nos muestran esta realidad donde los cárteles controlan parte del territorio, con una enorme capacidad de violencia y de inteligencia.
Todo esto me produjo un primer supuesto׃ tratar de entender cómo era posible que escritores tan distintos como Pérez-Reverte y Yuri Herrera, entre otros, pensaban o imaginaban el narcotráfico del mismo modo. Entonces a partir de ahí lo que necesité pensar era de dónde venía esa narrativa, cómo era posible que estuviera condicionando el modo en que se imagina el narco desde la literatura.
El segundo paso fue determinar el origen de esa narrativa, y ahí fue donde empecé a conciliar con mis lecciones sobre periodismo, que me decían que en realidad el narcotráfico no es lo que pensamos que es, y si seguimos hablando de cárteles, sicarios y todas estas cosas es porque hay un discurso oficial que disemina esas ideas y termina por convertirse en nuestra experiencia de lo real, pero finalmente es un discurso y por eso embona de manera tan natural con la literatura.
—Es indudable que existe el mercado de drogas ilegales, ¿pero en dónde encontramos la contradicción de llamar “cárteles” a las organizaciones dedicadas al comercio de drogas?
—La palabra “cártel” es una noción que se piensa para describir ciertos mercados y productores de ciertos objetos de consumo. La palabra cártel ha aparecido más prominentemente para designar a los países petroleros de la OPEP. Entonces un cártel, en el sentido económico en que se utiliza esa palabra, es un horizonte de grupos, de asociaciones de productores de petróleo que se juntan en consenso para manipular el precio del barril de petróleo. La idea de cártel supone una idea horizontal en que los distintos productores colaboran juntos en el control del mercado. Lo que extraño es que la usemos ahora para designar a grupos, más bien pequeños, que lejos de estar colaborando entre sí para controlar el precio de la cocaína, están peleando entre ellos. Se están aniquilando entre sí. Los cárteles, como los cuenta el Estado, son grupos súper violentos que no solo no quieren cooperar, sino que están dispuestos a matar a todos y hacer un reino del caos por el control del mercado, estas rutas famosas por el control de las plazas.
La contradicción, de partida, es que resulta una palabra completamente inapropiada para pensar en estos grupos. En todo caso, mejor sería concebirlas como pandillas o rivales que se atacan entre sí, pero un cártel supondría una sola asociación de productores de cocaína, de mariguana, o lo que sea, para manipular juntos el precio de la droga, y no muchos cárteles peleando entre sí. Si hubiera un cártel de la droga sería uno solo y no sería violento, habría cooperación y calma para manipular el precio de la droga. La idea del cártel, en términos económicos, sería una estrategia para hacer que tu producto maximice sus ventas y su éxito. Entonces no tiene ningún sentido, es ahí donde empieza la contradicción a la que me refiero.
—Y es ahí donde se empieza a crear un lenguaje exclusivo que designa este fenómeno.
—El Estado habla de estos cárteles violentos casi como primitivos, asesinos, además súper sexualizados, masculinos a muerte, rancheros, que por cualquier cosa te matan. Luego cuando los detienen te muestran a estos asesinos y lo que tienen más bien es a gente humilde de clase baja. El perfil de ellos más bien pertenece a la clase social más desprotegida. Hay un estudio que se hizo para promediar el perfil de las víctimas y de los victimarios del narco y casi siempre tienen entre 25 y 29 años, son jóvenes sin educación que viven en las zonas más desprotegidas; no son de Sinaloa ni de El Triángulo Dorado, como El Chapo, sino más bien son estos pobres muchachos que, independientemente de que sean culpables o no de tráfico de drogas, son sacrificados y violentamente asesinados por lo que sea.
La contradicción es pensar que estos sujetos son poderosísimos y que rebasan el poder del Estado; sin embargo, cuando los ves, incluso personas como El Chapo, son gente sin muchos recursos, gente asediada por el poder. No los exculpo, lo que quiero decir es que no corresponde su persona con ese mito del narcotraficante todopoderoso que está ocupando partes del territorio nacional.
—Entonces tenemos más bien pequeños grupos de narcotraficantes. ¿Ahí se engendra la violencia que no hemos terminado de entender de dónde sale?
—Es una magnifica pregunta y hay que pensarla con detenimiento. Tienes, finalmente, el relato del Estado construido en dos׃ los cárteles, a quienes finalmente se les culpa de la violencia en que vivimos, eso es lo que mencionaba, por ejemplo, Felipe Calderón. Él decía que toda la violencia que estábamos viviendo era porque el Estado los atacaba y estos grupos se atacaban entre sí, entonces por eso es que repuntaba la acción violenta.
Si tú tomas el mapa de la violencia y registras estadísticamente cuándo empezó a repuntar la violencia en México, aparece algo muy significativo: antes de que empiece la guerra de Calderón, antes de que inicie la pesadilla en que estamos viviendo, tuvimos una década donde el índice nacional de homicidios, de 1997 a 2007, se había estabilizado, de hecho estaba descendiendo. No había en ningún momento emergencia nacional porque estos grupos de pandilleros produjeran violencia. No hay una alarma de desapariciones forzadas en torno a los supuestos cárteles, porque finalmente son las cifras oficiales que tú puedes ver; por ejemplo, en un estudio muy importante que hizo Fernando Escalante Gonzalbo, donde encontró que incluso en Ciudad Juárez, la ciudad más violenta por muchos años en esta guerra, ese índice de homicidios iba a la baja. En Juárez, 2007 fue el año menos violento de toda esa década. En 1997 hubo más homicidios incluso que en 2007. De pronto algo ocurre y en 2008 hay un repunte a mil 600 asesinatos. ¿Qué ocurrió?, pues según Calderón una guerra de cárteles, pero esa guerra sólo comenzó en el momento en que llegó el Ejército y la Policía Federal a militarizar la ciudad.
El alza de la violencia y las desapariciones forzadas en México coinciden puntualmente con la militarización del país, y es algo que se nos olvida porque pareciera que estamos en una constante violencia, pero no es así, eso sólo ha sido reciente, antes de la militarización la violencia era mínima. No creo que estos supuestos cárteles tengan tal poder de destrucción, porque nunca lo ejercieron antes como para que de pronto en los próximos 12 años nos dieran un saldo de más de 200 mil asesinados y más de 40 mil desapariciones forzadas.
Para hablarte del inconmensurable ridículo que significa eso, que de repente estos grupos ejerzan tan tremenda violencia que antes no ejercían, recordemos que la dictadura militar argentina, que duró muchos años y ejerció un sitio militar en la sociedad -a tal grado que tú no podías andar en la calle después de las seis de la tarde- produjo un saldo de 30 mil asesinatos en un país totalmente militarizado por una dictadura. Es decir, una nación violentamente asediada dejó ese número.
Ahora, en seis años o menos, en cinco años de la presidencia de Calderón, cuadruplicamos esa cifra nada más en el índice de asesinatos. Entonces es absurdo que estos grupos de cárteles de pronto tienen capacidad delictiva para asesinar a 120 mil personas, desaparecer a otras 20 mil, desafiar al Estado, desafiar a la Marina, desafiar a las policía federal y estatal, desafiar a la inteligencia militar, en un país donde, además, se nos olvida que se ha incrementado el gasto público en Ejército y Policía Federal. Entre la presidencia de Fox y la de Calderón se duplicó el número de agentes federales en gasto público. En un país increíblemente armado, con una capacidad de letalidad extraordinaria, pasa esto. Si tú te confrontas con un pelotón del Ejército o fuerzas especiales de la Marina, estas confrontaciones tienen un índice de letalidad casi perfecto, es decir, casi no salen heridos sus soldados.
—Podríamos pensar en una violencia que viene básicamente del Estado.
—Absolutamente. Estos años de horror, de asesinatos y desaparecidos son resultado de una violencia de Estado, de una estrategia deliberada del propio Estado, en que se ha usado de modo irresponsable a nuestras Fuerzas Armadas con diferentes propósitos. Te voy a dar el caso que ilustra esto: en Tamaulipas se supone que los Zetas libraban una guerra constante por una supuesta plaza, pero al mismo tiempo ahí donde había más caos era donde no entraban los periodistas, los observadores de derechos humanos, activistas; donde la policía supuestamente está bajo asedio hay conglomerados, empresas que están lucrando con los recursos del país.
Lo que no te explicas es cómo en el reino de terror de los Zetas hay una empresa extranjera que ha obtenido licitaciones para poder operar sin ningún problema. Es decir, lo que señalo con esto es que este mapa de la violencia coincide con la rapiña de los recursos naturales, que estamos viviendo. Y aquí es donde se pone aún más interesante, en el hecho de que la guerra contra las drogas fue propulsada con apoyo de Estados Unidos mediante el Plan Mérida y con el apoyo irrestricto tanto de Bush como de Obama, presidentes tan disímiles pero ambos apoyaron a Calderón.
Mientras apoyaban la militarización del país, estaban aprobando la reforma energética. Entonces lo que tenemos que entender, y parte de la consigna que ya se está haciendo, pero falta mucho más trabajo sobre eso, es que mucha de esa violencia se explica a partir de la apertura de territorios ricos en recursos naturales que de otro modo resultaría problemático. Si tú abrieras la licitación de esos territorios, habría mucha resistencia y oposición.
No se habla de eso porque estamos aterrorizados por los supuestos cárteles y nos preocupa el siguiente descabezado, quién va a reemplazar a El Chapo. Y como respuesta a eso estaba continuar con la militarización del país, como puedes ver en las actuales candidaturas presidenciales, por ejemplo. Tanto el gobierno de Estados Unidos como el gobierno mexicano -por no decirte gobiernos de centro derecha- son gobiernos militaristas, que expresan mejor su poder en zonas de guerra, estos Estados requieren de guerra para avanzar en su hegemonía política, militar y económica.
—Cuando llega Vicente Fox al poder se pierde un poco el control que se tenía sobre esos grupos delictivos. Posteriormente, cuando gobierna Calderón, él quiere recuperar un poco este control perdido. ¿Es verdad que se estaba perdiendo soberanía sobre el país?
—Lo que se pierde es la soberanía del gobierno federal, por lo menos como la había ejercido el autoritarismo presidencial del PRI. En los años 70 y 80 se fue poco a poco retrayendo y desmontando, en parte porque ese Estado soberano era por momentos un Estado de bienestar, donde la policía controlaba los territorios, y los índices de criminalidad no eran altos, precisamente por eso. Cuando llega Calderón, ese Estado ya no existe. El Estado ya no tiene interés de hacer eso. ¿Por qué? Porque ha ocurrido un enorme proceso de neoliberalización del país, donde en vez de ser este un Estado de bienestar que controla su territorio, se volvió un Estado facilitador de los grandes capitales; en vez de ser esta cultura nacionalista que unifique el territorio, se convirtió en un Estado de élite empresarial, política, cuyo principal interés es el dinero y facilitar la circulación del capital global. Para eso el Estado ya no requiere de una policía como la federal de seguridad, requiere del Ejército, requiere de una función de un poder policial y militar que proteja los intereses de esa gente. Es una transformación de Estado que vino con el proceso de neoliberación del país. Calderón estaba reaccionando a esta transformación. En ese vacío usó al Ejército para construir una nueva hegemonía federal.
Por momentos eso puede explicar la guerra contra el narco, pero por momentos también lo que la explica es que a Calderón le vendieron la idea desde Estados Unidos de que en esa soberanía, los cárteles estaban en control. En vez de pensar políticamente: ″¿por qué me están diciendo los gringos que tengo que militarizar al país?″, se comió el discurso completamente. Y entonces dijo: ″tenemos que recobrar esa soberanía y sacar del control a grupos de narcotraficantes por medio del Ejército y deshacer estas lógicas corruptas de estados comprados por los cárteles″, esa fantasía que siempre se nos dice de que los cárteles quitan y ponen candidatos y financian campañas.
No es que hubiera un vacío de poder sino que en esa transformación el Estado ya no requiere controlar el territorio si lo que se pretende es facilitar el avance del capital en ciertas regiones. Para eso se ocupa al Ejército, para que pueda entrar un conglomerado a Tamaulipas y explotar el gas, se usa para garantizar la minería en Guerrero, para que funcione la instalación de los oleoductos a Baja California; para eso funciona el Estado y para eso funciona el Ejército, para garantizar, y en ese avance está toda esa violencia.
—Aunque nos hagan pensar lo contrario, ¿estos grupos siempre han estado bajo el control del Estado?
—Te diría que la mayoría de los traficantes, si no viven con la disciplina liberal con la que vivieron en los años 70 bajo la Policía Federal de Seguridad, por lo menos sí encuentran que su límite sigue trazado por el Ejército y la Policía Federal. Te doy el ejemplo de El Chapo, el más obvio. En el momento en que el sistema político requirió la detención de El Chapo, se le detuvo y no se recuerda con claridad, pero cuando lo detuvieron, la segunda ocasión, fue tres días después de que Obama visitara a Peña Nieto, que aplaudiera sus medidas de seguridad y su éxito en el combate al crimen organizado. Días antes había salido Peña Nieto con la infame portada de Saving México. En ese contexto aprovechó la oportunidad para dar el golpe, para agarrar al capo de todos los tiempos y con eso muestra a la opinión pública nacional e internacional que ″lo estoy encontrando″.
Cuando lo detienen, un corresponsal de New York Times dice que él no estaba rodeado del ejército que supuestamente lo acompañaba. Se decía que El Chapo siempre andaba con 300 guaruras y se movía por túneles y tenía muchas casas de seguridad. Al final lo encontraron en un departamento al lado de su esposa; ella tuvo que pedir casi de rodillas que no lo mataran. Es el punto donde, por ejemplo, hay una contradicción entre cómo imaginamos el narco, según las fuentes oficiales, y cómo es un verdadero traficante cuando lo detienen.
—Al terminar de leer tu libro uno siente que ha descubierto el montaje de una ilusión, pero sigue habiendo muchas preguntas sobre la violencia que todos los días vemos allá afuera. ¿Qué sí existe entonces?
—Los cárteles no existen, en verdad no existen: existe el tráfico de drogas pedestre, si quieres violento por momentos, pero no son ellos el principal problema del país, porque no existen como dice el Estado que existen.
Los que sí existen viven en una precariedad policial y militar constante y la violencia que está surgiendo en el país tiene como condición de posibilidad al Ejército y a la Policía Federal, entonces tenemos que dejar de hablar de cárteles y enfocarnos en el poder criminal de nuestra clase política. Ahí es donde está la clave para entender la violencia del país. No sólo porque militarizan las zonas más terribles de México para saquear los recursos naturales, sino porque ha habido… Para salir de esta violencia debe de haber una reforma de Estado, para dejar al Estado neoliberal, para pasar al de bienestar y esa es la verdadera discusión que nos debería ocupar.
Este libro pretende ayudar a reorientar el debate, para examinar con mayor calma crítica la función de nuestro Estado criminal y dejar de lado esta discusión que insiste en seguir pensando en la fantasía de los cárteles porque finalmente esa discusión es la que justifica al Estado para avanzar en su militarización y violencia. Con este libro me gustaría pedirle al lector que sospeche del discurso oficial, que sigue hablándonos de un país tomado por criminales y en vez de eso pensar en la violencia de Estado.