domingo, 31 de agosto de 2014

22° domingo Ordinario; 31 de agosto del 2014

Jeremías 207-9; Salmo 62; Romanos 121-2; Mateo 1621-27

El tema central de este domingo está orientado hacia la voluntad de Dios. La salvación, el encontrar la vida, consiste en “seguir a Jesús” y no en adelantarnos a Él, en querer imponerle nuestra voluntad, como Pedro.
Y es fácil entender por qué nos pasa esto: porque el camino de Jesús no siempre es fácil; siempre implica una cierta dosis de renuncia, de dolor, de desconcierto; pero como señala el Evangelio, ese es el camino de la vida verdadera, es la forma de ganarla. Y esto no es una cuestión “masoquista” del cristianismo; sino una condición de la vida misma. El conseguir la autenticidad, el ser fiel a los valores, el crecer, madurar, implican mucha renuncia. No es fácil llegar a ser una persona libre, auténtica, fiel a sus valores. Es más fácil dejarse arrastrar por el río, que nadar en su contra. En el fondo, dejarse llevar por las pasiones es mucho más fácil, que ordenarlas, que ponerles cauce.
Esto es lo que testimonia el gran Profeta Jeremías. Él quisiera “ya no acordarse del Señor ni hablar más en su nombre”. ¿Por qué? Porque se ha convertido en la burla de todos y las amenazas de muerte en su contra crecen momento a momento. Él ha tenido que “anunciar a gritos violencia y destrucción”, justamente porque el pueblo de Israel se había apartado del camino de la vida.
Hacer la voluntad de Dios no es fácil, a pesar que lo que Él quiere es simplemente que sepamos amar; que “salgamos –como diría San Ignacio- de nuestro propio amor, querer e interés”, a fin de encontrarnos con Dios. Amar implica una renuncia, implica orden, implica fidelidad, constancia; y eso cuesta; pero éste es el único camino que nos garantiza “vida verdadera”; lo otro nos lleva a una felicidad aparente, a una falsa vida, que a final de cuentas termina con la muerte. Como dice el Evangelio de hoy, “el que no renuncie a sí mismo, pierde su vida. Y si la pierde, ¿con qué la podrá recuperar?”
Por eso resulta muy complicado hacer la voluntad de Dios, y preferimos tomar el camino fácil para no complicarnos;  aunque, ya sabemos, que al final el costo será demasiado alto.
Jeremías vive esta contradicción: Dios lo llama a denunciar el pecado de su pueblo; pero eso lo llevará a la muerte. ¿Qué hacer? Se resiste; incluso piensa en “olvidarse del Señor y dejar de hablar en su nombre”. Pero, ¿por qué no lo hace? Justo porque Dios lo ha seducido. Simplemente. Él está enamorado de su Señor y esa experiencia lo hace seguir adelante pase lo que pase. Experiencia terrible que la vive como un “fuego ardiente”, “encerrado en sus huesos”; algo que él se esforzaba por contener, pero que no podía.
Este es el verdadero drama de los  seguidores de Jesús. Hay que actuar o asumir situaciones que nos comprometen con costos muy altos; pero si hemos experimentado “el fuego ardiente”, saldremos victoriosos.
En Jesús pasa algo parecido. Anuncia que “tenía que ir a Jerusalén para padecer allí mucho”, pero su cuerpo se resiste, como en la oración del huerto en la que pide a su Padre que lo libre de ese cáliz. Por eso, cuando Pedro le dice que eso no lo permita Dios, Jesús explota, identificando a Pedro con Satanás. Esa es justo la peor tentación que Jesús ha sufrido a lo largo de toda su vida: realizar su Misión sin denuncias, sin confrontación y, a final de cuentas, sin muerte. Pero, ¿la alternativa es dejar todo como estaba? Imposible. Su fuego interior hace parar en seco a Pedro, única forma como Jesús supera la tentación. Él seguirá adelante hasta su entrega total.
La actitud de  Pedro nos revela la esencia del discernimiento. Él no escucha a Jesús; no le gusta el camino de “perder la vida”. Pedro quiere lo fácil: casi diríamos el camino de los milagros, de la multiplicación de los panes, del Jesús poderoso que manda sobre el mar y los vientos; pero no quiere al Jesús débil que sea torturado a manos de sus adversarios. Pedro no sigue a Jesús, sino se le adelanta; le quiere marcar el camino; no escucha; no acepta un camino diferente al que él acaricia.
Finalmente, San Pablo en la carta a los Romanos nos da unas pistas muy concretas para realizar el discernimiento:
1.      Éste sucede en el contexto de quien se ofrece como ofrenda a Dios. Es decir, de quien decide vivir entregado al proyecto del Reino. Éste es el verdadero culto.
2.      Implica no acomodarse a los criterios de este mundo. Es decir, a sus valores, a sus intereses, a sus conveniencias.
3.      Lo que supone el siguiente reto: renovar la mente; cambiar nuestra mentalidad por  la del Evangelio; dejar que una nueva manera de pensar nos transforme internamente.
4.      Entonces tendremos capacidad para distinguir cuál es la voluntad de Dios:
a.       Lo que es bueno;
b.      Lo que le agrada;
c.       Lo perfecto.

Que estas lecturas dramáticas nos ayuden a “en todo buscar, hallar y hacer la voluntad de Dios”, como nos invitan los Ejercicios de San Ignacio.